¡Alégrate, Robert! A ti te va muchísimo mejor. Con ayuda del cero y saltando un poquito puedes fabricar tú mismo todos los números corrientes que desees, no importa que sean grandes o pequeños. Por ejemplo el 786.
—¡Y para qué quiero yo el 786!
—¡Por Dios, no te hagas más tonto de lo que eres! Entonces coge tu fecha de nacimiento, 1986.
El anciano empezaba a hincharse de nuevo amenazadoramente, y la seta en la que estaba sentado, también.
—Hazlo —bramó—. ¡Pronto!
Ya vuelve a empezar, pensó Robert. Cuando se excita, este tipo se pone insoportable, peor que el señor Bockel. Con cuidado, escribió un gran uno en el cielo.
—¡Mal! —gritó el diablo de los números—. ¡Muy mal! ¿Por qué he tenido que ir a dar precisamente con un bobo como tú? Debes fabricar el número, ¡idiota!, no limitarte a escribirlo.
A Robert le hubiera gustado despertarse. ¿Tengo que aguantar todo esto?, pensó, y vio que la cabeza del diablo de los números se volvía cada vez más roja y gorda.
—Por detrás —gritó el anciano.
Robert le miró sin comprender.
—Tienes que empezar por detrás, no por delante.
—Quieres decir...
Robert no quiso discutir con él. Borró el uno y escribió un seis.
—Bien, ¿te has enterado por fin? Entonces podemos seguir.
—Por mí... —dijo Robert disgustado—. Sinceramente, preferiría que no te diera un ataque de rabia por cualquier tontería.
—Lo siento —dijo el anciano—, pero no puedo evitarlo. Al fin y al cabo un diablo de los números no es Papá Noel.
—¿Estás satisfecho con mi seis?
El anciano movió la cabeza y escribió debajo:
—Eso es lo mismo —dijo Robert.
—¡Eso ya lo veremos! Ahora viene el ocho. ¡No olvides saltar!
De pronto, Robert entendió lo que el anciano quería decir y escribió:
—Ahora ya sé cómo sigue —gritó, antes de que el diablo de los números dijera nada—. Para el nueve tengo que saltar dos veces con el diez.
Y escribió:
y
saltando tres veces.
—Junto, resulta:
»Realmente no es tan difícil. Podría hacerlo incluso sin diablo de los números.
—¿Ah, sí? Creo que te estás poniendo un poquito arrogante, querido. Hasta ahora sólo has tenido que vértelas con los números corrientes. ¡Eso es coser y cantar!
»Espera a que me saque de la manga los números quebrados. De ellos hay muchos más. Y luego los números imaginados, y los números irrazonables, de los que hay aún más que infinitos... ¡no tienes ni idea! ¡Números que giran siempre en círculo y números que no se acaban!
Mientras lo decía, la sonrisa del diablo de los números crecía y crecía. Ahora se le podían ver incluso los dientes, infinitos dientes, y entonces el anciano empezó a agitar su bastón ante los ojos de Robert...
Mientras lo decía, la sonrisa del diablo de los números se hacía cada vez más amplia. Ahora incluso se podían ver los dientes, un infinito número de dientes.
—¡Socorro! —gritó Robert, y despertó. Todavía aturdido, le dijo a su madre—: ¿Sabes cuándo nací? 6x1 y 8x10 y 9x100 y 1x1000.
—No sé qué le pasa a este chico últimamente —dijo la madre de Robert, meneó la cabeza y le puso delante una taza de cola-cao. ¡Para que recobres fuerzas! No estás diciendo más que tonterías.
Robert se bebió su cola-cao y cerró el pico. Uno no puede contárselo todo a su madre, pensó.
A Robert no le importaba que el diablo de los números le asediara en sueños de vez en cuando. ¡Al contrario! Sin duda el anciano era un sabelotodo, y sus ataques de ira no resultaban especialmente atractivos. Nunca se podía saber cuándo se hincharía y le gritaría a uno, con la cabeza enrojecida. Pero todo eso seguía siendo mejor, mucho mejor, que ser engullido por un pez viscoso o que resbalar más y más hacia un agujero negro.
Además, Robert se había propuesto demostrar al diablo de los números, si es que volvía, que él no se acababa de caer de una higuera. Había que darle a ese tipo en las narices, pensó Robert antes de dormirse. Sabe Dios qué se había creído, él y sus ceros. En realidad, él mismo no era mucho más que un cero: ¡un simple fantasma de los sueños! Sólo había que despertar... y desaparecía.
Pero, para darle en las narices, Robert tenía que empezar por soñar con el diablo de los números, y para soñar con él tenía que dormirse. Se dio cuenta de que no era tan fácil. Estaba despierto dando vueltas en la cama. Nunca le había ocurrido antes.
—¿Por qué das tantas vueltas? —preguntó el diablo de los números. Robert vio que su cama estaba en una cueva.
El anciano estaba sentado ante él, haciendo girar su bastón en el aire.
—¡En pie, Robert! —dijo—. ¡Hoy vamos a dividir!
—¿Es preciso? —preguntó Robert—. Por lo menos podrías haber esperado a que me durmiera. Además, no soporto las divisiones.
—¿Por qué no?
—Mira, cuando se trata de sumar, restar o multiplicar, salen todas las cuentas. Sólo al dividir no. Entonces suele quedar algún resto; me parece una pesadez.
—La pregunta es cuándo.
—¿Cuándo qué? —preguntó Robert.
—Cuándo queda un resto y cuándo no —le explicó el diablo de los números—. Ese es el punto de partida. A algunos números se les ve en la cara que se les puede dividir sin que quede resto.
—Está claro —dijo Robert—. Los números pares siempre salen cuando se les divide entre dos. ¡No hay problema! Y los números de la tabla del tres también se pueden dividir fácilmente: