Hasta ese día no había vuelto a considerar la posible veracidad del relato; ahora tenía argumentos para replantearme de nuevo esa cuestión. ¿Para qué iba a querer alguien el manuscrito? ¿Pretendían buscar huellas, algún indicio en el papel, en la tinta, en el sobre...? Entonces... ¿toda la historia era cierta?
He reflexionado mucho desde ese momento y he llegado a la conclusión de que todo cuanto me contó Noelia —sí, ahora creo ciegamente que fue ella— era cierto.
A falta de poder consultar el manuscrito, releí una y otra vez mi propia novela, deteniéndome especialmente en cada una de las palabras que yo mismo puse en boca de Flenden y..., la verdad, me cuesta rebatir algunos de sus razonamientos. ¿No es cierto que la propia dejadez de los países, alimentada con nuestro impasible beneplácito, consiente las más espantosas atrocidades y favorece la proliferación de las calamidades a las que se ven abocadas millones de personas? ¿Hasta qué punto una amplia mayoría de seres humanos son explotados, humillados, abandonados a su infortunio para que nosotros podamos seguir apoltronados en el sillón de nuestro bienestar? No, con tanta barbarie permitida no es tan descabellado suponer que exista una organización como RH. Dígame, con el corazón en la mano, si no ha tenido alguna vez la sensación de que todo cuanto acontece en el mundo está manipulado. Por último, dígame, con toda la honradez de su alma, si en verdad preferiría derrumbar el sistema a costa de su propia comodidad. Igual hasta le parece bien que exista RH y que todo siga su curso «natural»...
La confusión se apodera de mí. Veo mi libro en muchos lugares y me pregunto si realmente conseguí plasmar la idea que Noelia perseguía, si he logrado hacer comprender a los lectores que todos, con nuestra desidia, somos cómplices de lo que ocurre y que sólo podremos cambiarlo inculcando amor generación tras generación. Noelia quería ante todo, más que una novela de intriga y por encima de su relación con Samuel, una novela que impulsara el verdadero AMOR entre los seres humanos. El cometido era muy complicado, demasiado para un escritor neófito como yo... Si he logrado que al menos una persona cambie su actitud ante la vida y comprenda que el amor está por encima de todo lo demás, creo que el esfuerzo habrá merecido la pena. Intente dejar por un segundo su mente en blanco y responda con la mayor sinceridad a esta pregunta: ¿la vida es terrible o maravillosa? No sé qué habrá contestado; no puedo saber si la lectura de esta novela ha podido influir en su respuesta o si al menos le ha hecho dudar. Si ni yo mismo puedo decantarme por una u otra opción; si ni siquiera estoy satisfecho con mi propia actitud frente a la vida...
Hice todo lo que pude por cumplir lo que Noelia me encomendó; espero no haberla defraudado.
Ha pasado mucho tiempo y, sin embargo, aún recuerdo con sorprendente nitidez aquella imagen: esa niña pizpireta moviéndose entre los participantes, ese delicado saludo antes de la partida: «Buenas tardes, señor.», esos pies bailando en el aire porque su asiento no permitía que llegaran al suelo y... esa armonía en su juego.
Cada vez que me siento frente al tablero no puedo evitar emocionarme al recordarlo...
Es curioso que aún hoy, tantos años después..., ¡daría cualquier cosa por volver a verla jugar al ajedrez!
Resulta imposible abarcar en unas líneas la totalidad de personas a las que tendría que agradecer la existencia de este libro. El cariño, la amistad, los ratos compartidos..., cada pizca de lo que he recibido ha escapado del valioso cofre de mis recuerdos para plasmarse en un pequeño recoveco de la novela. Confío en que sepan captarlo y se hagan partícipes de la gratitud que les debo por ello. No obstante, veo preciso apuntar algunos nombres propios. Quiero dar las gracias explícitamente, por encima de todo, a mi mujer, Miriam, y a mis hijos, Javier y Cristina, por su paciencia y comprensión ante tanto tiempo como les he robado. A Francisco Galeote, la persona con más talento que conozco, por sus sutiles e inestimables comentarios. A Juan Jesús Ocaña, por posibilitar el trato que mantuve con el inspector Esteban. A Yago Gallach, por su desinteresada ayuda técnica y a Francisco Martínez, mi maestro y amigo, porque gracias a él conocí a Noelia.