Read El hombre sombra Online

Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (38 page)

BOOK: El hombre sombra
3.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Es capaz de operar a un nivel muy alto de racionalidad. No tiene dificultad alguna en vivir en sociedad. Es más, quizá le hayan enseñado a hacerlo.

»Jack Jr. hace lo que hace convencido de que es su destino. Que nació para cometer esas monstruosidades, aunque él no considera que sean monstruosidades. Porque desde el momento en que empezó a entender lo que le decían alguien le ha convencido de que precisamente eran todo lo contrario.

El doctor Child me mira fijamente.

—Jack Jr. está obsesionado con usted porque necesita esto para completar su fantasía. Él mismo lo ha dicho, que Jack el Destripador debe ser perseguido, preferiblemente por una persona brillante. La ha elegido a usted para ese cometido. Una elección muy acertada.

El doctor Child se inclina hacia delante y da de nuevo unos golpecitos sobre el informe.

—La verdad sobre el contenido del frasco que le envió, el hecho de que sean tejidos bovinos y no humanos, como él cree, puede ser el arma más eficaz que puede usted utilizar para atraparlo. Es un símbolo de todo cuanto él cree. Siempre lo ha aceptado como una verdad. Si averigua que este símbolo es una mentira, que siempre lo ha sido, podría desquiciarlo. Podría hacer que el mundo que él mismo se ha creado se desmoronara. —El doctor Child se reclina de nuevo en su silla—. Jack Jr. ha procedido de forma inteligente, organizada, precisa. Si averigua la verdad sobre el contenido de ese frasco, es posible que eso le destruya. Por supuesto, existe otra posibilidad que no podemos ignorar. Que rechace la verdad de plano. Que piense que es una mentira destinada a trastocar sus convicciones. En ese escenario, culpará a la persona que ha tratado de engañarle. Y sentirá el imperioso deseo de lastimarla. Ambos escenarios tienen sus ventajas, ¿no es cierto?

—Desde luego —respondo asintiendo con la cabeza.

—Tenga presente que ambos escenarios contienen posibles riesgos. Si alguien arrebata bruscamente a Jack Jr. la base sobre la que ha construido su vida, es posible que ello le lleve a suicidarse. En este caso, casi puedo garantizarle que no querrá morir solo.

Capto el mensaje. Un Jack Jr. enfurecido, despojado de toda esperanza, podría convertirse en un terrorista suicida. El doctor Child me dice que debemos estar preparados para esa posibilidad.

—¿Qué puede decirme sobre Ronnie Barnes?

El doctor Child asiente con la cabeza y fija la vista en el techo.

—Sí. El joven que Jack Jr. afirma haber conocido a través de Internet y «adoctrinado» él mismo. Un caso muy interesante, aunque no inédito. Matar en equipo no es tan infrecuente como piensan algunos. Charles Manson encabezó el grupo de asesinos más famoso, pero no fue el primero ni el último.

—Cierto —respondo—. Recuerdo en este momento veinte casos.

—La cifra es mayor, pero sí, a eso me refiero. Se calcula que un quince por ciento de víctimas de asesinos en serie fueron asesinadas por una banda de criminales. Y aunque este caso presenta una novedad, encaja con el escenario. Por lo general, suele tratarse de un equipo formado por dos individuos, aunque algunos están formados por más. Siempre hay una figura dominante, un individuo con una energía particular y una fantasía específica. Éste, o ésta, inspira a los otros, les estimula para que lleven a cabo sus fantasías. Todos ellos presentan trastornos psicóticos, pero algunos expertos sostienen, y yo coincido, que sin esa figura central, los otros no se habrían atrevido a dar el paso que les lleva a cometer un asesinato. —El doctor Child sonríe y observo cierto irónico cinismo en su expresión—. Lo cual no significa que sean unas víctimas. Es frecuente que al arrestarlos los individuos no dominantes declaren que fueron cómplices involuntarios. Pero las pruebas confirman lo contrario.

—La Banda del Destripador —digo.

El doctor Child me mira sonriendo.

—Un ejemplo excelente. Y relativamente reciente.

Yo me refería a los llamados Destripadores de Chicago de la década de 1980. Un psicópata llamado Robin Gecht encabezaba una banda compuesta por otros tres individuos que compartían sus tendencias y obsesiones. Cuando los atraparon habían violado, golpeado, torturado y estrangulado a más de diecisiete mujeres. La banda de Gecht se dedicaba a amputar uno o los dos pechos de sus víctimas, que posteriormente utilizaban con fines sexuales y… alimentarios.

—Según creo, Gecht nunca mató personalmente a nadie —observo.

—Así es. Pero era la fuerza motriz de la banda. Un individuo muy carismático.

—Éste es un cargo parecido —digo—, pero no idéntico.

—Explíquese —dice el doctor Child observándome con curiosidad.

—Es una intuición que tengo sobre ese tipo. No cabe duda de que Jack Jr. es el elemento dominante, el que lleva la voz cantante. Pero en la mayoría de asesinatos cometidos por más de un individuo se establece entre éstos una relación personal. Cada cual aporta algo al otro. Por más retorcidos que sean, forman un equipo. Jack sacrificó a Barnes, y lo hizo para atraer mi atención y confundirnos —digo meneando la cabeza—. Creo que los seguidores son un medio calculado para alcanzar un fin. No creo que Jack Jr. los necesite, desde el punto de vista emocional, para su fantasía.

El doctor Child junta las yemas de los dedos mientras reflexiona. Por fin suspira y dice:

—Eso concuerda con su doble victimología.

—¿Se refiere a que su otro tipo de víctima somos nosotros?

—Sí. Lo cual le hace más peligroso. Es un «hombre con un plan», por decirlo así. En este escenario el señor Barnes, y cualquier otra persona, desempeña el papel de peón. Una pieza de plástico que Jack Jr. mueve sobre un tablero. No es la peor noticia, pero tampoco la mejor. Cuanto menor sea su implicación emocional, menos probabilidades de que cometa un desliz.

Genial, pienso.

—Según usted, ¿qué método emplea Jack para captar a posibles compañeros de equipo? —pregunto.

—Es obvio que Internet le ofrece a un tiempo anonimato y acceso. —El doctor Child se expresa con un tono casi melancólico—. La persistente ironía es que los inventos que transforman el mundo son capaces de grandes logros o pueden ser utilizados para hacer el mal. Por un lado, Internet ha derribado las barreras políticas. En Rusia comenzaron a enviar correos electrónicos antes de la caída del telón de acero. Gentes de distintas partes del mundo pueden comunicarse en un abrir y cerrar de ojos. Los americanos y esquimales comprueban que no son tan distintos entre sí. Por otro lado, la Red proporciona un espacio prácticamente libre de trabas para los Jack Jr. de este mundo. Páginas web de violaciones, pedofilia, páginas dedicadas a mostrar fotos de víctimas de ejecuciones o resultados sangrientos de accidentes de tráfico. —El doctor Child me mira—. De modo que, para responder a su pregunta, y basándome en las pruebas que Jack Jr. nos ha proporcionado hasta la fecha, deduzco que busca adeptos en áreas donde pueda observarlos primero. Al principio no tiene que hacer nada más que observar. Seguramente buscará ciertas proclividades. Como todas los manipuladores, buscará temas de conversación clave, para congraciarse con sus posibles compinches, temas que domina. No obstante —el doctor Child se inclina hacia delante—, al cabo de un tiempo tiene que reunirse con ellos cara a cara. Los correos electrónicos y los
chats
no le bastan. Por varias razones. Una es la cuestión de seguridad. Es demasiado fácil fingir una identidad a través de la Red. Nuestro Jack no teme arriesgarse, pero antes de cualquier riesgo se prepara a fondo. Quiere cerciorarse de que la persona con la que está hablando es quien dice ser y como dice ser.

—¿Cuáles son los otros motivos? —pregunto.

—Ante todo, se trata de una calle de dos direcciones. Los individuos con los que Jack se ha puesto en contacto a través de Internet también querrán verificar su identidad. Pero lo que es más importante, no me parece probable que Jack les induzca a llevar a cabo sus fantasías sin una interacción personal por su parte. No, si yo estuviera en su lugar me lo tomaría con calma, buscaría a posibles compinches y redactaría una lista. Luego verificaría de algún modo la identidad de esos individuos. Después establecería contacto con ellos a través de Internet. Por último me reuniría con ellos para conocerlos personalmente. A partir de ahí, puede elegir entre varios métodos para someterlos a su voluntad. Quizá comience a pequeña escala. «Espiemos a una asociación de mujeres universitarias. Demos una paliza a una prostituta, pero sin matarla. Ahora matemos a un gato mirándole a los ojos cuando muere.» Al proceder poco a poco, Jack destruye cualquier atisbo de moral que los otros puedan tener para regular su comportamiento, para sentirse seres humanos. Después de haber metido un pie en el infierno, ¿por qué no van a meter los dos? A fin de cuentas, y no lo olvidemos, para ellos el infierno representa el paraíso.

—¿Cuánto tiempo puede llevar eso a Jack? Me refiero a condicionar a una persona y conseguir que cruce esa línea.

El doctor Child me mira.

—¿Me pregunta cuántos adeptos puede haber creado Jack?

—Básicamente.

El doctor Child extiende las manos.

—Quién sabe. Depende de muchos factores. ¿Cuánto tiempo lleva Jack dedicándose a eso? ¿Dónde busca a sus compinches? Por ejemplo, puede elegir a violadores que han obtenido recientemente la libertad condicional para ponerse en contacto con ellos y moldearlos… El salto de la violación al asesinato es pequeño.

Contemplo los cansados ojos del doctor Child mientras asimilo sus palabras. ¿Cuántos años? ¿Cuántos adeptos ha logrado crear Jack Jr.? No lo sabemos. Es imposible saberlo.

—Hay otra cosa que me preocupa de Jack, doctor. Usted lo mencionó al decir que le gusta correr riesgos. Ese proceso de crear seguidores es una empresa peligrosa. Cualquiera de ellos podría traicionarle. —Meneo la cabeza—. Parece una contradicción. Por un lado, Jack es inteligente. Muy inteligente y muy cauteloso. Por el otro, se expone a riesgos enormes. No lo entiendo.

El doctor Child sonríe.

—No ha tomado en cuenta la explicación más simple de esa contradicción.

—¿A qué se refiere? —pregunto frunciendo el ceño.

—Que está loco.

—¿Que está loco y punto? —pregunto perpleja.

—Permita que se lo explique —responde el doctor Child adoptando una expresión seria—. Pero no pierda de vista ese dato. Constituye la navaja de Occam de mi profesión, la cual me ha sido muy útil en numerosas ocasiones. —El doctor Child se reclina en su silla y prosigue—: En cuanto a los pormenores… Creo que hay dos factores. Uno concuerda con la fantasía. Me refiero a esa disparatada «propagación de la especie» consistente en pasar el testigo del Destripador y demás. —El doctor Child se detiene—. El otro se refiere al hambre de esos individuos.

—¿Qué hambre?

—Lo que motiva a todos los asesinos en serie. La necesidad que les impulsa a hacer lo que hacen. Supera su cautela. —El doctor Child se encoge de hombros—. Este proceso de ponerse en contacto con otros, manipularlos, moldearlos, es irracional. Aparte de su locura en términos generales, Jack Jr. no se ha comportado de forma irracional. A menos que exista una motivación lógica que aún no hemos adivinado, esta desviación debe estar motivada por algo que no tiene nada de racional. El hambre. Cometer esas atrocidades aplaca su hambre, y la necesidad de aplacarla es más satisfactoria e importante que su seguridad.

—De modo que, básicamente, Jack está loco.

—Tal como he dicho.

Después de reflexionar unos instantes, pregunto:

—¿Por qué el Destripador? ¿Por qué esa obsesión con las prostitutas?

—Creo que una cosa constituye la razón de la otra, que las prostitutas son la razón de la fantasía del Destripador, no a la inversa. Quienquiera que creara esta compleja parodia… —El doctor Child se encoge de hombros— tenía un problema con las mujeres. Posiblemente motivado por haber padecido malos tratos o haberlos presenciado. Paradójicamente, las motivaciones y las razones que mueven a esta réplica moderna del Destripador son muy similares a las motivaciones y razones del Destripador original. Un odio hacia las mujeres mezclado con sexualidad y deseo insatisfecho. Lo de siempre.

—Lo que demuestra nuevamente que Jack está loco. Y que quienquiera que le adoctrinó estaba loco de atar.

—Sí.

Desvío la vista, reflexionando. Es previsible e imprevisible. Motivado al mismo tiempo por la razón y la locura. Genial. Con todo, creo que ahora conocemos a Jack un poco mejor.

—Gracias, doctor Child. Me ha ayudado mucho, como siempre.

Él me mira con esos ojos tristes y cansados.

—Es mi trabajo, agente Barrett. Le enviaré mi informe. Tenga mucho cuidado con ese individuo, por favor. Esto es algo nuevo. Aunque puede ser interesante desde un punto de vista clínico… —El doctor Child se detiene y me mira a los ojos—. En realidad la palabra «nuevo» equivale a peligroso.

Siento al dragón agitarse dentro de mí, desafiante.

—Permita que le explique cómo lo veo yo, doctor. Puede que su forma de actuar y sus motivos sean nuevos. Pero lo que hace… —digo sacudiendo la cabeza—. El asesinato es el asesinato.

41


P
ÓNGAME al día.

Me encuentro en el despacho del director adjunto Jones. Me ha llamado para que le informe sobre los progresos del caso. Cuando menciono a Tommy Aguilera me interrumpe.

—Un momento… ¿Aguilera? Ya no trabaja en el Servicio Secreto, ¿verdad?

—Es muy bueno, señor. Un crack. —No tienes ni idea hasta qué punto, pienso.

—Ya lo sé. No se trata de eso. —La expresión de Jones es puro vinagre—. Esta vez lo pasaré por alto, Smoky. De ahora en adelante, cuando decida contratar a alguien ajeno a la casa, primero tiene que consultarlo conmigo.

—Sí, señor.

—Siga.

Se lo explico todo, inclusive mi entrevista con el doctor Child. Jones se toma unos momentos para rumiarlo antes de juntar las manos sobre su mesa de trabajo.

—Veamos si lo he entendido. Ese tipo ha matado a dos mujeres. Cada vez que lo hace, le envía a usted un vídeo. Tiene un colega. Está obsesionado con usted, hasta el extremo de colarse en su casa, pincharle el teléfono y colocar en su coche un artilugio para localizarla. Ha emprendido ataques personales contra los miembros de su equipo, y ha amenazado a otros miembros en ciernes. Aparte del compinche con el que trabaja, se pone en contacto con otros asesinos en potencia. No es quién cree ser. ¿Es así?

BOOK: El hombre sombra
3.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Elisabeth Fairchild by A Game of Patience
Treacherous Tart by Ellie Grant
Make It Fast, Cook It Slow by Stephanie O'Dea, Stephanie O’Dea
Angel by Katie Price
Dogs by Nancy Kress
A Most Unusual Governess by Amanda Grange
End in Tears by Ruth Rendell
The Sheriff's Secret Wife by Christyne Butler