—
Itgan naso, ahnyous
—dijo—.
Thapighte rennin gawn derstayres
.
No había posibilidad de confusión en la combinación de afecto y desdén. No se parecía a la niñita rubia, pero Kivrin estaba dispuesta a apostar a que esta niña morena era la hermana mayor de la otra.
—
Shay pighte renninge ahndist eyres, Modder
.
Otra vez «madre», y
shay
era «ella»,
y pighte
debía de ser «caer». Parecía francés, pero la clave era el alemán. Tanto la pronunciación como las construcciones eran alemanas. Poco a poco todo iba encajando.
—
Na comfitte horr thusselwys
—dijo la mujer mayor—.
She hathnau woundes. Hoor teres been fornaught mais gain typitye
.
—
Hoor nayu ganful bloody
—respondió la joven, pero Kivrin no la oyó. En cambio oía la traducción del intérprete, aún torpe y obviamente retrasado, pero traducción al fin y al cabo:
—No la mimes, Eliwys. No está herida. Sólo llora para llamar tu atención.
Y la madre, que se llamaba Eliwys:
—Le sangra la rodilla.
—
Rossmnt, brangund oorwarsted frommecofre
—dijo, señalando al pie de la cama, y el intérprete la siguió—: Rosemund, acércame el paño del cofre.
La niña de diez años se dirigió inmediatamente al cofre al pie de la cama.
La niña mayor era Rosemund, la pequeña Agnes, y la madre imposiblemente joven con su toca y su cofia se llamaba Eliwys.
Rosemund tendió un paño ajado que era sin duda el que Eliwys le había quitado a Kivrin de la frente.
—¡No lo toques! ¡No lo toques! —gritó Agnes, y Kivrin no habría necesitado el intérprete para entenderlo. Seguía un poco retrasado.
—Te pondré una venda para que no te salga más sangre —dijo Eliwys, cogiendo el trapo de Rosemund. Agnes intentó apartarlo—. El paño no te… —hubo un espacio en blanco, como si el intérprete no supiera la palabra, y luego: Agnes. La palabra obviamente era «hará daño» o «dolerá», y Kivrin se preguntó si el intérprete no tenía la palabra en su memoria y por qué no había ofrecido una aproximación por el contexto.
—… me dolerá —gritó Agnes, y el intérprete repitió: «Me…» y luego el espacio en blanco. El espacio debía de ser para que ella oyera la palabra real y dedujera su significado. No era mala idea, pero el intérprete iba tan retrasado con respecto al original que Kivrin no pudo oír la palabra en cuestión. Si el intérprete hacía esto cada vez que no reconocía una palabra, tendría graves problemas.
—Dolerá —gimió Agnes, apartando la mano de su madre de su rodilla.
—Duelerá —susurró a continuación el intérprete, y Kivrin se sintió aliviada de que hubiera encontrado algo, aunque «dueler» no era exactamente un verbo.
—¿Cómo te has caído? —preguntó Eliwys para distraer a Agnes.
—Subía corriendo las escaleras —intervino Rosemund—. Corría para darte la noticia de que… ha llegado.
El intérprete volvió a dejar un espacio, pero esta vez Kivrin captó la palabra, Gawyn, probablemente un nombre propio, y el intérprete llegó al parecer a la misma conclusión, porque para cuando Agnes gritó «¡Yo tendría que haberle dicho a mamá que ha llegado Gawyn!», lo incluyó en su traducción.
—Se lo tendría que haber dicho yo —repitió Agnes, llorando de verdad ahora, y hundió la cara en su madre, quien aprovechó la ocasión para vendar la rodilla de la niña.
—Puedes decírmelo ahora —sugirió.
Agnes sacudió la cabeza.
—Pones la venda demasiado floja, nuera —observó la anciana—. Se le caerá.
El vendaje le pareció a Kivrin bastante tenso, y era evidente que cualquier intento por tensarlo más provocaría nuevos llantos. La mujer mayor sujetaba todavía el orinal con las dos manos. Kivrin se preguntó por qué no iba a vaciarlo.
—Shh, shh —murmuró Eliwys, meciendo a la niña y palmeándola en la espalda—. Habría preferido que tú me lo hubieras dicho.
—El orgullo provoca la caída —rezongó la anciana, al parecer decidida a hacer llorar a Agnes otra vez—. Si te caíste, la culpa es tuya. No tendrías que haber subido corriendo las escaleras.
—¿Cabalgaba Gawyn una yegua blanca? —preguntó Eliwys.
Una yegua blanca. Kivrin se preguntó si Gawyn sería el hombre que la había ayudado a subir a su caballo y la había traído al caserón.
—No —respondió Agnes, en un tono que indicaba que su madre había hecho algún tipo de chiste—. Montaba su caballo negro, Gringolet. Y se acercó a mí y me dijo: «Bella lady Agnes, quisiera hablar con tu madre.»
—Rosemund, tu hermana se ha hecho daño por tu descuido —dijo la anciana. No había conseguido molestar a Agnes, así que decidió buscar otra víctima—. ¿Por qué no la estabas cuidando?
—Estaba con mi bordado —intentó justificarse Rosemund, buscando apoyo en su madre—. Maisry tenía que cuidarla.
—Maisry salió a ver a Gawyn —dijo Agnes, quien se sentó en el regazo de su madre.
—Y a charlar con el mozo del establo —refunfuñó la anciana. Se acercó a la puerta y gritó—: ¡Maisry!
Maisry. Ése era el nombre que la anciana había dicho antes, y ahora el intérprete ni siquiera dejaba ya espacios en blanco cuando se trataba de nombres propios. Kivrin no sabía quién era Maisry, probablemente una criada, pero si la forma en que se desarrollaban las cosas era una indicación, Maisry iba a tener un buen número de problemas. La anciana estaba decidida a encontrar un culpable, y la desaparecida Maisry parecía la persona ideal.
—¡Maisry! —volvió a gritar, y el nombre hizo eco.
Rosemund aprovechó la oportunidad para colocarse al lado de su madre.
—Gawyn nos pidió que te transmitiéramos su súplica de venir a hablar contigo.
—¿Espera abajo? —preguntó Eliwys.
—No. Primero fue a la iglesia para hablar de la dama con el padre Piedra.
El orgullo provoca la caída. El intérprete obviamente se estaba confiando demasiado. Padre Rolfe, tal vez, o padre Peter. Pero seguro que no padre Piedra.
—Tal vez ha descubierto algo de la dama —aventuró Eliwys, mirando a Kivrin. Por primera vez daban alguna indicación de que recordaban que Kivrin estaba presente en la habitación. Kivrin cerró rápidamente los ojos para hacerles creer que estaba dormida y así siguieran hablando acerca de ella.
—Gawyn salió esta mañana a buscar a los bandidos —dijo Eliwys. Kivrin abrió un poquito los ojos, pero ya no la estaba mirando—. Tal vez los ha encontrado. —Se inclinó y ató las tiras de la gorrita de lino de la niña pequeña—. Agnes, ve a la iglesia con Rosemund y dile a Gawyn que hablaremos con él en el salón. La dama duerme. No debemos molestarla.
Agnes corrió hacia la puerta, gritando.
—¡Se lo diré yo, Rosemund!
—Rosemund, deja que tu hermana se lo diga —ordenó Eliwys tras ellas—. Agnes, no corras.
Las niñas desaparecieron por la puerta y bajaron unas escaleras invisibles, obviamente corriendo.
—Rosemund es casi una mujer —comentó la anciana—. No está bien que corra detrás de los hombres de tu marido. Tus hijas se malcriarán si no están bien atendidas. Harías bien en mandar a buscar una aya a Oxenford.
—No —contestó Eliwys con una firmeza que Kivrin no habría imaginado—. Maisry puede cuidar de ellas.
—Maisry no sirve ni para cuidar ovejas. No tendríamos que haber venido de Bath con tanta prisa. Podríamos haber esperado hasta… —Algo.
El intérprete volvió a dejar un espacio en blanco, y Kivrin no reconoció la frase, pero había entendido lo principal. Habían venido de Bath. Estaban cerca de Oxford.
—Deja que Gawyn busque una aya. Y una curandera para la dama.
—No llamaremos a nadie —dijo Eliwys.
—A… —otro nombre de lugar que el intérprete no supo descifrar—. Lady Yvolde tiene fama de saber curar las heridas. Y nos cedería alegremente una de sus mujeres como aya.
—No. La atenderemos nosotras. El padre Roche…
—El padre Roche no sabe nada de medicina.
Pero yo comprendí todo lo que dijo, pensó Kivrin. Recordó su voz amable cantando los últimos sacramentos, su suave contacto en las sienes, las palmas, las plantas de los pies. Le había dicho que no tuviera miedo y le preguntó su nombre. Y le sostuvo la mano.
—Si la dama es de noble cuna, ¿dejarías que un ignorante cura de pueblo la atendiera? Lady Yvolde…
—No llamaremos a nadie —repitió Eliwys, y por primera vez Kivrin advirtió que tenía miedo—. Mi marido nos dijo que la tuviéramos aquí hasta que él volviera.
—Tendría que haber venido antes con nosotras.
—Sabes que no podía. Vendrá cuando pueda. He de ir a hablar con Gawyn —dijo Eliwys, dirigiéndose hacia la puerta—. Gawyn me dijo que exploraría el lugar donde encontró a la dama para buscar pistas de sus atacantes. Tal vez haya encontrado algo que nos diga quién es.
El lugar donde encontró a la dama. Gawyn era el hombre que la había encontrado, el hombre pelirrojo y el rostro amable que la había subido a su caballo y la había llevado allí. Al menos eso no lo había soñado, aunque debía haber imaginado al caballo blanco. La había llevado allí, y sabía dónde era el sitio del lanzamiento.
—Esperad —dijo Kivrin. Se apoyó en las almohadas—. Esperad. Por favor. Quisiera hablar con Gawyn.
Las mujeres se detuvieron. Eliwys se acercó a la cama, alarmada.
—Quisiera hablar con el hombre llamado Gawyn —repitió Kivrin con cuidado, esperando antes de cada palabra hasta que tuvo la traducción. Con el tiempo el proceso sería automático, pero por ahora pensaba la palabra y esperaba a que el intérprete la tradujera y la repetía en voz alta—. Tengo que descubrir el lugar donde me encontró.
Eliwys le puso la mano en la frente y Kivrin la apartó, impaciente.
—Quiero hablar con Gawyn —insistió.
—No tiene fiebre, Imeyne —le dijo Eliwys a la anciana—, y sin embargo intenta hablar, aunque sabe que no podemos comprenderla.
—Habla en una lengua extranjera —observó Imeyne, haciendo que pareciera un acto criminal—. A lo mejor es una espía francesa.
—No estoy hablando francés —dijo Kivrin—. Estoy hablando inglés medieval.
—Tal vez es latín —opinó Eliwys—. El padre Roche dijo que había hablado en latín cuando la confesó.
—El padre Roche apenas sabe decir el Padrenuestro —bufó lady Imeyne—. Tendríamos que llamar a… —El nombre irreconocible otra vez. ¿Kersey? ¿Courcy?
—Quiero hablar con Gawyn —dijo Kivrin en latín.
—No —contestó Eliwys—. Esperaremos a mi marido.
La anciana se volvió, furiosa, y acabó derramándose sobre la mano el contenido del orinal. Se la secó en la falda, salió por la puerta y la cerró de golpe tras ella. Eliwys se la quedó mirando.
Kivrin la agarró por las manos.
—¿Por qué no me comprendéis? Yo os entiendo. Tengo que hablar con Gawyn. Tiene que decirme dónde está el lugar.
Eliwys se zafó de la mano de Kivrin.
—No lloréis —dijo amablemente—. Intentad dormir. Debéis descansar, para poder volver a casa.
T
RANSCRIPCIÓN
DEL
L
IBRO
DEL
D
ÍA
DEL
J
UICIO
F
INAL
(000915-001284)
Estoy en un buen lío, señor Dunworthy. No sé dónde estoy, y no puedo hablar el idioma. Algo falla con el intérprete. Comprendo parte de lo que dicen los contemporáneos, pero ellos no me entienden en absoluto. Y eso no es lo peor.
He contraído algún tipo de enfermedad. No sé qué es. No es la peste, porque no tengo ninguno de los síntomas y porque voy mejorando. Además, recibí una vacuna contra la peste. Recibí todas las vacunas, y la potenciación de leucocitos-T y todo eso, pero una de las inyecciones no debe de haber funcionado o bien se trata de alguna enfermedad de la Edad Media para la que no existen vacunas.
Los síntomas son dolor de cabeza, fiebre y mareo, y me duele el pecho cuando intento moverme. Estuve delirando durante algún tiempo, y por eso no sé dónde estoy. Un hombre llamado Gawyn me trajo en su caballo, pero no recuerdo gran cosa del viaje, excepto que estaba oscuro y pareció tardar horas. Espero haberme equivocado y que la fiebre lo haya hecho parecer más largo, y que esté en la aldea de la señora Montoya después de todo.
Podría ser Skendgate. Recuerdo una iglesia, y creo que esto es un caserón. Estoy en un dormitorio o un solario, y no es sólo un desván porque hay escaleras, así que eso significa que es la casa de un barón menor como mínimo. Hay una ventana, y en cuanto el mareo remita me subiré al asiento que hay debajo e intentaré localizar la iglesia. Tiene una campana… acaba de llamar a vísperas. La de la aldea de la señora Montoya no tenía campanario, y eso me hace temer que no estoy en el lugar adecuado. Sé que estamos cerca de Oxford, porque una de las contemporáneas habló de traer a un médico de allí. También está cerca de una aldea llamada Kersey, o Courcy, que no es una de las aldeas del mapa de la señora Montoya que memoricé, pero también podría ser el nombre del propietario.
Como perdí el conocimiento, tampoco estoy segura de mi localización temporal. He estado intentando recordar, y creo que sólo he estado enferma dos días, pero es posible que sean más. Y no puedo preguntarles qué día es porque no me comprenden, y no puedo levantarme de la cama sin caerme, y me han cortado el pelo, y no sé qué hacer. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no funciona el intérprete? ¿Por qué no funcionó la potenciación de leucocitos-T?
(Pausa)
Hay una rata bajo mi cama. La oigo arrastrarse en la oscuridad.
No la entendían. Kivrin había intentado comunicarse con Eliwys, hacerla comprender, pero ella se había limitado a sonreír amablemente, ajena al significado, y le dijo que descansara.
—Por favor —rogó Kivrin mientras Eliwys se dirigía a la puerta—. No te marches. Es importante. Gawyn es el único que sabe dónde es el sitio.
—Dormid —sonrió Eliwys—. Volveré pronto.
—Tenéis que dejarme verlo —suplicó Kivrin, desesperada, pero Eliwys ya estaba junto a la puerta—. No sé dónde es el sitio.
Hubo un ruido en las escaleras. Eliwys abrió la puerta y dijo:
—Agnes, te dije que fueras a decirle…
Se interrumpió a mitad de la frase y retrocedió un paso. No parecía asustada o inquieta, pero su mano en el dintel se agitó un poco, como si hubiera preferido cerrar la puerta de golpe, y el corazón de Kivrin empezó a redoblar. Ya está, pensó descabelladamente. Han venido a llevarme a la hoguera.