El Druida (10 page)

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Authors: Morgan Llywelyn

Tags: #novela histórica

BOOK: El Druida
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El recuerdo de algunos de esos juegos retornó vívidamente. Debí de ruborizarme, pues el jefe druida se echó a reír.

—Bueno, bueno, queremos que los chicos y las chicas exploren mutuamente sus cuerpos, es la mejor manera de aprender. Así, más adelante, cuando seáis lo bastante mayores para aparearos, podréis sentiros cómodos cuando estéis juntos.

»El sexo requiere práctica, Ainvar, y apreciación. Es como el canal de un río y dirige la fuerza vital que fluye desde la Fuente de Todos los Seres. Piensa en ello. Un hombre y una mujer juntan sus cuerpos, la vida fluye a través de ellos y nace un hijo. ¿Hay una magia mayor que ésa?

Su voz tenía un tono de temor reverencial, un temor que no se había disipado con el paso de los años.

—Nuestros guerreros, cansados del invierno, van a necesitar la fuerza que no tienen, algo que los griegos llaman «energía». La energía de los toros cuando se pelean, de los carneros en celo, de los jóvenes llenos de pasión. La energía es la fuerza de la vida y fluye a través de todo lo creado por la Fuente, incluso a través de la piedra. Los árboles, que siempre son nuestros maestros, hunden sus raíces en el suelo y extraen energía. Es la vida. Quítate las botas y, mientras andamos, siente la tierra en tus pies descalzos. Siente, como has aprendido a oír.

Hice lo que me ordenaba y me quité las botas de suave cuero que cubrían mis pies y estaban atadas a las espinillas con unas correas. Cuando apliqué los pies al suelo, al principio, sólo noté los guijarros y la tierra apelmazada. Luego sentí... un aleteo, como un susurro que recorriera la tierra.

Sólo un leve aleteo, pero su percepción bastó para que me sobresaltara e interrumpí mis pasos. Menua también se detuvo.

—¿Lo has notado?

—Creo que sí. Ha sido como si me llevara los dedos a la garganta y notara el rumor de la sangre en su interior.

—Muy bien, Ainvar. Algunos druidas tienen tal sensibilidad para la fuerza vital que discurre a través de la tierra que son capaces de seguirla como si fuese un sendero. Sus caminos se cruzan en ciertos lugares especiales, donde la fuerza vital se acumula con tanta fuerza que...

—¡El bosque! —le interrumpí con un destello de intuición.

—El bosque. —La voz de Menua resonó profunda en su pecho—. Sí, ahí, más que en cualquier otro lugar de la Galia, se encuentran los caminos de la potencia. El gran bosque de los carnutos es sagrado no sólo para el hombre, sino también para la tierra. Tú lo notas, todos los que van ahí lo notan.

»Hay otros lugares con unas propiedades parecidas. Algunos son potentes y vigorizantes, otros apacibles y contemplativos. Los hombres se sienten atraídos hacia ellos y los convierten en lugares sagrados. Ciertos lugares excretan fuerzas nocivas de la tierra, de la misma manera que tus intestinos excretan las heces, y es preciso evitarlos. Si escuchas, tu espíritu te advertirá de ellos.

»En cuanto a este bosque, los druidas descubrimos hace mucho tiempo que la fuerza vital es aquí tan intensa que realza nuestras propias habilidades numerosas veces. Por ello celebramos nuestros más potentes rituales en el bosque..., como la magia sexual en la que participarás esta noche, Ainvar.

Reanudamos el camino. Yo lo hice descalzo; las botas, olvidadas, colgando por las correas de mis dedos. Tenía los ojos fijos en el cerro que se alzaba ante nosotros con su corona de árboles oscuros contra el cielo.

Menua siguió diciendo:

—En el bosque añadiremos tu joven energía masculina al poder del lugar sagrado y arrojaremos la fuerza combinada tras nuestros guerreros como una lanza. Cuando llegue a ellos tendrán una fuerza que no creían poseer. Vencerán en su batalla contra los senones y volverán a nosotros como personas libres.

Estábamos subiendo hacia el bosque. Mis pies hallaban su camino a lo largo del sendero de tierra marrón de la que en ocasiones sobresalían piedras afiladas de color pardo rojizo. Mis labios se movían por su propia voluntad, implorando a Aquel Que Vigila para que me hiciera capaz de la tarea que debía llevar a cabo.

Los druidas habían traído antorchas y encendieron la que llevaba Sulis. Los demás aprovecharon esa llama para encender las suyas y luego se situaron a intervalos alrededor del claro en el corazón del bosque. Más allá de los árboles el sol poniente todavía brillaba, pero entre los árboles reinaba el crepúsculo.

Menua quiso que me colocara de pie en el centro del claro. Narlos inició un cántico y los druidas me rodearon, en el sentido del movimiento solar. Se levantó una brisa y cantó con ellos, aumentando la fluidez del movimiento.

Vi que Sulis me miraba desde debajo de su capucha.

Cesó el cántico. Menua se adelantó y sacó un puñado de tiras de cuero de una bolsa que llevaba atada a la cintura. Me hizo una seña para que tendiera las manos y me ató cada muñeca por separado con una tira de cuero, tan tensa que mis dedos se enfriaron enseguida. Entonces repitió el procedimiento con mis tobillos.

Sulis se separó del círculo y se quitó la túnica, debajo de la cual estaba desnuda.

Su piel emitía un aroma como de pan caliente. Había visto antes niñas desnudas, pero Sulis era una mujer.

—Tiéndete —me dijo.

La obedecí, sintiéndome desmañado. Los druidas y los árboles nos miraban, esperando que participara en algo que no comprendía.

Existen muchas clases de temor.

Sulis se arrodilló a mi lado y situó mi cuerpo, la cabeza hacia el norte, los brazos extendidos al este y el oeste. Empezó a acariciarme, deslizando sus cálidas manos bajo mi túnica. Esta vez su contacto no era curativo. Dondequiera que me tocaba, ardía.

El cántico se reanudó.

Las palmas de Sulis recorrieron suavemente mi caja torácica. Me alzó la túnica y me contorsioné para ayudarle a quitármela. El calor de mi piel era insoportable y ansiaba el aire fresco.

Cuando volví a tenderme, ella me apretó suavemente la base del cuello con las yemas de sus pulgares. La presión hizo que me latiera el pulso. Sus pulgares se movieron a lo largo de mi cuerpo, presionando en diversos puntos. Toda mi conciencia de mí mismo seguía a aquellos dedos. Apenas podía respirar, sólo sentir.

Sentir, sentir, sentir.

Sentir la violenta excitación que se acumulaba en mí como el agua detrás de un atasco de troncos, desesperada por liberarse, atrapada por las correas que estrangulaban mis muñecas y tobillos.

Las manos de Sulis recorrieron la línea central de mi cuerpo, sus dedos arrastrando fuego. Sentía como si una multitud de hormigas corretearan sobre mí. Cuando sus manos me llegaron al vientre, mi pene se agitó y alzó como una criatura con voluntad propia, tan dolorosamente sensible que temí gritar si ella lo tocaba.

Sulis me separó las piernas y se arrodilló entre ellas. Usando de nuevo los pulgares, me acarició la cara interna de los muslos. Flexioné los dedos de las manos, mientras los de los pies se curvaban a pesar de las tensas ataduras. La mujer se inclinó hacia delante y respiró sobre mí. Su cálido aliento agitó el vello de mi entrepierna. Me estremecí.

Entonces empezó a cantar.

Su canción no tenía palabras. Era pura melodía, una madeja de sonido enrollada a nuestro alrededor, que me convertía en parte del cántico lo mismo que yo y mi pene, la creación entera expresada en un sonido vibrante, oído en mi alma como había oído la música de la noche.

La energía que Menua había descrito pulsaba a través de mí, y Sulis cantaba y me tocaba, hasta que el placer fue excesivo, fue una agonía.

Me moriría sin liberar la fuerza que se acumulaba en mí. Reventaría como un fruto demasiado maduro.

Pero no se producía la liberación. No había más que Sulis que me acariciaba y cantaba, usando sus uñas y sus dientes para trazar diseños torturantes en mi carne y arrastrando su cabellera suelta sobre mi cuerpo hasta que la fuerza en mí llegó a una intensidad insoportable. Sin el permiso de mi cabeza, mi cuerpo empezó a retorcerse. Inmediatamente, cuatro druidas me cogieron de las manos y los pies, manteniéndome en mi sitio. Menua me sujetaba la mano izquierda. Cuando me volví para mirarle, vi a la luz de las antorchas que se había echado la capucha hacia atrás y tenía los ojos cerrados, pero movía los labios, cantaba, era parte del poder que ahora fluía a través de mí, que me quemaba, atronando con el ritmo del cántico y las manos maravillosamente insistentes sobre mi cuerpo, el poder que se acumulaba...

...
el poder en el bosque, que se acumulaba...

... y estallaba en grandes y dolorosos espasmos que arqueaban mi espina dorsal y me hacían gritar mientras Sulis jadeaba, los árboles giraban a nuestro alrededor y la fuerza me abandonaba velozmente, la magia liberada como una lanza para ir cantando invisiblemente a través del aire hasta nuestros lejanos guerreros, para fortalecer sus brazos, aumentar el vigor de sus cuerpos, devolverlos a casa sanos y salvos.

Y libres.

* * * * * *

Regresaron victoriosos. Los senones habían sido derrotados y devueltos a sus tierras, al nordeste de las nuestras. Nuestros guerreros abandonaron la persecución y regresaron al fuerte para celebrar su victoria.

Tarvos me buscó para contarme la batalla. A pesar de la victoria, él no había evitado el dolor. Una lanza le había atravesado la parte carnosa del brazo y el filo de una espada le había abierto una mejilla desde la ceja a la mandíbula. Utilizando las heridas como una excusa, fui en busca de Sulis para pedirle que cuidara personalmente del Toro. Observé cómo aplicaba una cataplasma de hierbas al brazo herido y luego extraía la membrana de un riñón de oveja, la remojaba en leche y la extendía con mucho cuidado sobre el enorme tajo en la mejilla del guerrero. Al recordar el contacto de sus dedos, envidié las lesiones de Tarvos.

Cuando la curandera nos despidió, llevé a Tarvos al aposento para darle vino y escuchar su relato.

Se sentó con la espalda apoyada en la pared y palpó con precaución la membrana que se secaba sobre su mejilla.

—No duele —dijo en tono de incredulidad.

—Estabas hablando de la batalla...

—Ah, ruido..., el ruido es lo que más recuerdo. Siempre es así en la guerra, Ainvar. Gritos, juramentos, chillidos, gruñidos, golpes, estrépito metálico, todo ello fundido en un terrible estruendo que se prolonga hasta que tienes la sensación de que partirá las piedras. He hecho lo de siempre. Corrí en medio del ruido e intenté hacerlo más fuerte.

—¿Por qué?

Él encogió el hombro por encima del brazo indemne.

—Todos lo hacemos, sin más. Así puedes seguir adelante. Mientras corres y gritas no tienes tiempo para pensar y crees que no te pasará nada. —Aspiró hondo y dio un respingo, como si acabara de experimentar un nuevo dolor—. Mientras el combate prosigue, el ruido es su centro y todo lo demás está en los bordes.

Reflexioné sobre sus palabras después de que abandonara el alojamiento. Más tarde, durante la fiesta, le conté a Menua lo que Tarvos me había dicho. El jefe druida no pareció tan sorprendido como yo.

—El ruido es sonido y el sonido es estructura y la estructura es norma —me dijo.

»La armonía que sostiene a las estrellas en sus recorridos y la carne en nuestros huesos resuena a través de toda la creación. Cada sonido contiene su eco. Antes de que existiera el hombre, o incluso el bosque, existía el sonido. Éste se extendía desde la Fuente en grandes círculos como los que se forman cuando se arroja una piedra a un charco.

»Seguimos las ondas de sonido de una vida a otra. Los oídos de un moribundo todavía oyen mucho después de que sus ojos estén ciegos. Oye el sonido que le conduce a su próxima vida mientras la Fuente de Todos los Seres tañe el arpa de la creación.

Como me ocurría con tanta frecuencia, me maravilló la amplitud de los conocimientos del jefe druida. Mil años de observación, estudio y contemplación almacenados en una sola cabeza...

Nuestros guerreros habían hecho prisioneros. Unos treinta senones fueron llevados al fuerte con dogales alrededor del cuello. Les saludamos con el desprecio que merecían por haberse dejado capturar en vez de morir heroicamente en combate.

Puesto que eran prisioneros de guerra fueron entregados a los druidas. Cuando Nantorus efectuó la entrega formal a Menua, le hizo una sola petición.

—Antes de ir a Cenabum quiero interrogar a uno de estos hombres. Dice que es un eduo fugitivo que ha luchado como mercenario para un príncipe de los senones.

—¿Un fugitivo de su propia tribu?

—Parece ser que cometió algún delito y temió el castigo de los druidas, pero no es de eso de lo que quiero interrogarle. Me interesan más los rumores que me han llegado de la relación cada vez más estrecha entre Roma y los eduos. Hay informes de soldados romanos que sirven con guerreros eduos. Quiero saber si eso es cierto, y confío en que ese eduo desafecto nos lo diga.

—Yo le interrogaré contigo —dijo Menua—. Estoy doblemente interesado en su historia.

No me habían invitado a acompañarles, pero sabía por experiencia que si daba la impresión de saber lo que estaba haciendo, sería difícil que me pusieran obstáculos. Así pues, caminé rápidamente a la sombra de Menua mientras éste y el rey iban a los calabozos donde estaban custodiados los prisioneros. El hombre al que buscaban fue identificado enseguida por sus compañeros y lo llevaron a un cobertizo bajo y oscuro para interrogarle.

El espacio era reducido y hedía a tintes para lana. El guardián hizo entrar al prisionero de un empujón y se hizo a un lado para que Nantorus y Menua pudieran entrar. Yo me escabullí tras ellos. El guardián sólo me dirigió una mirada hastiada. Me conocía bastante bien.

Cuando el prisionero se dio cuenta de que uno de nosotros llevaba una túnica con capucha, palideció.

—No me toques —susurró, en una voz con fuerte acento.

—Puedo hacer contigo lo que quiera —replicó Menua en un tono de suave reprobación—. Lo sabes, has dejado que te capturasen. Nadie se libra del juicio de los druidas.

Una expresión taimada apareció fugazmente en el rostro del prisionero. Era un hombre descarnado, todo huesos y tendones, de lacio cabello castaño y dientes prominentes.

—Yo lo hice una vez —susurró.

—No, simplemente prolongaste lo inevitable. Entiendo que antes escapaste del castigo druídico, pero ahora ves que no puedes evitar lo que te está reservado.

—No sé de qué me hablas.

—Creo que sí. Y si no quieres empeorar las cosas, tendrás que cooperar respondiendo a algunas preguntas.

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