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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (30 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Ocho horizontal estrecho. Ocho horizontal amplio.

El mensaje no puede ser más claro.

Respuesta: ocho, ocho horizontal amplio, doble ocho, ocho invertido. Luego, transmisión al próximo relevo aéreo.

Las abejas graban sus informaciones en el cielo dando vueltas.

Para decir que el alimento está a más de cien metros, efectúan en el aire ochos cuyo eje central indica la dirección que debe tomarse y la distancia.

La ciudad del gran abeto junto al río tiene el nombre oloroso de Askolein, que en abeja significa «la Colmena de oro».

Tiene seis mil individuos.

Una abeja exploradora askoleína despega a gran velocidad tras haber observado esa llamada. Revolotea entre los cardos, remonta los taludes, sobrevuela una columna de hormigas que pululan entre las hierbas (vaya, ¿qué harán esas hormigas en una esquina?). Contornea el gran roble y vuela raso por la zona de los montículos de arena.

Aquí parece haber algo interesante. Aminora su batir de alas. La abeja revolotea encima de los junquillos, se moja las patas en estambres de flores no identificadas, se da cuenta de que, pensándolo bien, se trata de una margarita, lanza su lengua fina y multiplicada en el polvo amarillo; instantes más tarde retrocede, con los músculos cubiertos de polen fresco.

Aterriza en la pista de vuelo de la colmena e inmediatamente empieza a batir sus alas con una frecuencia de 280 hertzios.

Bzzzzz bzzz bzzz. 280 hertzios constituyen la frecuencia que permite a una abeja reunir un máximo de obreras preocupadas por problemas de alimento.

Con 260 hertzios atraería a las obreras encargadas de la intendencia y del cuidado de las crías. Con 300 hertzios desencadenaría la alerta militar.

La exploradora se coloca en un hexágono de cera y comienza su danza. En esta ocasión dibuja ochos pero en dos dimensiones, a lo largo del suelo encerado de la colmena. Cuenta muy deprisa su aventura. Da la dirección, la distancia y la calidad exacta del grupo de flores que ha inspeccionado. Según ella, se trata de margaritas.

Como la fuente está relativamente cercana, danza con rapidez, en caso contrario lo haría más despacio. Algo así como si quisiera representar la fatiga del vuelo lejano.

En su informe «danzado», tiene también en cuenta la posición del sol y su movimiento.

Acuden las colegas. Han comprendido que había numerosas flores para saquear, pero querrían saber la calidad de aquella fuente. A veces las flores están cubiertas de excrementos de pájaros, a veces están marchitas, en ocasiones ya las han saqueado las abejas de otra colmena.

Algunas se golpean nerviosas su abdomen contra los panales de cera.

Queremos cosas concretas, dicen en lenguaje abeja.

La exploradora no se hace de rogar. Regurgita su polen.

¡Probad, amigas mías, y veréis, es de primera calidad!

Esa danza, ese diálogo, ese intercambio se efectúa en la oscuridad más absoluta pero, al final, todo un grupo despega para una misión cuyos elementos conocen en su mayor parte.

La exploradora, extenuada, ingurgita las muestras que había traído como prueba. Luego se dirige a la celda real donde se encuentra la reina de las abejas askoleínas, Zaha-haer-scha, la 67 de su nombre.

Ésta había conseguido acceder al trono de ese reino abeja tras una lucha que la había enfrentado a una veintena de reinas hermanas suyas. Las abejas siempre producen demasiadas reinas, pero, como para una ciudad sólo se precisa una, tienen que luchar salvajemente en la celdilla nupcial hasta que sólo queda la victoriosa.

Es un método de selección algo bárbaro, pero permite poner al frente de la Ciudad a la abeja más tenaz y combativa.

La abeja reina, reconocible por su abdomen amarillo liso, vive cuatro años y, si todo va bien, puede llegar a poner hasta mil huevos diarios.

La colmena de Askolein está situada al este-noroeste del hormiguero Bel-o-kan. Es un lugar perfecto, donde los panales de cera amarilla rebosan de obreras libadoras. Aquí todo es brillante y perfumado. Amarillo, negro, rosa y naranja. Las obreras se pasan de patas a patas la preciosa miel.

Más lejos, se fabrica en un recipiente de cera la jalea real.

Más lejos todavía se encuentra la sala de educación de las abejas jóvenes.

La educación de las abejas siempre obedece a las mismas reglas. Desde el momento en que sale de su celdilla, la abeja es alimentada por sus hermanas; luego empieza a trabajar. Durante los tres primeros días de su vida, se dedica a las tareas domésticas. Al tercer día, sufre transformaciones físicas con la aparición, junto a la boca, de glándulas que producen la jalea real. Entonces se convierte en nodriza. Esas glándulas van disminuyendo luego de importancia y, poco a poco, otras nueve glándulas, situadas ahora bajo el abdomen, se ponen en marcha. Son las glándulas cereras que producen la cera necesaria para construir y reparar los paneles de la Ciudad.

De este modo, a partir del decimosegundo día, la abeja se convierte en albañil.

Construye los alvéolos que constituyen los panales de cera. A partir del decimoctavo día, esas glándulas cereras dejan a su vez de funcionar. La obrera se convierte entonces en guardiana, pero sólo el tiempo necesario para familiarizarse con el mundo exterior, luego se convierte en libadora. Morirá libadora.

La exploradora llega a la celdilla real. Quiere hablar con su Reina Madre de aquella extraña colonia de hormigas, pero ésta parece hallarse enfrascada en una conversación con…, ¡le cuesta dar crédito a sus antenas!, …con una hormiga precisamente. Y, más precisamente, ¡con una hormiga de la federación belokaniana! Desde lejos percibe el diálogo de los dos insectos.

¿Qué se puede hacer?, pregunta la reina de las abejas.

Cuando esa hormiga llegó a la colonia, nadie comprendió qué iba a hacer allí. La dejaron entrar en la Ciudad de oro más por sorpresa que por simpatía.

¿Qué hacía una hormiga en una colmena?

23 contó entonces las circunstancias excepcionales que justificaban su venida.

Las belokanianas, sus propias hermanas, se han vuelto locas, han lanzado una cruzada contra los Dedos y han matado a uno. 23 explica que la cruzada atacará forzosamente a las abejas que encuentren en su camino. Aconseja al ejército abeja, al que sabe temible, que se adelante a las hormigas y ataque la columna de cruzadas cuando éstas se hallen encajonadas en el cañón de los ranúnculos.

¿Una emboscada? ¿Me estás proponiendo que tienda una emboscada a los de tu especie?

La reina abeja está sorprendida. Es cierto que le han contado que las hormigas tenían comportamientos cada vez más perversos; le han hablado en especial de unas mercenarias que luchaban contra su nido a cambio de alimento, pero sólo se lo creía a medias. Tener enfrente a una hormiga que le indica el mejor sitio para matar a las suyas la impresiona de verdad.

Decididamente, las hormigas son mucho más perversas de lo que pensaba. A menos que sea una trampa. Esa presunta traidora podría haberse presentado, por ejemplo, para atraer al ejército abeja al cañón de los ranúnculos y, mientras tanto, el grueso de la cruzada atacaría la colmena. Eso ya sería más comprensible.

La reina Zaha-haer-scha hace vibrar sus alas dorsales.

En un lenguaje oloroso básico, comprensible incluso para las hormigas, le pregunta.

¿Por qué traicionas a las tuyas?

La hormiga se explica: las belokanianas quieren matar a todos los Dedos de la Tierra. Y los Dedos forman parte de la diversidad del mundo y, a fuerza de eliminar especies enteras, las hormigas están empobreciendo el planeta. Cada especie tiene su utilidad y el genio de la Naturaleza se expresa por la multiplicidad de sus formas de vida.

Destruirlas es un crimen.

Las hormigas ya han matado muchos animales. Lo han hecho conscientemente, sin tratar de comprenderlos ni de comunicarse con ellos. Por simple oscurantismo, una parte entera de la Naturaleza ha sido eliminada.

La soldado 23 se guarda mucho de explicar que los Dedos son dioses y que ella misma es deísta. No dice que «los Dioses son omnipotentes», aunque lo piensa con mucha fuerza. ¿Qué podría comprender una reina abeja de esas nociones ultra-abstractas?

23 repite los argumentos de las rebeldes no deístas.

En un lenguaje más sencillo de ingurgitar por alguien que nunca ha pensado que podían existir dioses.

De los Dedos no se conoce prácticamente nada. Probablemente tienen muchas cosas que enseñarnos. Por su nivel, por su tamaño, se han enfrentado a problemas que nosotras no somos siquiera capaces de imaginar…

Según ella hay que proteger a los Dedos. O, al menos, salvar una pareja para estudiarlos.

La abeja comprende ese lenguaje, pero se declara absolutamente al margen de esa guerra fórmico-dedalera. En la actualidad, ellas tienen un conflicto fronterizo con un nido de avispas negras que moviliza todas sus pulsiones militares. La reina Zaha-haer-scha se lanza entonces, no sin cierta delectación, a describir una batalla ápico-avispera.

¡Escuadras volantes de miles de himenópteros que mezclan sus alas, duelos en suspensión en el aire, choques de aguijones envenenados, añagazas, asaltos imprevistos, ataques cruzados! Confiesa ser una apasionada del arte de la esgrima de aguijones. Y sólo las avispas y las abejas conocen ese deporte. No resulta fácil mantenerse en vuelo propinando al mismo tiempo aguijonazos certeros. Mima alegremente un duelo contra un adversario imaginario y enumera los golpes. Esto es un molinete, esto una estocada, esto una cuarta, esto una quinta, esto una prima, esto una parada a la derecha.

La punta de su abdomen está a un espesor de ala de la cabeza de la hormiga, que no parece muy impresionada, mientras la abeja sigue describiéndole un combate ápico-avispero. Revés, finta, ataque, pausa, respuesta…

23 la interrumpe, insiste, dice que todo lo contrario, que a las abejas también les concierne esa guerra fórmico-dedalera. 103, una de sus soldados más experimentadas, ha descubierto que se podía matar a todos los Dedos con veneno de abeja. Por ahora sólo se les puede matar con ese veneno.

Por lo tanto, la cruzada atacará forzosamente Askolein para procurarse el veneno.

¿Las hormigas? ¿Atacarnos tan lejos de su federación? ¡Tú deliras!

Es en este momento cuando en todos los panales de la Colmena de oro se desencadena la alerta militar.

104. Los insectos no nos quieren

Le tocaba ya al profesor Miguel Cygneriaz presentar su contribución al seminario sobre la lucha contra los insectos. Se levantó y presentó a la audiencia un planisferio sembrado de machas negras.

—Estos puntos representan zonas de guerra, no entre seres humanos, sino contra el insecto. Nos batimos en todas partes contra los insectos. En Marruecos, en Argelia y en Senegal se combaten las invasiones de grillos. En el Perú, el mosquito transmite el paludismo, en África austral la mosca tsé-tsé produce la enfermedad del sueño, en Malí una proliferación de piojos ha provocado una epidemia de tifus. En la Amazonia, en África ecuatorial, en Indonesia, los hombres luchan contra las invasiones de hormigas africanas. En Libia, las vacas están siendo diezmadas por la mosca carnicera. En Venezuela, avispas agresivas atacan a los niños. En Francia, muy cerca de aquí, una familia ha sido atacada en plena comida campestre por una columna de hormigas rojas en el bosque de Fontainebleau. Y no les hablaré de los doríforas que destruyen las plantaciones de patatas, de las termitas, de las polillas que se alimentan de nuestras ropas, de las pulgas que la emprenden con nuestros perros… Ésa es la realidad. Desde hace un millón de años, los nombres están en guerra contra los insectos y la lucha no ha hecho más que empezar. Como el adversario es pequeño, se le subestima. Se figuran que un papirotazo basta para aplastarlo. ¡Error! El insecto es muy difícil de aniquilar. Se adapta a los venenos, muta para resistir mejor a los insecticidas, se multiplica para escapar a las tentativas de exterminio. El insecto es nuestro enemigo. Y nueve animales de cada diez son insectos. Nosotros sólo somos un puñado de humanos e incluso de mamíferos en comparación con los millares de millares de millares de hormigas, termitas, moscas y mosquitos. Los llamaban las fuerzas ctónicas. Los insectos representan las fuerzas ctónicas, es decir, ¡todo lo que es bajo, rastrero, subterráneo, oculto, imprevisible!

Se alzó una mano.

—Profesor Cygneriaz, ¿cómo puede lucharse contra esas fuerzas ctó…, contra los insectos, quiero decir?

El científico sonrió a su público.

—Ante todo, dejando de subestimarlos. Así, en mi laboratorio de Santiago de Chile hemos descubierto que las hormigas han desarrollado una clase especial de «probadoras». Cada vez que un hormiguero se enfrenta a un alimento nuevo, ellas son las encargadas de probarlo. Si al cabo de dos días no presentan ningún síntoma sospechoso, las hermanas consumirán también ese alimento. Lo cual explica el efecto limitado de la mayoría de los insecticidas órganofosforados. Por lo tanto, hemos puesto a punto un nuevo insecticida de efecto retardado, que actúa a las setenta y dos horas de la ingestión. Esperamos que este nuevo veneno pueda difundirse por la Ciudad pese a sus medidas de seguridad.

—Profesor Cygneriaz, ¿qué piensa usted de Laetitia Wells, esa mujer que ha conseguido domesticar hormigas para que maten a investigadores de insecticidas?

El experto alzó los ojos al cielo.

—Ha habido desde siempre hombres fascinados por los insectos. Lo asombroso es que semejante comportamiento no haya aparecido antes. He sufrido mucho por esos asesinatos. La mayoría de las víctimas eran colaboradores y amigos míos. Pero ¿qué importa ahora? La señorita Wells ya no puede perjudicarnos, y, dentro de unos días, yo les presentaré ese producto milagroso, eficaz a escala planetaria, que tan caro nos ha costado. Nombre de código «Babel». Para más información, vuelvan aquí mañana a la misma hora.

El profesor Cygneriaz regresó a pie a su hotel, silbando. Estaba satisfecho por el efecto producido por sus palabras en los oyentes.

En su cuarto, al quitarse el reloj, observó un pequeño agujero cuadrado en el puño de la camisa, pero apenas le prestó atención.

Descansaba en la cama de las fatigas del día cuando oyó un ruido procedente del cuarto de baño. ¡Las tuberías fallaban, incluso en los mejores hoteles!

Se levantó, cerró tranquilamente la puerta del cuarto de baño y decidió que era hora de cenar. Para bajar al restaurante podía elegir entre la escalera y el ascensor. Cansado como estaba, prefirió el ascensor.

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