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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (10 page)

BOOK: El laberinto del mal
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—Pero ¿podremos triunfar en el Borde Exterior? —se interesó Eekway—. ¿Con un ejército tan reducido? ¿Con tantos Jedi dispersos? ¿No daría la impresión de que los Jedi están perpetuando esta guerra deliberadamente?

Palpatine se puso en pie y se alejó de su enorme silla, dando la espalda a todos.

—Es una situación muy lamentable... Algo que hemos intentado corregir, con éxito limitado —dio media vuelta para encararse con sus invitados—. Hay que pensar en cómo ven los demás esta guerra. Un ex Jedi dirige el movimiento separatista, y el ejército clon de la República es comandado por Jedi... Muchos mundos lejanos ven esta guerra como un intento por parte de los Jedi de dominar la galaxia. Antes de la guerra. ya creían que no se podía confiar en ellos... En parte, debido a las agresivas negociaciones que tuvieron que llevar a cabo durante los mandatos de mis predecesores. Esos mismos mundos creen que fueron los Jedi quienes invadieron Geonosis porque sentenciaron a muerte a dos de ellos acusados de espionaje. Nosotros conocemos la verdad, por supuesto, pero, ¿cómo evitar las malas interpretaciones?

Consciente de que habían permitido que el motivo principal de la discusión se les escapara de las manos. Bail intentó reconducirla.

—Volviendo a la derogación del Acta de Seguridad...

—Sirvo a la República, senador Organa —cortó Palpatine—. Si presenta una moción en el Senado, aceptaré el resultado que salga de la votación.

—¿Y usted se mostrará imparcial durante los debates?

—Tiene mi palabra.

—Y esas enmiendas a la Constitución... —apuntó Mon Mothma.

—Contemplo la Constitución como un documento "vivo" —volvió a interrumpir Palpatine—. Como tal, se le debe permitir que se expanda o contraiga según las circunstancias. Si no, sería un documento "muerto".

—Si pudiéramos estar seguros de cierto... apoyo por parte del poder —dijo Bana Breemu.

Palpatine sonrió abiertamente.

—Por supuesto.

—Entonces, tenemos un principio de acuerdo —exclamo Padmé—. Sabía que lo conseguiríamos.

Palpatine le sonrió.

—Senadora Amidala, ¿no es ése el droide que construyó el Jedi Skywalker?

Padmé se giró hacia C-3P0.

—Lo es.

Por un momento dio la impresión de que C-3P0 se había quedado mudo..., pero sólo fue un momento.

—Me honra que se acuerde de mí, majestad.

Palpatine estalló en una carcajada.

—Ese título corresponde más bien a un rey o a un emperador —miró a Padmé—. De hecho. alteza, acabo de hablar con él.

—¿Con Anakin? —se sorprendió Padmé.

Palpatine sostuvo su mirada.

—¡Vaya, senadora Amidala, diría que se ha ruborizado!

14

C
uando Obi-Wan volvió al hangar acompañado de Yoda. observó que Anakin y Yoda intercambiaban la más breve de las miradas, pero su significado se le escapó. Ninguno de los dos Jedi parecieron preocupados tras el silencioso intercambio, y Yoda se alejó sin decir palabra para hablar con los analistas de Inteligencia agrupados cerca de la rampa del trasbordador.

—¿Asuntos del Consejo Jedi? —preguntó Anakin cuando Obi-Wan se le acercó.

—Nada de eso. Yoda cree que la mecano-silla puede ocultar alguna pista sobre el paradero de Darth Sidious. Quiere que nosotros nos encarguemos de investigarlo.

Anakin no respondió inmediatamente.

—Maestro, ¿no estamos obligados a informar de nuestro hallazgo al Canciller Supremo?

—Lo estamos, Anakin, y lo haremos.

—Cuando el Consejo lo decida, quieres decir.

—No. Cuando hayan discutido el tema.

—Pero, imagina que uno o dos de los miembros del Consejo discrepase de la mayoría...

—Las decisiones no son siempre unánimes. Cuando la opinión está realmente dividida, pedimos el consejo de Yoda.

—Entonces, a veces la Fuerza puede ser más poderosa en uno que en once.

Obi-Wan intentó deducir qué pretendía Anakin.

—Ni siquiera Yoda es infalible, si eso es lo que te preocupa.

—Los Jedi deberían serlo —Anakin miró de reojo a Obi-Wan—. Nosotros podríamos serlo.

—Te escucho.

—Yendo más lejos con la Fuerza de lo que actualmente nos permitimos ir. Cabalgando en su cresta.

—El Maestro Sora Bulq y algunos otros estarían de acuerdo contigo, Anakin, pero pocos Jedi tienen el estómago suficiente para algo así. No todos tenemos el dominio de sí mismos que tienen Yoda o Mace Windu.

—Pero quizá nos equivocamos aferrándonos exclusivamente a la Fuerza y despreciando la vida tal como la conocen y la viven la mayoría de los seres. Una vida que incluye emociones como el deseo, el amor y muchas otras que nos están prohibidas. La devoción a una causa superior es correcta y es buena, Maestro, pero no debemos ignorar lo que tenemos ante nuestros propios ojos. Tú mismo has dicho que no somos infalibles. Dooku comprendió eso, se enfrentó a esa situación cara a cara y decidió hacer algo al respecto.

—Dooku es un Sith, Anakin. Puede que tuviera buenas razones para dejar la Orden, pero ahora sólo es un maestro del engaño. Sidious y él se aprovechan de aquellos cuya voluntad es más débil. Se engañan a sí mismos creyéndose infalibles.

—Pero he visto casos en los que los Jedi se mienten unos a otros. El Maestro Kolar mintió sobre el viaje al Lado Oscuro de Quinlan Vos. Nosotros mismos mentimos ahora al no compartir con el Canciller Palpatine lo que sabemos de Sidious. ¿Qué dirían Sidious o Dooku sobre nuestras mentiras?

—No nos compares con ellos —dijo Obi-Wan con más severidad de la que sentía—. Los Jedi no somos un culto, Anakin. No adoramos el liderazgo de las elites. Animamos a cada uno para que encuentre su camino, para que ratifique mediante la experiencia personal el valor de lo que se les enseña. No ofrecemos justificaciones fáciles para exterminar a los que consideramos enemigos. Nos guiamos por la compasión y la creencia en que la Fuerza es mayor que la suma de los que se abren a ella.

—Sólo preguntaba. Maestro —concluyó Anakin.

Obi-Wan respiró profundamente para tranquilizarse. "Demasiado seguros de sí mismos los Jedi se han vuelto", le había dicho Yoda una vez. "Incluso los más viejos. los más experimentados..."

Se preguntó cómo habría reaccionado Anakin bajo la tutela de Qui-Gon. El sólo era el mentor adoptivo de Anakin. y un mentor fallido en muchos aspectos. Se sentía tan ansioso por ensalzar el recuerdo de Qui-Gon, que continuamente pasaba por alto los esfuerzos de Anakin por estar a su altura.

—Sobre tus hombros el peso de toda la galaxia llevas, Obi-Wan —le dijo Yoda mientras se acercaba con uno de los analistas de Inteligencia—. Tus preocupaciones esta noticia puede calmar —añadió antes de que Obi-Wan pudiera responderle.

El capitán Dyne. el robusto analista de pelo oscuro, se sentó en el borde de un contenedor de embarque.

—Aunque todavía no sabemos si dejaron la mecano-silla aquí de forma deliberada, como una especie de trampa, la imagen de Sidious es auténtica. Parece ser que recibieron la transmisión hace dos días, tiempo local, pero tendremos problemas para rastrearla hasta su fuente porque fue enviada a través de un sistema de transmisores de hiperonda utilizado habitualmente por la Confederación como sustituto de nuestra HoloRed. y además la codificaron con un código desarrollado por el Clan Bancario Intergaláctico. Hace tiempo que trabajamos para descifrar ese código. Cuando lo consigamos podremos usar el receptor de hiperonda de la silla para espiar todas las comunicaciones enemigas.

—¿Mejor te sientes ya? ¿Mmmm? —preguntó Yoda a Obi-Wan mientras jugueteaba con su bastón.

—La silla lleva la marca de algunos fabricantes afiliados a Dooku —siguió informando Dyne—. El receptor de hiperonda está equipado con un chip y una antena muy similares a otros que descubrimos en un camaleónico droide sembrador de minas que el Maestro Yoda nos trajo de Ilum.

—Una imagen de Dooku el droide contenía.

—Ahora actuamos en la presunción de que Dooku, o Sidious, para el caso no importa. podría haber desarrollado los chips y haberlos instalado en receptores que entregó a Gunray y a otros miembros importantes del Consejo Separatista.

—La mecano-silla ¿es la misma que vi en Naboo? —preguntó Obi-Wan.

—Creemos que sí —confirmó Dyne—, pero desde entonces le han introducido algunas modificaciones. El mecanismo autodestructor, por ejemplo, o el gas autodefensivo —miró a Obi-Wan—. Su corazonada fue acertada; es el mismo gas que usan los neimoidianos desde hace años. Al parecer fue creado por un investigador separatista llamado Zan Arbor.

—¡Zan Arbor! —repitió Anakin furioso—. Es el gas que utilizaron contra los gunganos en Ohma-D'un —desvió la mirada hacia Obi-Wan—. ¡No me extraña que fueras capaz de presentirlo!

Dyne paseó la vista de Anakin a Obi-Wan.

—El mecanismo emisor del gas es idéntico al que se encuentra en algunos de los droides asesinos E-Cinco-Veinte de la TecnoUnión.

Obi-Wan se acarició pensativo la barbilla.

—Si Gunray ha tenido esa silla durante catorce años, quizá pudo utilizarla para contactar con Sidious durante la crisis de Naboo. Si pudiéramos descubrir quién fabricó la silla...

Yoda se rió.

—Por delante de Obi-Wan los expertos van —dijo a Anakin.

—Sabemos quién es el responsable de los grabadas de la silla —explicó Dyne—. Un xi charriano cuyo nombre ni siquiera voy a intentar pronunciar.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Anakin.

El analista sonrió abiertamente.

—Porque firmó su trabajo.

Padmé se separó de Bail y de los demás en la Plaza del Senado.

Vio que el capitán Typho la esperaba en la plataforma de desembarco y apresuró el paso para llegar hasta su deslizador. Las altísimas estatuas que adornaban la plaza parecían clavar en ella sus fríos ojos; y el edificio nunca le había parecido tan enorme.

La breve reunión con Palpatine la había dejado aturdida.... pero por razones personales. Aunque nunca dejaba de pensar en Anakin, había decidido apartarlo de su mente durante el tiempo que durase la reunión, y así concentrarse en lo que se esperaba de ella como preocupada ciudadana de la República y política al servicio del público. Pero, pese a sus buenas intenciones. Palpatine había sacado a primer plano al joven Jedi.

¿Se lo habría contado Anakin?, se preguntó. ¿Conocía el Canciller Supremo, ya fuera por Anakin o por cualquier otro, la ceremonia secreta celebrada en Naboo?

Una sensación de forzada alegría la obligó a frenar el paso. El calor de la tarde. La intensa luz. La enormidad de los recientes acontecimientos...

Podía sentir a Anakin en la distancia. Estaba pensando en ella, de eso estaba segura. Imágenes del joven cruzaron su mente. Una de ellas le arrancó una sonrisa: su primera cena juntos en Tatooine. Con Qui-Gon riñendo a Jar Jar Binks por su conducta grosera, con Anakin sentado a su lado, con Shmi... ¿Estaba sentada enfrente? ¿No tenía la mirada de Shmi fija en ella cuando, refiriéndose a Anakin. dijo: "Él te ayudará"?

La verdad no importaba.

Lo importante era cómo lo recordaba ella.

15

P
rotegido por dos escuadrones de cazas buitre de la Federación de Comercio, el trasbordador con forma orgánica de Nute Gunray trazaba un rumbo llameante a través del vacío del espacio profundo, seguido por las descargas de plasma de una docena de Ala-V de la República. Los cazas buitre imitaban las maniobras y giros de las naves enemigas, más rápidas que ellos, y sus cañones, profundamente enterrados en las hendiduras de sus estrechas alas, escupían un fuego ininterrumpido de cobertura.

El general Grievous observaba la enloquecida danza desde el puente del crucero de la Federación de Comercio,
Mano Invisible
, nave insignia de la flota confederada.

Cualquier otro espectador habría pensado que el virrey corría el riesgo de perder el barbado cuello, pero Grievous sabía que no era así. Gunray llegaba tarde a su cita porque se había desviado hasta Cato Neimoidia, y estaba realizando una representación de cara al general, tratando de dar la impresión de que venían persiguiéndolo desde el Borde Exterior, cuando lo cierto era que el desvío había permitido que las fuerzas de la República pudieran seguir su ruta en el hiperespacio. El sentido común dictaba que la nave nodriza desde la que se había lanzado el trasbordador debía emplear rutas secretas trazadas por los miembros de la Federación del Comercio y sólo conocidas por ellos, pero la realidad era que recorría una ruta estándar a la que había accedido desde los sistemas interiores.

Y además, la nave de Gunray no se hallaba en peligro real. Los que realmente arriesgaban el cuello eran los pilotos de la República al enfrentarse a una fuerza superior en proporción de dos a uno, mientras volaban directos hacia la vanguardia de la flota confederada. En otro momento, Grievous habría aplaudido su valentía permitiéndoles escapar con vida, pero los transparentes esfuerzos de Gunray por disimular su desvío habían expuesto a toda la flota, y los pilotos republicanos debían morir.

Pero no inmediatamente.

Primero. Gunray debía recibir un castigo por su error, una muestra de lo que le esperaba la próxima vez que desobedeciera una orden.

Grievous desvió la atención de las pantallas delanteras del crucero a las estaciones le combate, donde un par de droides observaban la persecución.

—Artilleros, los cazas estelares de la República no deben escapar (le este sector. Apuntad a sus anillos de hiperimpulso y destruidlos. Después apuntad a uno de los escuadrones de cavas buitre que sirven de escolta al trasbordador y destruidlo también.

—Centrando blancos —dijo uno de los droides.

—Disparando —dijo el otro.

Grievous volvió a contemplar las pantallas, a tiempo de ver cómo la media docena de anillos de hiperimpulso se hacía pedazos en medio de efímeras explosiones. Un instante después, nubes de ondulante fuego hicieron erupción desde ambos lados del crucero de Grievous, y doce cazas droide desaparecieron de la vista. Las inesperadas explosiones sembraron el caos en el resto de la escolta, dejando al trasbordador vulnerable ante las acometidas de los cazas estelares enemigos. Con la formación hecha jirones, los buitres se ciñeron al protocolo de programación e intentaron reagruparse, pero al hacerlo quedaron expuestos a las precisas descargas de los cazas estelares.

Era consecuencia de la negativa de los neimoidianos a aumentar la inteligencia de los droides que pilotaban los cazas, pensó Grievous. Pero, aun así, funcionaban mejor que cinco años antes.

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