Read El fantasma de Harlot Online

Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (130 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
11.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Oh, no —dije.

—Créeme —dijo Cal — . Cuando llegaron a la comisaría, Balletti llamó a Maheu a su oficina de Miami. Para que la Policía hiciese la llamada, Balletti se vio obligado a darles el número de Maheu.

—Oh, no —volví a decir.

—Pues sí —dijo Cal—. Intervenir teléfonos es un delito federal. Por alguna misteriosa razón, Balletti no había intentado poner un micrófono, sino que estaba a punto de pinchar el teléfono. Un delito federal. En unos pocos días tendremos al FBI encima de Maheu. Supongo que podrá mantener su coartada durante un tiempo, pero antes o después procederá a informar al FBI de que estaba haciendo un trabajo especial para nosotros.

—¿Has hablado con él?

—He hablado con todo el mundo durante horas. Aunque no lo creas, Burns vino a verme. Representando a la oficina de Seguridad. Esta tarde me enteré de que nuestro proyecto general se originó en la oficina de Seguridad. Contrataron a Maheu y después, para cubrirse, los muy ineptos hablaron con Dulles, o tal vez con Bissell, para que yo actuase como enlace. Sheffield Edwards lo hizo. Por desgracia, no se me dijo claramente que no era mi propia operación.

—Entonces, eso podría favorecerte.

—En absoluto. La oficina de Seguridad sostiene que procedí sin la ayuda de Burns o Sheffield Edwards. En efecto, fue lo que hice.

Se interrumpió y empezó a toser. Sus bronquios estaban cargados de flema.

—Debemos conversar seriamente con Maheu —continuó al cabo—. Créeme, he estado ocupado con Sheffield Edwards y su leal secuaz, Burns, quien fue lo bastante temerario para sugerir que lo hice a un lado para darle el trabajo a un aprendiz llamado Robert Charles.

—Soy un aprendiz —dije—. Te advertí que lo mejor era seguir el plan de Maheu.

—Sí, fui un imbécil. Maheu tiene que vérselas diariamente con Howard Hughes. Está ocupado. Eso lo sé. Ya no es un detective privado sino un maldito embaucador. ¿Cómo se atrevió a darte un resumen tan espléndido de cómo hacer el trabajo, para luego elegir a alguien que no siguió ninguno de sus preceptos?

—¿Se lo dijiste?

—A gritos —gruñó Cal—. Hasta que me di cuenta de que lo necesito para hacer frente al FBI. Entonces, retrocedí un poco. Ahora ve a verlo e interrógalo. En seguida. Hace tres horas que te espera. ¿Dónde diablos estabas esta noche? ¿Jamás contestas el teléfono?

—Había salido.

—¿A hacer qué?

—A follar.

—Bien, al menos a uno de los dos no le dan por el culo.

Sí, había progresado mucho desde los días de St. Matthew's.

—¿Quieres mi informe por la mañana? —pregunté.

—Sí. Ponlo en la saca a primera hora.

HALIFAX SÓLO OJOS

1 de noviembre de 1960, 5:54 de la mañana

Maheu y yo estuvimos reunidos desde las cuatro hasta las cinco y media, hora en que regresé a Zenith para comenzar el presente informe. No es necesario decir que tomé numerosas notas y estoy en posición de ofrecerte un resumen exacto y citas fidedignas.

Permíteme decirte que si en una oportunidad me dejé engañar por Maheu, ahora puedo atestiguar que está genuinamente preocupado. Hablamos en su lujoso despacho que, como recordarás, está enmoquetado y hasta tiene un aparador antiguo. Subió las persianas para ver amanecer en la bahía Biscayne. Tenemos unas impresionantes nubes negras esta mañana. Muy apropiadas para nuestro estado de ánimo.

Maheu declaró que su descripción previa de cómo llevar adelante la operación se refería a la manera en que él lo habría hecho. Se siente culpable por la manera de proceder de Balletti.

Según cree Maheu, por la razón que fuera, quizá para ahorrarse unos cuantos dólares, Balletti no contrató en Las Vegas a otro hombre que lo respaldase. Es posible, siempre según Maheu, que Balletti no tuviera la intención de instalar un micrófono en el zócalo. Quizá no consiguió uno en tan poco tiempo. Balletti alega no haber entendido bien. Maheu no le cree.

Ahora, la llave maestra. Dada la ausencia de un asistente, Balletti no se preocupó por esconderla en el pasillo del hotel, sino que volvió a metérsela en el bolsillo. Un descuido imperdonable. Además, no llevaba un frasco con whisky, ni compró una botella pequeña. La causa puede haber sido el deseo de ahorrar en tintorería, o simplemente que no le gusta la bebida.

Por último, la ida a la cafetería. Maheu me aseguró que no es del todo inexplicable. Según él, irrumpir en la vivienda de un extraño despierta mecanismos psicológicos profundos. A menudo los ladrones defecan en las alfombras de la sala, o sobre el edredón de la cama del dormitorio principal. A algunos les da hambre. Es una reacción primitiva. El hotel estaba tranquilo, y Balletti no creyó que hubiera una probabilidad entre mil de que a una sirvienta se le ocurriese entrar en la habitación.

—No obstante, no apruebo su recuento de probabilidades —dijo Maheu.

Cuando le pregunté por qué Balletti había cometido el error de llamarlo por teléfono, Maheu se encogió de hombros.

—La única explicación que se me ocurre es que perdió la cabeza.

Ésta es la explicación oficial de Maheu. Puede haber otra, por supuesto. Durante algún tiempo, Maheu se resistió a mis preguntas. Por último tuve que insinuarle que estaba siguiendo tus instrucciones.

—¿Está preguntándome —dijo por fin— si Giancana nos tendió una trampa?

—Es una posibilidad, ¿no? —dije.

—En estos momentos nos encontramos en el reino de las hipótesis— dijo Maheu.

—Especulemos.

—Es posible —añadió—, pero ¿qué motivo podía tener Sam?

Tácitamente convinimos que es imprescindible posponer el proyecto. Tal como sostuvo Maheu, en este momento a la Agencia le conviene que a Castro no le pase nada. Como el FBI sabe muy bien que Giancana está interesado en asesinar al líder cubano, podrían relacionar esto con lo de la suite del hotel de Las Vegas y con Maheu. Nada de empresas por el momento.

Confieso que disfruté hablando con él. Antes de despedirnos me dijo que había varias personas enfadadas con él. Debió de referirse a Hughes o a Nixon. Por eso no creo posible que Maheu nos haya traicionado. Hugues es, en todo sentido, un hombre de Nixon.

Afectuosamente,

ROBERT CHARLES

30

El 2 de noviembre, Cal me envió un cable a ZENITH/ABIERTO. Decía: GRACIAS POR UNA EVALUACIÓN BUENA Y CLARA.

Fue la última comunicación de mi padre por un tiempo, y me alegré de ello. Mi trabajo para Hunt aumentaba a diario. En Miami se rumoreaba que la invasión de Cuba tendría lugar antes de las elecciones del 8 de noviembre. El tráfico de agentes entre La Habana y Miami nunca había sido mayor. En un memorándum que le envió a mi padre al Cuartel del Ojo, Howard escribió: «En Zenith hay un pequeño ejército de espías aficionados que suponen que el espionaje sólo requiere como técnica el pequeño nepotismo del que disfrutan en Cuba. Por supuesto, cuando los despachamos de vuelta a su patria, sólo se ponen en contacto con amigos y parientes. No se necesita una educación clásica para darse cuenta de que en época de necesidad no todos los que se dicen nuestros amigos lo son. La historia del mar Caribe tampoco nos permite olvidar que en estos climas tropicales las familias latinas son simultáneamente leales y traicioneras, en proporciones shakesperianas igualmente equilibradas».

Hunt estaba lo bastante satisfecho con este memorándum como para mostrármelo. Sin traicionar mi gusto, lo elogié desde un punto de vista literario. Después de todo, tenía razón. Estábamos perdiendo a muchos de nuestros espías jóvenes. Todas las semanas, en las ciudades cubanas de provincia, se entraba en contacto con las redes locales, y los agentes que lograban llegar a nosotros se adecuaban al axioma de Hunt, repetido tantas veces: «El espía, si se lo deja solo, dirá lo que cree que uno quiere oír». Me vi obligado a adjuntar el grado de credibilidad, que nunca superaba el veinte por ciento, a cada informe que enviaba al Cuartel del Ojo. Me llegaban informes como «Camagüey está a punto de rebelarse», «La Habana es un hormiguero de agitación», «La bahía de Guantánamo se ha convertido en un lugar sagrado para los cubanos», «Castro está sumido en la depresión», «La milicia está lista para rebelarse». Muy poco era específico; casi todo, operístico.

No obstante, tenía que vérmelas con dos paramilitares del Cuartel del Ojo que sólo pensaban en trabajar. Los conocía por VIKINGO y CORTADOR. Siempre estaban insatisfechos con mis evaluaciones. «¿Cómo sabe que no está obstruyendo la entrada de información?», me preguntaban por teléfono. Yo sólo podía asegurarles que en Zenith limpiábamos toneladas de fango, y cualquier cosa que pareciera oro les era remitida sin vacilaciones.

Si bien no había pasado un solo día sin que Howard tuviera problemas con el Frente, ahora sus dificultades iban en aumento. Manuel Anime se estaba adiestrando con la Brigada, —y no pudimos por menos que interpretarlo como una señal. Anime era un católico devoto, y quizás el más conservador de los cinco líderes. En Zenith corría el rumor de que la Agencia planeaba convertirlo en el próximo presidente de Cuba. Como reacción, los líderes mayores del Frente exigían que los enviásemos a TRAX. Mientras tanto, Toto Bárbaro no deja de chillar.

—Dennos veinte millones de dólares. Se los devolveremos después de la victoria. Es todo lo que necesitamos. Llegaremos con nuestros botes a La Habana.

—¿Cómo piensa eludir la Guardia costera? —preguntaba Hunt —. Tenga paciencia. Confíe en la influencia de quienes me apoyan. El ex embajador en Cuba, William Pawley, y otros hombres ricos, como Howard Hughes y H. G. Hunt, son muy amigos del próximo presidente de los Estados Unidos.

—¿Y si Nixon no gana? —preguntaba otro de los miembros del Frente.

—Espero que nuestra situación bajo un posible gobierno Kennedy siga siendo la misma —respondía Howard.

Unos días antes de la elección, Bárbaro me invitó a unas copas.

—Dígale a su padre que los cinco líderes del Frente estamos en peligro.

—¿Cómo?

Bárbaro nunca respondía una pregunta demasiado rápido por temor a que uno no llegase a apreciar cuánto le costaba dar una respuesta sincera.

—Existe una buena razón —dijo, después de tomar un sorbo de su vino— para temer a Mario García Kohly.

—No es la primera vez que se refiere a él.

—Kohly es un millonario cubano perteneciente a la extrema derecha. Cree que Artime es un soldado de Satanás. Apenas el frente desembarque en Cuba y se declare un gobierno provisional, Kohly asesinará a cada uno de los cinco líderes. Cuenta con fondos propios y usará a los hombres de Rolando Masferrer, del cayo Sin Nombre.

—Ésas son tonterías —dije—. La Brigada los protegerá.

—¡La Brigada! —Hizo una mueca—. Los hombres de Kohly se han infiltrado en la Brigada. Le aseguro que nos ejecutarán unos días después del desembarco. El peligro que corremos es tremendo. Durante muchos años, el padre de Kohly fue embajador en España. Kohly es un discípulo del general Franco. Y hemos oído que Nixon le dará su apoyo. —Me puso una mano sobre el brazo—, ¿Se lo dirá a su padre?

Asentí. Sabía que no lo haría. Era una historia demasiado descabellada. Le otorgué un veinte por ciento de credibilidad. Pero le hablaría a Hunt de ello. Hunt se puso furioso.

—Un rumor como éste puede desmoralizar al Frente. Es mejor que hables con Bernie Barker. Conoce muy bien a Faustino Bárbaro. Te dirá que si Bárbaro teme que lo asesinen, es porque se lo tiene merecido.

—¿Puedo hablar con Barker? —pregunté — . Quiero llegar al fondo de la historia de Bárbaro.

—Mejor sería que excavaras una letrina.

Convinimos en que la noche de las elecciones Hunt, Barker y yo veríamos juntos el recuento de votos. Una divorciada, vecina de Howard, iba a dar una fiesta.

—¿No puedes llevar a una chica? —me preguntó Howard—. ¿O no conoces a ninguna?

—Oh, sí —respondí—. Tengo una chica.

—Mejor así —dijo Howard.

—Necesito que me haga un favor, Ed —dije—. Mi chica es bastante allegada a la familia Kennedy. Le agradecería que no hablase de la opinión que Jack le merece.

—Bien —respondió Howard—. ¡Qué noticia! Dadas las circunstancias te prometo reprimir mis sentimientos más estridentes, Roberto.

31

En realidad, me alegraba llevar a Modene a una fiesta. Ella no tenía verdaderos amigos en Miami; yo no tenía ninguno. Hacíamos el amor con demasiada frecuencia. Algunas mañanas, después de habernos pasado la noche fumando marihuana, nos mirábamos con la aburrida y eterna aversión de una pareja de amantes que se han convertido en compañeros de habitación.

Intentábamos ir a bailar. Yo volvía a sufrir. En ocasiones, después de pedirme permiso, Modene aceptaba la invitación de un extraño, se dirigía a la pista de baile, y a mí sólo me quedaba la esperanza de que el tipo no supiese bailar. En una oportunidad salimos con otra pareja, una azafata compañera de ella y su novio, un piloto con una mente como un campo meticulosamente arado. «¿Qué clase de trabajo haces, Tom?» «Electrónica», respondí. «Sensacional.» Mi campana de alarma sonó. Corría el riesgo de tener que hablar de! tablero de instrumentos de su avión, de modo que dije: «La electrónica es fenomenal, pero algo aburrida. Estoy más interesado en las elecciones».

De modo que Modene y yo nos quedábamos en casa. Es decir, reservábamos nuestra habitación en La Nevisca y nos acostábamos. Yo trataba de exorcizar a John Fitzgerald Kennedy de su carne. Debo de haberlo trasladado a su mente. El día de la elección se me ocurrió que esa noche no podía confiar en su serenidad.

Ni tampoco en la mía. No sabía si quería que ganase Kennedy, pues si lo hacía corría el riesgo de que Modene me considerara una especie de suplente. Por el contrario, si perdía, pues bien, recordaba perfectamente las charlas acerca de una isla desierta para ellos dos solos. Esa elección no me proporcionaría una ganancia romántica, por cierto.

Aun así, si Jack triunfaba yo habría tocado la inmortalidad por intermediación del cuerpo de Modene. La ferocidad de esta magra satisfacción quemaba como un soplete mi comprometido corazón. ¡A la fiesta!

Nuestra anfitriona, Regina Nelson, no era precisamente la mujer por la que uno perdería la cabeza. Alguna vez había sido rubia. Ahora era pelirroja, y terriblemente arrugada, no sólo porque tomaba el sol a diario, sino debido a la amargura de su matrimonio.

—Conocí a unos Charles en Carolina del Sur —dijo Regina—. ¿No serán parientes tuyos, Bobby?

BOOK: El fantasma de Harlot
11.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Under the Skin by Michel Faber
Murder at Mansfield Park by Lynn Shepherd
Diaspora Ad Astra by Emil M. Flores
Barry by Kate Klimo
Hunt the Dragon by Don Mann
Kindred Spirits by Julia Watts