El hombre sombra (37 page)

Read El hombre sombra Online

Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
7.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

El sueño me vence, pero no es un refugio, sino algo gratificante.

40

A
la mañana siguiente me despierto sintiéndome satisfecha y con el cuerpo dolorido. Como si hubiera aplacado una sed. Tommy no está junto a mí, pero al aguzar el oído le oigo trajinando abajo. Me desperezo, sintiendo cada músculo de mi cuerpo, y me levanto.

Me ducho, lamentando eliminar de mi cuerpo el olor a Tommy, pero luego me siento más animada. Una buena sesión de sexo, al igual que un buen maratón, siempre te deja agotada. Una ducha siempre resulta más agradable si antes te has ensuciado.

Tras recrearme unos instantes pensando eso, me visto y bajo. Tommy está en la cocina.

Presenta el mismo aspecto que antes de que nos acostáramos, sin una arruga en el traje. Está despabilado y alerta. Ha preparado café y me ofrece una taza.

—Gracias —digo.

—¿Vas a salir dentro de poco?

—Dentro de una media hora. Antes tengo que hacer una llamada.

—Avísame cuando estés lista para marcharte. —Tommy me mira unos momentos, como una esfinge, hasta que esboza una media sonrisa.

—¿Qué ocurre? —le pregunto arqueando una ceja.

—Nada, pienso en anoche.

Le miro.

—Fue maravilloso —digo con tono quedo.

—Sí —contesta Tommy ladeando la cabeza—. No me has preguntado si salgo con alguien.

—Supongo que si salieras con alguien lo de anoche no hubiera ocurrido. ¿Me equivoco?

—No.

Fijo la vista en mi taza de café.

—Escucha, Tommy, quiero decirte algo a propósito de anoche. Sobre lo que dijiste. Que no sabías si esto nos conduciría a algo. Quiero que sepas que fui sincera al decir que no me importa si esto no nos conduce a ninguna parte. Pero…

—Pero en caso contrario, también te parece bien —contesta él—. ¿Era eso lo que ibas a decir?

—Sí.

—Bien. Porque yo pienso lo mismo. —Tommy extiende la mano y me acaricia el pelo. Me apoyo unos instantes contra él—. Lo digo en serio, Smoky. Eres una mujer sensacional. Siempre lo he pensado.

—Gracias —respondo sonriendo—. ¿Cómo debemos calificarlo? ¿Como un rollete de una noche que puede convertirse en otra cosa?

Tommy retira la mano de mi pelo y se echa a reír.

—Eso me gusta. Avísame cuando estés lista para marcharte.

Asiento con la cabeza y salgo de la cocina, sintiéndome no sólo bien, sino algo aún más importante: cómoda. Ocurra lo que ocurra entre nosotros, ni Tommy ni yo nos arrepentiremos de anoche. A Dios gracias.

Subo de nuevo la escalera, saboreando mi café como si fuera el elixir de la vida. Lo cual, teniendo en cuenta mi disparatado horario, quizá lo sea. Son las ocho y media, pero estoy segura de que Elaina es una mujer madrugadora. Marco su número de teléfono.

—¿Sí? —responde.

—Hola, soy Smoky. Siento lo de anoche. ¿Cómo está Bonnie?

—Creo que bien. Sigue sin hablar, pero sonríe con frecuencia.

—¿Ha dormido bien?

—Anoche gritó en sueños. La desperté y la acuné durante un rato. Luego volvió a dormirse apaciblemente.

—Lo siento, Elaina, de veras. —Siento la típica culpabilidad de una madre. Mientras yo gozaba como una loca, Bonnie gritaba atormentada por el pasado—. No sabes cuánto te lo agradezco.

—Bonnie es una niña que ha sufrido mucho y necesita ayuda, Smoky. Esto nunca será un problema en nuestra casa. —Las palabras de Elaina son sinceras y brotan del corazón—. ¿Quieres hablar con ella?

El corazón me da un vuelco al comprender que ardo en deseos de hablar con ella.

—Sí.

—Un momento.

Al cabo de unos minutos Elaina regresa y dice:

—Aquí está. Voy a pasarle el teléfono.

Oigo unos sonidos cuando Bonnie toma el teléfono y luego el sonido de su respiración.

—Hola, tesoro —digo—. Ya sé que no puedes responderme, de modo que hablaré yo. Siento mucho no haber ido a recogerte anoche. Trabajé hasta muy tarde. Cuando me desperté esta mañana y vi que no estabas a mi lado… —Me detengo. Oigo la respiración de Bonnie—. Te echo mucho de menos.

Silencio. Más ruidos, seguidos por la voz de Elaina.

—Un momento, Smoky. —Elaina dice algo apartando la boca del teléfono—. ¿Tienes algo que decirle a Smoky, cariño? —Más silencio—. Yo se lo diré. —Elaina se dirige ahora a mí—: Bonnie ha sonreído, se ha abrazado y ha señalado el teléfono.

Siento un pellizco en el corazón. No necesito que nadie me traduzca esto.

—Dile que yo acabo de hacer lo mismo, Elaina. Tengo que irme, pero pasaré esta tarde a recogerla. Procuraré no tener que dejarla más noches en tu casa. Al menos durante un tiempo.

—Aquí nos encontrarás.

Después de colgar me quedo un rato con la vista fija en el infinito. Soy consciente de todas las emociones que experimento, las evidentes y las más sutiles. Siento unos sentimientos muy intensos por Bonnie. El deseo de protegerla, una gran ternura, un cariño incipiente. Son unos sentimientos muy fuertes, reales. Pero hay otros sentimientos más tenues, que giran a través de mí como hojas secas, que pasan de puntillas. Uno es irritación. Por no poder alegrarme del rato que pasé anoche con Tommy. Es un sentimiento leve, pero que posee su propia fuerza. El egoísmo de una niña pequeña que no quiere compartir nada con nadie. ¿Es que no me merezco un poco de felicidad?, murmura con petulancia.

Y está la voz de los remordimientos. Es una voz suave, untuosa y sibilina. Formula una sola pregunta, pero muy potente: ¿cómo te atreves a ser feliz cuando la niña no lo es?

Esta reflexión me produce un escalofrío. He oído todas esas voces con anterioridad. Cuando era la madre de Alexa. Ser madre no consiste en una cosa de una sola nota, una obra de un solo acto. Es complejo, y contiene a la vez amor e ira, generosidad y egoísmo. A veces te sientes maravillada y abrumada por la belleza de tu hijo. A veces, durante unos breves instantes, desearías no tener un hijo.

Siento estas cosas porque me estoy convirtiendo en la madre de Bonnie. Lo cual genera otra voz acusadora, de reproche y dolor. ¿Cómo te atreves a quererla?

¿No te acuerdas?

Tu cariño engendra muerte.

En lugar de amedrentarme, esa voz me enfurece. Me atrevo a quererla, replico, porque no tengo más remedio. Eso es lo que significa ser madre. El cariño te ayuda a superar la mayor parte de los problemas, el deber te ayuda a superar el resto.

Quiero que Bonnie se sienta segura, que tenga un hogar, y ese sentimiento es real.

Desafío a las voces a que me respondan. Pero se abstienen.

Perfecto.

Es hora de ponerse manos a la obra.

La puerta del despacho se abre de golpe y entra Callie. Lleva unas gafas de sol y sostiene una taza de café.

—No me hables todavía —dice con tono malhumorado—. La cafeína aún no me ha hecho efecto.

Olfateo el aire. Callie siempre bebe un café riquísimo.

—Mmm… —digo—. ¿Qué es? ¿Avellana?

Se aparta, sosteniendo su taza de café como si temiera que yo se la arrebatara.

—Es mío —replica hoscamente.

Yo me acerco a donde tengo el bolso y saco un paquete que contiene unos pequeños donuts de chocolate. Callie arquea las cejas.

—Mira —digo agitando el paquete—. Unos suculentos donuts de chocolate. Están riquísimos.

El rostro de Callie refleja unas emociones casi tan violentas como un conflicto nuclear.

—De acuerdo —dice con aspereza. Toma la taza que hay sobre mi mesa y la llena de café hasta la mitad—. Ahora dame dos de esos donuts.

Saco dos donuts de la bolsa y se los ofrezco al tiempo que ella me da la taza de café. Cuando ambos objetos se encuentran, Callie me arrebata los donuts de la mano y yo le arrebato la taza de café. Hemos hecho un intercambio de rehenes. Ella se sienta a su mesa y se pone a devorar los donuts mientras yo me bebo el café.

Sabe a gloria.

Callie bebe el café y come los donuts sin dejar de observarme atentamente. Siento que es una mirada especulativa a la vez que penetrante, aunque lleva puestas unas gafas de sol.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Eso quisiera saber yo —murmura dando otro bocado a su donut.

Joder, pienso. ¿Será cierto ese viejo mito de que cuando te acuestas con alguien se te nota en la cara?

—No sé a qué te refieres.

Callie sigue observándome a través de sus gafas de sol y sonriendo de oreja a oreja.

—Lo que tú digas, cielo.

Decido no hacerle caso.

Leo, Alan y James llegan prácticamente uno detrás de otro. Leo parece como si le hubiera atropellado un camión. James tiene el aspecto de siempre.

—Acercaos —digo—, vamos a coordinar nuestras tareas. Leo, James, ¿habéis obtenido algún resultado de la búsqueda del nombre de usuario y la contraseña?

Leo se pasa la mano por el pelo.

—Nos hemos puesto en contacto con cada compañía y todas están dispuestas a colaborar con nosotros. —Consulta su reloj—. Hace media hora que hablé con la última. Espero tener algunos resultados dentro de una hora.

—Comunícamelo en cuanto sepas algo. Callie, ¿qué se sabe del análisis del ADN?

—Gene esta agilizando el asunto al máximo, cielo. Me ha dicho que tendrá los resultados a última hora. Lo que significa que si hay una muestra de ADN y ese tipo está fichado, conoceremos su identidad a la hora de cenar.

Todos guardamos silencio, reflexionando. Sobre la perspectiva de conocer el rostro de uno de nuestros monstruos antes de que anochezca. De poder arrestar a ambos monstruos hoy mismo.

—Sería estupendo —murmura Alan.

—Desde luego —respondo—. Entretanto, ¿cuándo ha dicho el doctor Child que puede recibirme?

—A partir de las diez —contesta Callie.

—Bien. Callie, Alan, poneos en contacto con Barry y averiguad si los de la Unidad del Escenario del Crimen han conseguido algún resultado del análisis del resto de la habitación donde mataron a Charlotte Ross.

—De acuerdo, cielo.

—Voy a ver al doctor Child —digo mirando a todos—. Estamos oficialmente sobre la pista del asesino, chicos. No podemos dormirnos. La velocidad y el ímpetu son nuestras mejores bazas. —Consulto mi reloj y me levanto—. Andando.

Ha llegado el momento de arrojar otra red.

Llamo a la puerta del despacho del doctor Child antes de entrar. Está sentado a su mesa, leyendo un voluminoso expediente. Cuando asomo la cabeza alza la vista y sonríe.

—¡Smoky! Me alegro de verla. Pase —dice indicando las sillas colocadas frente a su mesa—. Siéntese. Disculpe un momento mientras examino mis notas. Es un caso fascinante.

Me siento y le observo mientras lee los folios que tiene ante sí. El doctor Child tiene casi sesenta años. Tiene el pelo canoso y luce gafas y una barba. Aparenta ser más mayor de lo que es. Siempre tiene un aspecto cansado, y sus ojos reflejan una expresión angustiada que no desaparece nunca, ni siquiera cuando se ríe. Lleva casi treinta años analizando las mentes de asesinos en serie. Me pregunto si yo mostraré esa expresión dentro de veinte años.

El doctor Child es la única persona que me merece más confianza que James y yo misma a la hora de descifrar qué motiva a esos monstruos.

Asiente para sí, alza la vista y se reclina en su silla.

—Usted y yo hemos colaborado en otros casos, Smoky, por lo que sabe que tiendo a extenderme demasiado en mis explicaciones. Me temo que en esta ocasión también lo haré, ¿le importa?

—Por supuesto que no, doctor. Siga.

El doctor Child junta las manos y apoya en ellas el mentón.

—En este caso voy a referirme a un solo individuo. Jack Jr. es nuestro personaje principal y dominante. ¿Está de acuerdo?

Asiento con la cabeza.

—Bien. Aquí tenemos dos opciones. La primera es posible, pero en mi opinión improbable. Concretamente, que él está fingiendo. Que su pretensión de ser descendiente de Jack el Destripador forma parte de una pantomima destinada a confundirles a ustedes. Pienso que es una opinión exageradamente paranoide e infructuosa.

»La segunda es la más probable y muy infrecuente. Hablamos de los casos de adoctrinamiento en contraposición a naturaleza. Una especie de prolongado lavado de cerebro. Alguien pasó mucho tiempo imprimiendo en Jack Jr. la identidad que éste ha asumido. En mi opinión, debió comenzar cuando nuestro hombre era muy joven. Es probable que el causante fuera su padre o su madre, o ambos.

»La mayoría de asesinos en serie que conocemos tienen un historial semejante. Por lo general entraña haber recibido malos tratos desde la infancia. Los malos tratos pueden ser físicos o sexuales. El resultado de esos malos tratos genera una rabia que la víctima no puede manifestar contra la persona que la maltrata, una persona de mayor envergadura y más fuerte que la víctima, una persona en quien confía desde el punto de vista emocional y que es una figura de autoridad. El maltratador casi siempre es el padre o la madre. La víctima quiere a esa persona y está convencida de que los malos tratos están justificados. Causados por haber hecho algo malo.

»La víctima tiene que desahogar su rabia. Si no tiene un objetivo inmediato, casi siempre la canaliza de tres formas. La primera, cometiendo un acto violento contra sí misma: orinándose en la cama hasta bien pasada la infancia. Posteriormente cometiendo actos violentos contra su entorno: provocando pequeños fuegos. Por último, cometiendo actos de una violencia extrema contra seres vivos: torturando y matando animales pequeños. Cuando alcanzan la madurez, esto le conduce a una conclusión lógica: lastimar a otros seres humanos.

»Todo esto, por supuesto, es una simplificación del tema. Los seres humanos no somos robots, y ninguna mente es semejante a otra. No todos los asesinos en serie se orinan en la cama, provocan incendios o matan animales pequeños. Los malos tratos que reciben no provienen siempre de su padre o de su madre. Pero con el tiempo hemos comprobado que las tendencias que hemos hallado hacen que esa simplificación sea más o menos precisa.

El doctor Child se reclina en su silla y me mira.

—Hay algunas excepciones. Raras, pero existen. Es el argumento que aducen los expertos que opinan que la explicación reside en la naturaleza. Me refiero a asesinos que provienen de familias respetables y padres honrados. Unas manzanas podridas. Cuyos actos no tienen una razón o una explicación aparente. —El doctor Child menea la cabeza—. ¿Por qué tiene que ser una cosa o la otra? Siempre he pensado, y muchos coinciden conmigo, que pueden ser ambas cosas. La naturaleza y el adoctrinamiento recibido. Claro está que el adoctrinamiento, como he dicho, suele ser la causa más frecuente y observable. —El doctor Child da unos golpecitos sobre el expediente que tiene ante sí—. En este caso, abundan las variables. Jack Jr. dice que no sufrió malos tratos físicos ni sexuales. Que no se dedicó a provocar incendios ni a torturar pequeños animales. Es posible que eso no sea cierto, que pretenda engañarse a sí mismo. Pero en caso contrario, representa una novedad. Un asesino en serie creado a partir de cero. Una persona que ha sido adoctrinada con insistencia y durante mucho tiempo hasta asumir unas creencias que él considera una certeza. En tal caso, se trata de un individuo extremadamente peligroso. No presenta trastornos psíquicos causados por malos tratos físicos o sexuales. No tiene una baja autoestima causada por esos abusos.

Other books

The Wolf Subdued by Colton, Riley
Deadly Abandon by Kallie Lane
The Light of His Sword by Alaina Stanford
Touched by Angels by Watts, Alan
Refining Felicity by Beaton, M.C.
Out of the Madness by Jerrold Ladd