Pero su carácter solitario le impide disfrutar de las ventajas de la caza en equipo, como es el caso de sus familiares los leones, o el de los lobos, comportamiento «solitario» que permite a estos animales acceder a presas muy grandes y poder contar con reservas para varios días.
Esta circunstancia va a ser determinante en sus hábitos alimenticios; nuestro gato doméstico, al igual que el gato salvaje, que dedica unas doce horas diarias (la media es de seis a ocho horas) a buscar pequeñas presas, fundamentalmente roedores, mantendrá la costumbre de comer muchas veces, aunque en pequeñas cantidades.
Se ha calculado que un gato hace «visitas» a su comedero entre doce y veinte veces a lo largo del día, aunque no coma en cada ocasión más que una pequeña cantidad de bolitas de pienso. Esta forma de comer nos puede resultar extraña a nosotros, acostumbrados a ingerir alimento un número menor de veces al día (cinco en el mejor de los casos) y en más cantidad.
Muchas de las consultas que se hacen a los veterinario son sobre la «falta de apetito» del gato, al observar lo poco que come en cada ocasión… una vez más «el problema inexistente» surgido por el desconocimiento de la realidad.
Nuestro gato salvaje norteafricano entró en la vida de los humanos, y durante mucho tiempo éstos ni se plantearon que aquel animal tuviera que ingerir alguna cosa que no fuera capaz de cazar.
A partir del momento en que el gato abandonó su vida como cazador en libertad para vivir como animal de compañía en el hogar, su alimento tuvo que ser diseñado… porque si no cazaba, ¿qué comía?
En la actualidad conocemos a la perfección los requerimientos nutricionales de cualquier gato, sea cual sea su edad o estado, e incluso disponemos de alimentos para razas felinas concretas, para todo tipo de patologías y problemas orgánicos; habría sido impensable llegar a ese despliegue de referencias sin un exhaustivo conocimiento de las conductas, comportamientos y necesidades alimentarias del felino.
Aunque parezca una tremenda estupidez, un gato no es un perro pequeño; a pesar de que ambos están taxonómicamente clasificados dentro del orden carnívoro, tienen peculiaridades que los diferencian: el gato en estado natural exhibe un comportamiento plenamente carnívoro y el perro es más bien omnívoro (alguno de sus parientes, como el coyote de California, suele degustar melón, melocotón, albaricoque, uvas, cerezas…).
Los felinos son, por naturaleza, cazadores solitarios (excepto el león), no suelen «consumir» las vísceras de sus presas… y ¿qué tiene que ver «esto de las vísceras» con ser o no ser carnívoros estrictos?
Los cánidos ingieren generalmente las vísceras de sus presas (por lo general herbívoros) que contienen gran cantidad de «plantas» en su interior. Los felinos no suelen consumir las vísceras o entrañas, porque al parecer no aprecian este tipo de manjar. En el mayor parte de los casos (felinos salvajes y domésticos), el cazador ser alimenta de la cabeza de su presa, y desprecia el resto.
Las mandíbulas de los gatos efectúan movimientos lateromediales (de uno a otro lado) y craneocaudales (de adelante atrás), pero movimientos limitados, lo que disminuye su capacidad para moler los alimentos; sin embargo la acción en tijera que proporcionan los dientes carniceros es fundamental para asestar los mordiscos en el cuello de sus presas; con este movimiento inmovilizan y matan a los animales que posteriormente consumirán.
Otro dato que configura al gato como carnívoro estricto, en lo que se refiere a su cavidad oral, es que su saliva no contiene amilasa; este compuesto es el responsable de iniciar la digestión de los almidones de los alimentos; en una alimentación carnívora estricta, este componente es innecesario.
Lo más interesante de este sentido del olfato es su estrecha relación con el sentido del gusto: están muy relacionados por las posiciones anatómicas de la boca y de la nariz; las papilas gustativas de la lengua responden a los sabores… pero esta información recibida en la lengua también se transmite vía nerviosa al lóbulo olfatorio del cerebro.
Recordemos también el órgano vomeronasal o de «de Jacobsen», una estructura que permite «paladear» partículas gaseosas generalmente perceptibles por el olfato y no por el gusto.
El gato tiene un casi exclusivo interés por los alimentos con altos contenidos de proteína y grasa, de olores penetrantes y con una combinación de texturas blandas y crujientes a una temperatura ideal entre los 34 y 36 grados.
Una característica de este órgano es la facilidad con la que puede expulsar su contenido al exterior (vómito); esta capacidad facilita la expulsión de las bolas de pelo que se forman tras el acicalamiento o también es útil para vomitar alimento que puede ser posteriormente ofrecido a las crías.
Finalmente, tanto el diminuto ciego como el corto colon de los gatos limitan su capacidad para fermentar y utilizar los almidones poco digestibles y la fibra en el intestino grueso; esto es así porque los gatos no necesitan ingerir este tipo de alimentos.
Los felinos son animales evolucionados para llegar a ser efectivas «máquinas de cazar»; para ello la naturaleza les ha dotado de resolutivas armas: garras y colmillos, de dos sentidos excelentes: la vista y el oído, y de un sistema nervioso capaz de producir respuestas rapidísimas, tanto para el acecho como para atrapar a su presas.
El tiempo empleado en la caza depende del ciclo reproductivo (menos durante el celo, más cuando están criando), de la abundancia o la escasez de presas en su territorio y de si alguien les proporciona comida o no.
Podríamos decir que los gatos pueden llegar a comerse todo lo que encuentran en su camino, desde conejos hasta insectos, pasando por lagartijas y pájaros, aunque su presa típica, aquella en la que se han especializado, son los pequeños roedores: los ratones.
Pero con el acto de la caza hay otro factor que se suma a lo que es la necesidad de comer: la «emoción», el innato interés por la búsqueda, el rastro, el acecho, el ataque definitivo, todo ello con independencia de que capture o no a la presa.
Esta emoción la podemos observar en nuestros gatos cuando acechan tras los cristales a las aves del mundo exterior, o cuando persiguen a las incautas moscas que zumban por nuestra casa.
La caza es un estímulo que permanece latente incluso en el gato mejor alimentado: un estímulo que nunca encontrará nuestro gato en un comedero lleno del mejor pienso.
¿Comida casera o comercial?
Cualquier profesional debería contestar rápida y contundentemente a esta pregunta: ¡¡la comercial!!… ¡¡Sin lugar a dudas!!
El propietario debe hacer un acto de fe y confiar en las palabras del especialista… aunque siempre existe alguno que ve en esta respuesta un claro y único trasfondo comercial.
Para disipar dudas diremos que el profesional tiene toda la razón cuando asegura que la dieta comercial es la más adecuada para alimentar a nuestro gato: estos alimentos son completos, equilibrados y cubren todas las necesidades que el organismo del animal necesita para una vida larga y sana; el dicho popular sobre que los gatos tienen siete vidas no debe incitarnos a experimentar con alimentos inadecuados que puedan dar al traste con alguna de las vidas citadas anteriormente.
¿Por qué no puede comer sólo carne, pescado, hígado…?
Aunque el gato sea carnívoro y, por otro lado, exista el tópico de que se desvive por el pescado, es justo decir que si nuestro querido amigo se alimenta de forma exclusiva de estos productos, tendrá muchísimas papeletas en la rifa de una maravillosa enfermedad.
La carne está exenta de hidratos de carbono, es pobre en calcio y vitaminas A y D; el pescado tiene prácticamente las mismas deficiencias que la carne y el hígado puede llegar a provocar una adicción o tozudez alimentaria difícil d reconducir, y casi seguro desembocará en un importante problema sanitario; el hígado, como alimento exclusivo, puede provocar una importante hipervitaminosis A, con vómitos, pérdida de apetito, problemas dermatológicos (caída de pelo), dolores articulares…
Si aún no estaos suficientemente seguros de los inapropiado de estos alimentos… ¡¡ricemos el rizo!!: aún es peor darlos crudos; la carne, el hígado y el pescado crudos pueden proporcionar serias patologías parasitarias a nuestras mascotas, patologías que sin duda, y sin intención alguna compartirán con nosotros.
El alimento húmedo o enlatado sería seguramente el preferido por un gato si le diéramos la opción de elegir, ya que su alto porcentaje de humedad y su textura lo hace más palatable (apetecible); sin embargo, como propietarios serios y responsables que somos, debemos decantarnos por el alimento seco (pienso) por varias e importantes razones:
Pensemos en unos días de vacaciones y lo maravilloso de poder dejar al gato en su entorno habitual con su pienso, su agua y su bandeja limpia; con el enlatado es muy difícil, prácticamente imposible si no recurrimos a costosos aparatos dispensadores de alimento, al vecino, al familiar o a la residencia.
Nuestro gato deberá consumir la cantidad de pienso recomendado por el fabricante para su edad y peso; todos los piensos y enlatados suelen llevar una tabla de cantidades; esta tabla debemos servirnos de referencia para ajustar la cantidad necesaria de alimento, aunque no serán pocos los casos en los que se deba retocar ese valor por el profesional, a la vista de una incipiente obesidad o de un indebido adelgazamiento.
El peso correcto se evidencia por la posible palpación de las costillas y por la ausencia de «flotador» en el abdomen. Un gato adulto debe ser controlado en su peso hasta conseguir adecuar la cantidad exacta de alimento diario.
Debemos fijarnos siempre en las recomendaciones del fabricante y no dejarnos llevar por la supuesta voracidad de nuestro amigo o por nuestra particular idea de lo que debe consumir el felino.
Podemos alimentar a nuestro gato de tres formas:
Los dos últimos métodos se repiten varias veces al día (de dos a tres).
Por supuesto, nuestro amigo gato dispone de alimentos comerciales perfectamente estudiados para cubrir las necesidades de las distintas etapas de su vida; entre estos alimentos tenemos: