Read El guardián invisible Online

Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

El guardián invisible (9 page)

BOOK: El guardián invisible
10.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Pues siga creyendo —musitó.

—¿No tiene nada más que decirme? —Él permaneció en silencio. —Está bien, Montes, como quiera, nos vemos en la reunión.

De nuevo los rostros muertos de las chicas con sus miradas vueltas hacia el infinito y veladas por el paño de la muerte, y al lado, como para poner de manifiesto la gran pérdida que suponía, otras fotografías coloridas y brillantes que mostraban la sonrisa pícara de Carla posando junto a un coche, seguramente el de su novio, Ainhoa sosteniendo en sus brazos un corderito de apenas una semana y Anne junto a su grupo de teatro del instituto. Una bolsa de plástico que contenía varias toallitas que casi con toda probabilidad se habían utilizado para limpiar el maquillaje del rostro de Anne y otra bolsa con las que se habían localizado en el escenario del asesinato de Ainhoa, a las que en su momento no se había prestado mayor atención porque se había supuesto que habían volado hasta el río desde la explanada de la carretera donde acudían las parejitas

—Tenía razón, jefa. Las toallitas estaban allí, habían sido arrojadas unos metros más abajo, en una hendidura en la pared del río. Tienen restos rosas y negros, supongo que del rímel. Sus amigas dicen que solía maquillarse, tengo también la barra de labios original, estaba en el bolso. Servirá para confirmar que es el mismo. Y éstas —dijo señalando la otra bolsa— son las que se hallaron en el escenario de Ainhoa. Son de la misma clase, con el mismo tipo de dibujo estriado, aunque éstas tienen menos restos de maquillaje. Los amigos de Ainhoa dicen que sólo usaba brillo labial.

Zabalza se puso en pie.

—No hemos podido recuperar nada del escenario de Carla, ha pasado demasiado tiempo y no hay que olvidar que el cuerpo estaba parcialmente sumergido en el río; si el asesino tiró allí las toallitas es probable que se las llevase el agua de las crecidas… Al menos hemos confirmado con su familia que en efecto solía maquillarse a diario.

Amaia se puso en pie y comenzó a pasear por la sala pasando tras las cabezas de sus compañeros, que permanecían sentados.

—Jonan, ¿qué nos cuentan estas niñas?

El subinspector se inclinó hacia delante y tocó el borde de una foto con el índice.

—Las desmaquilla, les quita los zapatos, zapatos de tacón, zapatos de mujer, eso es común en las tres. Les coloca el pelo a los lados de la cara, les rasura el vello púbico, las hace ser niñas otra vez.

—Eso es —afirmó Amaia, vehemente—. A este cabrón le parece que se hacen mayores demasiado pronto.

—¿Un pederasta al que le gustan las niñas pequeñas?

—No, no, si fuera un pederasta elegiría directamente a niñas pequeñas, y éstas son adolescentes, mujercitas en mayor o menor grado, en ese momento en que las niñas quieren parecer mayores de lo que son en realidad. No es nada raro, forma parte del proceso de maduración en la adolescencia. Pero a este asesino no le gustan esos cambios.

—Lo más probable es que las conociera cuando eran más pequeñas y no le agrade lo que ahora ve, por eso quiere hacerlas volver atrás —dijo Zabalza.

—No se conforma con despojarlas de zapatos y maquillaje, elimina el vello púbico y deja su sexo como el de las niñas. Rasga sus ropas y expone los cuerpos, que aún no son los de las mujeres que ellas quieren ser, y en el lugar del cuerpo que simboliza el sexo y la profanación de su concepto de infancia elimina el vello, que es la señal de madurez, y lo sustituye por un dulce, un pastelito tierno que simboliza el tiempo pasado, la tradición del valle, el regreso a la infancia, quizás a otros valores. No aprueba su modo de vestir, que se maquillen, sus maneras de adultas, y las castiga representando en ellas su ideal de pureza; por eso nunca las violenta sexualmente, es lo último que querría hacer, quiere preservarlas de la corrupción, del pecado… Y lo terrible de todo esto es que si tengo razón, si es eso lo que atormenta a nuestro asesino, podemos estar seguros de que no parará. Transcurrió más de un mes entre el asesinato de Carla y el de Ainhoa, y apenas tres días entre éste y el de Anne, se siente provocado, confiado y con mucho trabajo por hacer, va a seguir reclutando chiquillas y las traerá de vuelta a la pureza… Incluso el modo en que les coloca las manos vueltas hacia arriba simboliza entrega e inocencia. —Amaia se detuvo como fulminada por una certeza. ¿Dónde había visto antes esas manos, ese gesto? Miró a Iriarte y le apuntó con el dedo.

—Inspector, ¿puede traerme los calendarios de su despacho?

Iriarte tardó apenas dos minutos. Puso sobre la mesa un calendario con una Inmaculada Concepción y otro de Nuestra Señora de Lourdes. Las vírgenes sonreían llenas de gracia mientras extendían a los lados del cuerpo las manos abiertas, mostrando las palmas, generosas y sin reservas, de las que brotaban rayos de fulgor solar.

—¡Ahí está! —exclamó Amaia—, como vírgenes.

—Este tío está completamente loco —dijo Zabalza—, y lo peor es que si hay algo de lo que podemos estar seguros es que no va a parar hasta que nosotros lo paremos.

—Refresquemos el perfil —pidió la inspectora.

—Varón, entre veinticinco y cuarenta y cinco —dijo Iriarte.

—Yo creo que podemos afinar más, me inclino a pensar que sea más mayor, ese rechazo que muestra hacia la juventud no encaja demasiado con un hombre joven; no es nada impetuoso, muy organizado, lleva hasta el escenario todo lo que puede necesitar, y sin embargo no las mata allí.

—Debe de tener otro sitio. ¿Dónde puede ser? —preguntó Montes.

—No creo que sea ningún lugar en concreto, por lo menos no una casa, es imposible que todas las chicas accedieran a ir a una casa; y debemos tener en cuenta que no lucharon, con excepción de Anne, que se resistió al final, sólo en el momento de ser atacada. Una de dos: o las acecha y las ataca por sorpresa en cualquier lugar arriesgándose a ser visto, lo que no me cuadra mucho con su modus operandi, o las convence para que vayan a algún lugar, o mejor las lleva el mismo, lo que supondría un coche, un coche amplio, porque después debe transportar el cadáver… Me inclino más por esta teoría —dijo Amaia.

—¿Y cree que con la que está cayendo las chicas se subirían al coche de cualquiera? —preguntó Jonan.

—Quizá no lo harían en Pamplona —explicó Iriarte—, pero en un pueblo es normal, te ven esperando el autobús y cualquier vecino para y te pregunta adónde vas; si le viene bien te lleva, no es nada raro, y confirmaría el hecho de que sea alguien del pueblo que las conozca desde pequeñas y en quien confíen lo suficiente como para subirse en su coche.

—De acuerdo: varón blanco, de entre treinta y cuarenta y cinco, puede que algo más. Es probable que viva con su madre o con padres ancianos. Puede que haya recibido una educación muy estricta, o todo lo contrario, que haya crecido asilvestrado y él mismo haya creado un código de conducta moral que ahora aplica al mundo. También podría haber sufrido abusos en la infancia e incluso haber perdido su infancia de algún modo, puede que murieran sus padres. Quiero que busquéis a cualquier varón que tenga antecedentes de acoso, exhibicionismo, merodeo… Preguntad a las parejas que van por ahí si conocen algún caso o han oído mencionarlo, tened en cuenta que estos delincuentes no surgen de la nada, van in crescendo. Buscad a los que perdieron a sus familias violentamente, huérfanos, maltratados, solitarios. Interrogad a cualquier maltratador o acosador en todo el Baztán. Lo quiero todo en la base de datos de Jonan y, mientras no tengamos otra cosa, continuaremos con las familias, los amigos y los conocidos más cercanos. El lunes se celebrará el funeral y el entierro de Anne. Repetiremos todo el proceso que llevamos a cabo con Ainhoa y al menos tendremos material para comparar. Elaborad una lista con todos los varones que asistan a los dos entierros y se ajusten al perfil. Montes, sería interesante hablar con los amigos de Carla para ver si alguien grabó el funeral o el entierro con el móvil o si hicieron fotos, es algo que se me ocurrió cuando Jonan dijo que las amigas de Ainhoa no dejaban de llorar y hablar por el móvil; los adolescentes no van a ningún sitio sin su móvil, compruébelo —omitió aposta el «por favor»—. Zabalza, me gustaría hablar con alguien del Seprona o con los guardabosques. Jonan, quiero toda la información que puedas recopilar sobre osos en el valle, avistamientos… Sé que ahora tienen a alguno localizado por GPS, a ver qué nos cuentan. Y en cuanto alguien tenga algo quiero estar informada las veinticuatro horas, ese monstruo está ahí fuera y es nuestro trabajo atraparle.

Iriarte se le acercó mientras los otros policías salían.

—Inspectora, pase a mi despacho, tiene una llamada del comisario general desde Pamplona. —Amaia se puso al teléfono.

—Me temo que aún no puedo darle buenas noticias, comisario. La investigación avanza todo lo rápido que podemos, aunque me temo que el asesino se da más prisa que nosotros.

—Está bien, inspectora, creo que he puesto la investigación en las mejores manos. Hace una hora recibí la llamada de un amigo, alguien vinculado al
Diario de Navarra
. Mañana publicarán una entrevista con Miguel Ángel de Andrés, el novio de Carla Huarte, que estaba en la cárcel acusado del asesinato. Como saben, fue puesto en libertad. No hace falta que le explique cómo nos pone; de cualquier manera eso no es lo malo, en el transcurso de la entrevista el periodista insinúa que hay un asesino en serie en el valle de Baztán, que Miguel Ángel de Andrés fue puesto en libertad tras comprobarse que los asesinatos de Carla y Ainhoa están relacionados, y a esto hay que sumarle que mañana se hará público el asesinato de la última chica, Anne —pareció que leía— Urbizu.

—Arbizu —corrigió Amaia.

—Les envío por fax una copia de los artículos tal y como aparecerán mañana. Les adelanto que no les van a gustar, son repugnantes.

Zabalza regresó con dos folios impresos en los que algunas frases aparecían subrayadas.

«Miguel Ángel de Andrés, que pasó dos meses en la cárcel de Pamplona acusado del asesinato de Carla Huarte, afirma que los policías relacionan el caso con los recientes asesinatos de chicas jóvenes en el valle de Baztán. El asesino les arranca la ropa y sobre los cadáveres han aparecido pelos no humanos. Un terrible señor del bosque que asesina en sus dominios. Un basajaun sanguinario.»

El artículo sobre el asesinato de Anne estaba encabezado por la frase «¿Un nuevo crimen del basajaun?».

11

El grandioso bosque de Baztán, que antes de su transformación por el hombre estuvo formado por hayedos en las montañas, robledales en las partes bajas o castañares, fresnos y avellanos en las intermedias, aparecía ahora casi enteramente cubierto de hayas, que reinaban despóticas entre el resto de árboles. Los prados y el matorral de tojo o árgoma, brezos y helechos conforman la alfombra sobre la que caminaron una generación tras otra de baztaneses, en un escenario de eventos mágicos sólo comparable con la selva de Irati que ahora se veía manchado por el horror del asesinato.

El bosque siempre le producía un secreto orgullo de pertenencia, aunque su grandiosidad también le provocaba temor y vértigo. Sabía que lo amaba, pero el suyo era un amor reverente y casto que alimentaba en silencio y en la distancia. Cuando tenía quince años se había unido temporalmente a un grupo de senderistas de una sociedad montañera. Caminar en la bulliciosa compañía del grupo no había resultado tan gratificante como cabía esperar, y después de tres salidas lo dejó. Sólo cuando aprendió a conducir volvió a adentrarse en las pistas forestales, atraída una vez más por el hechizo del bosque. Descubrió asombrada que estar sola en el monte le producía una inquietud aterradora, la sensación de ser observada, de estar en un lugar prohibido o de estar cometiendo un acto de expolio contra una reliquia. Amaia subió a su coche y regresó a casa, excitada y molesta por la experiencia, y consciente del miedo ancestral que había experimentado, que desde el salón de tía Engrasi le pareció ridículo e infantil.

Pero la investigación debía proseguir, y Amaia regresó a la espesura del Baztán. Los últimos coletazos del invierno eran más evidentes en el bosque que en ningún otro lugar. La lluvia que había caído durante toda la noche daba ahora un respiro que dejaba el aire frío y pesado, preñado de una humedad que calaba la ropa y los huesos haciéndola temblar, a pesar del grueso plumífero azul que James la obligaba a llevar. Los troncos, oscurecidos por el exceso de agua, brillaban al sol incierto de febrero como la piel de un reptil milenario. Los árboles que no habían perdido su manto resplandecían con su verde ajado por el invierno mostrando con la leve brisa reflejos de plata del envés de sus hojas. La presencia del río se adivinaba valle abajo descendiendo entre los bosques y llevándose como mudo testigo el horror con que el asesino adornaba sus orillas.

Jonan aceleró el paso hasta colocarse a su lado mientras abrochaba la cremallera de su chaquetón.

—Ahí están —dijo indicando el Land Rover con el distintivo de los guardas forestales.

Los dos hombres uniformados les miraron venir desde lejos y Amaia adivinó que hacían algún comentario chistoso, porque les vio reír desviando la vista.

—Ya está, el típico comentario del pardillo y la chica —murmuró Jonan.

—Tranquilo, caimán, que en peores plazas hemos toreado —susurró mientras se aproximaban.

—Buenas tardes. Soy la inspectora Salazar, de homicidios de la Policía Foral; éste es el subinspector Etxaide —presentó.

Los dos hombres eran extremadamente delgados y nervudos, aunque uno de ellos casi le sacaba la cabeza al otro. Amaia notó cómo el más alto se erguía al oír su rango.

—Inspectora, soy Alberto Flores y mi compañero Javier Gorria. Nos encargamos de vigilar esta zona, una zona muy amplia, más de cincuenta kilómetros de bosque, pero si podemos ayudarle en algo cuente con nosotros.

Amaia les miró en silencio sin responder. Era una táctica intimidatoria que no solía fallar, y en esta ocasión también dio resultado. El forestal que había permanecido apoyado en el capó del Land Rover se incorporó adelantándose un paso.

—Señora. Tendrá toda nuestra colaboración, el experto en osos de Huesca llegó hace una hora, tiene su coche aparcado un poco más abajo —dijo indicando un recodo en la carretera—. Si nos acompañan les mostraremos dónde están trabajando.

—Está bien, y llámeme inspectora.

El sendero se estrechaba a medida que penetraban en el bosque para abrirse de nuevo en pequeños claros donde la hierba crecía verde y fina como el césped del mejor jardín. En otras zonas, el bosque formaba un laberinto abrigado y suntuoso, casi cálido, que se reforzaba con la constante alfombra de agujas y hojas que se extendía ante ellos. En aquella zona plana y espesa, el agua no había penetrado como en las laderas, y eran visibles grandes superficies secas y mullidas de hojas arremolinadas por el viento a los pies de los árboles, como formando lechos naturales para las lamias del bosque. Amaia sonrió al evocar los recuerdos de las leyendas que en su infancia le contó tía Engrasi. No era raro en medio de este bosque aceptar la existencia de las criaturas mágicas que conformaron el pasado de las gentes de aquella región. Todos los bosques son poderosos, algunos son temibles por profundos, por misteriosos, otros por oscuros y siniestros. El bosque en el Baztán es hechizante, con una belleza serena y ancestral que evoca sin buscarlo su parte más humana, la parte más etérea e infantil, esa que cree en las maravillosas hadas con pies de pato que vivían en el bosque, y que dormían durante todo el día para salir al anochecer a peinar sus largos cabellos dorados con un peine de oro que concedería a su portador cualquier favor que les pidieran, favor que ellas regalaban a los hombres, que, seducidos por su hermosura, les hacían compañía sin horrorizarse por sus extremidades de ánade.

BOOK: El guardián invisible
10.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Plum Island by Nelson DeMille
La zapatera prodigiosa by Federico García Lorca
Gallows at Twilight by William Hussey
Dracula's Secret by Linda Mercury
Were Slave (2010) by Slater, Lia
Believe by Celia Juliano