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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (63 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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—En mi opinión —dijo—, faltan demasiadas piezas.

—¿Es éste el resumen de su contribución? —le preguntó Harlot.

—Sí, señor. Dada la escasez de hechos, no puede reconstruirse una situación viable.

—Rosen —nos dijo Harlot— está sobre la pista. Estos objetos fueron seleccionados de manera arbitraria. No existe una solución correcta.

Explicación: El ejercicio debía alertarnos del riesgo de emborracharnos al formular una situación. La pasión deductora podía encenderse con demasiada facilidad ante una flor seca, un sobre barato, un pedazo de lápiz, una llave doblada y un recibo por once dólares y ocho centavos roto. El propósito de nuestra primera lección era hacernos ver (retrospectivamente) cualquier forma de molestia o inquietud que hubiésemos sentido, pero ignorado, al formular nuestra explicación.

—Respeten ese hueco sutil —nos dijo Harlot—. Cuando una situación parece coherente, probablemente nuestra deducción es la acertada, pero si la historia parece casi correcta, pero le falta algo, entonces está mal.

Nos informó que el siguiente Bajo Jueves siguiente estaría dedicado al espionaje mismo. El espionaje liso y llano, opuesto al contraespionaje.

2

En la Granja habíamos tenido un curso llamado
Reclutamiento de agentes
, pero no nos dio una idea clara de la realidad. Montague nos llevó rápidamente de las formulaciones convencionales a la esencia.

—El espionaje —nos dijo— es la selección y fomento de agentes, lo cual puede ser resumido en dos palabras: seducción desinteresada.

Hizo la consabida pausa.

—Si me ven como partidario de la carnalidad desenfrenada, están totalmente equivocados. De lo que hablamos es de seducción desinteresada. Si reflexionan acerca del significado, verán que no es algo físico sino psicológico. La manipulación se esconde en el corazón de ese tipo de seducción.

»Por lo tanto, es en nuestra cultura judeocristiana donde surgen las dificultades. La manipulación es maquiavélica, decimos, y nos conformamos con que el término sirva como definición. Pero si un hombre bueno, que trabaja según sus creencias, no está preparado para poner en peligro su conciencia, entonces el campo de batalla será de quienes manipulan la historia con fines bajos. Ésta no es una disquisición acerca de la moralidad, de modo que no diré más que un aborrecimiento visceral de la manipulación producirá inevitablemente una incapacidad para encontrar agentes y dirigirlos. Incluso para aquellos de nosotros que aceptamos la necesidad, puede resultar difícil. Hay oficiales de situación que aun habiendo vivido toda la vida en capitales extranjeras, no han sido capaces de reclutar a un solo agente local. Tal fracaso produce la misma infelicidad que notamos en la cara de un dedicado cazador que no logra cobrar su pieza. Por supuesto, en ciertos países las probabilidades están en nuestra contra.

Creo que en ese momento a ninguno de nosotros le molestaba la idea de la manipulación. Por el contrario, nos preguntábamos si seríamos capaces de hacer el trabajo. Sentados allí, sentíamos una mezcla de esperanza y preocupación.

—En este punto —dijo Harlot—, deben de pensar que nos hallamos ante un propósito increíble y un logro difícil de alcanzar. ¿Cómo comenzar? Tranquilos, la Agencia no dependerá de los primeros esfuerzos instintivos que realicen. Reclutar agentes es, por lo general, producto del tiempo y el cuidado con que se estudia a cada cliente o blanco potencial. Si, por ejemplo, nos interesa la condición de la producción de acero de determinado país, entonces una mujer de la limpieza con acceso al cesto de papeles de un alto funcionario en la producción de herramientas mecánicas puede, llegado el momento, ser de mayor utilidad que un alto funcionario del ministerio de Agricultura. Este trabajo tiene su lógica y, hasta cierto punto, podemos enseñársela.

Todos asentimos enérgicamente, como si hubiéramos llegado a la misma conclusión.

—Hoy nos colocaremos en un medio específico —dijo Harlot—. Supongamos que estamos destinados en Praga, pero apenas si hablamos checo. ¿Cómo hacer una tortilla cuando la sartén carece de mango? Bien, caballeros, tenemos un sistema de apoyo. En el laberinto nunca estamos solos. No esperamos que ustedes, personalmente, intenten ocuparse de agentes checos que sólo hablan su propio idioma. Obviamente, debe haber un intermediario que podamos emplear, un nativo. A este individuo lo llamaremos «principal». El agente principal es un checo que abordará a sus compatriotas por ustedes. Ustedes se limitarán a guiar su trabajo.

—Señor, ¿nos está diciendo que en realidad no salimos al campo? —preguntó uno de los oficiales jóvenes.

—En los países satélites, no lo harán —respondió Harlot.

—Entonces, ¿para qué estudiamos reclutamiento?

—Para poder pensar como un principal. Hoy en día, de hecho, trabajando en forma conjunta, intentaremos considerarnos agentes principales. Todos ustedes se convertirán en checos imaginarios, oficiales del gobierno de Praga que ya han sido reclutados por la Agencia. Ahora, el principal, que en este caso soy yo, está tratando de hacer ingresar a unos cuantos checos más de las oficinas vecinas del gobierno. Empieza la manipulación. El primer indicio de una manipulación eficaz es la ley básica del arte de vender. ¿Está familiarizado alguno de ustedes con ese precepto?

Rosen levantó la mano.

—El cliente —dijo— no compra el producto hasta que acepta al vendedor.

—¿Cómo sabe eso?

—Mi padre era dueño de una tienda —replicó, encogiéndose de hombros.

—Perfecto —dijo Harlot—. Yo, como principal, estoy allí para transmitir una idea al agente putativo, mi cliente. Si el cliente es una persona solitaria con un deseo reprimido de hablar, ¿cuál debería ser mi reacción calculada?

—Estar preparado para oír —dijimos varios a la vez.

—¿Y si estoy tratando con un hombre solitario que ha escogido la soledad?

—En ese caso basta con sentarse a su lado —dijo uno de los mormones— y disfrutar de la tranquilidad.

—Muy bien — dijo Harlot — . Cuando se está en duda, hay que tratar a los seres solitarios como si fueran parientes ricos y viejos. Uno debe proporcionarles el consuelo y las comodidades necesarios para incrementar la parte del testamento que nos toca. Por otra parte, si el cliente es un arribista cuyos dientes rechinan cada vez que se menciona una buena fiesta a la que no es invitado, en ese caso no bastará la comprensión. Se necesitará acción. Hay que llevar a esa persona a una fiesta de gala. —Harlot chasqueó los dedos—. Siguiente problema. El cliente nos acaba de confesar un secreto acerca de sus necesidades sexuales. ¿Qué se debe hacer?

—Satisfacerlas —respondió Savage, ex jugador de fútbol de Princeton.

—¡Nunca! Al comienzo, no.

Nos sentimos perdidos. Empezamos a discutir todos a la vez, hasta que Harlot nos interrumpió.

—Confesar necesidades sexuales similares —dijo — . Por supuesto, siempre que nuestro cliente no sea homosexual. —Reímos nerviosos—. Muy bien —dijo Harlot—. Les daré un ejemplo más sencillo. Supongamos que el cliente está listo para serle infiel a su mujer, lo que no es una posibilidad poco común en Checoslovaquia. Bien, ustedes, agentes principales, no tratarán en ningún caso de conseguirle una amante. No se debe complicar la relación sumando un elemento tan dramático e inestable como una amante. En lugar de ello... bien, ¿qué hace uno? ¿Rosen?

—No tengo respuesta.

—¿Savage?

—Lo mismo.

—¿Hubbard?

Me pareció que la pregunta ya había sido respondida.

—Quizás uno debería confesar el mismo deseo.

—Sí. Hubbard entiende lo que yo digo. Confesar necesidades sexuales similares.

—Pero todavía no sabemos qué hacer —dijo Rosen— si los deseos del cliente son homosexuales, de una manera abierta y activa.

Volvimos a quedarnos mudos. Pero yo estaba en un buen día. Esta vez tuve un pequeño rapto de inspiración.

—Me parece que hay que mostrar comprensión, no igualdad de situación —dije.

—Continúe —dijo Harlot.

—Supongo que uno puede decir que si bien no es homosexual, tiene un hermano joven que sí lo es, de modo que comprende la necesidad.

—Bien —dijo Harlot—, ahora tenemos una forma de acercamiento. Apliquémosla a los otros vicios. Supongan que a! cliente le gusta el juego.

Todos estuvimos de acuerdo en que la reacción más efectiva sería decir que nuestro padre también jugaba.

Así seguimos adelantando. ¿Y si el cliente quería que su hijo ingresase en una universidad prestigiosa? El principal tendría que recurrir a amigos influyentes. Algunos preparativos consumían años.

—Sin embargo —dijo Harlot—, no se debe perder de vista el problema intrínseco. Se está forjando una amistad excepcional. Uno está actuando con la misma generosidad que un ángel guardián. Eso puede provocar las sospechas del cliente. Después de todo, debe de ser consciente de que su trabajo tiene que ver con secretos del gobierno. Puede sospechar tanto como una muchacha rica y fea acosada por un candidato excesivamente entusiasta. Estén seguros de que es así. En algunos aspectos, el espionaje tiene ciertos parecidos con el noviazgo. Los ministros que guardan secretos de Estado son los más difíciles de cortejar. Una razón más para concentrarse en el blanco más fácil: el funcionario de menor jerarquía. Aun en niveles más modestos, sin embargo, ustedes, como ángeles guardianes, deben estar preparados para disolver la desconfianza del cliente a medida que se vaya generando. Es razonable asumir que el cliente, en una parte de su ser, sabe qué es lo que ustedes buscan, pero está dispuesto a aceptar el juego. Ahora es el momento de convencerlo de que dé el primer paso, el mismo paso que lo llevará a convertirse en un espía. El éxito de esta transición (llamémoslo el
pase
) depende de un procedimiento tan bien establecido que es una regla empírica. ¿Alguien de entre ustedes tiene alguna idea?

Nos quedamos callados.

—Supongo que hay que ir despacio —dijo uno de los mormones.

—No —dijo otro mormón que había sido misionero en las Filipinas—, despacio o rápido, hay que hacer que parezca natural.

—Está sobre la pista —dijo Harlot — . La regla es reducir el drama.

—¿Siempre es así? —preguntó Rosen.

—Nada de lo que les diga es siempre así —respondió Harlot — . En este punto les estoy dando situaciones posibles. En el campo los agentes actuarán de manera imprevisible.

—Eso ya lo sé —dijo Rosen—. Pero pienso que el pase, como usted lo llama, puede hacer que las cosas sean más dramáticas.

—Sólo en el contraespionaje —dijo Harlot—. Cuando llegue el momento, echaremos un vistazo a ese tema arcano. Por ahora, no obstante, mantendremos la transición modesta, aburrida, sin acontecimientos notables. Reduciremos el drama. Requeriremos algo menor. En este punto nuestro propósito no es producir información sino tranquilizar la conciencia del cliente. Un vendedor, como podrá sin duda decirnos el padre del señor Rosen, quiere evitar que un comprador potencial piense en qué medida necesita realmente el producto. ¿Qué procedimiento es análogo a nuestras circunstancias, Hubbard?

—No debe permitirse que el cliente se dé cuenta en qué se está metiendo.

—Bien. El principal está allí para aliviar la ansiedad. Hay que calentar la sopa a fuego lento. «Mire, amigo —puede uno quejarse a su incipiente agente—, cuando quiero hablar con alguien en su despacho, el teléfono comunica. No puedo levantar el auricular y llamarlos; tengo que enviar una carta. No es raro que nuestra economía socialista sea tan lenta. Si me facilitara el registro telefónico de su departamento por una noche, me simplificaría el trabajo.» Bien, ¿cómo puede rehusarse el cliente, después de todo lo que uno ha hecho por él? Al fin y al cabo, se trata de una petición modesta. El registro telefónico interno es delgado. Se lo puede ocultar en el forro del abrigo. De modo que una vez que el cliente lo facilita, uno lo copia de inmediato y lo devuelve a la mañana siguiente, temprano, antes de la hora de oficina. ¿Qué hace uno después?

Silencio.

—Deja pasar una semana. Si hubo ansiedad en el tierno pecho del cliente, ahora ya se ha tranquilizado. Entonces uno pide algo más. ¿Se puede echar un vistazo al informe X? Uno sabe que el informe X está en un escritorio de su despacho. Nada demasiado importante, sólo que a su jefe le gustaría verlo.

»El cliente deja escapar un suspiro de infelicidad —continuó Harlot—, pero acepta. Esa noche lleva el informe en su maletín, y le es devuelto a la mañana siguiente. Sin embargo, todavía falta lo principal. Para que el cliente se convierta en un agente confiable, dispuesto a trabajar durante años, ¿qué se necesita a continuación?

Rosen levantó la mano. Los mormones también. Pronto, todos, excepto yo, tenían la mano alzada. Era el único que no se daba cuenta de que el paso siguiente llevaría a que el nuevo agente aceptara dinero por sus servicios.

—Es más fácil de lo que suponen —dijo Harlot—. Así como muchas mujeres prefieren recibir besos y regalos, y no besos solamente, a nuestro nuevo agente no le molestará recibir dinero por sus pecados. Un poco de corrupción entibia el enfriamiento. Recuerden, sin embargo, que aquí la hipocresía es indispensable. Sigan el modelo de la joven muchacha. Ofrezcan regalos antes de llegar al dinero. Eviten todo signo de vulgaridad. Paguen, por ejemplo, alguna vieja deuda del cliente. Sólo un favor más.

»Antes de lo que piensan, nuestro novicio está preparado para un arreglo más metódico. Si siente que se está adentrando en un nivel más profundo de lo ilícito, el dinero puede aliviar parte de su ansiedad. Esto siempre es así con los criminales, y el agente es, por lo menos, un delincuente de chaqueta y corbata. En nuestro caso, proviene de una vida de clase media, ordenada pero insatisfactoria. El dinero se vuelve tremendamente atractivo cuando uno está en el borde. Entonces hay que cerrar el trato. Como principales, ustedes pueden llevar una oferta de su jefe. En pago por una entrega regular de documentos oficiales selectos, puede arreglarse el pago de un estipendio semanal. —Harlot asintió — . Ahora comienza un período interesante. El trabajo secreto de nuestro novicio le proporciona excitación. Si es de mediana edad, podría decirse que está echando una cana al aire. Si es joven, puede sentirse estimulado al descubrir el potencial para el engaño que posee.

Harlot paseó la mirada alrededor de nuestra mesa de reunión. ¿Tuve la impresión de que sus ojos descansaban un poco más en los míos? Su mirada continuó su recorrido.

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