Read El laberinto del mal Online

Authors: James Luceno

El laberinto del mal (9 page)

BOOK: El laberinto del mal
11.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

No.

A los nueve años ya era experto en carreras de vainas; así que a los veintiuno podría haber sido campeón galáctico. Incluso sin la ayuda de Qui-Gon o de Watto, tarde o temprano hubiera ganado la carrera de la Víspera de Boonta y se habría labrado una reputación. Habría podido comprar su libertad, la de su madre y la de todos los esclavos de Mos Espa. Hubiera ganado las grandes carreras de Malastare y habría sido recibido triunfalmente en los casinos del juego de Ord Mantell y de Coruscant. No se hubiera convertido en Jedi —demasiado viejo para acceder al entrenamiento—, ni aprendido a manejar un sable láser, pero habría sido capaz de competir con los mejores pilotos Jedi. incluido Saesee Tiio.

Y también habría sido más poderoso en la Fuerza que cualquiera de ellos. Pero puede que nunca hubiera conocido a Padmé...

La primera vez que la vio creyó que un ángel había llegado a Tatooine desde las lunas de Viago. Fue una broma por su parte, pero no tan inocente como parecía. Incluso así. para ella fue simplemente un niño raro. Padmé no sabía que su precocidad no se limitaba a su innata habilidad para construir y arreglar cosas. Poseía un sentido misterioso gracias al cual sabía lo que iba a pasar; y tenía la certeza de que se convertiría en alguien famoso. Era diferente... era un "elegido" mucho antes de que la Orden Jedi empezara a llamarlo así. Hasta él habían llegado unos seres míticos —ángeles y Jedi—. y logró salir airoso de competiciones en las cuales los humanos ni siquiera deberían participar. Aun así, pese a tener a un ángel y a un Jedi como invitados en casa, no pudo adivinar su súbita partida de Tatooine, el entrenamiento Jedi, su matrimonio...

Ya no era un niño raro, pero Padmé seguía siendo su ángel... La imagen de Amidala lo sacó de su ensueño.

Algo... Algo había cambiado. Su corazón se llenó de añoranza por ella. Ni siquiera recurriendo a la Fuerza podía aclarar lo que sentía. Sólo sabía que debía estar con ella, a su lado, para protegerla...

Flexionó la mano artificial.

Permanece en la Fuerza
, se dijo a sí mismo. Un Jedi no se ancla en el pasado. Un Jedi no se ata a las personas y las cosas que encuentra a lo largo de su vida. Un Jedi no fantasea ni piensa: "¿qué hubiera ocurrido si...?".

Taladró con la mirada a los tres técnicos humanos que metían la mecano-silla en un arnés de seguridad hecho de espuma. Uno de ellos parecía tener demasiada prisa,
y
casi le dio un golpe a la silla.

Anakin se puso en pie y se lanzó en tromba a través del hangar.

—¡Ten cuidado con eso! —gritó.

El más viejo de los tres le echó un vistazo despectivo.

—Relájate, chico, conocemos nuestro trabajo.

Chico.

Movió su mano, invocando a la Fuerza para impedir las oscilaciones de la mecano-silla. Los tres técnicos se esforzaron para moverla, hasta que se dieron cuenta de lo que Anakin hacía. Entonces, el más viejo se detuvo y lo miró fijamente.

—Está bien, suéltala.

—Cuando esté seguro de que realmente sabéis lo que hacéis.

—Mira, chico...

Anakin enarcó las cejas y avanzó un paso. Los técnicos retrocedieron, alejándose de la silla.

Me tienen miedo. Han oído hablar de mí.

Por un instante, el miedo lo hizo poderoso; después, sintió vergüenza y apartó la mirada.

El técnico levantó las manos, reclamando tranquilidad.

—Calma, Jedi. No pretendíamos ofenderte.

—Empaquétala tú mismo si quieres —añadió otro.

Anakin tragó saliva con dificultad.

—Es importante, eso es todo. No quiero que le ocurra nada. Hizo que la mecano-silla descendiera suavemente hasta el suelo.

—Esta vez, tened más cuidado —advirtió el más viejo de los técnicos, apartando la vista de Anakin.

—¡General Skywalker! —gritó un soldado clon tras él.

Anakin se giró y vio al soldado señalando el trasbordador.

—Un mensaje de hiperonda para usted... Es del despacho del propio Canciller Supremo.

Los tres técnicos volvieron a mirarlo... de una forma distinta.

Así tendrían que hacerlo siempre

Sin una palabra, Anakin giró sobre sus talones y ascendió por la rampa del trasbordador. En la sala de comunicaciones de la nave, sobre la placa de un holoproyector, aparecía la imagen parpadeante del Canciller Supremo Palpatine. Cuando Anakin se situó ante la parrilla de transmisión, Palpatine sonrió.

—Felicidades por tu victoria en Cato Neimoidia. Anakin.

—Gracias, señor, pero lamento comunicarle que el virrey Gunray ha conseguido escapar y que la batalla continúa en las ciudades mineras. La sonrisa de Palpatine vaciló.

—Sí, va estaba informado.

No era la primera vez que Anakin recibía una comunicación de Palpatine en el mismo campo de batalla. En Jabiim, Palpatine le ordenó quo se retirara antes de que el planeta cayera en manos de los separatistas; en Praesitlyn, le había rogado que salvara la situación. Sus mensajes eran tan incómodos como aduladores.

—¿Qué sucede, muchacho? —preguntó Palpatine—. Tengo la impresión de que estás preocupado por algo. Si se trata de Gunray, te doy mi palabra de que no podrá esconderse siempre de nosotros. Nadie puede. Algún día tendrás la oportunidad de conseguir una completa victoria.

Anakin se humedeció los labios.

—No es por Gunray. señor. Un pequeño incidente me ha puesto furioso.

—¿Qué incidente?

Anakin se sintió tentado de contarle los detalles del descubrimiento llevado a cabo por Obi-Wan y por él, pero Yoda le había pedido que no le hablara a nadie de la mecano-silla.

—Nada importante —dijo—. Pero cuando me enfado, siempre me siento culpable.

—Eso es un error —le reprendió Palpatine con suavidad—. Enfadarse es algo natural, Anakin. Creí que ya habíamos tratado ese tema... a raíz de lo ocurrido en Tatooine.

—Obi-Wan no muestra nunca su rabia..., salvo ante mí, claro. E incluso entonces. parece más bien... simple irritación.

—Anakin, eres un joven apasionado. Es lo que te diferencia de tus camaradas Jedi. A diferencia de Obi-Wan y los demás, no te criaste en el Templo, donde enseñan a los jóvenes a dominar su enfado y superarlo. Tú disfrutaste de una niñez natural. Puedes soñar, tienes imaginación y visión. No eres una máquina descerebrada, un pedazo de tecnología sin corazón... y con eso no sugiero que los Jedi lo sean —añadió Palpatine rápidamente—. Cualquier amenaza contra algo o contra alguien importante para ti te provoca una respuesta emocional. Te ocurrió con tu madre, y volverá a pasarte. Pero no debes reprimir esas respuestas Aprender de ellas sí, pero no combatirlas.

Anakin contuvo el impulso de revelarle su matrimonio con Padmé.

—¿Crees que yo soy inmune a la cólera? —dijo Palpatine tras un corto silencio.

—Nunca lo he visto enfadado.

—Bueno, quizá me he acostumbrado a mostrar mi rabia únicamente en privado, pero, ante las frustraciones que recibo en el Senado o ante la persistencia de esta guerra... cada vez me cuesta más. ¡Oh!, sé que los Jedi y tú hacéis todo lo que podéis para acabar con ella. pero el Consejo Jedi y yo no siempre estamos de acuerdo en la forma con la cual debe afrontarse la guerra. Sabes que mi amor por la República no tiene límites, por eso me esfuerzo tanto en impedir que todo se desmorone.

Anakin forzó una respiración burlona.

—El Senado debería seguir su liderazgo. En cambio, sólo intentan bloquearlo, atarle las manos. Es como si envidiasen el poder que ellos mismos le otorgaron.

—Sí. muchacho, muchos lo hacen. Pero también cuento con muchos apoyos. Y lo más importante, debemos cumplir las leyes y las reglas que nos impone la Constitución o no seremos mejores que los que intentan coartar nuestra libertad.

—Algunos deberían estar por encima de las leyes —protestó Anakin.

—Un tema que merece la pena discutirse. Y tú serías uno de ellos. Anakin. Pero tienes que saber cuándo actuar y cuándo no.

Anakin asintió.

—Lo comprendo —e hizo una pausa antes de añadir—¿Cómo está Coruscant, señor? La echo de menos.

—Coruscant está como siempre: es un brillante ejemplo de cómo debería ser la vida en todas partes. Pero estoy demasiado ocupado para disfrutar de sus múltiples placeres.

Anakin buscó alguna forma de plantear la pregunta que necesitaba hacer.

—Supongo que ve con frecuencia al Comité Legitimista.

—La verdad es que sí. Un valioso grupo de senadores que valora tanto los logros de la República como tú y como yo. —Palpatine sonrió—. La senadora Amidala, por ejemplo, tan llena de compasión y de vigor... Las mismas cualidades que ya demostró como Reina de Naboo. Allí donde va. provoca admiración. —Miró directamente a Anakin—. Me alegra que ella y tú os hayáis hecho tan buenos amigos.

Anakin tragó saliva, nervioso.

—¿Le dirá..., le transmitirá mis saludos?

—Por supuesto.

El silencio se prolongó quizá demasiado.

—Anakin, me encargaré de que vuelvas pronto del Borde Exterior —prometió Palpatine—, pero no podemos descansar hasta que los responsables de esta guerra paguen por sus crímenes y dejen de representar una amenaza para la paz. ¿Me comprendes?

—Haré todo cuanto pueda para que así sea, señor.

—Sí, muchacho. Sé que lo harás.

13

B
ail Organa paseaba inquieto por la zona de recepción del completo del Senado. Estaba a punto de dar rienda suelta a su exasperación contra la encargada de las citas del Canciller Supremo, cuando la puerta del despacho de Palpatine volvió a abrirse, y sus consejeros empezaron a desfilar entre los temibles guardias con capucha roja que flanqueaban la entrada.

Los consejeros Sim Aloo y Janus Greejatus: Armand Isard, el director de Inteligencia; Jannie Ha'Nook, de Glithnos, responsable del Consejo de Seguridad e Inteligencia: Mas Amedda, portavoz chagriano del Senado; y Sly Moore, alto y etéreo, envuelto en su capa umbarana y ayudante personal del Canciller. El último en salir fue Pestage.

—Veo que siguen aquí. senadores.

—No tenemos nada, excepto paciencia —dijo Bail.

—Es bueno saberlo. ya que el Canciller Supremo todavía tiene mucho trabajo pendiente que atender.

Entonces apareció el propio Palpatine. Miró primero a Bail y a los demás; después, a Pestage.

—Senador Organa, senadora Amidala..., amigos todos. Es una delicia encontraros aquí.

—Canciller Supremo —dijo Bail—, tenemos la impresión de que teníamos una cita con usted.

Palpatine alzó una ceja.

—¿De verdad? ¿Por qué no se me ha informado? —preguntó a Pestage.

—Su horario es tan apretado... No quise sobrecargarlo.

Palpatine frunció el ceño.

—Nunca estoy tan ocupado como para no poder hablar con los miembros del Comité Legitimista. Déjanos, Sate. y no permitas que nos interrumpan. Ya te llamaré cuando te necesite.

Se hizo a un lado e indicó con un gesto a Bail y a los demás que entrasen en el despacho redondo. C-3P0 fue el último en cruzar el umbral, girando la cabeza para echar un vistazo a los guardias inmóviles.

Bail tomó asiento directamente ante la silla de respaldo alto de Palpatine, de la cual se decía que albergaba el generador de un escudo de energía tan necesario para su protección como los guardias, por insólito que hubiera parecido tres años antes. El despacho alfombrado y sin ventanas estaba saturado de rojo y contenía varias estatuas singulares, al igual que las habitaciones privadas de Palpatine, en el Edificio Administrativo del Senado, y en su
suite
del República Quinientos. Aunque se rumoreaba que era capaz de trabajar durante días sin dormir, Palpatine parecía alerta. curioso y un poco impaciente.

—¿Qué asuntos les traen por aquí en esta gloriosa urde de Coruscant? —dijo desde su silla—. No quisiera apremiarles, pero tengo cierta prisa...

—Iremos directamente al grano. Canciller Supremo —respondió Bail—. Ahora que la Confederación ha sido expulsada del Núcleo y del Borde Interior, quisiéramos discutir la derogación de algunas medidas promulgadas en nombre de la seguridad pública.

Palpatine contempló fijamente a Bail por encima de sus entrelazados dedos.

—¿Tan seguros os sentís gracias a nuestras recientes victorias? —Sí, Canciller Supremo —reconoció Padmé.

—En particular, el Acta de Refuerzo y Cumplimiento de la Seguridad —siguió Bail—. Y, concretamente, las medidas que permiten el uso ilimitado de droides de vigilancia, y las investigaciones y arrestos sin necesidad de garantías judiciales o sin seguir los procedimientos debidos.

—Ya veo —dijo lentamente Palpatine—. Por desgracia. lo cierto es que aún estamos lejos de haber ganado la guerra. y a mí, para empezar. no me satisface que los traidores y los terroristas sigan suponiendo una amenaza para la seguridad pública. ¡Oh!, comprendo que nuestras victorias den la impresión de que la guerra terminará rápidamente, pero esta misma mañana me han informado de que los separatistas siguen controlando muchos mundos claves del Borde Exterior, y que puede que nuestros bloqueos deban prolongarse indefinidamente.

—¿Indefinidamente? —preguntó Eekway.

—¿Por qué no les cedemos algunos de esos mundos? —sugirió Fang Zar—. El comercio con el Núcleo y el Borde Interior casi ha alcanzado los niveles de preguerra.

Palpatine agitó la cabeza.

—Algunos de esos mundos del Borde Exterior pertenecían a la República y nos fueron arrebatados por la fuerza. Me temo que si permitimos que la Confederación los retenga, nos arriesgamos a sentar un precedente muy peligroso. Además, creo que éste es el momento de presionar, de seguir atacando hasta que los separatistas dejen de representar una amenaza para nuestro estilo de vida.

—¿La única solución es continuar con esta guerra? —preguntó Bail—. Seguro que ahora podríamos persuadir a Dooku para que atendiera a razones.

—Juzga muy mal su determinación, senador, pero. supongamos que yo estoy equivocado y que decidimos cederle algunos mundos en gesto conciliador. ¿Quién elegirá esos mundos? ¿Yo? ¿Usted? ¿Debemos someter el asunto al Senado y celebrar una votación? ¿Y cómo responderán a nuestro gesto los habitantes de esos mundos cedidos? ¿Cómo se sentirían las buenas gentes de Alderaan si les dijéramos que ahora pertenecen para siempre a la Confederación? ¿Tan poco se valora la lealtad para con la República? Les recuerdo que una decisión similar fue la que motivó que muchos mundos se aliaran con el Conde Dooku.

BOOK: El laberinto del mal
11.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Sportin' Life by Frederick, Nancy
So Much More by Adams, Elizabeth
Bound to You: Volume 2 by Vanessa Booke
Truly Married by Phyllis Halldorson
War of the Wizards by Ian Page, Joe Dever
Geek Chic by Margie Palatini
Concrete Savior by Navarro, Yvonne