El eterno olvido (26 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

BOOK: El eterno olvido
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Buscó un bolígrafo y tomó el cuaderno con determinación. Escribía dos palabras y las tachaba, comenzaba una estrofa y al momento la abandonaba, rompía la hoja con las últimas anotaciones para intentar abstraer su mente de cualquier cosa que hubiera escrito con anterioridad..., pero no le salía nada bello. Desesperada, apartó los parámetros que se había impuesto y dejó en libertad su talento literario. Y los versos volvieron a brotar de su refinada pluma...

Ahora sé lo que es la vida:

danza larga, digo yo,

idiota tonto que no escapa,

ojos que no siempre atrapan,

seda dulce humedecida.

Ahora sé lo que eres vida:

manta que cubre al dolor,

idiota listo que se escapa,

ojos que ya nunca atrapan;

triste máscara de amor.

Pero el resultado no fue el esperado: con amargura descubrió que era incapaz de escribir nada que encajara con su forma de ver la vida, con la manera de ser de Lucía Molina. Quería plasmar la hermosura y sólo manaba dolor y llanto de la fuente de su inspiración literaria. Corrió a buscar los artículos de Lucía Tinieblas y comprobó abrumada cómo todo su trabajo constituía un tratado en fascículos sobre la crueldad humana. Nada de amor, de ilusión, de alegría...; todo era tristeza. Y volvió a derrumbarse. Zamarreó con furia los relatos que tenía en sus manos y luego despedazó el regalo que con tan buenas intenciones le hizo Marta. Instantes después se arrepintió de su depravado arrebato y quiso inútilmente recomponer el estropicio. La desesperación la sumió en el llanto y la impotencia le trastocó la razón. En un ataque de locura se abofeteó en ambas mejillas y comenzó a golpear la pared, maldiciendo la farsa que engendró hacía años.

Se oía llover con fuerza; la postrera primavera quería manifestar así su solidaridad con tamaña aflicción.

A Samuel le hubiera resultado mucho más económico alojarse un par de días en Tenerife y disfrutar de la isla que tomar el único vuelo disponible para el día siguiente al de su llegada, pero no quería postergar su regreso. Estaba ansioso por abrazar a Lucía y celebrar juntos el triunfo. Desconocía si ella había escuchado sus últimas palabras, aunque le daba lo mismo porque estaba dispuesto a declararse de nuevo. Y lo haría bajo el romanticismo de las velas del mejor restaurante de la ciudad. No en vano, y tal y como había podido comprobar esa misma mañana, había sido el único en lograr resolver la prueba; por tanto, él, Samuel Velasco, era el vencedor absoluto de
Kamduki
.. Su sueño se había cumplido; su tesón, su infatigable y utópica búsqueda de
El Dorado
había dado sus frutos y estaba dispuesto a celebrarlo por todo lo alto...

Sin embargo, la previsible alborozada jornada comenzó a ver truncada su existencia desde las primeras horas. Por más que Samuel intentaba contactar con Lucía, su teléfono móvil siempre se encontraba «apagado o fuera de cobertura». Necesitaba hablar con ella, hacerla partícipe de su alegría, oír siquiera un instante su voz... A medida que transcurrían las horas iba enviándole mensajes, pero seguía sin recibir noticias suyas. Una nueva contrariedad se sumó a su disgusto: las pantallas informativas de la terminal de salidas anunciaron —al igual que le ocurriera en la ida— un retraso en su vuelo. Irremediablemente, no podría ver a Lucía antes de las diez de la noche, y eso implicaba tener que posponer la pretendida cena romántica, máxime cuando seguía sin poder contactar con ella.

El clima quiso poner también trabas a la celebración. Había dejado la Península el día antes bajo un sol radiante y ahora se encontraba conduciendo inmerso en una desabrida noche impropia de esa época del año. Se alternaban los chubascos con fuertes rachas de viento, y eso hizo que tuviera que extremar la precaución en la carretera, por más prisa que tuviera por llegar, pues se encontraba realmente preocupado de seguir sin poder hablar con Lucía. Confiaba en que se tratara de un simple problema técnico, pero la incertidumbre le intranquilizaba, más aún cuando se acordó del extraño gesto que observó en ella el pasado jueves mientras cenaban. ¿Tendría algún problema que no le había querido contar?

Cuando por fin llegó, hacía ya rato que la noche dominaba la ciudad. Un brutal aguacero rindió homenaje a su presencia. Llovía con tal virulencia que los limpiaparabrisas, aun funcionando a la máxima velocidad, apenas podían dar abasto con su trabajo.

Se encontraba a escasas calles del domicilio de Lucía cuando vio algo que le dejó perplejo: una imagen espectral atravesaba una plazoleta cercana y se dirigía hacia un grupo de personas que disfrutaban de un rato de ocio en un bar protegido de la lluvia bajo los soportales de los comercios. La cortina de agua en la oscuridad de la noche no le impidió reconocer aquella melena rubia sobre el vestido empapado.

Samuel pisó con fuerza el pedal del freno y salió del vehículo a toda velocidad. Lucía, los puños apretados, se desgañitaba ante la desconcertada gente del bar. Sus agónicos gemidos ponían los pelos de punta:

—Escúchenme bien —gritaba desesperada—: Me llamo Noelia Sánchez Palacios, fui violada de niña por mi padrastro y mi abuelo acabó con su vida para que jamás volviera a hacerme daño. ¿Se enteran? Mi padrastro me violaba..., pero yo no tengo por qué ocultarme de nadie... ni sentir vergüenza.... Me llamo Noelia; ¿lo han oído todos? ¡Me llamo Noelia!

Samuel llegó en ese instante y ella se arrojó a sus brazos llorando desconsolada. Su cuerpo era un témpano de hielo. Samuel no podía comprender qué pasaba ni quería entretenerse a averiguarlo: debía sacarla de allí urgentemente y darle todo el calor posible.

—Salgamos de aquí, ya pasó todo, Lucía, ya pasó...

—¿Pero es que no lo entiendes? —bramó ella martilleando el pecho de Samuel con sus puños—. ¡Deja de llamarme Lucía! Me llamo Noelia. ¡Por Dios, Samuel! Me llamo Noelia...

Capítulo 20

Noelia tomó una ducha de agua caliente y luego se puso un pijama que le había dejado Samuel. A continuación se acostó sin apenas decir nada. Durmió profundamente. Cuando despertó, Samuel aguardaba con tostadas y zumo de naranjas recién exprimidas.

—Samuel, yo...

—Nada de disculpas que me enfado.

—Eso me lo has copiado —dijo ella con una tímida sonrisa.

Noelia desnudó su alma ante Samuel, contándole todo lo que recordaba desde su más tierna infancia. Y él escuchó su conmovedora historia sin interrumpir. Por una vez en su vida se sintió importante, útil: estaba haciendo algo provechoso para otra persona, aunque sólo fuera permanecer quieto escuchando. Advirtió que Lucía —no podía acostumbrarse tan rápidamente a pensar en ella como Noelia— necesitaba de él para desahogar tanta memoria cohibida. Le emocionó su padecimiento y se sintió orgulloso de la fortaleza con la que, siendo tan joven, se había abierto camino en la vida. Quedó profundamente sorprendido de su talento: fiel admirador de Lucía Tinieblas, jamás habría imaginado que la llegaría a tener frente a sus ojos.

—Me costará un poco llamarte Noelia —confesó Samuel.

—Ya te acostumbrarás. No te preocupes, no volveré a golpearte si te equivocas...

—El viernes debo viajar a Noruega para recoger el premio. Mi vuelo saldrá desde Málaga, con escala y trasbordo en Madrid. En realidad, tú eres la auténtica vencedora de
Kamduki
; sin ti no hubiera sido posible...

—No, Samuel: tú eres el verdadero protagonista. Tú iniciaste el camino y no abandonaste nunca. Pusiste en juego tu empleo, buscaste todos los recursos, incluido llamarme de madrugada —recordó con una sonrisa— y te entregaste en cuerpo y alma. Creíste en ti hasta el final. Te diste una oportunidad y la aprovechaste: tú eres el justo vencedor.

—Sin tu ayuda jamás lo habría logrado. Debo y quiero compartir ese premio.

—Primero tendrás que recogerlo... ¿Por qué se andan con tanto misterio?

—Lo ignoro; nadie debe saber aún que he ganado. Dicen que una vez me encuentre allí darán a conocer la noticia; espero no sentirme abrumado... ¿Cuál será el premio? No firmaría menos de un millón de euros. ¡Aseguraban que sería el mayor premio de la historia!

—Entonces te vas a quedar corto —vaticinó Noelia—. Pero hay que esperar unos días, por más que te pueda la impaciencia. Has ido subiendo peldaños: uno, otro, otro más...; ¿qué habrá al final de la escalera?

—Te llamaré en cuanto lo sepa, aunque... me gustaría que vinieras conmigo a recogerlo.

—No creo que sea lo más apropiado. Pero te despediré en el aeropuerto. Ahora me aislaré un poquito en casa para preparar el que será mi último relato. El viernes por la mañana quiero estar en Madrid para entregarlo en mano.

—Lucía..., perdón, Noelia...

—¿Si?

—¿Te encuentras bien, verdad?

No necesitó responderle. Dibujó en su rostro su serena sonrisa y lo bañó de luz con el resplandor de su mirada. Samuel sintió cómo la espiritualidad que transmitía lo inundaba todo. Volvía a ser la misma de siempre.

Noelia no había vuelto a pisar la redacción del semanario desde el día en que conoció a Bermúdez. Cierto es que se habían reunido en reiteradas ocasiones, pero siempre lejos de la indiscreta mirada del personal que trabajaba en aquellas oficinas. Gracias a ello, la identidad de Lucía Tinieblas continuaba resultando un misterio. Por eso, Bermúdez supo enseguida que algo extraño sucedía cuando la vio aparecer allí, indefensa ante la fisgona atención de cuantos se preguntaban por aquella chica que con tanto aplomo se dirigía hacia el despacho del todopoderoso señor de aquellos dominios.

—¡Por los clavos de Cristo! Margarita, dime que esa muchacha no es Lucía —exclamó Bermúdez.

—O es ella o su hermana gemela —respondió su secretaria, sin ocultar la sorpresa que le producía aquella visita.

Noelia golpeó con los nudillos la puerta del despacho y, entreabriéndola, preguntó:

—¿Tienes cinco minutitos para mí, Eugenio?

—Para ti tengo lo que me pidas, preciosidad. ¿Qué te trae por aquí? Suelta lo que sea cuanto antes que me tienes acojonado. ¡Margarita, trae café!

—No quiero entretenerte mucho; vengo a entregarte en mano el que será mi último relato —aclaró Noelia.

La tediosa colilla que dormitaba sobre los labios de Bermúdez sintió una sacudida tan violenta que no fue capaz de mantener su confortable posición, dándose de bruces contra el suelo.

—¿Qué? Un momento, un momento... —murmuró un vacilante Bermúdez.

Súbitamente se levantó y abrió la puerta de su despacho para lanzar, encendido, un clamoroso grito:

—¡A la puta calle! ¡Fuera de aquí todo el mundo!

—¿Yo también? —preguntó Margarita, que se aproximaba con una bandeja para servir el café.

—Tú... no, quédate..., pero llévate eso y trae algo más fuerte.

—¿Prefiere arsénico su Excelencia?

—¡Maldita vieja chocha!

Bermúdez proyectó una iracunda mirada para espantar a los últimos rezagados en batirse en retirada y esperó a que Margarita regresara con la botella de whisky.

—Lucía se va, Margarita... ¡Nos deja! —susurró el jefe antes de volver al despacho.

—Bien, vamos a tratar esto con calma —Bermúdez exhibió una sonrisa, intentando aparentar serenidad—. ¿Regresas a Kenia para quedarte unos meses? Bien, no hay problema; desde allí me mandas los relatos.

—Eugenio... —intentó interrumpir Noelia.

—¿Prefieres no escribir allí, estar relajada con tus cosas? —prosiguió Bermúdez, temeroso de oír lo que no quería oír—. Nada, no pasa nada: me dejas dos o tres relatos y ya nos apañamos.

—Verás, Eugenio... —Noelia seguía en vano intentando explicarse.

—Todo el mundo tiene derecho a unas vacaciones. Yo también debería de tomarme un par de semanas; ¿qué tal si te acompaño, Lucía?

—No me llamo Lucía —decretó Noelia.

Bermúdez la miró directamente a los ojos y luego fue a buscar los de Margarita, esperando encontrar allí una explicación a lo que estaba sucediendo.

—Mi nombre es Noelia. Lo de Lucía es una farsa con la que quiero acabar.

Bermúdez titubeó un instante, pero enseguida creyó vislumbrar las intenciones de Noelia y, recomponiéndose, añadió con buen humor:

—¡Qué jodida...! Nos ha tenido engañados... Ni Lucía Tinieblas ni siquiera Lucía. Bueno, cada uno puede llamarse como le venga en ganas. Margarita, ¿recuerdas cuando te hacías llamar
Conejito Cachondo
? ¡Qué tiempos aquellos!

—¡Será grosero! —saltó indignada su secretaria— ¿De dónde sacó usted semejante falacia?

—Te cansaste del seudónimo, ¿verdad? —conjeturó Bermúdez, convencido de poder solventar el conflicto.

—Me cansé de no ser yo —corrigió Noelia—. Lo entenderás todo cuando leas mi último relato:
El eterno olvido
.

—Ya comprendo... Bien, vamos a publicar el último relato de Lucía Tinieblas. ¡Será un bombazo! Margarita, sal y trae un fotógrafo. ¡Vamos a presentarte al público, preciosidad, que la gente está ansiosa por conocerte! Quieres firmar a partir de ahora con tu verdadero nombre ¿verdad? ¡Estupendo! Por cierto, ¿te llamabas...?

—No lo entiendes, Eugenio. No volveré a escribir —Noelia tomó a Bermúdez de la mano y éste notó cómo la ternura fluía por sus venas hasta que todo su cuerpo quedaba anegado de melancolía—. Me llamo Noelia Sánchez Palacios. Siendo niña, mi padrastro aprovechó la muerte de mi madre para violarme sistemáticamente. Mi abuelo consiguió encerrarlo, pero cuando salió de prisión regresó a por mí. Mi abuelo quiso tomar la justicia por su mano y acabó con su vida para, acto seguido, suicidarse. Yo tenía catorce años. Entonces decidí soterrar por completo mi vida y me convertí en Lucía. Tomé de Noelia su fuerza interior, su alegría de vivir, su firmeza y voluntad, e intenté desterrar todo lo demás, olvidar, enterrar para siempre los recuerdos. Pero el olvido no admite alianzas, y aunque yo adoro la vida y me levanto cada mañana ilusionada, animada, con el entusiasmo de escribir una nueva página en el libro de mi vida, mejor que la anterior, más humana, más limpia, más llena para mí y para cuantos me rodean, los fantasmas de los tormentosos recuerdos me acechan y, a veces, aparecen y me martirizan. Y cuando consigo vencerlos, enarbolando la bandera de la maravillosa vida que nos rodea, que florece incluso tras el drama de la desgracia, aparece Lucía Tinieblas escupiendo pena y dolor en todos sus relatos, erosionando día a día mi verdadera voluntad.

Margarita extrajo de su bolso un pañuelo para enjugar la lágrima que resbalaba por su mejilla. El rostro de piedra de Bermúdez dejaba entrever la compasión y el cariño que sentía por aquella muchacha.

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