—¿Te importa si hablo de Sam? —preguntó — . Es un hombre muy divertido.
—Yo no lo habría calificado de divertido.
—Pues lo es. Y es muy malhablado cuando quiere. Pero de una manera graciosa.
—¿Qué quieres decir?
—Dame otra calada. —Le pasé el porro—. Le encanta hablar de sexo. Igual que tú, quiere saber cómo es Jack.
—¿Se lo dices?
—Miento. Le digo que es parecido a ti, y que puede ser muy atento.
—¿Aunque no lo es?
—Por supuesto que no. Trabaja demasiado. Está demasiado cansado. Necesita una mujer que pueda dedicarse por entero a él.
—¿En qué sentido?
—Bien, ya sabes en qué sentido.
Sentí la necesidad de conocer más detalles.
—Y Sam, ¿qué dice? —pregunté.
Apartó los ojos del televisor el tiempo suficiente para mirarme. Su expresión jamás había sido más despiadada ni atractiva.
—«Querida, si alguna vez pongo mi boca en tu cosita, te garantizo que quedarás enganchada para siempre.»
—¿Sam te dice eso?
—Sí —respondió.
—¿Te sientes tentada?
—Sam es un hombre que querría hasta el último pedazo de mí. Eso es atractivo.
—Y yo ¿no quiero hasta el último pedazo de ti?
—Sí. Y tratas de conseguirlo. Pero, después de todo, en tu caso, ¿por qué no?
Se echó a reír desde lo profundo de un corazón que, en ese momento, no parecía libre de rencor.
Alrededor de las dos de la madrugada, el locutor dijo: «Nixon no lo ha reconocido, pero Illinois parece inclinarse definitivamente de parte de Kennedy. Si a eso sumamos las victorias prácticamente seguras en Texas, Pennsylvania y Michigan, estamos en condiciones de afirmar que el futuro presidente de los Estados Unidos es John Fitzgerald Kennedy».
Modene lanzó un grito de alegría y apagó el televisor.
—Ya sé lo que dirá por la mañana —dijo.
—¿Qué dirá?
—«Ahora, mi mujer y yo nos preparamos para una nueva administración y para un nuevo bebé.»
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
—Quizá porque lo ensayó conmigo. Es un verdadero demonio.
—Todos lo somos.
Me dio un beso largo y apasionado, e hicimos el amor. Quería hasta lo último de ella. Después de todo, en mi caso, ¿por qué no?
25 de noviembre de 1960
Hijo:
No he podido escribir, pero desde las elecciones todo el mundo en el Cuartel del Ojo parece más tranquilo. En efecto, se trata de un compás de espera hasta que sepamos en qué punto nos hallamos.
El día de Acción de Gracias estuve un tanto deprimido. No hacía más que pensar en Mary, mi vieja y dulce esposa, ahora perdida para mí. Está pensando en casarse con un pequeño hombre de negocios japonés, probablemente más rico que todo el Estado de Kansas, y heme aquí, sintiéndome enormemente elegiaco. Clark Gable murió la semana pasada, y para mi sorpresa descubrí que siempre me había sentido identificado con él.
Déjame que te lo explique. En realidad no sé nada acerca de Clark Gable, e incluso sentí envidia cuando supe que estaba haciendo una película con Marilyn Monroe. El muy afortunado. Hijo, si alguna vez se eligiera a la mujer con quien la mayoría de los hombres quieren pasar una noche, ¿podría ser otra que Marilyn? Por eso lo envidié. Y ahora está muerto. Quizás ella obligó a su viejo corazón a subir y bajar demasiadas colinas. Y me encuentro lamentando su muerte, aunque no sé nada acerca de él. Sin embargo, tanto él como ella me fascinan. En cierto sentido, su trabajo es similar al nuestro, salvo en que no se parecen en absoluto a nosotros. Si bien no he tratado con demasiados actores, los pocos que he conocido me han decepcionado. Carecen de nuestra motivación, y por eso no pueden tratar de ser otra persona sin verse obligados a pagar un alto precio. Tal es mi concepto de las cosas. Aun así, Gable me gustaba. Es difícil hablar a tu joven y cínica generación acerca del modo en que nosotros, los hombres de edad, nos identificamos con actores de su clase. A veces, durante la Segunda Guerra Mundial, hablaba mentalmente con él, en especial después de que algo me hubiese salido bien. «¿Habrías hecho lo mismo, Clark?», le preguntaba. ¿Quién sabe dónde se originan estas conversaciones? Son tontas, de todos modos.
Sospecho que en parte mis divagaciones se deben al fiasco de Las Vegas del 31 de octubre. He estado recibiendo ataques por ello. Constantemente me hago tres preguntas. La primera: ¿Fue un acto de la Providencia? La segunda: ¿Se ocupó Giancana de arruinarlo todo? La tercera: ¿Está enterado el FBI? No tenemos las respuestas, pero estoy pagando por las tres.
Primero
: la Providencia. Mis hermanos están llegando a la conclusión de que Cal Hubbard puede estar recibiendo una dosis excesiva de mala suerte.
Secundum
: Cal cometió un error de juicio tremendo al elegir a un gángster como G. Y yo estoy de acuerdo, aunque no haya hecho más que heredar a Maheu, que fue quien hizo la elección. Pero en nuestro trabajo debemos eliminar los «pero» y los «sin embargo». Sólo recibimos la culpa. Es más rápido y más prolijo.
Tres
, la peor de todas. ¿Y si el FBI seguía la pista desde el comienzo? Esta última contingencia ha congelado toda actividad.
Como resultado, he estado recibiendo una corriente helada proveniente de la oficina de Allen, de la oficina de Bissell, y del territorio de Barnes. Los cuatro coincidimos en que, en el peor de los casos, deberé asumir toda la responsabilidad. Debemos apartar a Allen de todo esto. En función del deber, estoy de acuerdo, pero el que la corriente helada llegue por adelantado cubre con un paño mortuorio tus mejores sentimientos.
No es tan malo, en el sentido de que puedo soportarlo, pero si existiese la menopausia masculina podría hablar acerca de ella con la autoridad de un científico. Me siento oprimido, y eso infecta el optimismo natural con que recibo todo proyecto excitante.
Bien, permíteme pasar a asuntos más interesantes. A pesar de que estoy cerca del
purdab
, todavía llegan hasta mí ciertas historias. Allen Dulles y nuestro presidente electo, John F. Kennedy, se reunieron en Palm Beach el 17 de noviembre. Apuesto a que vosotros, allá en Miami, a noventa kilómetros, no recibisteis ni el más mínimo eco. Aquí sí que nos enteramos. Allen no regresó con la partida ganada. Según he podido saber, Kennedy expresó ciertas dudas acerca de la próxima operación sobre Cuba, y quería discutir la desmovilización de la Brigada. Allen le respondió: «Señor Presidente, ¿está usted verdaderamente dispuesto a decirle a este magnífico grupo de jóvenes cubanos que se disuelvan contra su voluntad? Todo lo que ellos piden, a costa de su vida, es tener la oportunidad de restaurar el gobierno democrático en su país».
Es obvio que Kennedy tiene sentido común. No se puso nervioso. Escuchó todo lo que Allen tenía que decir, y después le respondió que, en principio, estaba dispuesto a seguir adelante, pero debía insistir en que era crucial que no se supiese que los Estados Unidos estaban involucrados. Cualquier movimiento abiertamente agresivo contra Cuba podría estimular a los soviéticos a proferir unas cuantas amenazas. «Por supuesto —dijo Kennedy—, si nuestra participación se hiciera pública, nos veríamos obligados a vencer.» «Estoy totalmente de acuerdo», respondió Allen. «Bien, señor Dulles —dijo Kennedy—, si queremos ganar, ¿por qué empezar con la Brigada? Si lo que se requiere es una operación militar de cierta envergadura, ¿por qué implicar en primer lugar a la CIA?»
Con eso, puso a Allen en una posición difícil. Todo lo que logró fue una aceptación general. Y los Estados Unidos no pueden estar involucrados de manera visible. De todos modos, la invasión ha sido postergada por unos meses. Para cuando Kennedy asuma el poder y su administración empiece a funcionar, estaremos a principios de la primavera de 1961. Entretanto, la Brigada se pondrá intranquila, seguramente. Yo creo que es una situación de cara o cruz. Si no guardan cierta disciplina, se autodestruirán en Guatemala. Se acercan tiempos interesantes.
Tuyo,
HALIFAX
SERIE: J/39, 354, 824
RUTA: LÍNEA/VAMPIRO-DESVÍO ESPECIAL
A: VAMPIRO-A
DE: FIELD 10:11, 20 de diciembre de 1960
TEMA: DESCUIDADO
Lamento informar que FIELD ha perdido todo acceso a BARBA AZUL. Factor catalítico: intrusos budistas.
Puedo informar que el 19 de diciembre BARBA AZUL regresó sola al Fontainebleau después de ir de compras con RAPUNZEL. En el vestíbulo había dos hombres con sombreros de fieltro. Un minuto después de que subiera a su habitación, la llamaron a recepción. Unos caballeros llamados Mack y Rouse deseaban verla. Según le informó el empleado, eran del FBI. No tenía que abrir la puerta, le dijo, pero eso ahorraría tiempo. De lo contrario, volverían.
Ella aceptó reunirse con Mack y Rouse. Éstos le informaron que estaban investigando su relación con RAPUNZEL. Ella asegura que no les ha dicho nada. Más tarde describió esta entrevista (a FIELD) como «totalmente desagradable». Desgraciadamente, sus sospechas de FIELD la han llevado a acusarlo de ser cómplice de Mack y Rouse. Sostiene que no lo verá más.
Esos hechos tuvieron lugar ayer por la noche. En opinión de FIELD, la relación ha concluido.
Si la nueva situación se mantiene así durante el próximo mes, ¿requerirá usted un informe final?
FIELD
Harlot no quedaría satisfecho con esta descripción, pero su fastidio por la pérdida de BARBA AZUL sería superior a su irritación por la ausencia de pormenores.
Podría haberle suministrado más detalles. Durante la hora que pasé con ella, Modene repitió literalmente cada palabra de la conversación que mantuvo con Mack y Rouse. Cuando me llamó a Zenith, no mucho después de que ellos se marcharan, estaba tranquila, tan tranquila que podía sentir cómo se iba poniendo histérica. «Tuve visitas —me dijo—, y probablemente tú los conoces. ¿Puedes venir antes de que me emborrache?»
En cuanto llegué, empezó a describir el encuentro.
Primero habló Mack. Era alto y corpulento.
—¿Usted es Modene Murphy?
—Sí.
—¿Es amiga de Sam Giancana?
—¿De quién?
—También se lo conoce como Sam Gold.
—No lo conozco.
—¿Y a Sam Flood?
Modene no respondió.
—¿Ya Sam Flood? —repitió Mack.
—Lo conozco.
—Se trata de Sam Giancana.
—Muy bien. ¿Y qué?
—¿Le interesaría saber cómo se gana la vida Sam Giancana?
—No tengo ni idea.
—Es uno de los diez criminales más buscados de los Estados Unidos.
—¿Por qué no lo arrestan?
—Lo haremos —dijo el hombre del FBI de apellido Rouse. Era de estatura mediana, delgado, con dientes afilados — . Lo haremos cuando estemos listos para hacerlo. Pero entretanto, necesitamos su ayuda.
—No sé nada que pudiera servirles de ayuda —dijo Modene.
Mack hizo una mueca de desprecio.
—¿Acepta usted regalos de Sam? —preguntó.
—Si son apropiados, y no demasiado costosos.
—¿Sabe que tiene una gachí en Las Vegas? —intervino Rouse.
—¿Una gachí?
—Una querida, una amiguita que recibe dinero por sus favores —respondió Mack—. ¿El señor Giancana le dio alguna vez parné?
—¿Qué?
—Dinero. ¿Le ha dado dinero?
—¿Está diciendo que soy una gachí?
—¿Le paga la habitación del hotel?
—No estoy dispuesta a seguir con esto. Por favor, váyanse.
—Asienta con la cabeza —dijo Rouse—. ¿Conoce a Johnny Roselli? ¿A Santos Trafficante? ¿A Tony Accardo, conocido también como el Gran Atún? ¿Ha conocido a tipos llamados Cheety, Ruedas, Bazooka, Tony Tetitas?
—No lo recuerdo. Conozco a mucha gente.
—¿Está segura de no haber visto nunca a Tony Tetitas? —preguntó Rouse—. Es un hombre.
—Me da igual lo que sea. Le estoy pidiendo que se vayan.
—¿Puede decirnos cómo se gana la vida?
—Soy azafata de avión.
Mack consultó un pedazo de papel.
—¿Aquí en el hotel paga ochocientos dólares al mes?
—Sí.
—¿Y el señor Giancana nunca contribuye con nada?
—Les he pedido que se vayan.
—Parece haber muchos paquetes en esta habitación. ¿Son regalos?
—Regalos de Navidad.
—¿De Giancana?
—Algunos.
—¿Le importaría decirme qué son?
—¿Le importaría ocuparse de sus propios asuntos?
—Es asunto mío si recibe dinero o su equivalente de un criminal como Giancana —dijo Mack.
—¿Por qué —preguntó Rouse— una persona como usted, que, según dice, se gana la vida trabajando, se asociaría con un hampón?
—Llamaré al gerente y pediré que el detective del hotel los eche.
Mack sonrió. Rouse sonrió.
—Les diré que les exijan que salgan de mi habitación. Éste no es su hotel.
—Nos vamos, señorita Murphy —dijo Mack—. Pero le aseguro que volveremos. Mientras tanto, piense qué información tiene para darnos.
—Sí —dijo Rouse—, volveremos a vernos. Hasta entonces, mantenga la nariz limpia.
Apenas se fueron, Modene llamó a Giancana.
—Cuidado —dijo Giancana, cuando ella empezó a explicarle—. Tu teléfono puede estar pinchado.
—¿Puedes venir?
—Eso no te conviene.
—Sam, ¿qué debí decir?
—Dijiste lo correcto. Buscaban lo que pudiesen encontrar. Sólo iban de pesca, y nadie puede sacar mierda a menos que se moje el culo. Digo esto por si acaso esos hijos de puta nos están escuchando.
—Sam...
—Querida, si esos soplapollas aparecen otra vez, diles que pondré a J. Edgar Hoover y a Clyde Toisón en un escaparate de Macy's y regalaré entradas para que la gente pueda verlos. ¡Ya verán esos jodidos cabrones! Modene, tú eres una reina, y tan inocente como Blancanieves.
Con eso, colgó.
Modene dijo que Sam le hablaba a ella y al FBI a la vez, y que nunca lo había oído tan excitado.
Cuando terminó su historia, me preguntó:
—¿Eres uno de ellos?
—¿Uno de quiénes?
—Mack y Rouse.
—No puedo creer que me preguntes eso.
—Estás con ellos. Lo sé. Siempre ha habido algo extraño entre nosotros dos.
—Si tan segura estás, ¿por qué me cuentas lo que dijeron?
—Porque no puedo sacármelo de la cabeza.
—Te creo.
—Además, te han informado de todo. —Se echó a reír—. Sé que eres del FBI.
—¿Qué puedo hacer para convencerte de lo contrario?