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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (138 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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Nadie dice nada de la bahía de Cochinos. Hablamos de la Playa Roja, la Playa Azul y la Playa Verde. ¿Resabios de Normandía? ¿De Tarawa? ¿De Iwo Jima?

13 de abril de 1961

Olvidé mencionar un comentario interesante hecho ayer por Jack Kennedy en su conferencia de Prensa: «El hecho de que el señor Masferrer haya sido acusado de estar planeando una invasión a Cuba con el fin de establecer un régimen similar al del depuesto presidente Batista, debería indicarnos cuáles son los sentimientos de nuestro país hacia quienes desean ese tipo de gobierno para Cuba».

14 de abril de 1961

Hoy, D menos 3 (tres días para el día D), la Brigada se ha hecho a la mar. Nuestras tropas van en cinco viejas embarcaciones; nuestra operación se llama Zapata. Mañana, D menos 2, ocho aviones B-26, con exiliados, partirán desde una base nicaragüense cercana a Puerto Cabezas y lanzarán un ataque aéreo contra tres aeropuertos cubanos. No sólo buscamos aniquilar la aviación de Castro, sino que queremos demostrar al mundo que la operación ha estado a cargo de desertores cubanos que pilotan aviones cubanos comprados por cubanos. La opinión que prevalece en el Cuartel del Ojo es que un intenso ataque aéreo el mismo día D llevaría la firma de los Estados Unidos. Hunt y yo no estamos conformes con la elección del día. Bombardear los aeropuertos el D menos 2 dará a Castro tiempo para arrollar nuestras redes. En consecuencia, es probable que el día de la invasión no haya una acción seria de parte del movimiento clandestino de resistencia. Cal no cree que ésta sea una conclusión lógica. Por primera vez me doy cuenta de cuan calculador debe de ser Allen Dulles. Mañana parte a Puerto Rico, donde dará una conferencia a fin de confundir al DGI haciéndole creer que la invasión no está tan cercana.

Sólo a Dulles podría ocurrírsele que si nuestras redes en Cuba están tan infiltradas como se estima, tal vez nos sean de tanta utilidad como a Castro, por lo que es mejor dejar que arreste a los miles de cubanos implicados. Es probable que encarcele a muchos de sus propios agentes dobles, lo cual podría afectar la moral de sus fuerzas de Inteligencia. La de nuestra red clandestina es perfectamente prescindible.

Hunt y Phillips se preocupan por los millones de panfletos que no serán distribuidos durante el ataque aéreo de D menos 2. Todo el espacio de los B-26 ha sido dado a las bombas que caerán sobre los aviones de Castro. Más adelante, si los ataques aéreos continúan (nadie sabe cuántos han sido autorizados, y Phillips ha comenzado a golpear sobre el escritorio porque no logra descubrirlo), podríamos dejar caer algunos papeles, pero toda referencia a un golpe similar al de Guatemala parece haberse esfumado. Para aplacarnos, se nos asegura que los panfletos llegarán en los barcos de aprovisionamiento. «Una vez que tengamos la cabeza de playa y una pista de aterrizaje, vuestra entrada será muy útil», se nos asegura. «Demasiado tarde», intenta explicar Phillips. Como en el Cuartel del Ojo probablemente no haya un hombre más fornido que él y a la vez es un miembro típico de la CIA, es raro verlo arrugar la boca y la cara como si fuese un niño de cinco años que trata de no llorar. «No lo entienden —dice—. Nosotros somos la estimulación sexual. ¿Vamos a ponerlos cachondos después de fornicar?»

14 de abril. Más tarde

Bajo la presión del Departamento de Estado, alguien por encima de nosotros, posiblemente Bissell, ha decidido que durante el ataque aéreo de mañana, un avión señuelo vuele a Miami directamente desde Nicaragua. Simulará ser un B-26 de las Fuerzas Aéreas cubanas que ha desertado y después de bombardear los aeropuertos de La Habana, ha huido a los Estados Unidos.

Hunt prevé que en esta travesura saldrán mal muchas cosas, y por medio del codificador-descodificador se comunica con el Valle Feliz, que es nuestro nombre, en clave, del aeropuerto de Puerto Cabezas. Procede a explicar que es esencial que el avión exhiba señales de combate. Artistas del camuflaje pueden hacer agujeros de balas y quemaduras en los lugares apropiados. Hunt comenta: «Esto me da escalofríos. Si una sola cosa sale mal, todo se echará a perder».

El ataque aéreo tendrá lugar al alba, de modo que casi todo el personal del Cuartel del Ojo se quedará a pasar la noche en él. Descansamos en catres del Ejército, sobre colchones duros como piedras o asombrosamente fláccidos, bebemos café y pasamos el tiempo sin hacer nada. Supongo que cuando uno aguarda noticias del exterior se siente sensorialmente incomunicado, como si estuviese en la cárcel.

15 de abril de 1961. Hora: Ocho de la mañana

El ambiente apestaba a humo de cigarrillo y al olor rancio y casi nauseabundo de demasiados hombres, demasiado tensionados, durmiendo juntos. Sin embargo, poco después del amanecer comenzó el tráfico de cables referidos a nuestros tres ataques. Una escuadrilla de tres B-26, de nombre
Linda
, tenía como blanco a San Antonio de los Baños, un aeropuerto militar grande y crucial a cuarenta y seis kilómetros al sudoeste de La Habana.
Puma
, otra escuadrilla de tres B-26, atacaría el campamento Libertad, en las afueras de La Habana y
Gorila
, la tercera escuadrilla compuesta por dos B-26, atacaría, en el otro extremo de la isla, el aeropuerto de Santiago de Cuba, en la provincia de Oriente.

Los informes llegan todos a la vez. Los tres aeropuertos han sido bombardeados simultáneamente. Emisiones histéricas han hecho erupción en La Habana, y nuestros pilotos cubanos nos informan de que la aviación castrista ha sido aniquilada.

¡Cómo se transforma nuestro dormitorio! A las seis y media de la mañana abrimos todas las ventanas y empezamos a vitorear. Nos vestimos de prisa y bajamos a la oficina de Operaciones Militares, donde la euforia es generalizada. Los oficiales se abrazan entre sí. Bissell es felicitado. «Nada oficial —oigo que dice—. Todavía debemos esperar una confirmación oficial de nuestro U-2.» Pero está radiante. «Todo ha terminado —dice un oficial—. Es lo mismo que si La Habana hubiera caído en nuestras manos.»

Entretanto, el solitario B-26 que voló desde el Valle Feliz hasta Florida aterrizó en el aeropuerto internacional de Miami; el piloto cayó en poder de Inmigraciones, y su aparato fue confiscado. Según los noticieros de Miami, el piloto vestía camiseta, gorra de béisbol y gafas de sol; parecía muy tranquilo, y fumaba un cigarrillo. Su avión había sido muy vapuleado. Uno de los motores no funcionaba y el fuselaje exhibía muchos impactos de balas.

Desde Nueva York llega una declaración de Miró Cardona. «El Consejo Revolucionario Cubano ha estado en contacto con estos valientes pilotos, alentándolos.» En la oficina de Operaciones Militares tenemos un televisor en blanco y negro de diez pulgadas; observo a Cardona mientras habla con los periodistas. Parece cansado. Se quita las gafas de sol.

—Caballeros, estos ojos revolucionarios últimamente han dormido poco.

—¿Puede decirse que los ataques son el preludio de una invasión? —pregunta un periodista.

Cardona sonríe.

—No hay invasión, señor —responde.

Bárbaro, que parece histérico, lo interrumpe.

—Han empezado a suceder cosas espectaculares —dice.

Una hora más tarde

Extraños acontecimientos. Uno de nuestros bombarderos verdaderos tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en Key West. Volvía de atacar el campamento Libertad cuando sufrió un desperfecto en un motor. Cuando los hechos reales se adecúan a las situaciones ficticias, nadie está preparado. El instituto de Key West se disponía a celebrar unas pruebas atléticas en la estación naval aérea de Boca Chica. Todos estaban allí reunidos: los padres, las bandas, los participantes. Todo hubo de ser cancelado. Las pruebas atléticas fueron suspendidas por orden de la Marina.

Después, otro B-26, proveniente del ataque contra San Antonio de los Baños, tuvo que aterrizar en la isla Gran Caimán porque uno de los depósitos de combustible dejó de funcionar. Como Gran Caimán es británica, el piloto y su avión no serán automáticamente autorizados a regresar al Valle Feliz. «No se puede confiar en los británicos para este tipo de cosas —comentó Cal—. Se vuelven muy formales en los momentos más inesperados.»

El director de Inmigración y Naturalización aparece en el telediario de Miami. Se niega a dar los nombres de los dos pilotos que han aterrizado en territorio estadounidense. Sus familias residentes en Cuba deben ser protegidas. Un reportero pregunta si los comandantes de las Fuerzas Aéreas de Castro desconocen los nombres de sus propios pilotos. «No puedo ayudarlo —responde el director—. Esos hombres han solicitado que sus nombres sean mantenidos en secreto.»

Hunt menea la cabeza y dice: «Puedo oír cómo la bodega empieza a llenarse de agua».

Tiene razón. Durante todo el día los periodistas no dejan de hacer nuevas preguntas tanto en Miami como en Nueva York. Comienzo a ver que son otra clase de fuerza en nuestro campo de fuerzas, y tienen buen olfato para los puntos débiles de las historias. Uno de los reporteros logró acercarse al avión que aterrizó en Miami, y notó que las bocas de las ametralladoras del B-26 estaban tapadas. Si bien se trata de una medida rutinaria para protegerlas del polvo, en este caso significa que no fueron utilizadas. Esa pregunta da vueltas en los noticieros. En los departamentos de Noticias y de Operaciones Militares, oigo que los hombres dicen: «Esos reporteros hijos de puta, ¿de qué lado están?». Me oigo diciendo lo mismo. Las preguntas son cada vez peores, y las respuestas no llegan. Por radio y televisión los locutores hacen una pausa después de cada pregunta y enfatizan: «Sin comentarios».

En las Naciones Unidas, Raúl Roa, el embajador de Cuba, tiene una discusión con Adlai Stevenson. Toda la tarde me llegan comentarios por la radio. Stevenson dice: «Estos pilotos escaparon de la tiranía de Castro. Los Estados Unidos no han intervenido. Que nosotros sepamos, esos dos aviones pertenecían a las Fuerzas Aéreas de Castro y, según los pilotos, partieron de sus aeropuertos militares. Tengo una foto de uno de esos aviones. Las insignias de la aviación castrista son claramente visibles».

Que un personaje tan famoso como Adlai Stevenson esté dispuesto a mentir por la Agencia hace que me sienta extraña e inesperadamente importante, triste y alegre a la vez. Es como si también él fuese parte integrante de la maldad trascendental que participa del bien porque su finalidad es que triunfe la justicia. No obstante, también me siento deprimido. Stevenson parece un mentiroso redomado. Su voz es absolutamente sincera. Para Hunt, no está enterado de nada. Pero Raúl Roa sí que lo está. «Este ataque aéreo al amanecer —dice— es el preludio de una invasión a gran escala que cuenta con el apoyo y la financiación de los Estados Unidos. Estos mercenarios han sido adiestrados por expertos del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia.»

En una conferencia de Prensa, Pierre Salinger, el Secretario de Prensa, niega todo conocimiento del bombardeo.

Más tarde

Por la noche voy al despacho de mi padre a tomar una taza de café. No está de buen humor. Acaba de enterarse de la primera baja. En el
Atlántico
, uno de los barcos alquilados, hubo una práctica de tiro con ametralladoras de calibre 50. Los soportes de las ametralladoras cedieron sobre las chapas herrumbrosas de la cubierta. Una ráfaga acabó con la vida de un hombre e hirió a otros dos. Una ceremonia de entierro en el mar. Uniformes formales, oraciones, y el cuerpo es arrojado al mar en el crepúsculo.

Cal Hubbard dice que la muerte innecesaria es un mal augurio; además, está preocupado por Adlai Stevenson. «No creo que Adlai sepa que esos dos aviones eran nuestros. Cuando quiere, Tracy Barnes puede ser muy poco preciso en sus informes. Cuando Stevenson se entere pondrá el grito en el cielo. Hasta podría solicitarle a Kennedy que cancele la invasión.» «Eso no sucederá», dice Cal, como si la fuerza de su voluntad fuese un factor decisivo.

Noche

Dorothy ha visitado a Hunt. Juntos salieron del Cuartel del Ojo y se sentaron en el coche a charlar. Él no le ha mencionado que en setenta y dos horas partimos hacia la cabeza de playa. Ni siquiera ha hecho las maletas. Probablemente se una a los miembros del Consejo Revolucionario Cubano poco después de que lleguen a Opa-Locka. Allí buscará algo de ropa y unas botas militares. Yo haré lo mismo. Imagino a Howard y Dorothy en el coche, hablando de la muerte reciente de la madre de ella y de la escuela de los niños: su agenda doméstica. Nos dirigimos a un país tropical, pero siento un escalofrío. No me parece real que marche a la guerra. Aun así, la idea de que puedo morir no me abandona. Puedo ver mi cuerpo inerte. Como este Diario es para Kittredge, me atrevo a preguntar: ¿Molesta Omega a Alfa con imágenes de la muerte para las que está mejor pertrechada que su poco solidaria socia?

Domingo por la mañana

Casi nadie ha podido conciliar el sueño. Si bien la invasión no está programada sino hasta mañana por la mañana, los hombres no hacían más que levantarse y dirigirse a la oficina de Operaciones Militares. Mientras tomamos café y donuts, Phillips nos entretiene con una de sus historias. Una secretaria se acostó anoche en uno de los catres para descansar un rato, al despertar sintió pánico al ver a un hombre desconocido acostado en el catre de al lado. Era muy grande y muy pálido, y nunca lo había visto antes. ¿Sería un intruso? No, dijo Phillips, se trataba de Richard Bissell, nuestro líder, descabezando un sueñecito.

Alrededor de las nueve de la mañana la mitad de los hombres del Cuartel del Ojo se han marchado durante un par de horas para ver a sus familias o ir a la iglesia. De la oficina de Operaciones Militares nos llega una noticia perturbadora: después de un examen minucioso, las fotografías aéreas revelan que los daños causados por el ataque a los aeropuertos cubanos han resultado menos importantes de lo que se pensaba. No todos los aviones de Castro han sido destruidos. Al parecer, los pilotos de la Brigada vieron lo que quisieron ver. Según el cálculo de la oficina de Operaciones Militares, dos tercios de la aviación castrista han sido destruidos o inutilizados, pero todavía le quedan tres o cuatro aviones de instrucción T-33, igual número de aviones de combate Sea Fury y dos bombarderos B-26. Por lo tanto, se necesita una misión de limpieza que termine el trabajo. Nuestro oficial a cargo de operaciones aéreas estaba ordenando esta maniobra cuando el general Cabell, presidente interino durante la ausencia del señor Dulles, regresó a la oficina de Operaciones Militares después de su partida de golf.

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