El jardín de las hadas sin sueño (16 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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—Tranquila, estamos vivos. —Rió entre dientes—, Descansa un poco. Después te explicaremos…

«¿Te explicaremos?» ¿Por qué usaba el plural? ¿Estaban Emma y Miles con él? No podía creer que mis nuevos amigos me hubieran rescatado de una organización tan peligrosa. ¿Qué habría pasado con Robin?

De pronto, una voz conocida sacudió mi alma:

—¡Hola, lechuguina!

Solo una persona en el mundo podía llamarme así.

Solté a James y me abalancé emocionada hacia Berta. ¡No podía creerlo! Después de meses de soledad y semanas de calvario, rencontrarme con mi pasado a través de ella me hizo temblar de emoción. Ambas rompimos a llorar y permanecimos abrazadas durante un buen rato.

—¿Estás bien? —Me separé para contemplar mejor a mi amiga colmenareña.

Me di cuenta de la estupidez de mi pregunta al ver el fabuloso aspecto de Berta. Ella siempre me había parecido una chica muy guapa —tenía la apariencia de una hermosa ninfa, con aquella melena dorada, la piel blanca y sus ojos claros—, pero la ciudad le había dado un aíre más sofisticado. Su cuerpo estaba fíbrado y atlético, como si se hubiera entrenado para ganar fuerza. Llevaba un vestido urbano muy favorecedor de color negro, y el pelo recogido en una coleta. Sus ojos recién bañados en lágrimas, brillaban con un azul muy intenso.

Yo misma respondí a mi pregunta:

—Estás impresionante.

—Clara… He pasado tanto miedo… Cuando me enteré de que te habían capturado, pensé que no volvería a verte.

Me estrujó de nuevo y me dio un sonoro beso en la mejilla.

James contemplaba la escena con una sonrisa desde una esquina del salón. Se había apartado para no interferir en nuestro emotivo reencuentro.

Le miré de soslayo recelosa de que escuchara nuestra conversación.

—James está al corriente de todo —continuó Berta—. Es de los nuestros.

—¿Entiendes nuestro idioma? —le pregunté por educación.

—Mí español es muy básico, pero lo entiendo todo. No os preocupéis por mí.

A partir de aquel momento empezamos a mezclar los dos idiomas. Con Berta hablaba en castellano y con James en inglés; pero a veces cambiaba de lengua sin darme ni cuenta.

Me sorprendió que hubiera confiado nuestros secretos a un desconocido para ella. Hacía meses que éramos amigos y yo siempre había ocultado mi identidad. ¿Qué había pasado durante mi ausencia? ¿Tanto había cambiado el mundo?

Berta se acercó a James y tuve una buena sensación sobre ellos. Tenían la misma altura y hacían buena pareja. Ambos eran muy distintos:

James, de modales y gustos cultivados, y Berta, espontánea y algo bruta. La elegancia urbanita y natural de él contrastaba con la autenticidad rural de ella. Aun así, los dos tenían un aspecto refinado y un andar tan erguido y estiloso que parecían sacados de una revista de tendencias.

En una ocasión, James me había dicho que le gustaban las rubias y las rarezas de Alice. Sonreí al darme cuenta de que no había perro verde más raro que Berta y me pregunté cuánto tardaría en saltar la chispa entre los dos… si es que no había saltado ya.

Pero ¿cómo se habían conocido? ¿Cómo habían dado con el escondite de Robin? Las preguntas se agolpaban en mi mente.

—No entiendo nada —confesé—. Sois las últimas personas a las que esperaba encontrar al despertar. ¿Qué ha pasado?

—¿Por dónde empezamos? —Berta me tomó de la mano y nos sentamos juntas en el diván—. ¿Quieres que te explique cómo te encontramos, o, mejor, cómo te rescatamos de ese cabrón?

El rostro de James se torció en una mueca. Me pregunté si ya se habría acostumbrado a los modales salvajes de Berta. Nuestras miradas se encontraron. Mi amigo inglés esbozó una media sonrisa y su encantador hoyuelo se dibujó en su mejilla.

—Clara debería descansar y dormir un poco.

—¿Dormir? —repetí horrorizada al recordar las pastillas de Robin—. ¡No quiero volver a dormir en toda mi vida!

Me miraron compasivos antes de estallar en una carcajada. La risa ayudó a liberar la tensión que habían vivido en las últimas horas.

—Explicadme cómo os habéis conocido —pregunté con curiosidad.

James fue el primero en hablar:

—Estaba muy preocupado. No sabían nada de ti, ni en Lakehouse ni en la academia donde estudias. De repente era como si la tierra se te hubiera tragado.

—Y así fue. —Me estremecí al recordar el sótano.

—Cuando Emma y Miles regresaron de París les pregunté a ellos, pero Emma me dijo algo muy extraño. Me explicó que te habías ido a pasar unos días fuera, a casa de un familiar, pero no la creí.

—¿Por qué?

—Tú misma me habías explicado que no tenías familiares en este mundo… Sospeché que algo raro estaba pasando. Los días anteriores a tu desaparición, te habías comportado de una forma extraña… Así que busqué a una persona… alguien que intuía que podía llevarme hasta ti.

—¡El pianista! —adiviné emocionada.

—Elemental, querida Alice… quiero decir, Clara. Una camarera del Honey Trap me habló de su banda y conseguí dar con él en un pub de Camden Town.

—Genial.

—Al principio me dijo que no te conocía. Tuve que recorrerme todos los locales en los que tocaba para que al final me explicara que le habías preguntado por una canción. Aquella noche me fui a casa muy frustrado… « ¿Una canción? —pensé—. Eso es lo que quería Alice de este tipo». Pero volví al día siguiente. Le hice un interrogatorio completo. —Rió divertido—, Supongo que me puse muy pesado, porque al final confesó que se la había enseñado su compañera de apartamento.

—¿Por qué lo hiciste? —le pregunté a Berta algo dolida.

—No fue expresamente. Tenía esa melodía en la cabeza y no había día que no la canturreara por casa. Peter la escuchó y se enamoró de ella —explicó Berta poniéndole por fin nombre al pianista—. No supe que la había incorporado en su repertorio hasta que conocí a James.

—Averigüé dónde vivía el pianista y así fue como di con Berta.

—Me siguió durante varios días —continuó ella—. Y yo me asusté. Aunque este finolis inglés no tiene mucha pinta de hombre de negro, pensé que era uno de ellos. Una noche lo arrastré hasta un callejón oscuro y…

Me temí lo peor de Berta.

—Me dio una paliza terrible —se quejó James.

—¡No exageres! —dijo Berta—. Bastó una sola patadita para dejarte KO.

Recordé la «patadita» que mi amiga había propinado a Braulio cuando había intentado violarme en el bosque y compadecí al pobre James.

—Cuando desperté estaba atado a una farola y esta dulce dama me amenazaba con un bate de béisbol. Le dije que Alice estaba en peligro, pero ella ni se inmutó.

—Me pregunté quién narices sería esa tal Alice —intervino Berta.

—Por suerte llevaba una foto tuya que me había regalado Emma.

—A pesar de esa horrible melena rubia, te reconocí… James me dijo que habías desaparecido y desde ese momento nos pusimos a buscarte juntos. Pasaron varias semanas y durante ese tiempo le fui aplicando a James nuestra lucha. Si estaba dispuesto a arriesgar su vida por ti, era justo que supiera dónde se metía.

Me costó imaginar la impresión que nuestra increíble historia le habría producido a James.

—Era de locos —reconoció James—, pero la creí. Y muy a mi pesar, Emma era sospechosa. La seguimos y un día vimos cómo entregaba un sobre marrón a un chico que Berta conocía. Nada más verle, esta chica se puso a temblar como un flan.

—Cuando vi a Robin me asaltaron los recuerdos del bosque —se justificó Berta—, las torturas cuando me capturaron…

—No puedo creer que Emma…

Recordé lo que había visto en su armario la noche de mi secuestro: mis fotos y el fajo de billetes. Era obvio que Robin la había contratado para que me vigilara, y aquella traición de quien yo consideraba una amiga me dolió en el alma.

—Yo tampoco —reconoció James—. No creo que fuera muy consciente del lío en el que se metía… ¡A saber de qué manera la convencieron para que te vigilara! De todas formas, ahora lo está pagando caro.

—¿Qué ha pasado con ella? —pregunté.

—Miles me dejó un extraño mensaje en el móvil. Decía que tenían que desaparecer una temporada y que Emma estaba muy asustada.

Pero no he sabido nada más de ellos…

Berta recuperó el hilo de su particular aventura.

—Seguimos a Robin hasta las afueras de Londres. Estuvimos varios días esperando el momento para entrar en la casa, pero él no se alejaba de ella ni un segundo. Aunque estábamos bastante convencidos de que estabas allí retenida, no las teníamos todas con nosotros. ..

Al final, decidimos actuar.

—Oí ruidos en la escalera antes de que me sedara, pero… ¿como lograsteis reducirle?

Ni Berta ni James tenían señales o moratones que evidenciaran una pelea. Mí amiga me explicó el motivo:

—Peter trabaja en el zoo de Londres y tiene una de esas pistolas de aire comprimido que cargan con somníferos para osos. No sé por qué, pero a veces se la lleva a casa… Se la robé el otro día. Reducir a Robin con un dardo de esos no fue nada complicado.

—Cayó fulminado al instante —dijo James.

No pude evitar preocuparme por Robin.

—Pero es un sedante para osos, ¿no podría acabar con la vida de una persona?

—No —respondió James—. Eso sí, el dolor de cabeza cuando despierte no se lo quita nadie.

—¡Ni el de huevos! —añadió Berta divertida—. Le obsequié con una de mis pataditas.

—Estará buscándonos… —murmuré.

—Nos cubrimos la cara con un pasamontañas, así que no tiene ni idea de que hemos sido nosotros —dijo mi amiga.

—Además, estamos en un lugar seguro —intervino James—. En este apartamento es imposible que nos encuentre.

—¿Por qué?

—Porque es un ático fantasma.

El canto del mirlo

N
os encontrábamos en el ático de un edificio de cinco plantas en Notting Hill, pero solo algunos vecinos conocían la existencia del último piso, que había sido construido posteriormente sobre la azotea. No tenía buzón ni videoportero y, a pesar de sus dimensiones y sus acabados de lujo, ni siquiera estaba registrado como vivienda habitable, sino como una especie de trastero para la comunidad. Por eso James se había referido a él como «edificio fantasma». Nos explicó también que el constructor lo había edificado siguiendo los caprichos de su hija, una ex novia y compañera de facultad que se había marchado a estudiar el último año a Estados Unidos.

—Todavía no le había devuelto la llave —nos explicó James algo avergonzado—, pero estoy seguro de que a Sarah no le importaría.

Estará todo el curso fuera, así que podéis esconderos aquí durante una buena temporada. Yo vendré cada día cuando salga de la universidad para traeros comida. A mí nadie me busca…

Aunque ese bonito y luminoso ático estaba en las antípodas del agujero del que salía, la idea de encerrarme de nuevo no me gustaba en absoluto. Berta, en cambio, parecía encantada.

—Esta casa tiene de todo —me explicó—. Hay televisión por cable y wifi. Y un equipo de música que es una pasada. Será como estar de vacaciones en un hotel de lujo.

Me dejé contagiar un poquito por su entusiasmo. Por un lado, escondernos era nuestra única opción. No podíamos arriesgarnos a salir del país y, mucho menos, a que alguien nos viera por las calles de Londres. Robin nos estaría buscando… y quizá también una manada de hombres de negro enfurecidos. ¿No era acaso ese el motivo por el que había tratado de huir conmigo? Por otro lado, necesitaba descansar y recuperarme del secuestro. Aún tenía heridas abiertas en los pies… y secuelas imborrables en el alma.

—Está bien —acepté acercándome al ventanal—. Al menos este lugar tiene unas vistas increíbles.

James me acompañó a una de las habitaciones. Era tan sofisticada como el salón. Decorada con tonos blancos, tenía una televisón plana y un moderno equipo de sonido, ambos de Bang & Olufsen, en la pared. Abrí el armario y vi mi ropa cuidadosamente colgada en perchas.

Había una caja con algunas de mis cosas en la cama y, sobre el cabezal, mi lámina del bosque con el cervatillo de ojos tristes. James se había tomado la molestia de traerlo todo de Lakehouse.

—Gracias, James. —Le tomé la mano y le besé en la mejilla—. Pero ¿sabes dónde te estás metiendo? Esto no es un juego y tú aún estás a tiempo de salirte.

—Clara… —Ignoró mi advertencia—. Ese miserable… ¿te ha hecho daño? ¿Quieres que llame a un médico para que te reconozca?

Rompí a llorar como una niña y me abracé a su cuello. Hacía tanto tiempo que nadie se preocupaba por mí de esa manera que no pude evitar emocionarme. Él lo interpretó como una señal de lo mucho que había sufrido y su rostro se contrajo de rabia. Nunca le había visto así.

—Estoy bien, no te preocupes… No me ha hecho daño. —Me sequé las lágrimas luchando contra la congoja.

—Me alegra oír eso, pero estoy contigo en esto. No pienso dejarte sola.

—¡No está sola! —dijo Berta desde la puerta de mi nuevo cuarto—. ¿Es que yo no cuento en esta lucha?

—Claro que cuentas, querida. Eres la mejor arma de destrucción masiva que existe —bromeó James bateando con un palo invisible.

Berta arrugó la frente algo molesta y nos mostró un iPod Touch.

Pensé que era suyo o que lo había encontrado en algún lugar del apartamento, pero sus palabras lo desmintieron.

—¿Cuándo vamos a ver qué guardaba aquí?

Supe que hablaba de Robin y un escalofrío me recorrió la espalda.

—Lo tenía en su bolsillo —me explicó Berta—. Al principio pensamos que era un iPhone, pero no tiene teléfono. Sirve para navegar, hacer grabaciones, guardar archivos… Tal vez tenga información secreta sobre la Organización.

—Si no estás preparada, podemos dejarlo para más adelante —me dijo James.

—No, no, está bien. Veamos de qué se trata.

Nos sentamos en la cama junto a Berta, contemplando cómo examinaba cada ventanita. Solo había archivos en iTunes y en Notes. Berta seleccionó el audio. La carátula del disco de Nick Drake fue lo primero que desfiló por la pantalla.

Junto a ella, había varios documentos sonoros etiquetados con fechas. Seleccionó uno al azar. Después de un largo silencio, una voz femenina tomó el relevo.

Yo no quería venir a este mundo. Mi madre me explicaba que estuve casi diez meses en su barriga y que tuvieron que sacarme por cesárea. Siempre he pensado que me negaba a nacer porque conocía la triste vida que me esperaba… Pero ahora creo que solo quería aferrarme un poco más a mi madre, porque sabía que la muerte pronto me la arrebataría.

Ella creía que yo era algo retrasada. No pronuncié una palabra hasta los tres años, y ya fue una frase completa: «Quiero una bicicleta», dije. Cuando mi madre me preguntó que por qué diablos no había hablado antes, respondí: «Porque no tenía nada que decir». Mi abuela estuvo varios días riéndose mientras repetía: «¡Qué niña más lista!».

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