El Fuego (65 page)

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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

BOOK: El Fuego
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Pero ¿cómo habían conseguido llevar ese coche hasta allí nada menos, desde Wyoming, recorriendo más de dos mil kilómetros de tundra?

—No me lo digas, a ver si lo adivino —le dije a Lily—: mi madre y tú os turnasteis al volante las veinticuatro horas mientras conducíais por toda la Alean Highway cantando «Night and Day». O si no ¿cómo narices habéis llegado hasta aquí?

—Utilizando mi técnica habitual —contestó Lily, al tiempo que se frotaba las puntas de los dedos con las uñas pintadas contra la uña también lacada del pulgar, representando con mímica el gesto internacional que significa «dinero»—. Naturalmente, en cuanto hube examinado el terreno de nuestro lugar de destino, supe que mi única opción era contratar un ferry privado para transportar el coche por mar.

Pero entonces se hizo un silencio abrumador cuando Vartan ayudó a mi padre a bajarse del hidroavión y este vio a mi madre por primera vez en diez años. Hasta la señorita Zsa-Zsa permaneció en silencio.

Por supuesto, todos tenemos nociones básicas sobre cómo cada uno de nosotros ha llegado a este planeta: un espermatozoide se une con un óvulo. Hay quienes creen que Dios proporciona la chispa que desencadena el proceso, mientras que otros lo ven más bien como algo químico. Sin embargo, lo que estábamos viendo ante nuestros ojos era algo completamente distinto, y todos lo sabíamos. En ese momento me alegraba de que Vartan nos hubiese hecho a los dos ponernos delante de aquel espejo empañado para poder verme a mí misma como me veía él. En ese preciso instante, viendo a mis propios padres mirarse el uno al otro por primera vez en diez años, comprendí que en realidad estaba presenciando cómo yo misma había llegado hasta allí.

Se mirase por donde se mirase, era una especie de milagro.

Mi padre había hundido los dedos en la melena de mi madre, y cuando sus labios se encontraron, fue como si sus cuerpos fluyesen a la vez, como si se fundiesen el uno con el otro. Todos nos los quedamos mirando durante largo rato.

Key, que estaba a mi lado, susurró:

—Deben de haberse leído todas las instrucciones, absolutamente todas. —Hizo una pausa para reflexionar sobre lo que había dicho y añadió—: O puede incluso que escribieran ellos el libro.

Sentí que me volvían a asomar las lágrimas. Si aquello se convertía en una costumbre iba a tener que empezar a llevar pañuelos.

Sin dejar de abrazar a mi madre, mi padre extendió lentamente el brazo en nuestra dirección.

—Creo que quiere que vayas —me dijo Lily.

Cuando me acerqué a ellos, me rodeó con el brazo y mi madre hizo lo propio, de manera que los tres quedamos enlazados en un fuerte abrazo. Sin embargo, antes de que empezase a sentir vergüenza porque aquello pudiera ponerse demasiado empalagoso, mi padre dijo algo que había tratado de explicarme varias veces durante nuestro vuelo.

—Fue culpa mía, Alexandra. Ahora lo sé. Fue la única vez que me opuse a Cat por algo. Pero quiero que sepas que no lo hice por ti… sino por mí.

Aunque se dirigía a mí, no apartó los ojos ni una sola vez del rostro de mi madre.

—Una vez aquí, en América, cuando supe que tendría que renunciar a una de las dos cosas que más amaba en el mundo a cambio de la otra, abandonar el ajedrez para vivir la vida que había elegido con Cat, me resultó muy difícil. Demasiado difícil. Pero cuando vi que mi hija sabía jugar, y que además quería jugar a ese juego… —Dirigió sus ojos verde plateado hacia mí. Mis mismos ojos, advertí—. Supe que tú, mi hija, Xie, podías ser mi sustituta —dijo—. En cierto modo, te utilicé, como uno de esos padres que empujan a sus hijos a hacer aquello que ellos no pudieron hacer… ¿cómo se llama a eso?

—Madres frustradas —respondió mi madre, echándose a reír y rompiendo un poco el hielo eslavo. Puso la mano en la cabeza de mi padre y le retiró el pelo de la cicatriz morada que nunca podría borrarse de nuestras vidas. Con una sonrisa triste, le dijo—: Pero ya has pagado por tu crimen; me parece a mí.

Acto seguido, mi madre se dirigió a mí:

—No me gustaría reemplazar a tu padre convirtiéndome yo ahora en la mala de la película, pero lo cierto es que está ese otro juego del que tenemos que hablar, y me temo que es necesario que lo hagamos ahora mismo. He tenido poco tiempo para averiguar qué es exactamente lo que sabes. Pero sí sé que fuiste capaz de descifrar todos los mensajes que te dejé, ¿verdad? Sobre todo el primero, ¿no?

—«El tablero tiene la clave» —dije.

Y a continuación, hizo la cosa más rara del mundo: soltó a mi padre, me rodeó con los brazos para fundirnos en un abrazo y me dijo al oído:

—Pase lo que pase, ese es el regalo que te doy.

Luego me soltó e hizo señas al resto para que se acercaran a nosotros.

—Lily tiene una casa en la isla de Vancouver —siguió diciendo—. Vamos a pasar un tiempo ahí, nosotros tres y también Zsa-Zsa. —Alborotó el pelo de la cabeza del animal y Zsa-Zsa se retorció en los brazos de Lily—. Nokomis está de acuerdo en llevarnos de aquí hasta allí en avión y en organizarlo todo para que alguien se ocupe de enviar el coche de Lily de vuelta a la costa Este. De momento, sólo este grupo sabrá dónde estamos, hasta que sepamos con seguridad cuál es el estado de salud de mi marido. Y Lily se pondrá en contacto con Nim para decírselo, en persona, en cuanto vuelva a Nueva York.

A continuación, mi madre nos miró a mí y a Vartan.

—¿Hasta dónde habéis llegado en la lectura del manuscrito de Galen?

—Lo hemos leído entero—contestó Vartan—. Cómo ayudó a rescatar a la chica, cómo obtuvo de ella la verdadera Reina Negra de los sufíes, cómo la utilizó para ayudar a su madre a resolver la fórmula, y cómo, al final, él también se bebió el elixir. Combinada con la historia que Lily ya nos había contado sobre Mireille, la madre de Charlot, es algo realmente horrible: vivir siempre, para el resto de la eternidad, siempre en peligro y con miedo. Y comprender que estarás solo para siempre sabiendo que tú y sólo tú has creado…

—Pero hay más —lo interrumpió mi madre—. Acabo de darle a Xie la clave de todo lo demás. Si al final tú sustituyes a Galen como Rey Blanco y Alexandra accede a ocupar mi puesto, entonces tal vez vosotros dos seáis al fin los que logréis proporcionar la solución a aquellos que sabrán cómo hacer lo correcto con ella. —Y dirigiéndose a mí, añadió—: Y tú no olvides una cosa, cariño: la tarjeta de cartulina que Tatiana Solarin te dio hace tanto tiempo en Rusia. En un lado está la libertad y en el otro lado está la eternidad. La elección lo es todo. —A continuación, mientras Key conducía a los demás al interior del avión, mi madre nos dijo con una sonrisa y los ojos un tanto empañados—: Pero los dos sabréis dónde encontrarme en el caso de que tengáis alguna pregunta sobre las instrucciones.

Los vientos de cola de oeste a este redujeron increíblemente nuestro tiempo de vuelo: tres horas hasta Seattle y cuatro y media de allí a Washington, de modo que a pesar de las tres horas perdidas por la diferencia horaria entre ambas costas, era poco después de la hora de la cena del lunes por la noche —una semana después de «aquella noche en Bagdad»— cuando Vartan y yo entramos en mi apartamento.

Arrojó la única bolsa de lona con nuestras pertenencias al suelo y me tomó entre sus brazos.

—No me importa lo que pase mañana—murmuró contra mi pelo—. Esta noche empezaremos a estudiar en serio esas instrucciones que tus padres nos estaban enseñando. Me parece que eso sí es algo que me muero de ganas de aprender.

—Antes, la cena —dije—. No sé qué comida tendré aquí, pero no quiero que te desmayes de hambre justo cuando empecemos a hacer nuestros deberes.

Me metí en la cocina y saqué unas latas y unos paquetes de pasta.

—Tengo espaguetis —anuncié desde el quicio de la puerta.

Varían estaba de pie en la sala de estar, observando el tablero de ajedrez que Nim había dejado preparado en mi mesa redonda de roble.

—¿Te ha dado pena alguna vez lo de aquella última partida?

—preguntó. Alzó la vista para mirarme—. No, claro, no me refiero a pena por tu padre ni por todo lo que pasó después. Me refiero a si te da pena que tú y yo nunca tuviéramos la oportunidad de llegar a jugar esa partida.

—¿Que si me dio pena? Muchísima —repuse con una sonrisa—. Esa partida era mi última oportunidad para machacarte vivo.

—Entonces, juguemos.

—¿Jugar a qué?

—Juguemos esa partida ahora —repitió Vartan—. Ya sé que te falta práctica, pero a lo mejor te sienta bien jugar sólo por esta vez.

Apartó las damas negra y blanca del tablero y las barajó a sus espaldas. A continuación, me ofreció ambos puños con las reinas ocultas.

—Esto es un disparate —dije.

Pero le di unos golpecitos en la mano derecha, sintiendo yo misma una especie de hormigueo que me recorría todo el cuerpo.

Cuando la abrió, la palma de su mano contenía la reina blanca. Vartan me la dio y a continuación se sentó al otro extremo de la mesa, donde estaban las piezas negras, y colocó allí su reina negra.

—Tú empiezas —dijo Vartan, haciéndome señas para que ocupara mi sitio al otro lado.

En cuanto me hube sentado y hube colocado la reina blanca en su sitio en el tablero, fue como si algo cobrase vida en mi interior. Me olvidé de que hacía más de diez años que no me sentaba ante un tablero de ajedrez. Sentí cómo una corriente de energía me recorría el cuerpo, chisporroteando con toda clase de posibilidades, mi cerebro calibrando sin cesar, como la transformación de Fourier y las ecuaciones de Maxwell de la tesis de Key, y calculando esas ondas infinitas de calor, luz, sonido, y vibraciones de infrarrojos y láser que nadie podía ver ni oír.

Tomé el caballo y lo coloqué en d4.

Seguía mirando al tablero un momento más tarde cuando me di cuenta de que Vartan todavía no había hecho su apertura. Levanté la vista y vi que me miraba con una extraña expresión que no supe interpretar.

—Mueves tú —le indiqué.

—Puede que en el fondo no haya sido tan buena idea —me dijo.

—No, sí que ha sido una buena idea —repuse, impaciente por seguir con el juego—. Vamos, adelante.

—Alexandra —dijo—, llevo participando en competiciones estos últimos diez años, ya lo sabes. Mi Elo está por encima de los dos mil seiscientos puntos. No podrás ganarme sin más con la defensa india de rey, si es eso lo que estás pensando.

Siempre había sido mi defensa favorita, así que a ninguno de los dos le hizo falta que añadiese: «Tampoco pudiste la última vez».

—No me importa si te gano ni cómo te gane —dije. Bueno, mentí—. Pero si lo prefieres, responde con una defensa diferente. —Me parecía increíble que estuviésemos hablando de aquello en lugar de jugar.

—Me temo que ni siquiera sé cómo perder —repuso Vartan con una sonrisita de disculpa, como si acabase de darse cuenta de lo que estaba haciendo—. Ni mucho menos cómo perder a propósito. Sabes que no puedo dejarte ganar, aunque quisiera, sólo para que te sientas bien.

—De acuerdo, entonces puedes dejar que me ría en tus narices.. . cuando te gane —dije—. Juega y calla.

A regañadientes, movió su caballo y reanudamos la partida.

Lo cierto es que en su siguiente movimiento sí adoptó otra defensa distinta de la previsible: ¡avanzó un peón hasta e6!

¡La defensa india de reina! Traté de disimular mi entusiasmo… porque aquello era exactamente lo que mi padre y yo habíamos planeado, esperado y para lo que habíamos ensayado y elaborado nuestra estrategia cuando yo iba a jugar con las blancas en Zagorsk.

Y como cualquier respuesta posible a aquella defensa había sido grabada a fuego en mi memoria desde mi más tierna infancia, estaba más que preparada para sacar toda mi artillería, por si alguien llegaba a emplearla contra mí. Vartan me había dicho en Wyoming que el momento propicio lo era todo, ¿no?

Bueno, pues aquel era el momento propicio.

La vida imita al arte. La realidad imita al ajedrez.

En el noveno movimiento, arrojé mi llave inglesa dentro del engranaje de la maquinaria de Vartan: moví mi peón de caballo de g2 a g4.

Mi adversario me dirigió una mirada de asombro y dejó escapar una risita. Saltaba a la vista que se le había olvidado que se suponía que era una partida en serio.

—Tú nunca has hecho ese movimiento en tu vida —dijo—. ¿Quién te crees que eres? ¿Una pequeña Kaspárov?

—No —contesté, sin alterar mi cara de póquer—. Soy una pequeña Solarin. Y si no me equivoco, ahora mueves tú.

Meneó la cabeza con gesto divertido, sin dejar de reír, pero por una vez le prestaba más atención al tablero que a mí.

El ajedrez es un juego interesante que nunca deja de dar lecciones sobre el funcionamiento de la mente humana. Yo sabía, por ejemplo, que Vartan contaba con la ventaja de un cerebro lleno a rebosar de diez años de variaciones de las que yo ni siquiera había oído hablar. En esos diez años, mi oponente había jugado contra los mejores jugadores del mundo, y casi todas las veces había ganado.

Sin embargo, por débil que fuese mi situación en comparación con la suya en ese aspecto, sabía que en ese momento yo contaba con la ventaja del elemento sorpresa. Cuando Vartan se había sentado ante aquel tablero creía que iba a jugar contra la traumatizada cría que a los doce años había abandonado el ajedrez y de la que se había enamorado… y a la que esperaba no herir emocionalmente si podía evitarlo. Sin embargo, tras el movimiento inesperado de un peón, había descubierto de repente que estaba jugando una partida que, si no prestaba la debida atención y muy rápidamente además, podía incluso llegar a perder.

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