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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (129 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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Ahora vayamos a tu papel. Como habrás notado, he satisfecho tu necesidad de enterarte de todo. Pon un cuidado especial con esta carta. Si no tienes un
endroit
, destrúyela. O cómprate uno. Justifican el gasto. Durante años he tenido una caja de seguridad en un remoto banquito en el norte. Y otra en Boston. Además de la de Washington, por supuesto. Haz lo mismo. Si puedes conservar mis cartas, hazlo. En algún momento, mucho después de que yo me haya ido, pueden caer las barreras de la Agencia, y quizá quieras escribir acerca de tu padre. Si piensas que vale la pena. En ese caso, estas cartas contribuirán a darme vida. Actualmente creo que tienes una verdadera necesidad de enterarte de todo esto, ya que te será más difícil ponerte en contacto conmigo. Debo pasar los próximos diez días ocupado en cuestiones militares. Te diré que trabajar con el personal de jefes conjuntos es tan agradable como que a uno lo trasladen de la universidad de Yale a la estatal de Indiana.

Durante mi ausencia, mantente cerca de Maheu. Por separado, ambos hemos llegado a la misma conclusión: necesitamos intervenir el teléfono de Phyllis McGuire en Las Vegas. Eso nos permitirá enterarnos de si sabe algo. Maheu sugirió que la Agencia se encargase del trabajo, pero no puedo arriesgarme a implicar a ninguno de los nuestros, de modo que le dije a Maheu que la pelota estaba en su tejado. Después de todo, ¿qué clase de investigador privado es?

Más tarde.

¡Ay, caramba! Maheu me llamó para decirme que Giancana se retirará a menos que intervengamos el teléfono de Rowan. La posible infidelidad de McGuire lo obsesiona. Debe saber la verdad. Entonces, ¿por qué no pincharle el teléfono a la muchacha? Porque Sam no quiere que nos enteremos de lo que habla con ella. En consecuencia, debe ser Rowan. Maheu hizo una excelente imitación de Giancana: «Si el teléfono pinchado suministra la mercadería, le cortaré los huevos a Rowan y se los pegaré al mentón. Así tendrá una jodida barba de chivo a juego con su bigote». «¿Cuál de los dos tiene bigote? ¿Rowan o Martin?», pregunta Maheu. «¿A quién carajo le importa eso? Le cortaré la nariz y se la meteré en el culo», responde Sam.

Me queda la fría sensación de que esta operación es arriesgada. Descubrirás que cuanto mayor es la participación de uno en un trabajo, mayor es la posibilidad de que entre en juego algún elemento surrealista. Henos aquí esperando día tras día la noticia de que el gran árbol de Cuba ha sido por fin derribado. Sin embargo, en medio de tanta ansiedad, surge este pequeño demonio italiano, preparado para transformarse en un verdadero Abaddón. ¡Oh, ángeles de los abismos insondables! Aborrezco todo este asunto relacionado con Giancana. Mi sistema de alarma, que solía advertirme cuando algún marido airado regresaba al lecho nupcial que yo estaba a punto de expoliar, me dice ahora que me cuide de este tipo. Rick, ¡mantente informado de todo cuanto ocurre! Maheu es sincero de una manera intermitente, de modo que no vaciles en hacerle preguntas difíciles. Haz que revise todos los aspectos relativos a la seguridad antes de autorizarlo a seguir en el trabajo. Infórmame directamente por la saca del Cuartel del Ojo.

Tuyo e insomne,

HALIFAX

28 de octubre de 1960

Gran Califa Halifax:

Ignoro la clase de tipo que es Maheu. Lo he visto un par de veces en los últimos dos días, pero sencillamente está fuera de mi alcance. Digamos que posee una dimensión aterciopelada. Por mi parte, sé cuando alguien me supera. En consecuencia, me limito a enfocar cada nueva pregunta sobre la huella dejada por la respuesta de Maheu a la pregunta anterior. Progresamos, pero estoy seguro de que me ve como una píldora que hay que tomar cada hora.

Aun así, me he enterado de que Trafficante y Giancana están dedicando tiempo a la operación contra Castro. Por supuesto, Sammy tiene en Miami muchos otros asuntos, lo mismo que Traff en Tampa, de modo que no podemos pretender que trabajen todo el día para nosotros. Nuestro agente llegó a La Habana con la medicina. Todo depende de que la antigua amiga de Castro se relacione nuevamente con él. El novio de la muchacha se llama Frank Fiorini y vive en los Estados Unidos. Luchó con Castro en Sierra Maestra y ahora está vinculado a una pandilla de pistoleros cubanos que actúan en Miami. Fiorini le ha informado a Maheu que el Caudillo cae profundamente dormido después de hacer el amor, y ronca. En el pasado no resultaba del todo agradable para el sentido olfatorio de la mujer, según ella misma le ha confesado a Fiorini. Al parecer, debido a los cigarros que fuma, el aliento de Castro es repugnante.

¡Por Dios, todos estos detalles son como la reliquia de un santo!

Te he mencionado lo anterior para mantenerte informado con respecto a nuestra empresa de ultramar. Ahora, a Las Vegas. Le he transmitido tus preocupaciones a Maheu y me asegura que el trabajo será relativamente seguro. Para empezar, no se pinchará el teléfono. Un micrófono diminuto, no más grande que la cabeza de un clavo, insertado en el zócalo, grabará todo lo que se diga no sólo en el teléfono sino en cualquier punto de la habitación. Además, de ese modo evitamos quebrantar los estatutos federales y los del Estado de Nevada, que prohíben las escuchas telefónicas. Pero no hay ninguna ley que prohíba escuchar lo que se habla en una habitación contigua, aunque sea por medio de un micrófono.

Perfecto, pero ¿qué pasa si descubren al hombre en el momento mismo en que lo está instalando?

Maheu habló de las precauciones que se adoptarán. Para empezar, el operador ocupará una suite en el mismo hotel. Quitará la cerradura de la puerta que separa la sala del dormitorio y se la llevará a un cerrajero de Las Vegas, quien procederá a hacerle una llave maestra para todas las habitaciones del hotel. A continuación, nuestro operador llamará a la puerta de nuestro objetivo, y en el caso de que no haya respuesta, procederá a abrirla. A su lado tendrá un ayudante a quien le entregará la llave maestra. El ayudante derramará unas cuantas gotas de whisky en el traje del operador, y se instalará al final del pasillo, vigilando, mientras el operador entra en el dormitorio de la suite e instala el micrófono, luego abandona el lugar cuanto antes. Si por cualquier motivo el objetivo irrumpe en escena mientras el operador está en su habitación, se relatará la siguiente historia: nuestro operador está borracho (huele a alcohol, por cierto); no sabe cómo pudo meterse en una habitación que no es la suya. La puerta habrá estado abierta. Exhibe su propia llave, y sale. Si quien lo interrumpe es el detective del hotel, la rutina será similar, excepto que un billete de cien dólares cambiará de manos.

—¿Qué sucede —le pregunté a Maheu— si un guardia de seguridad entra cuando nuestro hombre tiene todas las herramientas desplegadas sobre el suelo?

—Ésa es una contingencia que un operador experimentado no permitirá que se produzca —dijo Maheu—. Sus herramientas son pequeñas, y las lleva en el chaleco de su terno. El taladro no es más grueso que su dedo, y los destornilladores tienen mangos planos. Podría decirse que es un equipo de joyero. Y saca sólo una herramienta por vez.

—¿Y el serrín?

—Se junta cuidadosamente en cuanto aparece, y después se arroja a la taza del water.

—¿No podría el operador estar arrodillado, usando el taladro sobre el zócalo, justo en el momento en que entra el guardia?

—De ninguna manera. La puerta del dormitorio del objetivo estará asegurada con la cadena. Nadie podrá entrar sin cortarla. Nuestro operador tendrá tiempo de recoger su herramienta, metérsela en el chaleco, correr la cadena, y hacer su papel de borracho.

—Pero —insistí— si lo revisan, le encontrarán las herramientas.

—Un registro no es una contingencia probable.

—Pero podría suceder.

—Nunca hay garantías totales.

—¿Qué podría suceder si lo descubren?

—Bien, como ya te he dicho, instalar un micrófono no es ilegal. En cuanto al allanamiento de morada, como ni la puerta ni la cerradura han sufrido daño alguno, un buen abogado de Las Vegas puede conseguir la absolución de nuestro operador sin mayores problemas. Por supuesto, conseguiremos un buen hombre.

Maheu piensa usar la agencia de detectives DuBois de Miami. El operador será un hombre llamado Arthur Balletti. DuBois y Balletti sólo sabrán que han sido contratados por Maheu, quien les ha proporcionado el número de suite del objetivo.

Las precauciones de Maheu me impresionan. Dada nuestra necesidad de saber quién le dice qué a quién, votaría por la luz verde. En las presentes circunstancias, lo considero razonablemente seguro.

ROBERT CHARLES

29

La madrugada del 31 de octubre desperté con la sensación de que debía constatar a la brevedad si en Zenith había algún mensaje para mí. Como había dormido profundamente, en un primer momento pensé que estaba en mi propio apartamento, pero la visión de la bahía de Biscayne a través de la ventana del dormitorio principal me hizo saber que Modene y yo estábamos en La Nevisca y si dormíamos profundamente se debía a los efectos de varios cigarrillos de marihuana.

Esa noche habíamos empezado a fumar temprano ya que una compañera le había dado media onza diciéndole que la marihuana era sensacional para el sexo. Nuestra noche se volvió paranoica. Modene me confesó que Sam Giancana la ponía nerviosa.

—Si quisiera espiarnos, cuenta con suficiente gente para hacerlo. No le costaría nada localizar tu apartamento. Ni este lugar.

—¿Te acuestas con él? —pregunté.

—Ya te dije que no. Pero somos amigos, y él quiere hacerlo.

—¿Qué le dices?

—Que estoy enamorada de Jack.

—Lo cual es verdad.

—A medias. Como puede ser una verdad a medias el que esté enamorada de ti.

—Pero a Sam no le hablas de mí.

—Le digo que sólo me acuesto con Jack.

—¿Y lo haces? ¿Has vuelto con él?

—Sabes cuál es la respuesta a esa pregunta.

—Es sí.

—Sí.

Sentí que me desangraba por dentro. Sí, el deber me acuciaba; debía ignorar el dolor, debía proceder a averiguar.

—Quizá Sam y Jack estén en contacto mutuo —dije.

—Quizá.

—¿Tú eres el enlace?

—Me molesta que lo preguntes. Sé para quién trabajas.

—¿De qué estás hablando?

—Eres un agente especial del FBI. Tu amigo, el fotógrafo de
Life
, me lo dijo.

El buen Sparker Boone.

—No es verdad —repliqué—. Sucede que trabajo para el Departamento del Tesoro. Oficina de Narcóticos. —Como ella no contestó, insistí—. Soy un narco.

—¿Por qué no me arrestas? Porque te denunciaría.

Dio otra calada al porro y me lo devolvió. Empezamos a hacer el amor.

Las imágenes de Modene en la cama con un futuro presidente se mezclaban con imágenes de
vichysoisse
y hamburguesas en el comedor de la calle N. En el teatro de mi mente, el telón se abría con toda la solemnidad. Allí estaba Modene, en medio de una cama antigua, haciendo toda clase de cabriolas. Afortunado candidato. Entre las piernas sentía una especie de presión, reminiscencia del deseo sexual. Bajo los efectos de la marihuana el sexo se convierte en algo extraño. Su campo es tan vasto como abstracto. Las curvas del vientre y los senos eran hermosas, y elocuente el armonio del sexo universal. Sus leyes penetraban en mis sentidos con sólo oler su chocho de pelos oscuros, con su olorcillo a orina, a pez mortal, con un resabio a tierra. Nuestros cuerpos empezaron a obedecer un ritmo que parecía provenir de los tambores de un ejército distante e invisible. Un ritmo único, maravilloso, aunque impersonal. En ese instante me habría gustado que Jack Kennedy estuviese en la cama con nosotros. Qué diablos, todos éramos iguales ante el gran ojo del universo. El pensamiento me hizo llegar a la cima. Me sacudí con las maquinarias del orgasmo, y sentí sensaciones tan extrañas como vidas que no sabría de qué forma vivir. Vi a Fidel Castro durmiendo con la amante rubia de Frank Fiorini en su cama de La Habana, a casi trescientos kilómetros de distancia. El Caudillo tenía un cigarro en la boca, y roncaba. Luego los olvidé a todos y caí colina abajo para quedarme dormido en la tumba de la marihuana. Al cabo de aproximadamente una hora, desperté, mis pensamientos tan densos como el aire de los Everglades en verano. El sueño poseía entrañas de las que debía librarme. Mi cerebro me urgía a hacerlo: debía llamar al oficial nocturno de Zenith.

Lo hice. Había un mensaje: «Contactar HALIFAX en Rock Falls». Como aún estaba medio dormido, las palabras en código afloraron a la superficie más lentamente que peces en un pantano. Rock Falls significaba... Rock Falls significaba: «Llámame al despacho tan pronto como puedas». La adrenalina presionaba contra el letargo: un vislumbre de bronce a través de un cielo plomizo. En ese momento estaba dispuesto a renunciar de por vida a la marihuana.

Había un teléfono público en el camino hasta la carretera de Rickenbacker. Podía llamarlo desde él. Tendría que suponer que si Modene despertaba no se sentiría aterrorizada al encontrarse sola en una casa franca, sin ningún medio de transporte a su alcance. Aunque siempre podría llamar un taxi. Mi cerebro hacía grandes esfuerzos para resolver problemas pequeños.

Para cuando me puse en comunicación con Cal en el Cuartel del Ojo, eran las 3:14.

—Dame tu número —dijo—. Te llamaré en ocho o diez minutos.

Su voz era apenas reconocible.

Fuera de la cabina telefónica, los mosquitos parecían haber enloquecido. Sentí la naturaleza sintética del suelo de Key Biscayne. Bajo mis pies había conchillas, lodo del canal, asfalto. Dentro de la cabina, unos bichos de tamaño respetable se estrellaban contra la puerta de vidrio con un agudo zumbido electrónico. Finalmente, el teléfono empezó a sonar.

—Escucha —dijo Cal—. Esta tarde el operador de Maheu, Balletti, entró en la habitación del objetivo y puso manos a la obra. En un momento dado le dio tanta hambre que no pudo terminar el trabajo. Decidió bajar a la cafetería. Dejó unas cuantas herramientas, un par de conexiones telefónicas y media docena de cables pelados y listos para empalmar.

Sentí un vacío en el estómago, una sensación que no experimentaba desde la niñez.

—Una jefa de sirvientas entró en la suite para echar un vistazo —continuó—. Vio la evidencia en el suelo. Llamó al detective del hotel. Éste esperaba en el cuarto cuando el señor Balletti volvió del almuerzo y abrió la puerta con su llave maestra. El señor Balletti no olía a whisky.

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