—Dime qué quieres que haga.
Se lo explico, contándole que Jack Jr. ha conseguido entrar en mi casa y todo indica que sigue mis movimientos.
—Es muy probable que te esté siguiendo electrónicamente.
—Eso es una parte del problema. En caso afirmativo, quiero saberlo. Pero no quiero que él lo sepa.
Se produce un silencio.
—Entiendo —dice Tommy—. Quieres que yo te siga.
—Exacto.
—¿Cuándo?
—Primero quiero que inspecciones mi coche y mi casa para comprobar si ha colocado micrófonos ocultos o artilugios para espiarme. Luego quiero que me sigas. Ésta podría ser la oportunidad para atraparlo. Quizá sea el único desliz que ha cometido. —Tras dudar unos segundos, digo—: A decir verdad, no se trata de uno, sino de dos individuos.
—¿Que trabajan juntos?
—Sí.
—¿Cuándo quieres que empiece? —pregunta Tommy sin titubeos.
—Esta noche estaré en casa alrededor de las once. ¿Podrías venir a verme a esa hora?
—De acuerdo. Nos veremos allí. No te preocupes si te retrasas un poco. Te esperaré.
—Gracias. Te lo agradezco mucho.
—Te debo un favor, Smoky. Nos veremos esta noche.
Cuelgo pensando que Tommy es un tipo que no se anda por las ramas.
Callie termina de hablar por teléfono y cuelga.
—¿Y bien? —le pregunto.
—He hablado con Gene, cielo. Enviará una copia de ese informe al doctor Child por mensajería.
—¿Cuánto te llevará reunir un kit para inspeccionar el escenario de un crimen, Callie?
Me mira sorprendida.
—Depende de si Gene tiene uno preparado. ¿Media hora?
—Ve a hablar con él y poneos en marcha. Si nos encontramos con un escenario de un crimen, quiero que él y tú efectuéis las pesquisas iniciales personalmente, antes de que lleguen los forenses de la policía de Los Ángeles. Ésta es nuestra oportunidad para examinarlo todo antes que nadie.
—De acuerdo, cielo —responde Callie dirigiéndose hacia la puerta.
De pronto se me ocurre algo. Una de mis intuiciones. No debería sorprenderme. Estoy en forma, con las pilas puestas y los sentidos aguzados al máximo.
—Escuchad, James y Leo —digo sintiéndome más animada—. Quiero saber vuestra opinión. —Me enderezo en la silla y ellos me prestan toda su atención—. Las dos veces que esos tipos han asesinado, se registraron para acceder a las áreas reservadas a los miembros de páginas web, ¿me seguís?
—Sí.
—Y en ambas ocasiones, eligieron la misma combinación de nombre de usuario y contraseña. De modo que…
Leo me mira abriendo mucho los ojos.
—¡Claro! Existe la posibilidad de que ya hayan elegido a su próxima víctima y se hayan registrado en su página web utilizando el mismo nombre de usuario y contraseña. O, si no la misma, una combinación parecida. El tema del Destripador.
—Exacto —respondo sonriendo—. Imagino que no debe haber muchas compañías que gestionen la suscripción a páginas web para adultos.
—Cierto, hay menos de una docena.
—Tenemos que ponernos en contacto con todas ellas, James. Encargaos tú y Leo. Debemos examinar sus listas, buscar esa combinación de nombre de usuario y contraseña, además de otras variantes. Luego la cotejaremos con las páginas web. Estoy hablando de despertar a la gente y obligarla a levantarse de la cama.
—Excelente idea —dice James mirándome, aunque a su pesar, con evidente admiración—. Excelente idea.
—Por eso soy la jefa y me pagan un dineral.
El hecho de que James no replique a mi comentario equivale a un elogio por parte de otra persona.
Hablo con Alan por el móvil.
—Tenemos un escenario, Smoky —dice Alan.
—¿Quién es el policía del departamento de Los Ángeles encargado de este caso?
—Barry Franklin. Quiere hablar contigo.
—Pásamelo.
Tras una pausa, oigo la voz de Barry. Parece disgustado.
—Hola, Smoky. ¿A qué viene que nos neguéis acceso a nuestro escenario del crimen?
—No es eso, Barry. Es nuestra primera oportunidad de examinar la escena del crimen después de que el tipo al que perseguimos haya cometido otro asesinato antes de que entréis vosotros. Debes comprenderlo.
Se produce una pausa, seguida por un suspiro.
—Vale. ¿Puedo entrar por lo menos? Te prometo que no tocaré nada.
—Por supuesto. Di a Alan que vuelva a ponerse.
—Muy bien.
—¿Así que ha accedido a dejarnos examinar el escenario del crimen? —me pregunta Alan.
—Sí. Salgo para allá dentro de cinco minutos con Callie y Gene. Nos veremos allí.
—Tengo el nombre de la chica, Smoky. Charlotte Ross.
—Gracias —respondo, y cuelgo.
Charlotte Ross. Promiscua, sin duda. De dudosa moralidad, es posible.
Pero ninguna de esas características la hace merecedora de ser torturada, violada y asesinada.
L
A hora punta termina a las ocho de la tarde, por lo que no tardamos en llegar a las señas de Woodland Hills. Es una pequeña casa de una sola planta, no deslumbra, pero es decorosa. A tono con el barrio.
Aparco, nos apeamos del coche y nos encaminamos hacia la puerta principal, donde nos espera Alan.
—¿Dónde está Barry? —pregunto.
—Sigue dentro —responde él señalando la puerta con el pulgar.
—¿Has echado un vistazo? —insisto.
—No, supuse que querrías verlo tú primero.
Alan no se equivoca. Los muchos años de trabajar juntos crean esa simbiosis.
Asomo la cabeza y llamo a Barry. Éste aparece del interior de otra habitación, se encamina hacia mí y sale al porche.
—Gracias a Dios —dice metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta—. Necesitaba una excusa para salir a fumarme un cigarrillo. —Saca la cajetilla y enciende un cigarrillo, aspirando el humo y exhalándolo con expresión satisfecha—. ¿Quieres uno?
—No, gracias. —Me sorprende comprobar que lo digo en serio. El deseo de fumar se evaporó de la noche a la mañana, entre el día en que averigüé lo de Alexa y el día que conseguí volver a empuñar mi pistola.
Me alegra y satisface que Barry sea el policía encargado de este caso. Lo conozco desde hace casi una década. Es un hombre bajo, rollizo y con una incipiente calvicie. Lleva gafas y tiene uno de los rostros menos atractivos que he visto jamás. No obstante, pese a esos defectos, sale siempre con mujeres muy atractivas y más jóvenes que él. Posee un encanto especial, da la impresión de tener un corazón más grande que su cuerpo y muestra una apabullante confianza en sí mismo sin llegar a ser arrogante. Muchas mujeres consideran esa combinación de confianza en sí mismo y bondad irresistible. Aparte, es un inspector de homicidios brillante. Muy inteligente. Si trabajara en el FBI, formaría parte de mi equipo.
—¿Estás impaciente por contemplar el escenario del crimen? —me pregunta.
—Cuéntame primero los pormenores fundamentales. Antes de que entre.
Barry asiente con la cabeza y empieza a hablar. No consulta sus notas. No necesita hacerlo, porque tiene una memoria fotográfica.
—La víctima se llama Charlotte Ross, de veinticuatro años. Fue hallada atada a su cama, muerta. Le practicaron un corte desde el esternón hasta la pelvis. Le extirparon los órganos internos, que colocaron en una bolsa y dejaron junto al cadáver. Muestra moratones tremendos en brazos, codos, piernas y rodillas. Al parecer le partieron los brazos y las piernas. Presenta contusiones que indican que la golpearon con un objeto contundente.
—Así es. Con un bate de béisbol.
Barry me mira arqueando las cejas.
—¿Cómo lo sabes?
—El asesino me envió un vídeo del asesinato. Es la segunda mujer que ha matado de esa forma, que nosotros sepamos.
—No tenemos la hora oficial de la muerte, pero calculo que hace al menos tres días que la asesinaron. El cadáver está bastante descompuesto.
—Eso encaja con el esquema.
Barry da otra calada profunda y me mira con gesto pensativo.
—¿De qué se trata esta vez, Smoky?
—De lo de siempre, Barry. Un psicópata que goza con el dolor y el horror. —Me froto los ojos. Estoy cansada—. Es un asesino que ataca a mujeres que tienen páginas web para adultos en Internet. Él… —Dudo unos instantes antes de proseguir—. Esto tiene que permanecer de momento entre tú y yo, Barry. No quiero hacer aún declaraciones a la prensa.
—No hay ningún problema.
—En primer lugar, son dos asesinos, no uno. Creemos que uno es el elemento principal, dominante. Están obsesionados conmigo y mi equipo. La primera víctima era una amiga mía del instituto. Mi mejor amiga. Un detalle que ellos sabían.
Barry me mira asombrado.
—Caray, Smoky.
—Lo que has descrito parece ser su modus operandi. Mataron a mi amiga rebanándole el cuello, lo cual es distinto de este caso, pero también le extirparon los órganos, que parece ser su rúbrica. El que creemos que es el elemento dominante asegura ser un descendiente de Jack el Destripador.
—Qué gilipollez —dice Barry con expresión despectiva.
Yo asiento con la cabeza.
—Sí. Tenemos prueba de ello.
—¿Qué piensas hacer?
—Quiero examinar el escenario del crimen sola. Y luego quiero que Gene y Callie lleven a cabo un examen forense inicial. Después vuestro laboratorio puede analizar a fondo las pruebas recogidas. Pero necesito que lo hagan rápidamente, y necesito una copia de los resultados.
—De acuerdo. —Barry sale a la calle para apagar el cigarrillo. Para no contaminar la escena del crimen. Luego regresa junto a mí y señala la puerta—. ¿Quieres entrar a verla ahora?
—Sí. —Miro a Alan, a Callie y a Gene—. Vete a tu casa, Alan. No es necesario que te quedes aquí.
Él duda unos momentos, pero al final asiente con la cabeza.
—Gracias. —Tras lo cual da media vuelta y se marcha.
—Tardaré unos veinte o treinta minutos, Callie. Cuando haya terminado, podéis entrar vosotros.
—No hay ningún problema, cielo. Tómate el tiempo necesario.
Me acerco a la puerta y me detengo unos instantes, aguzando el oído de mi mente. Al cabo de unos segundos oigo al tren resoplando y traqueteando. Siento una frialdad que hace presa en mí, y la distancia que me rodea se ensancha hasta convertirse en un campo abierto, sobre el que no sopla un atisbo de brisa. Oigo acercarse al tren funesto, y estoy preparada para verlo. Sólo necesito toparme de nuevo con él. Analizar su recorrido a través de este lugar.
Entro en la casa. No es elegante, pero es sencilla y limpia. Da la impresión de haber sido ocupada por una persona que se había esforzado en aparentar lo que no era, y al fin se había cansado de fingir. Es una sensación tenue, triste. El desengaño aún no constituía una forma de vida, pero ese día no estaba lejos.
Ese día ha llegado, pienso.
El lugar está saturado de un olor a muerte. Es como una capa de putrefacción que se ha instalado sobre el condominio debido al abandono. Aquí no huele a perfume, sino a asesinato, puro y duro. Si las almas tienen olor, la de Jack Jr. debe oler así.
Miro a la derecha del cuarto de estar y veo la cocina. Una puerta corredera se abre a un patio trasero y al frescor de la noche. Me acerco y examino la cerradura. Es una cerradura corriente, barata. Pero no está forzada.
«Tú y tu amigo llamasteis tranquilamente a la puerta, ¿no es así? —pienso—. Como la otra vez. ¿Se ocultó tu amigo a un lado mientras tú llamabas a la puerta? ¿Dispuesto a entrar violentamente y reducirla cuando esa desgraciada menos se lo esperaba?»
Se me ocurre que la hora que eligieron cuando atacaron a Annie, las siete de la tarde, quizá se basara en algo más que simple arrogancia. Es una hora en que las personas o regresan a casa o acaban de hacerlo, o bien se están poniendo cómodas después de haber llegado a casa hace poco rato. Cuando todos se sienten cansados y no quieren saber nada del mundo exterior.
«¿Es eso lo que hicisteis también en este caso? ¿Vinisteis aquí, alegres y risueños, y llamasteis a la puerta? ¿Quizá caminabais con las manos en los bolsillos, despreocupadamente?»
Porque es lo que intuyo en ellos. Es una sensación muy potente. Oigo al tren funesto acercarse resoplando.
Siento la arrogancia de esos tipos.
Es a última hora de la tarde y aparcan frente a la casa de la puta. ¿Por qué no van a hacerlo? No tiene nada de extraño que aparquen junto al bordillo. Se apean del coche y echan un vistazo a su alrededor. Todo está tranquilo, pero no en silencio; vacío, pero no quieto. Ha oscurecido y en la urbanización se percibe vida y animación, ocultas detrás de los muros de otras viviendas. Hormigas en sus hormigueros
.
Jack Jr. y su amigo se acercan a la puerta. Saben que la puta está en casa. Lo saben todo sobre ella. Echan otro vistazo a su alrededor para cerciorarse de que nadie les observa y Jack Jr. llama a la puerta. Al cabo de unos momentos la joven abre…
¿Y luego qué? Me vuelvo para mirar la puerta de entrada. No veo cartas en el suelo, ninguna señal de forcejeo. Pero percibo de nuevo la arrogancia de esos asesinos.
Lo hicieron del modo más sencillo: entraron en la casa, obligaron a la joven a retroceder y cerraron la puerta. Sabían que ella no se lo impediría. La mayoría de nosotros no reaccionamos de buenas a primeras con agresividad, sino que buscamos razones, tratamos de comprender lo que ocurre. Y en ese instante de vacilación y sorpresa, el cazador toma la iniciativa
.
Quizá la joven reaccionó con rapidez, quizás abrió la boca para gritar cuando sus asaltantes cerraron la puerta. Pero estaban preparados para esto. ¿Con qué? ¿Un cuchillo? No. Esta vez no tenían que tomar a una niña como rehén. No existía un peligro inminente. ¿Una pistola? Sí. No hay nada como el oscuro túnel del cañón de una pistola para obligarle a uno a cerrar la boca
.
«
Cállate o te mato», debió decir uno de ellos. Lo diría con calma, con frialdad. Lo cual debió hacer que todo resultara más terrorífico. Más creíble. La mujer debió presentir que se enfrentaba a alguien capaz de disparar contra ella sin inmutarse.
Me dirijo al dormitorio. El hedor es más intenso. Reconozco esta habitación por haberla visto en el vídeo. Está decorada en tonos rosas, suaves, con buen gusto. Indica juventud. Una despreocupada alegría.
En este ambiente suave y refinado veo lo más duro.
La mujer. Muerta, atada a la cama; su cadáver ha comenzado a descomponerse.