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Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

El guardián invisible (27 page)

BOOK: El guardián invisible
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—Está bien, señores y señoras —dijo San Martín—. Empezamos.

Los técnicos comenzaron por tomar muestras de fibras, polvo y semillas adheridos a los tejidos; después retiraron la bolsa de plástico con que habían preservado la mano de la chica, en la que se veían dos uñas rotas casi colgando, uñas en las que eran perceptibles restos de piel y sangre.

—¿Qué les dice este cuerpo? ¿Qué historia nos cuenta? —lanzó al aire Amaia.

—Tiene aspectos comunes con los otros crímenes. Sin embargo, también hay muchas diferencias —dijo Iriarte.

—¿A saber?

—La edad de la chica, el modo en que la ropa se ha separado a los lados, el cordel alrededor del cuello… Y, quizás en parte, la puesta en escena posterior —apuntó Jonan.

—¿En qué sentido?

—Ya sé que de entrada la forma en que presenta el cuerpo es diferente, pero hay algo virginal en cómo se han colocado las flores. Quizá sea una evolución en su fantasía, o quiso distinguir a esta víctima de una manera especial.

—Por cierto, ¿sabemos qué flores son? Estamos en febrero, dudo que haya muchas flores por la zona.

—Sí, he mandado la foto de una flor a un foro de jardinería y me han contestado enseguida. Las pequeñas de color amarillo son
calendula officinalis
, crecen en los bordes de los caminos, y las flores blancas son
camellia japonica
, una variedad de camelias que exclusivamente se cultiva en jardín. Ven poco probable que crezca silvestre, aunque ambas son de temporada, de floración temprana. Buscando en internet he visto que en algunas culturas se utilizaban ancestralmente como símbolo de pureza —explicó un documentado Jonan.

Amaia permaneció unos segundos en silencio sopesando la idea.

—No sé, no me convence —dijo Iriarte.

—¿Diferencias?

—Con excepción de la edad, la chica no encaja en el perfil victimológico. Su modo de vestir era casi infantil, unos vaqueros y un forro polar.

—¿Qué me dicen del lugar donde fue hallada?

—Totalmente distinto; en lugar del río, un paraje abierto, natural, que sugiere pureza, la encontramos en un lugar a cubierto, sucio y abandonado.

—¿Quién puede conocer la existencia de esa borda? —dijo Amaia dirigiéndose a Padua.

—Casi cualquiera de la zona que salga al monte. La han usado cazadores, senderistas y cuadrillas que subían a merendar, hasta que el invierno pasado se hundió el tejado… En cualquier caso, por los restos de basuras parece que no hace mucho que la usaron para ese fin.

—¿La causa de la muerte, doctor?

—Como ya le dije en mi primera impresión, fue estrangulada manualmente. Este cordón fue colocado después, cuando la lividez ya se había establecido; y además en esta ocasión es de distinto tipo y ha sido anudado.

—¿Puede que regresase más tarde para colocar el cordón? Quizá cuando se publicaron los primeros datos sobre los crímenes del basajaun… —sugirió Amaia.

—Sí, la primera impresión es de que tenemos un imitador.

—O más bien un oportunista. Un imitador mata imitando la puesta en escena de otro asesino; el oportunista es un advenedizo que no está homenajeando al primer asesino, sino intentando disfrazar su propio crimen para colgárselo al otro.

El doctor se inclinó de nuevo sobre el cuerpo con un separador y tomó una muestra del interior de la vagina.

—Hay semen —dijo pasándole un bastoncillo impregnado al técnico, que procedió a aislarlo y etiquetarlo—. Las paredes internas de la vagina presentan desgarros y una leve hemorragia que se interrumpió al sobrevenir la muerte, probablemente durante el transcurso de la violación, por lo que la sangre no llegó a derramarse por fuera. Eso, o ya estaba muerta cuando ocurrió.

Amaia se acercó un poco más al cuerpo.

—¿Qué me dice de la amputación?

—Post mórtem, no sangró, y fue practicada con un objeto extraordinariamente afilado.

—Sí, ya veo cómo ha cercenado el hueso. Sin embargo, la carne aparece un poco deshilachada en la parte superior.

—Sí, ya me he fijado, me inclino a que sean mordeduras de algún animal. Sacaremos un molde y ya le diré algo.

—¿Y el cordel, doctor?

—A simple vista se ve que es diferente a los otros, más grueso y con un revestimiento plástico. Cuerda de tender. Ustedes verán, pero no parece muy probable que a estas alturas se haya decidido a cambiar de tipo de cuerda.

Los técnicos retiraron los restos de la ropa y el cadáver quedó expuesto bajo la fría luz del quirófano. Las livideces formaban un mapa violáceo en la espalda y los hombros, en las nalgas y pantorrillas, donde la sangre se había acumulado por su propio peso tras pararse el corazón. La inflamación había deformado los rasgos de aquel cuerpo en el que apenas eran visibles los signos de la pubertad. Al lavar la tierra que manchaba el rostro, quedaron a la vista las marcas de varias bofetadas y la irritación de un puñetazo que le había aflojado un diente. San Martín lo extrajo con unas tenacillas mientras conminaba a Jonan a que se acercase más. Después de ducharlo todavía era evidente el aroma del perfume, que, mezclado con el del muy deteriorado cadáver, resultaba realmente repulsivo. Jonan estaba muy pálido y afectado, y no podía apartar su mirada del rostro de la niña, pero se mantenía firme. Su respiración era acompasada, y de vez en cuando alternaba los densos silencios con preguntas técnicas.

Amaia pensó en la gran afición que despertaban las series de forenses entre las audiencias televisivas, unas series en las que lo más chocante era que resolviesen un caso, a veces dos, en un turno de noche, gracias a autopsias, identificaciones, interrogatorios y pruebas de ADN incluidas, pruebas que con la máxima urgencia tardaban no menos de quince días y, cuando no se presionaba mucho, alrededor de un mes y medio. Eso contando además con que en Navarra no existía un laboratorio forense con capacidad para realizar ni un análisis de ADN, los cuales debían mandarse a Zaragoza, además del precio elevadísimo de algunas pruebas, que resultaban poco menos que imposibles. Pero, sobre todo, le hacía gracia el modo en que los investigadores de las películas se inclinaban sobre los cadáveres, intercambiándose notas e informes por encima de un cuerpo que en el mejor de los casos desprendía gases y olores nauseabundos.

Había leído que algunos jueces y policías consideraban nocivo el conocimiento manipulado que los jurados tenían de las técnicas forenses, muy a menudo adquirido a través de las dichosas series, que les empujaban a pedir pruebas, análisis y comparativas sin ningún criterio, aunque también se daba el caso de algunos científicos que por fin podían exponer sus conocimientos sin que su trabajo sonase a chino a los jurados. Era el caso de los entomólogos forenses. Hasta hacía diez años, un entomólogo y sus estudios resultaban de lo más incomprensible, mientras que ahora casi cualquiera sabía que, estableciendo la edad de las larvas y la fauna cadavérica, se podía precisar con gran exactitud la data y el lugar de la muerte.

Amaia se acercó a la cubeta donde habían depositado los restos de ropa.

—Padua, aquí tenemos los restos de unos vaqueros azules, un forro polar Nike de color rosa pálido, deportivas plateadas y calcetines blancos. Dígame, ¿qué ropa llevaba en el momento de su desaparición según la denuncia?

—Vaqueros y una sudadera rosa —susurró Padua.

—Doctor, ¿diría que pudo fallecer el mismo día de su desaparición?

—Es muy probable.

—¿Me permite usar su despacho, doctor?

—Faltaría más.

Amaia se soltó el nudo de la bata mientras le dedicaba una última mirada al cadáver y salió hacia la zona de lavabos mientras decía:

—Jonan, sal ahí afuera y haz pasar a la madre de Johana.

A pesar de las muchas ocasiones en que había estado en el Instituto Navarro de Medicina Legal, nunca había subido al despacho de San Martín, pues él parecía cómodo firmando los informes en el pequeño cubículo adyacente y atestado destinado a los técnicos. Amaia ya imaginaba que encontraría una estancia tan peculiar como su propietario, pero el lujo con que se había decorado la sala la sorprendió. Sin duda, aquel despacho ocupaba más espacio del que por lógica le podría corresponder. Los muebles, de factura práctica, del tipo que cabría esperar en el despacho de un científico superior, eran de líneas sobrias y modernas, contrastando con la colección de esculturas de bronce expuestas con el mayor cuidado y metódicamente iluminadas. Sobre la amplia mesa de reuniones reposaba una Piedad de unos setenta por setenta centímetros que parecía extraordinariamente pesada. Amaia se preguntó si la moverían de allí cuando la mesa debía utilizarse para su cometido.

En el otro extremo de la mesa, la hermana pequeña de Johana parecía abrumada por la cantidad de folios blancos y el bote de bolígrafos que Jonan había puesto ante ella. La madre contemplaba extasiada el Cristo muerto en brazos de su madre. Su rostro reflejaba la ansiedad propia del ruego, que era evidente en el temblor de sus labios.

Jonan se acercó a Amaia.

—Está rezando —explicó—. Me ha preguntado si creía que la escultura estaría consagrada.

—¿Cómo se llama?

—Inés, Inés Lorenzo. La niña se llama Gisela.

Se demoró un minuto más, resuelta a no interrumpir la oración, pero la mujer percibió su presencia y se dirigió hacia ella. Amaia le indicó que se sentase en una de las sillas y ella lo hizo en la otra. Jonan permaneció en pie junto a la puerta y el inspector Iriarte le cedió protagonismo, optando por una de las sillas de la mesa de reuniones, a la que dio la vuelta para mirar a Amaia y observar desde atrás a la mujer.

—Inés, soy la inspectora Salazar, nos acompañan el subinspector Etxaide, el inspector Iriarte y el teniente Padua, de la Guardia Civil; creo que ya se conocen.

Padua tomó el sillón tras la mesa y lo arrastró hasta un costado. Amaia agradeció que hubiera decidido no sentarse tras la mesa.

—Inés —comenzó Amaia—. Como sabe, una patrulla de la Guardia Civil ha hallado hoy el cuerpo de su hija.

La mujer la miraba fijamente, erguida y atenta, casi parecía contener la respiración.

—En la autopsia se ha determinado que lleva muerta varios días. Llevaba puesta la misma ropa que consta en la denuncia que usted interpuso en el cuartel de la Guardia Civil el día que desapareció.

—Lo sabía —susurró mirando a Padua con un gesto en el que no había tanto reproche como cabía esperar. Amaia temió que rompiese a llorar. En lugar de eso, la miró de nuevo y preguntó—: ¿La violó?

—Todo indica que sufrió una agresión sexual.

Inés frunció los labios en un gesto de íntima contención.

—Ha sido él —sentenció.

—¿Quién cree que ha sido? —se interesó Amaia.

Inés se volvió a mirar a la niña, que se había puesto de rodillas en la silla y pintaba medio recostada en la mesa, parcialmente oculta por la escultura. La madre miró a Amaia.

—Lo creo no, lo sé. Mi marido, mi marido ha matado a mi hijita.

—¿Por qué cree eso? ¿Se lo ha dicho él?

—No, no hace falta que me lo diga, yo lo sé, lo he sabido todo el tiempo, pero no lo quería creer.

Yo me quedé viuda cuando nació Johana, me vine a España con lo puesto, y a él lo conocí aquí. Nos casamos, y él crió a mi niña como si fuera suya… Pero de un tiempo a esta parte todo cambió. Johana lo rehuía, yo pensaba que era la adolescencia, ¿me comprende? Johana se puso preciosa, usted la ha visto, y su padre comenzó a decirme que la tenía que controlar más, porque con esa edad se ponen pavas y ya sabe, comienzan con la tontería de los chicos, y yo… Bueno, Johana siempre fue muy buenecita, nunca me dio problemas con nada, iba bien en la escuela, y los maestros estaban contentos, siempre me lo decían, puede preguntarlo si quiere.

—No hace falta —concedió Amaia.

—Ella no era de esas adolescentes que se ponen ariscas. Ayudaba en la casa, cuidaba de su hermanita, pero él cada vez estaba más encima de ella, con los horarios, con las salidas. Ella se quejaba, y yo… Yo lo dejaba, porque creía que se preocupaba mucho por ella, aunque a veces me daba cuenta de que se pasaba tanto que la quería controlar, y alguna vez se lo decía, pero él, él me decía: «Si la dejas suelta irá con los chicos y te vendrá preñada». Yo tenía miedo. Pero otras veces veía que él la miraba, y no me gustaba, señora, no me gustaba. Pero no dije nada, sólo una vez. Johana llevaba una falda corta y se agachó con su hermana y vi cómo la miraba, y me dio asco, y se lo recriminé, ¿y sabe qué me contestó? Me dijo: «Así es como miran los hombres a tu hija si ella va provocando». Porque ahora ya no era su hija, antes sí, pero ahora me decía tu hija. Y yo lo único que hice fue mandarla a cambiarse de ropa.

Amaia miró a Padua antes de preguntar.

—De acuerdo… Su marido se preocupaba mucho por Johana, quizás en exceso, pero ¿por qué cree que ha tenido algo que ver con su muerte?

—Usted no lo vio, estaba obsesionado, hasta llegó a poner ese servicio de localización de los teléfonos que hay para saber dónde estaba la niña en todo momento. Y justo cuando desapareció yo le dije: «Búscala con el localizador», y él me respondió: «Ya he quitado ese servicio. Lo di de baja, ya no hace falta, tu hija se ha ido porque es una perdida, tú la alentaste, y no va a volver, ella no quiere que la encuentren y eso es lo mejor para todos». Eso me dijo.

Amaia abrió la carpeta que le tendía el teniente Padua, que por lo demás parecía resuelto a permanecer en silencio.

—Veamos, Johana desapareció un sábado, y usted presentó la denuncia al día siguiente, domingo. Sin embargo, usted llamó al cuartel para decir que Johana había regresado a casa el miércoles mientras usted estaba trabajando para llevarse sus cosas, el DNI, ropa y algo de dinero, y para decir que se iba con un chico. ¿Es correcto?

—Si, yo llamé porque él me dijo que lo hiciera. Llegué a casa, él me contó que la niña había venido, que se había ido y que se había llevado sus cosas. ¿Por qué no iba a creerle? Ya dos veces Johana se había ido por unos días a casa de una amiga cuando él la regañaba. Pero yo siempre sabía que iba a volver y se lo decía a él: «Volverá». ¿Sabe por qué? Porque no se llevaba el ratoncito. Un muñequito que tenía desde pequeña, aún lo tenía sobre la cama. Y yo sabía que si algún día mi hija se iba de mi casa se llevaría el dientón, así lo llamaba. Así que entré en la habitación, vi que faltaba y se me cayó el alma. Le creí.

—¿Qué cambió para que regresase usted al día siguiente al cuartel a pedir que la siguieran buscando?

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