CAPÍTULO 24
Del reino de Far y sus costumbres y de la idolatría de sus habitantes
Los habitantes del reino de Far son todos idólatras y muchos de ellos adoran el buey, diciendo que el buey es algo santísimo; y no lo matan ni comen su carne por devoción. Cuando se mueren los bueyes, recogen su manteca y con ella untan sus casas. Entre estos idólatras hay unos de otra secta que se llaman gony, que no matan bueyes; pero si perecen de muerte natural o son matados por otros, entonces comen muy a gusto su carne. Dicen en aquella región que éstos son de la casta de los que mataron a Santo Tomás apóstol, y ninguno de ellos puede entrar en la iglesia donde yace su cuerpo, pues ni diez hombres podrían meter a uno de ellos en aquel santuario. En esta provincia hay muchos magos que entienden de agüeros, ensalmos y adivinaciones. En la comarca existen numerosos monasterios, en los que hay cantidad de ídolos. Muchos hombres ofrecen a sus hijas a los dioses por los que sienten mayor devoción, aunque las doncellas habitan en casa de sus padres. Cuando los monjes quieren celebrar una fiesta solemne, convocan a las muchachas consagradas a los dioses; ellas acuden y ante los ídolos hacen bailes y grandes cánticos. A menudo las susodichas jóvenes llevan consigo manjares y ponen una mesa delante del ídolo y la dejan allí el tiempo que podría tardar en comer con sosiego un gran príncipe; mientras tanto, cantan y danzan en su presencia y creen que entonces el dios degusta el jugo de la carne; después, comen en la mesa preparada con gran devoción. Terminada la ceremonia vuelven todas a sus hogares. Guardan este ritual las doncellas consagradas a los ídolos hasta que se casan. Cuando muere un rey en esta región, ha de ser quemado según la costumbre su cadáver, y los soldados que le servían de continuo y los que cabalgaban con él se lanzan todos en vida a la pira y arden con el cuerpo del monarca, pensando que por ello en el más allá serán sus compañeros y que nunca jamás podrán separarse de su lado. También cuando fallecen otros hombres, muchas mujeres se arrojan de grado a la hoguera para arder con ellos al tiempo que se incineran sus cadáveres, a fin de ser en la otra vida sus esposas; las que obran así reciben grandes alabanzas del pueblo. En esta región existe la siguiente costumbre: cuando, por exigencia de la justicia, debe ejecutarse a alguien por sentencia del rey, le pide el reo como gracia que le deje darse muerte en honor de algún ídolo; obtenida la venia se reúnen ante él todos sus parientes y le ponen al cuello diez o doce puñales puntiagudos, y sentado en una silla lo pasean por toda la ciudad pregonando a gritos: «Este hombre, Fulano, quiere darse muerte a sí mismo en honor de aquel ídolo». Cuando se llega al lugar donde se hace pública justicia, aquél, cogiendo una daga, exclama a voz en cuello: «Yo me mato a mí mismo por amor a tal dios». Dicho esto, se hiere gravemente; y tomando otra gumía se asesta otra cruel puñalada; y así multiplica sus golpes cambiando en cada uno de cuchillo, hasta que muere de resultas de las heridas. Sus parientes queman su cuerpo con gran alborozo. Los hombres de esta comarca no consideran pecado ningún tipo de lujuria.
CAPÍTULO 25
De diversas costumbres de esta región
El rey de esta región y todos los demás, mayores y pequeños, se sientan en el suelo. Y si algún extranjero les pregunta por qué se sientan de esa manera, le responden así: «De la tierra hemos nacido para volver a ella, y por tanto queremos honrar la tierra: nadie la debe despreciar». Con las armas valen poco o nada. Cuando es fuerza marchar a la guerra, no se sirven de armas o corazas, sino que llevan consigo sólo escudos y lanzas. No matan ningún animal. Si alguna vez quieren comer carne, hacen que una persona de otra región mate los animales. Todos los hombres y mujeres lavan su cuerpo dos veces al día. Quien deja de cumplir esta norma es considerado entre ellos como hereje. En este reino se hace mucha justicia de homicidios y hurtos. No se atreven a beber vino, y quien fuere sorprendido bebiendo vino, sería tenido por loco y en un juicio cualquiera sería rechazado como testigo. Tampoco admiten el dicho de los que se confían al mar en navíos, pues afirman que los tales son hombres desesperados.
CAPÍTULO 26
De otras costumbres y novedades de aquella tierra
En este reino no se crían caballos. Por lo tanto, el rey de Var y los otros cuatro soberanos de la provincia de Moabar gastan todos los años gran suma de dineros en caballos, pues los cinco monarcas mencionados compran anualmente más de diez mil corceles. En las regiones de Curmes, Chisi, Dairfar, Ser y Deni hay caballos excelentes, y los mercaderes llevan de allí gran cantidad al reino de Moabar. Se enriquecen con este trato los comerciantes, ya que venden un caballo generalmente por un precio de quinientos sagios de plata, que valen cien marcos de plata. Sin embargo, en el año mueren casi todos los corceles, ya que allí no pueden vivir largo tiempo, por lo que se renuevan cada año. Tienen caballerizos o malos o pocos, y los merchantes, en la medida de lo posible, miran mucho a que no acudan de otras partes, pues los indios por sí solos no saben cuidar los caballos, y el temple del aire es muy contrario al ganado equino. Una buena yegua, montada allí por un buen semental, no pare sin embargo sino un potro pequeño y de ningún valor: todos salen patituertos, de suerte que no pueden ser apropiados en absoluto para la monta. En esta provincia se da a los caballos carne cocida con arroz y se les ponen muchos otros manjares cocidos. No nace grano alguno salvo arroz. Hace allí un calor intensísimo y van, por tanto, desnudos. No tienen lluvia jamás, salvo en los meses de junio, julio y agosto; y si durante esos tres meses susodichos no hubiese lluvia, que refresca el aire, nadie podría vivir por el sofoco del calor. En esta región todas las aves son diferentes con mucho de las nuestras, salvo las codornices, que son parecidas a las de acá. Hay azores negros como cuervos, mayores que los nuestros, que cazan las aves a maravilla, y murciélagos grandes como azores.
CAPÍTULO 27
De la ciudad donde descansa el cuerpo de Santo Tomás y de los milagros que allí se hacenpor sus merecimientos
En la provincia de Moabar en India la Grande yace el cuerpo de Santo Tomás apóstol, que en esta región sufrió martirio por el Señor. Está su cuerpo tierra adentro en una ciudad pequeña, a la que acuden pocos mercaderes porque se encuentra en parale desviado del comercio. Hay allí muchos cristianos y también numerosos sarracenos, que vienen a menudo de aquellas regiones a visitar el santuario y sienten gran veneración por este apóstol, pues dicen que fue un gran profeta, y lo llaman amaria, es decir, «hombre santo». A su vez, los cristianos que visitan el templo del apóstol se llevan consigo con devoción un poco de tierra en la que fue martirizado Santo Tomás, que es roja. En efecto, hacen con ella muchos milagros: los enfermos la beben desleída en agua o en otro líquido y muchos por ello se libran de diversas y graves enfermedades. En el año del Señor de MCCLXXXVIII un gran príncipe de aquella tierra recogió en el tiempo de la cosecha gran cantidad de arroz, y como no disponía de lugar oportuno donde almacenarlo a su gusto, ocupó todas las casas de Santo Tomás apóstol, guardando en ellas su arroz contra la voluntad de los santeros, que humildemente le rogaban que no ocupase el hostal de los peregrinos que todos los días visitaban el templo del apóstol. Pero por la noche se le apareció Santo Tomás teniendo una horquilla de hierro en la mano, y poniéndosela sobre la garganta del dormido le dijo: «Si no desalojas en el acto mis casas, que ocupó afrentosamente tu temeridad, es obligado que mueras mala muerte». Al despertarse aquél cumplió al punto lo que el apóstol le había ordenado en sueños, y los cristianos dieron gracias a Dios y a Santo Tomás, reconfortados por la aparición del apóstol. Aquél contó en público su visión a todos. Muchos otros milagros suceden allí muy a menudo a invocación del apóstol Santo Tomás en loor de la fe cristiana.
CAPÍTULO 28
De la idolatría de los paganos de aquel reino
En la provincia de Moabar todos los habitantes, hombres y mujeres, son negros. Sin embargo, no nacen así del todo, sino que artificiosamente se añaden una gran negrura por gala; en efecto, untan a los niños tres veces por semana con aceite de ajonjolí y así salen negrísimos en extremo, pues juzgan que es más bello el más negro. Los idólatras que hay entre ellos hacen negrísimas las imágenes de sus dioses, diciendo que los dioses y todos los santos son negros; por el contrario, pintan al diablo de blanco, afirmando que los diablos son blancos. Cuando los que adoran el buey marchan a la guerra, cada uno de ellos lleva consigo un pelo de buey salvaje; los jinetes los atan a la crin de su caballo y los infantes a sus cabellos o a sus piernas. Piensan, en efecto, que el buey salvaje tiene tanto poder y santidad que todo el que tenga sobre sí un pelo suyo, estará a salvo en cualquier peligro. Por esta causa las cerdas del buey salvaje alcanzan entre ellos gran precio.
CAPÍTULO 29
Del reino de Murfili y de cómo se encuentran en él diamantes
Yendo más allá del reino de Moabar al viento que se dice «tramontana» se encuentra a mil millas el reino de Murfili, que no es tributarlo de nadie. Sus habitantes se nutren de carne, leche y arroz. Son idólatras. En algunos montes de este reino se encuentran diamantes. En efecto, después de la lluvia van los hombres a las torrenteras por las que baja el agua de las sierras, y cuando el agua se pierde en regatos escarban la arena y hallan muchos diamantes. También en verano durante los mayores calores los consiguen de la siguiente manera: suben a aquellos grandes montes no sin enormes penalidades, a causa del asfixiante calor que allí reina; es también muy peligrosa la ascensión debido a las grandes serpientes, de las que hay en aquel lugar cantidad infinita. Se extienden entre las montañas unos valles circundados por doquier de riscos intransitables, así que los hombres no tienen acceso a ellos. En aquellos valles abundan los diamantes. Asimismo menudean en las montañas las águilas blancas que anidan en las sierras y que se alimentan de las serpientes susodichas. Por tanto, los que quieren cobrar diamantes de aquellos valles arrojan desde los riscos al fondo muchos trozos de carne, que por lo general caen sobre las piedras preciosas. Las águilas, viendo carne en los valles, se posan sobre ella y la picotean allí o la llevan a comer a los picachos. Por su parte, los que vigilan las águilas, si ven que vuelan a los montes, corren allá si el lugar es accesible, y ahuyentando las rapaces cogen las piltrafas, en las que encuentran con frecuencia los diamantes que quedaron adheridos a ellas; si las águilas, por el contrario, comen los despojos en los valles, van los hombres después al lugar donde las aves duermen de noche; y como las águilas al engullir la carroña suelen tragar las piedras pegadas a ella, los buscadores las hallan en sus excrementos; y de este modo encuentran diamantes en aquellos montes en abundancia extraordinaria. En el mundo entero no se pueden encontrar en otra parte. Los reyes y barones de la región aquella compran para sí los mejores y más hermosos, mientras que los demás son distribuidos por el orbe gracias a los mercaderes. En esta región se hace el bocarán más fino y hermoso que haya en el mundo. En esta provincia se crían los carneros mayores de la tierra. De todos los alimentos hay allí grandísima abundancia.
CAPÍTULO 30
Del reino de Lach
Cuando se parte de nuevo de la provincia de Moabar desde el lugar donde yace el cuerpo de Santo Tomás apóstol y se va al occidente, se encuentra la provincia que se llama Lach. Allí habitan los abrayamin, que abominan sobremanera de la mentira; de hecho, por nada del mundo dirían una falsedad. Son también muy castos, pues cada uno de ellos se contenta con su mujer y temen y se guardan de coger o robar lo ajeno. No se sirven de vino ni de carne; no matan ningún animal. Son idólatras y observan los agüeros. Cuando quieren comprar algo, miden primero su propia sombra al sol y según las reglas de su superstición así proceden en el trato. Son muy parcos al comer y hacen grandes ayunos. Son sanos sobremanera, pues usan a menudo como alimento una hierba que los ayuda a maravilla a la digestión. Nunca menguan su sangre con sangrías. Hay entre ellos unos religiosos que observan una vida durísima por devoción a los ídolos. Van totalmente desnudos y no se cubren en parte alguna de su cuerpo, diciendo que no les sonroja ir en cueros porque carecen de todo pecado. Adoran el buey. Cada uno de ellos lleva ceñido a la frente un pequeño buey de cobre, y todos con muchísima reverencia se dan un unto hecho de cenizas de hueso de buey. No usan escudillas ni tajadores al comer, sino que ponen su alimento en hojas secas, que son de los manzanos llamados del Paraíso, o sobre otras grandes hojas secas; no comen sobre hojas verdes ni tampoco se sustentan de frutos verdes o de hierbas verdes o de raíces verdes, ya que todo lo que es verde dicen que está animado, por lo que no quieren comerlo, por temor a cometer un gran sacrilegio al matarlo. Tampoco y por la misma razón se atreven a dar muerte a ningún animal grande o pequeño; de ninguna manera cometen pecados contra su ley; duermen sobre el suelo desnudo y queman los cadáveres de los muertos.
CAPÍTULO 31
Del reino de Coilum
Al salir del reino de Moabar por otra región al garbino, se encuentra a d millas el reino de Coilum, donde viven muchos cristianos, judíos e idólatras. Hay allí lengua propia. El rey de Coilum no es tributarlo de nadie. En este reino crecen brasiles grandes como limones, muy buenos. También hay allí pimienta en extrema abundancia, pues los bosques y las campiñas rebosan de pimienta; sin embargo, el arbusto del que nace es doméstico; se coge sólo en junio y julio. Hay allí en gran cantidad índigo, del que se sirven los tintoreros; se hace de una hierba, y esa hierba la hacinan en grandes calderos, la ponen a remojo y la dejan allí así hasta que quede bien marchita; después la secan al sol, que en aquella región calienta con grandes ardores, y a causa de la altísima temperatura hierve la hierba y se cuaja; a continuación parten aquella materia en pedazos pequeños y así es traída a nuestra patria. En aquella región resulta penoso vivir por el excesivo calor que hace: en efecto, si se pone un huevo en el río, al poco tiempo se cuece perfectamente. Acuden por las mercaderías a esta comarca muchos negociantes de diversas naciones, dada la grandísima granjería que allí se obtiene. En esta tierra hay muchos animales diferentes de los de las demás partes. En efecto, los leones son negros por completo, sin otro color. Hay papagayos o epymachi blancos sin mancha como la nieve, aunque tienen rojas las patas y el pico. Hay también papagayos de diversas clases, más hermosos que los que nos traen aquende el mar. Hay gallinas diferentes en todo de las nuestras. Todo lo cría la región aquella diverso de lo que dan las demás regiones, las aves, los animales y las especias, y ello se debe a que es caliente sobremanera. No tienen grano alguno salvo arroz. Hacen vino de azúcar. De los demás alimentos hay abundancia infinita. Hay allí muchos astrólogos y médicos. Andan todos desnudos, hombres y mujeres, y son negros; no obstante, cubren y tapan sus vergüenzas con un hermoso paño. Sin embargo, son por lo general lujuriosos. Toman como esposas a parientes en tercer grado, y esta norma se observa en toda la India.