—Rose no sabía que él tuviera un apartamento en el edificio —dice Lucy desde el umbral, mirando el vestíbulo para ver quién entra—. Cuando lo descubrió, supuso quién era y me dijo que le había visto al volante de un coche deportivo caro que le había parecido un Porsche.
—Ella tiene un Volvo más viejo que mi gato.
—Siempre me han gustado los coches, y Rose sabe mucho de coches —asegura Lucy—. Pregúntele por Porsche, Ferrari, Lamborghini, y ya le contará. Por aquí, la gente no alquila Porsches. Tal vez un Mercedes, pero no un Porsche como el que tiene él. Así que he supuesto que podía guardarlo aquí.
—¿Qué tal le va? —Ed se sienta a la mesa para comerse la hamburguesa del café Sweetwater—. Antes ha pasado un mal rato.
—Bueno —contesta Lucy—. Rose no se encuentra en su mejor momento.
—Yo me he vacunado contra la gripe este año y la cogí dos veces, además de un catarro. Es como masticar golosinas para que no te salgan caries. Es la última vez que lo hago.
—¿Estaba aquí Gianni Lupano cuando Drew fue asesinada en Roma? —pregunta Lucy—. Me dijeron que estaba en Nueva York, pero eso no significa que sea cierto.
—La chica ganó el torneo aquí un domingo, hacia mitad de mes. —Se limpia la boca con una servilleta de papel, cogeun vaso grande de refresco y sorbe por la pajilla—. Sé que esa noche Gianni se fue de Charleston, porque me pidió que cuidara de su coche. Dijo que no sabía cuándo regresaría, y luego, de repente, aquí está.
—Pero no le ha visto.
—No le veo casi nunca.
—Habla con él por teléfono.
—Habitualmente sí.
—No lo entiendo —dice Lucy—. Aparte de la participación de Lucy en la Copa Círculo Familiar, ¿qué otra razón podía tener para estar en Charleston? ¿Cada cuánto se celebra el torneo? ¿Una vez al año?
—Le sorprendería la gente que tiene su residencia en la zona. Hasta estrellas de cine.
—¿Tiene GPS en el coche?
—Tiene de todo. Es un coche de aupa.
—Déjeme las llaves un momento.
—Ah. —Ed vuelve a dejar la hamburguesa con queso en el recipiente—. Eso no puedo hacerlo.
—No se preocupe. No voy a ponerlo en marcha, sólo quiero mirar una cosa, y sé que no dirá ni palabra al respecto.
—No puedo darle las llaves. —Ha dejado de comer—. Si llegara a enterarse...
—Las necesito sólo diez minutos, quince a lo sumo. No se enterará nunca, lo prometo.
—Quizá podría ponerlo en marcha, ya que está, por la batería, ya sabe. No hay ningún mal en ello. —Rasga una bolsita de ketchup para abrirla.
—Eso haré.
Lucy sale por una puerta trasera y se encuentra el Porsche en un rincón apartado del aparcamiento. Lo enciende y abre la guantera para echar un vistazo a los documentos de matriculación. El Carrera es de 2006 y está registrado a nombre de Lupano. Conecta el GPS, revisa el historial de destinos en la memoria y los anota.
La rápida respiración del imán que mantiene su baja temperatura.
Dentro de la sala de resonancia magnética, Benton mira desde el otro lado del cristal los pies de la doctora Self, cubiertos por una sábana. Está sobre una camilla que se desliza hasta el interior del imán de catorce toneladas, con la barbilla sujeta como recordatorio de que no debe mover la cabeza, que tiene apoyada sobre una bobina que recibirá los impulsos de radiofrecuencia necesarios para obtener la imagen de su cerebro. Lleva puestos unos auriculares que amortiguan el sonido a través de los que, poco después, cuando comience el proceso de obtención de imágenes por resonancia funcional, oirá la grabación de la voz de su madre.
—Hasta el momento, vamos bien —le dice Benton a la doctora Susan Lane—. Salvo por los jueguecillos que se trae ésa entre manos. Lamento que haya tenido a todo el mundo esperando. —Al técnico—: ¿Josh? ¿Qué tal tú? ¿Estás despierto?
—No sabes la ilusión que me hace todo esto —dice Josh desde la consola—. Mi niña lleva vomitando todo el día. Pregúntale a mi mujer las ganas que tiene de matarme ahora mismo.
—Nunca he conocido a nadie capaz de traer tanta alegría al mundo. —Benton se refiere a la doctora Self, el ojo de la tormenta. Mira a través del cristal los pies de Self y alcanza a verle las medias—. ¿Lleva pantis?
—Tienes suerte de que lleve algo. Al hacerle pasar, ha insistido en quitárselo todo —explica Lane.
—No me sorprende. —Se anda con cuidado. Aunque la doctora Self no puede oírles a menos que utilicen el interfono, puede verlos—. Está maníaca perdida. Lo ha estado desde que ingresó. Ha sido una estancia de lo más productiva. Pregúntaselo. Tiene la cordura de un juez.
—Le he preguntado si llevaba algo de metal, un sujetador con refuerzo —dice Lane—. Le he explicado que el escáner ejerce una atracción magnética sesenta mil veces mayor que lade la Tierra y no puede haber nada ferroso cerca, y que un sujetador adquiriría un significado completamente distinto si lleva refuerzo metálico y no nos lo decía. Ha asegurado que lo llevaba, que estaba orgullosa de ello, y ha empezado a hablar del... bueno, del lastre de tener pechos grandes. Como es natural, le he dicho que tenía que quitarse el sujetador, y ha contestado que prefería quitárselo todo y ha pedido una bata. Así que lleva una bata, pero la he convencido de que se deje las bragas puestas, y las medias.
—Bien hecho, Susan.Vamos allá.
La doctora Lane pulsa el botón del interfono y dice:
—Lo que vamos a hacer ahora es empezar con unas imágenes de localización: obtención de imágenes estructurales. La primera parte durará unos seis minutos; oirá unos ruidos bastante fuertes y extraños que produce el aparato. ¿Qué tal se encuentra?
—¿Podemos empezar, por favor? —La voz de la doctora Self.
Lane suelta el botón del interfono y le dice a Benton:
—¿Listo para la Escala PANAS de Afecto Positivo y Negativo?
Benton aprieta el botón del interfono y dice:
—Doctora Self, voy a empezar con una serie de preguntas acerca de cómo se siente. Y le haré las mismas preguntas varias veces durante la sesión, ¿de acuerdo?
—Ya sé cómo funciona la PANAS.
Benton y Lane cruzan una mirada, los semblantes impertérritos, sin dejar traslucir nada, mientras Lane dice con sarcasmo:
—De maravilla.
—No le hagáis caso —replica Benton—. Prosigamos.
Josh mira a Benton, listo para empezar. Benton piensa en su conversación con el doctor Maroni y en la acusación implícita de que Josh le habló a Lucy de su paciente VIP, y luego Lucy se lo contó a Scarpetta. Sigue perplejo. ¿Qué intentaba sugerir Maroni? Mientras observa a la doctora Self a través dela cristalera le viene algo a la cabeza: el expediente que no está en Roma, el expediente del Hombre de Arena, tal vez esté aquí, en McLean.
En un monitor aparecen las constantes vitales enviadas a distancia por la pinza en el dedo y el manguito del tensiómetro que lleva puestos la doctora Self.
—Presión sanguínea: ciento doce sobre setenta y ocho —dice Benton, y lo anota—. Pulso: setenta y dos.
—¿Qué saturación de oxígeno indica el pulso? —pregunta la doctora Lane.
Él responde que la saturación arterial de oxihemoglobina —o medición de saturación de oxígeno en la sangre— es de 99. Normal. Pulsa el botón del interfono y empieza con la PANAS.
—Doctora Self, ¿lista para las preguntillas?
—Por fin. —Su voz por el interfono.
—Voy a formularle las preguntas y quiero que puntúe sus sentimientos en una escala de uno a cinco. Uno cuando no siente nada. Dos, siente algo. Tres, moderado. Cuatro, mucho. Y cinco, sentimiento extremo. ¿Le parece correcto?
—Estoy familiarizada con la PANAS. Soy psiquiatra.
—Cualquiera diría que también es neurocientífica —comenta Lane—. Va a hacer trampas en esta parte.
—Me da igual.
Benton aprieta el botón del interfono y aborda las preguntas, las mismas que le reformulara durante la prueba. ¿Se siente molesta, avergonzada, inquieta, hostil, irritable, culpable? ¿O interesada, orgullosa, decidida, activa, fuerte, inspirada, entusiasmada, excitada, alerta? Ella puntúa con 1 todas las preguntas, y asegura que no siente nada.
Benton supervisa las constantes vitales y las anota: normales, no han cambiado.
—¿Josh? —Lane indica que ha llegado el momento.
Comienza el proceso de escaneo estructural. Se oye una suerte de intenso martilleo y las imágenes del cerebro de la doctora Self aparecen en el ordenador de Josh. No revelangran cosa. A menos que haya alguna patología considerable, como un tumor, no empezarán a ver nada hasta dentro de un rato, cuando se analicen miles de imágenes captadas por resonancia magnética.
—Listos para empezar —anuncia la doctora Lane por el interfono—. ¿Se encuentra bien ahí?
—Sí. —Impaciente.
—Los primeros treinta segundos no oirá nada —explica Lane—. Así que permanezca en silencio y relajada. Luego oirá la grabación de la voz de su madre, y quiero que se limite a escuchar. Permanezca completamente inmóvil y escuche.
Las constantes vitales continúan igual.
Un sonido como de sónar que recuerda a un submarino empieza a oírse. Benton mira los pies de la doctora bajo la sábana al otro lado del cristal.
«El tiempo ha sido perfectamente maravilloso, Marilyn. —La voz grabada de Gladys Self—. No me he preocupado siquiera de poner el aire acondicionado, aunque tampoco es que funcione bien: vibra como un insecto. Me basta con tener las ventanas y las puertas abiertas porque la temperatura no está tan mal ahora mismo.»
Aunque se trata de la serie neutral, la más inocua, las constantes vitales de la doctora Self han cambiado.
—Pulso setenta y tres, setenta y cuatro —dice Benton, y lo anota.
—Yo diría que esto no le resulta neutral —comenta Lane.
«Estaba pensando en todos esos maravillosos frutales que tenías cuando vivías aquí, Marilyn, los que te obligó a talar la Oficina de Agricultura porque tenían el cáncer de los cítricos. Un jardín bonito es una maravilla. Y te alegrará saber que ese estúpido programa de erradicación ha quedado prácticamente detenido porque no funciona. Qué pena. En la vida todo depende de encontrarse en el momento adecuado, ¿verdad?»
—Pulso setenta y cinco, setenta y seis. Saturación de oxígeno noventa y ocho —dice Benton.
«... Una cosa de lo más curiosa, Marilyn. Hay un submarino que se pasa el día yendo de aquí para allá a eso de kilómetro y medio de la orilla. Lleva una banderita americana que ondea en el como se llame. Esa torre donde está el periscopio. Debe de ser la guerra. De aquí para allá, de aquí para allá, alguna clase de entrenamiento, con la banderita ondeando. Yo les digo a mis amigas: ¿entrenamiento, para qué? ¿Es que nadie les ha dicho que no hacen falta submarinos en Irak?»
Termina la primera serie neutra de preguntas, y durante el periodo de recuperación de treinta segundos vuelven a tomarle la presión sanguínea, que ha subido a 116/82. Entonces se vuelve a oír la voz de su madre. Gladys Self habla sobre dónde le gusta hacer la compra de un tiempo a esta parte en el sur de Florida, y las obras interminables, los rascacielos que brotan por todas partes, dice. Muchos están desocupados porque el mercado inmobiliario se ha ido al carajo. Sobre todo por la guerra de Irak, que ha tenido consecuencias para todos.
La doctora Self reacciona de la misma manera.
—Vaya —dice Lane—. Algo ha captado la atención de su amígdala, desde luego. Fíjate en la saturación de oxígeno.
Ha bajado a 97 por ciento.
La voz de la madre otra vez, comentarios positivos. Luego las críticas.
«... Eras una mentirosa patológica, Marilyn. Desde que aprendiste a hablar, me era imposible sonsacarte la verdad. ¿Y luego? ¿Qué ocurrió? ¿De dónde sacaste esa moral? De nadie de esta familia, eso desde luego. Tú y tus sucios secretillos. Es asqueroso y reprobable. ¿Qué le ocurrió a tu corazón, Marilyn? ¡Si lo supieran tus seguidores! Qué vergüenza, Marilyn...»
La sangre oxigenada de la doctora Self ha descendido a un 96, su respiración es más rápida y superficial, tanto así que resulta audible por el interfono.
«... La gente que descartaste. Y ya sabes a qué y a quién me refiero. Mientes como si dijeras la verdad. Eso es lo queme ha preocupado toda tu vida, y te pasará cuentas cualquier día de éstos...»
—Pulso ciento veintitrés —apunta la doctora Lane.
—Acaba de mover la cabeza —dice Josh.
—¿Puede corregirlo el
software
de movimiento? —pregunta Lane.
—No lo sé.
«... Y te piensas que el dinero lo resuelve todo. Envías tu óbolo y eso te absuelve de cualquier responsabilidad. Untas a la gente para desentenderte de ella. Bueno, ya veremos. Algún día vas a cosechar lo sembrado. No quiero tu dinero. Me voy de copas a la coctelería con mis amigas y ni siquiera saben que estás emparentada conmigo...»
El pulso está a 134. El oxígeno en sangre ha descendido a 95. Se le notan inquietos los pies. Quedan nueve segundos. La madre habla, activando neuronas en el cerebro de su hija. La sangre fluye hasta esas neuronas, y con el aumento de sangre hay un incremento de sangre desoxigenada que es detectado por el escáner, que capta imágenes funcionales. La doctora Self sufre angustia física y emotiva. No está fingiendo.
—No me gusta lo que está ocurriendo con sus constantes vitales. Ya vale. Hemos terminado —dice Benton a Lane.
—De acuerdo.
Enciende el interfono.
—Doctora Self, vamos a parar.
Lucy coge un estuche de herramientas de un armario cerrado, una memoria USB y una cajita negra mientras habla con Benton por teléfono.
—No preguntes —dice él—. Acabamos de terminar un escáner. O mejor dicho, acabamos de abortarlo. No puedo hablarte del asunto, pero necesito una cosa.
—Vale. —Toma asiento delante del ordenador.
—Tengo que hablar con Josh. Me hace falta que te introduzcas.
—¿Para qué?
—Una paciente está haciendo que le remitan el correo electrónico al servidor del Pabellón.
—¿Y?
—Y en ese mismo servidor hay ficheros electrónicos. Uno de un individuo que fue a la consulta del director clínico del Pabellón. Ya sabes a quién me refiero.
—¿Y?
—Y vio a una persona de gran interés en Roma en noviembre pasado —dice Benton por teléfono—. Lo único que puedo decirte es que este paciente que nos interesa sirvió en Irak, parece ser que se lo remitió la doctora Self.
—¿Y bien? —Lucy se conecta a internet.