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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (2 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Unos cuantos saltos ágiles, y Cody quedó frente a Obi-Wan y Anakin. —Señores, traigo las últimas novedades del Mando Aéreo. —Muéstranoslas —dijo Anakin.

Cody hincó una rodilla en tierra y, utilizando la mano derecha, activó un dispositivo injertado en su guantelete de la izquierda. Un cono de luz azul emanó del dispositivo, y apareció un holograma de Dodonna, el comandante de la fuerza de asalto.

—Generales Kenobi y Skywalker, según los informes de la unidad de reconocimiento, el virrey Gunray y su séquito se dirigen hacia la parte norte de la fortaleza. Nuestras fuerzas han estado martilleando el escudo desde el aire y la orilla del lago, pero el generador del escudo se encuentra en un lugar protegido y difícil de alcanzar. Nuestros cañones ya soportan el fuego constante de los turboláseres de la muralla baja. Si su equipo sigue dispuesto a capturar vivo a Gunray, tendrá que bordear esas defensas y buscar una forma alternativa de entrar en el palacio. En este momento no podemos enviarles ayuda, repito, no podemos enviarles ayuda.

Cuando el holograma desapareció, Obi-Wan miró a Cody.

—¿Sugerencias, comandante?

Cody realizó un ajuste en su proyector de muñeca, y un mapa tridimensional esquemático del reducto se formó en el aire.

—Suponiendo que la fortaleza de ese Gunray sea similar a las que encontramos en Deko y Koru, los niveles subterráneos contendrán granjas de hongos y zonas de procesamiento y embarque. Las zonas de embarque han de tener acceso a los criaderos de los niveles medios; y desde esos criaderos podremos infiltrarnos hasta los niveles superiores.

Cody llevaba el rifle DC-15 de corto alcance, la armadura blanca y el casco que se habían convertido en símbolos del Gran Ejército de la República, y había nacido, crecido y entrenado en el remoto mundo de Kamino, tres años antes. Pero ahora la armadura sólo era blanca en aquellos lugares libres de manchas de barro o sangre seca, agujeros, quemaduras o parches carbonizados. El escalafón de Cody estaba definido por las marcas anaranjadas del casco y los galones del hombro. En la manga de su brazo derecho llevaba insignias representativas de las campañas en las que había participado: Aagonar, Praesitlyn, Paracelo Menor, Antar 4, Tibrin, Skor II y docenas de otros mundos del Núcleo y del Borde Exterior.

Durante los años pasados en los campos de batalla, Obi-Wan había trabado amistad con varios Comandos Avanzados de Reconocimiento: Alpha, con el que había sido encarcelado en Rattatak, y Jangotat, en Ord Cestus. Las primeras generaciones de CAR habían sido entrenadas por el propio

Jango Fett, el mandaloriano que sirvió de base genética para la donación. Aunque los kaminoanos habían logrado eliminar parte de los rasgos personales de Fett en los clones normales, con los CAR fueron más selectivos y, en consecuencia, éstos desplegaban más iniciativa individual y más habilidades para el liderazgo. Resumiendo, se parecían más al difunto cazarrecompensas, lo que venía a significar que eran más humanos. Aunque Cody no era un Comando Avanzado de Reconocimiento por genética, había recibido entrenamiento de CAR y compartía muchos de sus atributos.

En las fases iniciales de la guerra, los seres humanos trataban a los soldados clon igual que a las máquinas de guerra que controlaban, o a las armas que disparaban. Para muchos, tenían más en común con los droides de combate, que surgían por decenas de miles de los talleres baktoides de los mundos separatistas, que con ellos. Pero, a medida que más y más soldados clon morían en combate, su actitud empezó a cambiar. La total dedicación de los clones a la República y a los Jedi evidenció que podían ser verdaderos camaradas de armas, y que se merecían todo el respeto y compasión de que disponían en este momento. Habían sido los mismos Jedi, junto a otros oficiales de la República con ideas progresistas, quienes insistieron en que la segunda y la tercera generación de soldados clon recibieran nombres y no números, para así fomentar un creciente compañerismo.

—Estoy de acuerdo en que probablemente podemos llegar hasta los niveles superiores, comandante —dijo por fin Obi-Wan—. Pero, para empezar, ¿cómo propone que lleguemos a las granjas de hongos?

Cody se irguió todo lo que pudo y señaló los huertos.

—Entraremos con los recolectores.

Obi-Wan miró inseguro a Anakin y se lo llevó a un lado para hablar con él.

—Sólo somos dos. ¿Qué opinas?

—Creo que te preocupas demasiado, Maestro.

Obi-Wan cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Quién va a preocuparse por ti si no lo hago yo?

—Ya lo hará alguien —respondió Anakin, sonriendo abiertamente.

—Sólo tienes a C-3P0. Y para eso tuviste que construirlo.

—Piensa lo que quieras.

Obi-Wan entrecerró los ojos.

—Oh, ya veo. Había supuesto que la senadora Amidala te interesaria más que el Canciller Supremo Palpatine —antes de que Anakin pudiera responder, añadió—: A pesar de que ella también es una política.

—No creo haber hecho nada para atraer su interés, Maestro.

Obi-Wan contempló a Anakin un momento, pensativo.

—Es más, si el Canciller Palpatine sintiera una sincera preocupación

por tu bienestar, te habría mantenido más cerca de Coruscant.

Anakin puso su mano artificial sobre el hombro izquierdo de Obi-Wan.

—Quizá, Maestro. Pero entonces, ¿quién se preocuparía por ti?

2

L
os recolectores eran criaturas de anchos cuerpos, poco inteligentes y, pese a los dos pares de poderosas patas y las pinzas en forma de sierra que se extendían desde sus mandíbulas inferiores, complacientes mientras no se les amenazara de forma directa. De sus chatas cabezas crecían antenas curvas que no sólo servían como sensores para explorar el ambiente que los rodeaba, sino como órganos de comunicación gracias a la emisión de potentes feromonas.

Cada escarabajo era capaz de transportar hasta cinco veces su considerable peso en follaje y ramas. Tal y como sucedía con los neimoidianos que los domesticaban, tenían una sociedad jerárquica que incluía trabajadores, recolectores, soldados y criadores; todos sirviendo a una reina distante que recompensaba sus esfuerzos con comida.

Obi-Wan, Anakin y los comandos que formaban el Séptimo Escuadrón tuvieron que correr para mantener el ritmo de los escarabajos, mientras éstos transportaban su carga recién recolectada desde los huertos hasta la entrada natural de la cueva que se abría en la base de la colina sobre la que se levantaba la fortaleza. El gran caparazón de los escarabajos los ocultaba a las portillas de vigilancia controladas por patrullas de droides de combate PAU. Pero lo más importante era que los recolectores conocían rutas seguras a través de los campos minados que separaban los árboles de la fortaleza en sí.

La frecuente costumbre de los escarabajos de bajar las cabezas para intercambiar información con los compañeros de colmena que se movían en dirección opuesta, obligaba a los Jedi y a los soldados clon a mantenerse entre las patas traseras de los recolectores. Obi-Wan corría encorvado, con el sable láser en la mano, pero desactivado. Cuando por fin tuvieron a la vista la protegida residencia real, cierta inquietud que interfería en el orden natural de sus columnas pareció apoderarse de las criaturas. Obi-Wan sospechó que los escarabajos captaban el peligro potencial que suponía para el nido el tenaz bombardeo republicano. Como respondiendo a esa crisis, escarabajos-soldado se unieron a la procesión, pastoreando a los más nerviosos y urgiéndolos para que volvieran a las filas.

La mayor estatura de Anakin le obligaba a permanecer más atrás, casi directamente bajo la cola del escarabajo. A la derecha de Obi-Wan corría Cody, seguido y flanqueado por sus compañeros de equipo.

Pero, a pesar de los escarabajos-soldado, la disciplina del grupo empezó a romperse.

Un recolector que cubría a uno de los comandos se separó de la columna y empezó a alejarse antes de que pudieran devolverlo a su sitio. En lugar de refugiarse bajo otro escarabajo, el comando siguió al fugitivo y, de repente, se encontró en campo abierto. Obi-Wan sintió una ondulación en la Fuerza un segundo antes de que la pata delantera derecha del recolector tropezase con una mina terrestre. Pero ya era demasiado tarde.

Una potente explosión sacudió el rocoso terreno, arrancando la mitad de la pata delantera de la criatura. El comando saltó hacia un lado y rodó hasta quedar bajo un trío de martilleantes patas. Tuvo que arrastrarse y esquivarlas, mientras el recolector daba frenéticas vueltas sobre sí mismo, aparentemente dispuesto a pisotear al comando que se encontraba bajo él. Un golpe de la pata trasera izquierda del escarabajo hizo que el comando perdiera el equilibrio. Desconcertado, el recolector bajó su cabeza y cargó una y otra vez contra el objeto blanco y duro que se interponía en su camino, hasta abollar por completo su armadura.

La angustia del recolector empezó a contagiar al resto de los escarabajos.

Mientras la mayoría cerraba filas para permanecer juntos, otros echaban a correr repentinamente, saliéndose de la columna principal y despertando la alarma de los escarabajos-soldado. Un segundo recolector pisó dos minas en rápida sucesión, y las explosiones resultantes lo arrojaron por los aires. La columna se disolvió en completo desorden, con recolectores y sol-dados corriendo cada uno a su antojo, y los comandos y los Jedi hicieron todo lo posible para protegerse.

—¡Manteneos cerca de los que todavía se dirigen hacia el nido! —gritó Anakin.

Obi-Wan se disponía a seguir la sugerencia, cuando vio que el coman-do pisoteado se ponía en pie y se acercaba tambaleándose, dándose golpecitos en el casco con la enguantada palma de su mano y evidentemente ajeno al terreno que pisaba. Un recolector surgió de la caverna y se dirigió directo hacia el comando. Cerró las pinzas en torno a su cintura y lo levantó del suelo. El comando se retorció a un lado y a otro con las pocas fuerzas que le quedaban, pero fue incapaz de liberarse.

Anakin se despreocupó de pronto del recolector tras el que se protegía.

Con el sable láser firmemente sujeto en su enguantada mano, saltó por el desnudo paisaje en dirección al comando cautivo, con la Fuerza guiándolo para no pisar las desperdigadas minas. Los recolectores lo habrían tomado por un demente, de no estar demasiado ocupados por salvaguardar su carga y llegar a la seguridad del nido.

El último salto de Anakin lo colocó directamente frente al recolector que sujetaba al comando. Cortó las pinzas del escarabajo con un movimiento ascendente del sable láser, y liberó al comando, pero también hizo que los escarabajos-soldado se agitasen frenéticos. Obi-Wan casi podía oler la descarga de feromonas y descifrar la información que emitían: "¡La zona está infestada de depredadores!
"

De la multitud surgió un chillido en una frecuencia tan alta que apenas era audible, y se formó una estampida. Las minas empezaron a detonar por todas partes, y de entre la ondulante humareda surgieron más de cien PAU (Plataforma Aérea Unipersonal).

Cada una de ellas, versión neimoidiana del veloz vehículo aéreo de observación utilizado a lo largo de toda la galaxia, estaba provista de armas gemelas con una potencia de fuego superior a la de los modelos de tambor utilizados por los droides de infantería.

El enjambre de naves hizo llover desde las alturas rayos de energía contra todo lo que tenían a la vista, matando recolectores a docenas y convirtiendo el pedregoso terreno en un gran cementerio. Enormes explosiones brotaron entre las desechas columnas, a medida que las minas detonaban. Anakin esquivaba rayos mientras corría, sujetando al comando con el brazo izquierdo. El resto del Séptimo Escuadrón buscó protección sin dejar de disparar, derribando PAU con una cortina de fuego continuo.

Cody guió al pelotón hasta una trinchera de irrigación poco profunda. Cuando Obi-Wan llegó a ella, los soldados clon se desplegaron en círculo y siguieron disparando hacia el cielo. Un segundo después, Anakin se zambullía en la trinchera y depositaba suavemente al comando en la pendiente llena de barro. El especialista médico del Séptimo Escuadrón se arrastró hasta el herido, quitándole el cinturón y el casco semidestrozado.

Obi-Wan contempló fijamente el rostro del clon herido.

Un rostro que nunca olvidaría; un rostro que no podía olvidar aunque quisiera.

Pese a los muchos años transcurridos, seguía recordando la breve conversación con Jango Fett en Kamino. Miró a Cody y al resto.
"
Un ejército de un solo hombre... Pero el hombre adecuado para el trabajo."

El grito de guerra de los clones.

Liberaron rápidamente de la armadura al comando herido y le inyecta-ron calmantes para que no sufriera convulsiones mientras le retiraban la placa pectoral y cortaban con una vibrodaga su prenda interior negra. Las pinzas del recolector habían aplastado la armadura sobre el abdomen del comando; su piel estaba intacta, pero los cardenales eran importantes.

Sólo quedaba en condiciones de combatir la mitad del ejército original de un millón doscientos mil clones, por lo que la vida de todos y cada uno de ellos era vital. Podían reemplazar fácilmente sangre y órganos —"los repuestos", según ellos mismos—, pero la guerra estaba en pleno
crescen
do
, las bajas en el campo de batalla eran cada vez mayores y su supervivencia era prioridad máxima.

—Aquí no podemos hacer mucho por él —dijo el médico a Anakin—. Si pudiéramos conseguir un FX-Siete...

—No necesitamos ningún droide —interrumpió Anakin.

Se arrodilló, apretó las manos contra el abdomen del comando herido y utilizó una técnica de curación Jedi para impedir que el clon cayera en una conmoción profunda.

Un repentino ruido atrajo la atención de todos.

Muchos objetos del tamaño de un peñasco surgían de unas aberturas en las murallas más bajas de la fortaleza. Cody miró hacia ellos con un par de macrobinoculares.

—No es un alud —dijo, pasándole los binoculares a Obi-Wan. Este alzó el aparato y esperó a que la lente se autoenfocase.

Algunas de las armas más temibles del arsenal de la infantería separatista se acercaba a unos buenos ochenta kilómetros por hora, rodando hacia la trinchera en la que se encontraban.

Droidekas.

3

E
l droideka, también conocido por el temible nombre de "droide destructor", era una máquina asesina de despliegue rápido creada por una especie alienígena que disfrutaba sembrando el caos ala menor oportunidad. Era una combinación de velocidad pura y microrrepulsores secuenciados, encajados en un droide de bronzio blindado capaz de rodar como una pelota y desplegarse en un abrir y cerrar de ojos, convirtiéndose en un asesino de tres patas, escudado por deflectores individuales y armado con un par de ametralladoras de tambor gemelas y de disparo rápido.

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