Del mismo modo que obraría si se tratara de usted, debe elegir como compañero para su perro otro de similar nivel de energía. Igual que en las parejas humanas, a los perros no tienen por qué gustarles las mismas cosas para llevarse bien, pero sí necesitan compartir el mismo temperamento básico. La mayor parte de la gente, cuando lleva a un perro nuevo a su casa, suele favorecer al más antiguo, principalmente porque se sienten culpables por haber impuesto un «competidor» a su perro de más edad. No quieren que se sienta «celoso». Solemos interpretar el periodo natural en el que se decide cuál es el animal más dominante o cuál el más sumiso como «celos». Puede que, en realidad, los perros experimenten algo parecido a nuestros celos, pero lo más normal es que seamos los humanos quienes escribamos el guion de la historia. La razón que se oculta tras los «celos» es el hecho de que el perro nuevo ha aportado un nivel superior de energía o un carácter más competitivo que el perro que ya se siente cómodo con su entorno tal y como está. Aun así, muchos dueños temen este momento porque piensan que su perro se ha enfadado con ellos y lo que hacen es proyectar más energía negativa. Cuando esto ocurre, cuando la relación entre ambos va cuesta abajo, acaban llevando al perro a un médium, que les dice que sus dos perros eran rivales en otra vida. ¿Piensa que exagero? Pues ¡esta versión es una de las más ligeras que he tenido que escuchar de mis clientas!
Lo que han de hacer es tratar a ambos perros por igual, siempre desde la posición de líder firme y sereno. Los perros que son seguidores en una manada no pelean entre ellos, sino que concentran toda su energía en seguir las reglas del líder, sus normas y sus límites. Si usted es un verdadero líder, a los animales no les quedará más remedio que llevarse bien. Dos mentes sumisas serán capaces de vivir y jugar sin problemas. Dos mentes dominantes se desafiarán la una a la otra y acabarán siendo un tormento para usted.
Hay determinadas situaciones en las que recomiendo una relación más dominante-sumiso entre un perro recién llegado y el más antiguo. Hace poco grabamos un capítulo para la segunda temporada de
Dog Whisperer
que trataba de la llegada de un compañero para un perro que llevaba ya un tiempo en su casa. El capítulo se titula
Buford’s Blind Date
(«Una cita a ciegas para Buford»), Buford es un bóxer de aspecto duro pero muy tranquilo y estable; eso sí, sin socializar. Buford necesitaba un compañero, pero su dueña, Bonita, no estaba comprometida al cien por cien ni era el líder firme y sereno que se necesitaba. Aunque es una dama muy sosegada, yo sabía que iba a necesitar una guía fuerte antes de llevar a otro bóxer a su casa y sabía también que no iba a poder contar con ella para que les proporcionase el liderazgo que dos perros fuertes iban a necesitar. Fui con ella a Boxer Rescue en Sun Valley, California, para ayudarla a elegir a la novia de Buford. Aunque su perro es un animal dulce que podría haberse llevado bien con muchos perros, tenía que contar con la energía y el nivel de compromiso de Bonita a la hora de hacer la elección. Necesitaba un perro que pudiera adaptarse sin necesitar demasiado esfuerzo por su parte. Escogimos a Money, una perra menuda, sociable pero extremadamente sumisa, con una preciosa capa de color chocolate con leche. Nada más llevarla a casa, dejé que Buford estableciera su dominancia sobre ella, además de pedir a Bonita que no diera muestras de afecto a Money durante las dos primeras semanas. Bonita es una persona que adora a los perros, de modo que fue un requerimiento extremadamente difícil para ella. Pero era importante que proporcionara a Buford el espacio necesario para mostrar su dominancia sobre la perra antes de que Bonita empezase su relación con la recién llegada. En esencia le estaba encargando a Buford el trabajo que suele tener un ser humano: enseñar al recién llegado las normas de la casa. Siendo un animal sereno y equilibrado, en esas dos semanas haría mejor aquel trabajo que Bonita.
Cuando deba introducir un perro nuevo en su casa, asegúrese de que sus perros antiguos hayan trabajado hasta agotar su energía antes del gran día. Deben estar serenos y sumisos. Aunque usted esté nerviosa ante el acontecimiento, debe ser consciente de que no puede compartir ese temor, esa tensión o esa inseguridad con los perros porque el encuentro estaría abocado al fracaso. Si no se siente cómoda haciéndolo en su propia casa, escoja un territorio neutral y luego, al final del día, invite a ambos perros a su casa.
Sin embargo, lo más importante es que conozca usted bien a su perro antes de pensar en expandir su manada. Asegúrese de que no se siente frustrado y que no es un animal agresivo empujado por el miedo o por cuestiones de dominancia. Si tiene acceso a otros perros, déjelos interactuar en varias situaciones. Obsérvelos atentamente en el parque, por ejemplo. Así verá en qué áreas del comportamiento de su perro ha de trabajar antes de poder llevar a un nuevo amigo a casa.
Cuando vivimos con un perro durante muchos años, inevitablemente tenemos que verlo envejecer. Los perros tienen un ciclo vital más corto que el nuestro —una media de 13 años
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frente a una de 77
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—, de modo que a menos que los adoptemos cuando ya somos mayores, es muy probable que se hagan viejos antes que nosotras. La vejez del animal puede hacer sufrir mucho a la dueña y a su familia, pero una de las razones por las que creo que los animales llegan a nuestra vida es para enseñarnos que la vejez y la muerte forman parte de la naturaleza, que al dar vida debemos experimentar y aceptar la muerte como otra fase del ciclo natural de la vida. Los perros celebran la vida y asumen con naturalidad la muerte. De hecho encajan la muerte mucho mejor que nosotros. Ellos son los profesores en este ámbito. Su sabiduría natural puede ayudarnos a encontrar consuelo cuando hemos de enfrentarnos a nuestra propia fragilidad y muerte.
Si un perro enferma, por ejemplo, de cáncer, no percibe su enfermedad del mismo modo que nosotros. Sentimos lástima por él y liberamos energía triste y dolorosa cada vez que lo miramos, pero esa energía sólo sirve para crear un entorno negativo para el perro. Si el animal vuelve del veterinario con un diagnóstico de cáncer, no viene pensando «¡Ay, Dios mío, sólo me quedan seis meses de vida! ¡Ojalá hubiera ido a China!». Ellos viven el momento, independientemente de si tienen cáncer o no. Independientemente de si están ciegos o sordos. No importa cuál sea su situación: ellos siguen viviendo el momento de cada día. Hace poco tiempo impartí un seminario para trescientas cincuenta personas en Texas. Una perra de un albergue local estaba sentada a mi lado. Acababan de diagnosticarle cáncer, pero nadie podría imaginar un animal más alegre, más feliz que aquél. Todo el mundo se decía «Tiene cáncer. Pobrecilla». Pero a ella no le preocupaba lo más mínimo. Se lo estaba pasando de maravilla. Se sentía equilibrada, serena y sumisa, en un entorno nuevo y muy interesante para ella. Algo que podemos aprender de los perros es a apreciar y disfrutar de la vida en los más pequeños detalles cada día.
La decisión de dormir a un animal que está sufriendo es una de las más duras a las que puede tener que enfrentarse un ser humano. Es una decisión muy personal que acaba sobre la conciencia de cada uno, sobre sus creencias espirituales y la unión que mantuviera con ese animal. Una de mis clientas describió el momento de tomar tal decisión como «apagar la luz» de su mascota a pesar del hecho de que seguía vivo y respirando. El mejor consejo que puedo ofrecer para enfrentarse a ese momento es que, cuando el animal deja de existir, seguramente ha vivido una vida más plena que la de cualquiera de nosotros. El perro habrá saboreado cada momento que ha pasado sobre esta tierra y no deja atrás cosas sin acabar ni conoce el remordimiento.
Los seres humanos somos los únicos animales que tememos activamente a la muerte, que nos obsesionamos con ella, que sufrimos por ella antes de que ocurra. Los perros tienen mucho que enseñarnos en este sentido. ¿Sufren? Sí. Recientes investigaciones han demostrado que muchos animales sufren por su muerte, sobre todo por la de los miembros de su familia, compañeros o aquellos con los que habían creado un vínculo profundo
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. Pero para la mayoría de animales el dolor es simplemente una fase por la que pasan antes de recuperar el equilibrio. En la naturaleza, si el líder muerte, la manada pasará un tiempo de duelo por su pérdida y recomponiendo su estructura. Luego seguirán adelante.
Como ya he dicho antes, los perros pasan página psicológicamente hablando mucho antes que los humanos… siempre que se lo permitamos, claro. Si muere un perro en una casa donde había dos, por supuesto que el que queda sufrirá por la muerte del que se ha ido, pero es natural que el animal recupere el equilibrio a menos que los humanos se lo impidamos. Les sorprendería la cantidad de casos que he tenido en los que uno de los perros de la familia ha fallecido y el que queda comienza a tener dificultades que nunca antes tuvo. Cuando la familia me dijo: «Es que no ha podido superar la muerte de Winston», miré a mi alrededor. Había fotos de Winston por todas partes, recuerdos del funeral, una urna con sus cenizas en la chimenea. Las cortinas estaban corridas, la casa a oscuras y llena de polvo. El perro no era responsable de todo aquello. Cuando pregunté cuánto tiempo hacía que Winston había muerto, me contestaron: «Seis meses». ¡Seis meses! ¡Una eternidad para un perro! Permanecer en tal estado no es natural para él. En esos casos son los humanos quienes deciden permanecer en un estado de duelo, no el animal, que se limita a contagiarse de la energía trágica y la depresión que reina en la casa. Son los humanos los que han de dejar de proyectar su dolor sobre el perro y seguir adelante para que pueda hacerlo él.
También he atendido un buen número de casos en los que se lleva a casa a un perro tras la muerte de otro. El nuevo ha de ser un «sustituto» para el anterior y muchas veces ese sustituto llega demasiado pronto, cuando aún los humanos o los demás perros de la casa están asimilando su dolor. Cuando se lleva un animal a una casa llena de tristeza, se lo lleva a un entorno de energía débil y negativa. En una casa sumida en el duelo no hay líderes fuertes.
En un caso reciente del que me he ocupado un gran danés había entrado en una casa y estaba haciendo la vida imposible al esposo, la mujer y la familia del perro que falleció. El animal no era dominante por naturaleza, pero, en cuanto entró y notó el vacío, cambió. Por difícil que pueda ser, le aconsejo que espere un poco antes de llevar una mascota nueva a casa después de que la anterior se haya ido. Espere a estar preparada para abrir las cortinas, dejar entrar la luz y la risa. Entonces volverá a estar preparada para ser el líder de la manada y para proporcionar un hogar saludable y equilibrado al nuevo perro.
Aunque pueda suponer un revés para nuestro ego humano tan sobredimensionado, la verdad es que nosotros necesitamos más a las perras que ellas a nosotros. Si los humanos desapareciéramos de la faz de la tierra mañana, las perras se las arreglarían para sobrevivir. Seguirían su instinto genético y formarían manadas muy parecidas a las que los lobos continúan formando. Volverían a cazar y a establecer territorios. Continuarían criando a sus cachorros casi del mismo modo que lo hacen hoy. En muchos sentidos incluso serían más felices. Las perras no necesitan a los humanos para estar equilibrados. De hecho la mayor parte de dificultades e inestabilidades que las perras domésticas sufren se derivan de su permanencia en situaciones no naturales para ellas: vivir con nosotros tras unos muros en este mundo moderno e industrializado.
He dicho antes que las perras son de Plutón y los seres humanos son de Saturno. Sería más exacto decir que las perras son de la Tierra y los humanos son del espacio exterior. En muchos sentidos los humanos somos distintos a todos los demás seres que comparten este planeta con nosotros. Tenemos la capacidad de racionalizar, lo cual nos da también la capacidad de engañarnos a nosotros mismos. Eso es lo que hacemos cuando humanizamos a los animales: proyectar nuestras propias imágenes sobre ellos para sentirnos mejor. Al hacerlo, no sólo les hacemos daño a ellos, sino que nos distanciamos aún más del mundo natural en el que existen.
Lo que parecemos olvidar es que aún tenemos acceso al mismo mundo en el que ellos viven. Por eso los indígenas de los desiertos, las montañas, los bosques y las junglas son capaces de sobrevivir generación tras generación. Son el
Homo sapiens
, como lo éramos nosotros, pero ellos están totalmente en sintonía con su naturaleza animal. Viven cómodamente en ambos mundos. Aquí, en la «civilización», nos hemos alejado del mundo natural definiéndonos exclusivamente como la especie superior, la especie que crea, la especie que desarrolla. Continuamos rematando ese lado más natural y mejor de nosotros mismos al ser la especie que destruye ecosistemas enteros sólo por dinero. Ninguna otra especie destruye a la Madre Naturaleza del modo en que nosotros lo hacemos. Sólo los humanos hacemos algo así.
Sin embargo, no importa lo mucho que arrasemos la tierra, nuestra naturaleza animal ansía ser satisfecha. ¿Por qué cree que plantamos árboles junto a las autopistas? ¿Por qué ponemos cascadas en los vestíbulos de los rascacielos? ¿Por qué decoramos las paredes de nuestras casas con paisajes? Incluso los apartamentos más minúsculos del centro de la ciudad tienen en sus ventanas pequeñas jardineras para plantas. Nos gastaremos los ahorros de todo un año para tomarnos una semana de vacaciones para preservar nuestra salud mental junto al mar, a un lago o en las montañas. Y eso es porque, sin alguna conexión con la Madre Naturaleza, nos sentimos aislados. Tenemos frío. Nos sentimos desequilibrados. Nos morimos por dentro.
En Norteamérica y en algunas otras culturas del mundo las perras y demás animales que llevamos a nuestras casas sirven como nexo de unión principal con la Madre Naturaleza. Puede que no seamos conscientes de ellos, pero son la línea vital que nos une con una parte de nosotros mismos que estamos a punto de perder. Cuando humanizamos a nuestras perras, interrumpimos la lección vital que iban a enseñarnos: cómo experimentar el mundo a través de nuestros instintos animales. Cómo vivir cada momento y cada día al máximo.
Cuando llevamos una perra a nuestra casa, es nuestra responsabilidad satisfacer sus necesidades instintivas para que puedan sentirse equilibradas. A las perras les importa un comino las monerías, ganar trofeos o las joyas que ponemos en sus collares. No les importa que usted viva en una casa grande; ni siquiera si tiene trabajo. Les importan otras cosas, como la solidaridad de la manada, sentirse unidas a su líder durante la migración, explorar el mundo, vivir en la sencilla felicidad de un momento. Si consigue satisfacer a su perra en todos estos sentidos, dándole ejercicio, disciplina y afecto, en ese orden, su perra le devolverá encantada el favor. Podrá presenciar el milagro de dos especies muy distintas comunicándose y uniéndose de un modo que nunca creyó posible. Conseguirá en la relación con su perra la clase de conexión profunda con la que siempre soñó.