El laberinto del mal (12 page)

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Authors: James Luceno

BOOK: El laberinto del mal
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—No tengo ningún favorito entre ustedes —habló por fin el general—. Todos son igualmente importantes para mí. Por eso los he convocado aquí, para asegurar su protección.

Nadie dijo una sola palabra.

—La República se engaña creyendo que todos ustedes están huyendo, cuando, de hecho, Lord Sidious y Darth Tyranus planearon esta reunión por razones que pronto se aclararán. Todo funciona según el plan previsto. Sin embargo, con sus mundos natales en poder de la República, con sus bienes y sus mundos coloniales amenazados por toda la galaxia, ahora se les ordena que, por el momento, permanezcan juntos. Me han pedido que encuentre un refugio seguro para ustedes aquí, en el Borde Exterior.

—¿Qué mundo nos aceptará ahora? —preguntó San Hill, desconsolado y exhibiendo una mueca en su cara equina.

—Si ninguno se ofrece, presidente, nos apoderaremos de uno. Grievous se dirigió a la compuerta con sus garras rechinando sobre la cubierta.

—Por ahora, vuelvan a sus naves. Una vez seleccionemos un mundo, contactaré con cada uno de ustedes según el método tradicional y les daré las coordenadas de la cita.

Cuidando no traicionar su repentino recelo, Gunray intercambió una mirada con Haako.

El "método tradicional de comunicación" significaba la mecano-silla que habían abandonado inadvertidamente en Cato Neimoidia.

16

C
harros IV un mosaico de rojo deslucido y castaño pálido, llenaba las pantallas delanteras del crucero de la República. La nave ya era una reliquia veinte años atrás, pero sus motores e impulsores sublumínicos eran fiables, y Obi-Wan y Anakin no tuvieron elección, pues las demás naves estaban diseminadas en diferentes frentes. El antiguo y emblemático color rojo del crucero quedaba oculto por capas recientes de pintura blanca. Y, a causa de la guerra, habían sido instalados cañones láser a popa, bajo los radiadores de las alas, y delante, bajo la cabina del piloto, en el espacio que antes servía como salón para los pasajeros.

Obi-Wan planeó los tres saltos necesarios para llegar a Xi Char desde el Borde Interior, pero el encargado de pilotar la nave había sido Anakin.

—Recibiendo coordenadas de aterrizaje —anunció Anakin con los ojos fijos en una pantalla del tablero de instrumentos.

Obi-Wan estaba agradablemente sorprendido.

—Eso me enseñará a no ser escéptico. En el pasado, cuando nos informaban de que Inteligencia había hecho su trabajo, siempre acababa descubriendo que faltaba mucho por hacer.

Anakin lo miró y se rió.

—¿He dicho algo divertido?

—Sólo estaba pensando: “otra vez en danza”.

Obi-Wan se recostó en su silla y esperó a que su compañero terminase de hablar.

—Sólo quería decir que, para alguien que se ha ganado la fama de odiar los viajes espaciales, has tomado parte en más misiones exóticas de las que te correspondían: Kamino, Geonosis, Ord Cestus...

Obi-Wan se tironeó de la barba.

—Digamos que la guerra me ha hecho tener una visión más amplia de las cosas.

—El Maestro Qui-Gon se habría sentido orgulloso de ti.

—No estés tan seguro...

Obi-Wan había discutido la conveniencia de ir a Charros IV. Estaba seguro de que Dexter Jettster, su amigo besalisko de Coruscant, hubiera proporcionado a los analistas de Inteligencia todos los datos necesarios sobre la mecano-silla del virrey Gunray, pero Yoda insistió en que Obi-Wan y Anakin intentasen hablar personalmente con el xi charriano cuya firma habían descubierto en la silla ambulante.

Ahora, Obi-Wan se preguntaba por qué había estado tan en contra del viaje. Esta misión parecía una especie de permiso comparada con todo lo ocurrido en los últimos meses. Anakin tenía razón, Obi-Wan había realizado más misiones y más viajes de los que le correspondían, pero eran muchos los Jedi que habían actuado como agentes de 1nteligencia en el transcurso de la guerra. Aayla Secura y el Jedi caamasi Ylenic lt'kla llevaron en custodia a un desertor de la TecnoUnión hasta Corellia, y Quinlan Vos se infiltró en el círculo de aprendices del Lado Oscuro de Dooku...

Y el Canciller Supremo Palpatine nunca fue informado, ni lo había sido nunca, de ninguna de esas operaciones secretas. No porque el Consejo Jedi hubiera dejado de confiar en él, sino porque ya no confiaba en nadie.

—¿Crees que los xi charrianos hablarán con nosotros? —preguntó Anakin.

Obi-Wan hizo girar su sillón para mirarle a la cara.

—Tienen todas las razones del mundo para mostrarse amables. Después de la batalla de Naboo, la República se negó a hacer negocios con ellos por haber fabricado armas prohibidas para los neimoidianos. Desde entonces se han mostrado muy ansiosos por reparar ese error, sobre todo ahora que los baktoides y otros proveedores de la Confederación aprovechan sus diseños para fabricar en serie armas más baratas.

La principal contribución de los xi charrianos al arsenal de los neimoidianos había sido el caza estelar llamado Droide de Combate Autopropulsado de Geometría Variable, una nave de combustible sólido meticulosamente diseñada, capaz de adoptar tres configuraciones distintas.

Anakin adoptó una expresión cautelosa.

—Espero que no nos echen en cara haber destruido tantos de sus cazas. A Obi-Wan se le escapó una carcajada.

—Sí, esperemos que tu fama no haya llegado al Borde Exterior. Pero, en el fondo, nuestro éxito depende de que TC-16 hable xi charriano tan fluidamente como presume.

—Maestro Kenobi, le aseguro que puedo hablar esa lengua casi tan bien como un aborigen xi charriano —protestó el droide de protocolo desde uno de los asientos traseros de la cabina—. Mi servicio al virrey Gunray exigía estar familiarizado con los idiomas comerciales utilizados por todas las especies colmena, incluidos el xi charriano, el geonosiano, el colicoide y muchos otros. Mi dominio de su idioma nos asegurará una completa cooperación por parte de los xi charrianos..., aunque espero que no se sientan demasiado repelidos por mi apariencia física.

—¿Por qué ibas a repelerlos? —se interesó Anakin.

—Las creencias religiosas de los xi charrianos tienen como base una completa devoción a la precisión tecnológica. Para ellos es un artículo de fe que el trabajo meticuloso no se diferencia de la oración; es más, sus talleres son más parecidos a un templo que a una fábrica. Cuando un xi charriano es herido, él mismo se autodestierra para que los demás no tengan que ver sus imperfecciones o sus deformidades. Un adagio xi charriano dice que "la divinidad está en los detalles"

—Exhibe tus defectos con orgullo, Tecé —dijo Anakin, alzando y cerrando su mano derecha—. Yo exhibo los míos.

El crucero estaba descendiendo en la atmósfera helada y cubierta de nubes de Charros IV. Inclinándose sobre las pantallas, Chi-Watt vio un mundo árido, casi sin árboles. Los xi charrianos vivían en mesetas altas, rodeadas de montañas cubiertas de nieve. Lagos de agua negra salpicaban el paisaje aquí y allí.

—Un planeta yermo —comentó Obi-Wan.

Anakin hizo algunos ajustes para compensar el fuerte viento que sacudía la nave.

—Cualquier día acabaremos en Tatooine.

Obi-Wan se encogió de hombros.

—Conozco lugares peores que Tatooine para vivir.

No tardaron en descubrir la plataforma de aterrizaje que les habían indicado. De forma ovalada y perfectamente ajustada al tamaño del crucero, parecía recién estrenada.

—Seguro que la han construido especialmente para nosotros —dijo TC-16—. Por eso nos solicitaron las medidas exactas del crucero. Anakin miró a Obi-Wan.

—Quizá sea un buen momento para que la República utilice a los xi charrianos.

Depositó el crucero sobre los amplios discos de su tren de aterrizaje y extendió la rampa de descenso. Antes de pisarla siquiera, Obi-Wan se levantó la capucha de la capa. Un viento gélido aullaba, descendiendo por las laderas de las montañas. Ante él, una brillante pasarela metálica los llevaba desde el borde de la plataforma de aterrizaje hasta una estructura semejante a una catedral que se levantaba a medio kilómetro de distancia. A ambos lados de la pasarela se concentraban centenares de excitados xi charrianos.

—Supongo que no reciben muchas visitas —comentó Anakin, mientras Obi-Wan, TC-16 y él descendían por la rampa.

Como solía suceder con casi todas las razas, los diseños tecnológicos xi charrianos reflejaban la anatomía y la fisiología de sus creadores. Con cuerpos menudos y quitinosos, patas puntiagudas, pies hendidos con los dedos formando tijera y cabezas en forma de lágrima, podían ser versiones vivientes de los droides de combate que fabricaban para la Federación de Comercio... Al menos, en su versión de infantería. El salvaje alarido de cientos de bienvenidas gritadas a la vez era tan fuerte, que Anakin tuvo que levantar la voz para hacerse oír por encima del estruendo.

—¡Nos están dando el tratamiento de celebridades! ¡Creo que voy a disfrutar aquí!

—Manténte cerca de mí, Anakin.

—Lo intentaré, Maestro.

Cuanto más se acercaban los Jedi y el droide de protocolo al borde de la plataforma de aterrizaje, más ruidosos eran los alaridos. Obi-Wan no supo qué hacer ante la emocionada ansiedad que desprendían los alienígenas. Era como si estuvieran a punto de comenzar una especie de carrera. Muy a menudo, un xi charriano llevado por el entusiasmo saltaba sobre la pasarela, pero era rápidamente sujetado por los demás y reintegrado a la multitud.

—¿Normalmente son tan entusiastas, Tecé? —preguntó Obi-Wan.

—Sí, Maestro Kenobi, pero su entusiasmo no tiene nada que ver con nosotros. ¡Es por la nave!

El significado del comentario quedó claro en el momento en que tres de ellos pisaron al mismo tiempo la plataforma de aterrizaje. En cuestión de segundos, los xi charrianos se abalanzaron sobre el crucero. recubriéndolo desde su proa achatada hasta los impulsores de popa. Obi-Wan y Anakin contemplaron temerosos cómo desaparecían los parches de carbono, se alisaban las abolladuras, se reconfiguraban las piezas de la superestructura y se pulían las portillas de visión de transpariacero.

—Cuando nos vayamos, recuérdame que les dé una propina —dijo Anakin.

De vez en cuando, un xi charriano saltaba sobre TC-16 o tiraba de uno de sus miembros, pero el droide siempre lograba quitárselos de encima.

—¡En su afán por mejorarme, temo que sean capaces de borrarme la memoria! —protestó el droide.

—Tampoco sería tan malo —dijo Anakin—, visto lo mucho que te quejas de tus experiencias.

—¿Cómo puede esperarse que aprenda de mis errores si ya no puedo ni recordarlos?

Se encontraban a mitad de camino de la pasarela, cuando un par de xi charrianos de mayor tamaño salieron de la catedral y se acercaron a ellos para presentarse. TC-16 intercambió chasquidos y cliqueos con ellos antes de traducir el saludo.

—Estos dos nos llevarán ante el Prelado.

—No llevan armas —comentó Anakin en voz baja—. Es buena señal.

—Los xi charrianos son una especie pacífica —explicó el droide—. Sólo se preocupan de diseñar tecnología, no del uso que se le da. Por eso se sienten injustamente acusados y equivocadamente juzgados por la República. No se consideran culpables del papel que jugaron sus droides de combate en la batalla de Naboo.

El enorme edificio, que según TC-16 era un taller, tenía doscientos metros de altura y estaba coronado por rejas y torres en espiral que emitían retazos de una música extraña cuando el viento pasaba entre ellas. Hileras de altas claraboyas iluminaban el inmenso espacio interior donde se esforzaban miles de xi charrianos. Arcadas y columnas exquisitamente talladas sustentaban un techo abovedado lleno de puntales, entre los que dormían miles de xi charrianos más, suspendidos de sus pies en forma de tijera y zumbando de satisfacción.

—¿El turno de noche? —se preguntó Anakin en voz alta.

Su pareja de escoltas los llevó hasta una especie de cancillería, cuyas altas puertas se abrían a una sala inmaculada que bien hubiera podido ser el camarote del capitán de un yate de lujo. En el centro de la sala, sentado en una silla semejante a un trono, se hallaba el xi charriano más grande que habían visto hasta entonces, atendido por una docena de congéneres más pequeños que él. Más allá, diversos grupos de xi charrianos empuñaban herramientas y revisaban cada milímetro cuadrado de la cámara, fregando, limpiando, puliendo.

Sin ceremonia, TC-16 se acercó al Prelado y ofreció un saludo. El droide había manipulado su codificador vocal para que Obi-Wan y Anakin escuchasen una traducción simultánea de sus palabras.

—¿Puedo presentarle al Jedi Obi-Wan Kenobi y al Jedi Anakin Skywalker? —empezó diciendo.

Indicando con un movimiento de su mano a su séquito que se alejase, el Prelado giró su larga cabeza para mirar a Obi-Wan.

—Tecé —dijo Obi-Wan—, dile que sentimos haber interrumpido sus abluciones.

—No está interrumpiendo nada, señor. El Prelado es asistido de esta forma todas las horas del día.

El Prelado cloqueó.

—Excelencia, hablo su idioma gracias a mi empleo anterior en la corte del virrey Nute Gunray —el droide escuchó la respuesta del Prelado y añadió—: Sí, comprendo que eso no me granjea precisamente sus simpatías, pero en mi defensa puedo argumentar que mi estancia entre los neimoidianos fue el periodo más difícil de mi existencia..., como puede atestiguar mi apariencia física, motivo de gran vergüenza para mí.

Claramente apaciguado, el Prelado volvió a cloquear.

—Estos Jedi comparecen ante usted y solicitan su permiso para hacer unas cuantas preguntas a uno de sus devotos del Taller Xcan..., un tal T'laalaks'lalak-t'th'ak.

TC-16 hizo las paradas glotales y los cliqueos necesarios para pronunciar correctamente el nombre.

—Un grabador virtuoso, excelencia, estoy seguro. El interés de los Jedi por él se debe a que una obra de arte a la que él se consagró, podría proporcionar una pista sobre el paradero actual de un importante líder separatista —el droide escuchó la respuesta y agregó—: Y puedo añadir que todo aquello que proporcione satisfacción a los xi charrianos, también contentará a la República.

La mirada del Prelado volvió a cruzarse con la de los Jedi.

—Los sables láser no son armas, excelencia —explicó TC-16 tras un breve intercambio de cliqueos—, pero si el permiso para hablar con T'laalaks'laalak-t'th'ak depende de que le entreguemos los sables láser, estoy seguro de que puede contar con ello.

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