Cuando llegamos a una etapa de confianza mutua, Rosen empezó a prevenirme de la situación: la prueba Weschler-Gittinger funcionaba en ST, y yo no.
—¿Qué dicen, en realidad? —le pregunté por fin.
—Bien, hay quien sostiene que tu trabajo puede terminar siendo mera palabrería.
Eso me dolió. Luego tuve que enfrentarme a la noticia de que a Gittinger le habían adjudicado una suma cuantiosa, proveniente de una de nuestras elegantes fundaciones encubiertas. Ahora cuenta con los fondos de la Fundación para la Ecología Humana. Mientras que mi seminario de Cornell no ha sido renovado.
Lo anterior no es nada más que la introducción a mi caída. Harry, la vida siempre me ha tratado como a una querida, y durante demasiado tiempo. Si bien mi madre me adoraba siempre y cuando se percatara de mi existencia, mi padre compensaba esto con creces. ¿Has sido festejado alguna vez por un apasionado shakesperiano? Si bien mi padre y yo nunca llegamos al incesto formal, a los tres años supe lo que era el amor de un hombre poderoso. Jamás vacilaba. Sólo crecía y se hacía cada vez más posesivo. ¡De qué manera odiaba papá a Hugh! Creo que ésa fue la primera tempestad de pasión con la que topé, fuera de los libros. Hasta entonces, esta princesa sólo caminaba sobre alfombras. Radcliffe fue una coronación. Allí yo era adorada, nuevamente, o envidiada, o ambas cosas a la vez, y ni siquiera me percataba de ello. Mi cerebro era tan fértil que, de haber ido a una isla desierta, habría sido delirantemente feliz conmigo misma. Los únicos dolores que conocí fueron las feroces congestiones que acompañan a las ideas nuevas. Por Dios, cómo fluían en mi mente. Y después, convertirme en esposa de Hugh.
Figure-toi
! Yo tenía veintitrés años, y ya hombres de pelo gris, veteranos de las guerras de Inteligencia, hacían fila para festejarme. Querido, ¿hubo alguna vez una tonta tan brillante y tan echada a perder?
De pronto, después de cinco años en ST, me encontraba al borde de la caída, y Gittinger crecía más y más, semana a semana, mes a mes. Sin embargo, era imposible no simpatizar con ese hombre. Es un provinciano inteligente, sutil y jovial que, como dice Arnie, saca provecho de su voz gangosa. Gittinger tiene el poder de administrar la risa. A veces alardea ante nosotros. Basta darle un perfil Weschler-Bellevue G. de un hombre o una mujer que nunca ha visto, para que él pueda hacer una interpretación tan completa como si se tratara de un personaje de Proust. Verdaderamente extraordinario. Gittinger es el único profesional capaz de hacer una lectura tan espléndida de un simple Weschler-Bellevue G., pero trabaja veinticuatro horas al día, y tiene la habilidad de correlacionar todo lo que llega a sus manos: agentes, mensajes telefónicos interceptados, grabaciones, entrevistas, fotos (para el idioma corporal) y análisis grafológico. Nos hechiza a todos, porque es, o simula ser, un hombre modesto. Siempre resta importancia a su propio trabajo. «Cualquiera podría hacerlo mejor con el Tarot.» De modo que hechiza a los competidores a los que sobrepasa. (Aunque me dolió cuando Rosen me dijo que todos se refieren a Gittinger «nuestro genio residente».) Harry, hubo un tiempo en que decían eso de mí. Así conocí el dolor de un monarca destronado. Sin embargo, G. siempre me adula. «Tu Alfa y Omega nos llevará a las verdaderas cavernas. Yo sólo hago esquemas superficiales.»
Todo eso está muy bien, pero he perdido. Gittinger ya está trabajando en el campo con oficiales y agentes (siempre que un jefe de estación lo permite), y yo me he convertido en uno de sus adjuntos. «El anexo Gardiner de Gittinger», podría llamarme.
Harry, entérate de lo peor. Poco antes del episodio del LSD, me habían dejado con un solo asistente, Rosen, y me habían pedido que colaborara con nuestro departamento de grafología. En lugar de enseñarle a nuestros expertos grafólogos cómo dar con Alfa y Omega, ahora eran ellos quienes evaluaban mi trabajo.
En esta época, Arnold tuvo una larga charla conmigo. Como me imaginaba, no era más que un prefacio antes de decirme que solicitaría ser transferido al equipo de Gittinger.
—La lealtad es una virtud —me dijo finalmente—, pero quiero salir del sótano.
De repente, había dejado de ser gracioso. Lo vi en su mirada. Ser judío en la Agencia no provoca una bienvenida automática; menos aún cuando se lleva una doble vida. Sin embargo, su propia ambición me pareció lamentable. También me advirtió que había llegado el momento de que Hugh interviniera.
—Kittredge, tienes auténticos enemigos en ST.
—Será mejor que me des algunos nombres, o no prestaré atención a lo que dices.
—Podrían ser enemigos de Hugh.
—«Quieres decir que no puedo tener mis propios antagonistas?
Estábamos tomando café en la cafetería del cobertizo K, a las tres de la tarde, y Rosen estaba sentado frente a mí, con lágrimas en los o]os. Sentía ganas de gritar.
—Creo que me he ganado mis propios enemigos —dije.
—Quizá lo hayas hecho.
—Cuando comencé fui demasiado petulante.
—Sí —dijo él—. Probablemente.
—Y manifesté demasiado desdén hacia algunos de mis colegas.
—Sabes que es verdad.
Parecía canturrear.
—No cooperé con mis supervisores. Especialmente cuando querían cambiar mi terminología.
—Sí.
—Pero todo eso fue al comienzo. Últimamente, mi peor crimen fue obtener algunos beneficios adicionales para mis mejores asistentes de investigación.
Con esto pretendía herirlo, pero sólo conseguí que su rabia aflorase. Me pareció que era precisamente lo que estaba buscando.
—Volvamos a tu despacho, Kittredge. Tengo ganas de gritar.
Después de una larga, interminable caminata de regreso al Callejón de las Cucarachas, él se descargó un poco.
—Lo que ocurre, Kittredge, es que hay una falla fundamental en el test. Los supuestos agentes son excelentes mentirosos. No van a delatarse sólo porque la señora Gardiner Montague haya inventado unos cuantos juegos de palabras.
—¡Cómo te atreves! —exclamé—. Hemos llenado la prueba de trampas.
—Kittredge, sabes que te aprecio —dijo—, pero, dime, ¿a quién has atrapado? La cosa no funciona. Y no perderé la vida apoyando una empresa que no puede tenerse en pie.
—Aparte de todos estos tests, ¿tú no crees en Alfa y Omega?
—Creo en ellos, querida. Como metáfora.
Bien, habíamos terminado, y lo sabíamos.
—Arnold, antes de irte, dime lo peor. ¿Qué están diciendo? Metáfora no es la palabra que emplean.
—No querrás oírlo.
—Creo que me debes la verdad.
—Muy bien.
De pronto me di cuenta de que no era tonto, ni débil, ni siquiera un bribón ingenioso. Debajo de todo, había una persona que lograría aunar su A y su O; el futuro caballero estaba ahí, delante de mí, el tío más firme y resuelto. Llegará el día en que oiremos hablar de Arnold Rosen.
—Kittredge —dijo—, la idea general, aquí en ST, es que Alfa y Omega en realidad no existen. Alfa es sólo una nueva manera de describir el plano consciente, y Omega, el inconsciente.
—Todavía no lo entienden. Cuántas veces debo decir que tanto Alfa como Omega poseen cada uno su propio inconsciente. Y su yo, y su superyo.
—Todo el mundo sabe eso, Kittredge. Pero cuando intentamos aplicarlo, siempre volvemos al consciente y al inconsciente, y Alfa es lo primero, y Omega lo segundo. Permíteme decirte que esas personas no son tus peores detractores.
—Dime, como ya te lo he pedido más de una vez, lo que dicen los peores.
—No quiero hacerlo.
—Como una especie de contribución final.
—Muy bien. —Se miró las puntas de los dedos—. Kittredge, los expertos han llegado a la conclusión de que tu concepto de Alfa y Omega es una proyección de tu esquizofrenia latente. Lo siento.
Se puso de pie, extendió la mano y, ¿sabes?, se la cogí. Nos dimos un apretón fláccido. Creo que los dos lamentábamos el dejar de trabajar juntos. A pesar de todo. Desde entonces, sólo lo he visto en la cafetería o en el pasillo. Y confieso que echo de menos su ingenio.
Harry, no podía guardarme este último golpe. Se lo conté a Hugh, y él organizó una reunión con Dulles y Helms. Hugh probablemente creía que yo sería capaz de sacar mis propias castañas del fuego. Pero me negué a ir con él. Si se me acusaba de esquizofrenia no podía hacer nada. Bien, Dulles le dijo a Hugh que ni por un instante creía que mi teoría fuese una proyección de mi esquizofrenia. Qué noción más absurda. No, para ellos, la teoría de Kittredge seguía siendo, como siempre, profunda. «Yo incluso la llamaría sacrosanta», dijo Dulles.
Luego habló Helms. En su opinión, Kittredge debía ser considerada una inventora muy innovadora. La gente tan originalmente creativa, a menudo sufría de manera injusta.
—El problema —dijo—, es que tenemos que enfrentarnos a una realidad psicológica. En ST, todo el mundo ve a Alfa y Omega como una especie de espectáculo de luz y sonido.
—¿Un espectáculo paranoico de luz y sonido? —le preguntó Hugh.
—Mira —le respondió Helms—, podemos jugar con estos términos hasta que la cancha esté demasiado oscura para seguir jugando. La dificultad crucial reside en que una cosa es mantener un circo subterráneo como ST, y otra, absolutamente
verboten
, dejar que se diga que es una colección de monstruos y anormales. Kittredge ha tenido cinco años y una falta evidente de resultados positivos. Debemos encontrar otro
boulot
para ella.
Boulot
. Que en argot antiguo quiere decir trabajo, Harry. Nunca he visto a Hugh tan fastidiado como cuando me relató esta conversación. ¿Sabes?, fue el día que llegó tu broche. Eso puede explicar unas cuantas cosas. De inmediato, me sumergí en el LSD. Lo que fuese, con tal de llegar a una nueva manera de comprender el proceso de pruebas. Tuve viajes terribles. Mi visión me condujo por un largo camino de charcos de luna fosforescentes, en los que chapoteaban cerdos, y cosas peores. Fui un hombre joven retozando en un burdel.
Estos días tengo cuatro sesiones de grafología por semana, lo cual, al fin y al cabo, no deja de ser fascinante. Y todavía medito acerca de Alfa y Omega. Pero volveré. Prometo que volveré.
Ahora te darás cuenta de por qué quiero saber acerca de tu vida. Y en detalle. Lamento, una vez más, no conocer suficientemente bien los detalles de mi propia vida. Ciertamente, nunca supe cuántos de mis colegas, muchos de ellos desconocidos, estaban determinando mi destino. En ese sentido, tus cartas arrojan luz.
Harry, vuelve a escribir. Me fascina la manera en que pasas tus días. Parece que hace tanto desde que tuve una de tus cartas en la mano... ¿Qué le ha pasado a AV/ISPA y a su alma atormentada? ¿Y tus recepciones rusas al aire libre, y al querido Hyman BOSQUEVERDE y a su mujer que te susurra cosas agradables acerca de Gordy Morewood? Sí, cuéntame el resto, cuéntame acerca de Gatsby con su pelo rubio y el bigote castaño que Howard Hunt le hizo afeitar. Como ves, recuerdo, y quiero saber más.
Incluso puedes escribirme acerca de tu trepador jefe de estación. Ahora me doy cuenta de por qué el señor Hunt me resultó antipático. Tiene ese principio mundano al cual estoy secretamente incapacitada para enfrentarme. Pero ya no me permitiré el lujo de esos prejuicios. Para tener ideas nuevas, hay que encontrar una manera de renovarse. De modo que cuéntame también acerca de él. Mi curiosidad crece por momentos, mis críticas se vuelven más benévolas. Mi amor por ti siempre crecerá en proporción, querido, desde hace tanto tiempo ausente.
KITTREDGE
La carta estaba escrita con su pequeña letra gótica. Para cuando hube terminado de leerla, el anhelo había echado otro lazo corredizo alrededor de mi deseo de huir del amor.
11 de enero de 1958
Queridísima Kittredge:
No intentaré decirte cuan cerca de ti me llevó tu carta. Qué abominable e injusto te habrá parecido todo. Ahora veo por qué mis cartas, con sus pequeños detalles, te han resultado agradables. Déjame entretenerte, entonces. En un día atareado, cuando dos o tres cosas están a punto de romper el hervor (o simplemente de romperse), uno se siente aquí en la estación como si estuviese en el medio de una máquina de Rube Goldberg. Hoy, un sábado por la tarde, todo está tranquilo. ¡Rara ocasión! ¡Un sábado por la tarde tranquilo en mitad de nuestro verano! Todas las personas que conozco están en una de nuestras playas de arcilla junto al mar color café. Hace calor, y estoy en pantalones cortos. Sigo en el mismo cuarto barato de hotel. Créelo o no, soy uno de los tres huéspedes más antiguos del lugar. Kittredge, me enorgullezco de las pocas cosas materiales que necesito. Por una parte, me llena de placer el enumerar las actividades de la estación. Me siento como si fuera mi tienda, y yo estuviera haciendo el inventario.
He aquí una buena porción de las noticias. Los Bosqueverde tienen a dos espantosos individuos de la división de la Rusia soviética, que prácticamente se han instalado en su casa. Los martes por la noche, en otra parte de la ciudad, AV/ALANCHA libra batallas campales contra el grupo de estudiantes de izquierdas, el MRO. AV/ALANCHA son los pintores de carteles, ¿recuerdas? También están Peones y Libertad, y Chevi Fuertes, por el que tanto te preocupas, además de los rusos, es decir, nuestra pareja de rusos. Ahora estoy en buenos términos con Masarov y su mujer. Sí, el gran cambio es que, con tremendas precauciones, se me permite cultivar una relación con Masarov. No sólo se me permite, sino que se me alienta a hacerlo. Eso ha cambiado mi vida.
Sin embargo, antes de continuar es absolutamente necesario que te diga cuánto te adoro, Kittredge. Me deja completamente atónito que uno de los nuestros dude por un instante de la existencia de Alfa y Omega. Bien, un buen profesor de redacción que tuve en Yale decía que nunca hay que usar palabras como «absolutamente» a menos que uno esté desesperadamente enamorado. Absolutamente no.
Vayamos entonces a mi buen amigo Boris Gennadievich Masarov y su mujer gitana, Zenia. (Una vez me dijo que tenía una diecinueveava parte de sangre gitana.)
—¿Una diecinueveava parte? —le pregunté.
—Eres brutal, como rusos, por tu fascinación por hechos, cantidades, números —respondió.
—¿Una diecinueveava parte? —volví a preguntar.
—Eres joven apuesto. ¿Por qué haces pregunta tonta?
Después de leer la transcripción de este intercambio de palabras, veo que no le he hecho justicia. No es superficial. Se comporta como si nada importante hubiera sucedido en Rusia desde que Dostoievski fue salvado del pelotón de fusilamiento gracias a un indulto del zar. Supongo que con esto quiero decir que pulsa una cuerda en la apreciación histórica de uno. Ahora sé cómo podría habernos parecido una aristócrata de provincias a mediados del siglo XIX. Lo mejor de la literatura rusa cobra vida para mí cuando estoy con Zenia. A mi mente acuden muchas de las insatisfechas mujeres de Turguenev, y los incomparables retratos que hacía Chejov de las provincias rusas. Zenia es todo eso para mí, y más. Sin embargo, también es una mujer que ha vivido bajo los horrores de Stalin. Kittredge, ante esta alma apaleada uno puede sentir las depredaciones de la historia rusa. Si bien parece tener más de cuarenta años, los rusos demuestran su edad de una manera distinta a la nuestra. ¿Sabes?, creo que les causa una torva satisfacción exhibir el alma en la superficie arrugada de sus rostros. Nosotros nos horrorizaríamos antes de dejar que alguien sintiera la satisfacción de pensar que se estaba asomando a nuestras profundidades espirituales, pero eso puede ser precisamente lo que los rusos tienen que ofrecer. «He pasado por cataclismos, he permitido que mis amigos padecieran horrores en manos del Estado, pero nunca le he mentido a mi alma.» Esto es lo que me dice su cara. (Tiene unos ojos extraordinariamente oscuros y profundos; definición clave de
Otchi Chorniya
.) Pero debe de haber pasado por momentos espantosos. Después de todo, es del KGB. O al menos su marido lo es. Después me dice que tiene treinta y tres años. Sí, la historia ha cubierto de surcos los rostros rusos.