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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El mal (34 page)

BOOK: El mal
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El pinchazo vino a continuación, en el cuero cabelludo. Ella intentó patalear, rumbada en el suelo, pero fue en vano. A partir de ahí comenzaron a invadirla sudores fríos, mareos y un profundo malestar que se iba intensificando. Su último recuerdo fue el aliento caliente del agresor junto a su oído, y la visión horizontal del vano de la puerta, progresivamente borroso, con la promesa de aquel resplandor ya demasiado lejano para ella.

Percibió cómo la soltaban, pero no podía moverse. Se notaba entumecida, cada vez más. Segundos después, alguien encendía la luz de la clase, salía del aula y dejaba entornada la puerta, abandonando a la mujer como un fardo inerte, sobre las baldosas heladas.

* * *

Pascal caminaba hacia su casa en compañía de Michelle, Dominique y Jules, que por la noche parecía recuperar algo de energía. A pesar de ser viernes, ninguno saldría; era demasiado arriesgado.

Minutos antes, próxima la hora de la cena y terminadas las novedades en torno al viaje de Pascal, la reunión se había dado por finalizada y todos los asistentes se habían disgregado, tras asegurarse de que Pascal no iría solo a su casa. Daphne acudió a su local; Marcel, al instituto anatómico forense, Mathieu y Edouard, por lo visto, compartían ruta hacia sus domicilios —lo que había motivado algunos comentarios maliciosos a media voz—, y finalmente ellos cuatro, que avanzaban también en dirección a sus casas al ritmo que imponía la silla de ruedas de Dominique.

Aquella salida del palacio se había hecho de forma escalonada por motivos de seguridad. No debían olvidar que un descuido podía delatar el emplazamiento de la Puerta Oscura, en un momento en que André Verger, insatisfecho, quizá merodeaba por las inmediaciones buscando al Viajero.

París puede convertirse en una ciudad muy pequeña.

La próxima cita, que incluía nuevo viaje de Pascal al Más Allá, dada la necesidad de averiguar detalles sobre los movimientos del ente, tendría lugar al día siguiente.

Así que era importante que descansaran todo lo posible. Menos mal que era viernes y no tendrían que madrugar.

Pascal empujaba la silla de Dominique —todos volvían de vez en cuando la cabeza, recelosos— y, a pesar de su tumultuoso estado de conciencia, una inesperada noticia había alegrado su semblante pocos minutos antes: Marcel Laville le había comunicado antes de irse que ese mismo sábado liberaban a Lebobitz. Por fin.

—Mañana por la mañana tengo algo que hacer —avisó, enigmático, a sus amigos—. Debo cerrar del todo el asunto de Daniel Lebobitz.

Michelle y Dominique se miraron, sorprendidos por aquella inesperada iniciativa que, por primera vez, Pascal compartía con ellos.

—¿Te quedó algo pendiente? —inquirió Dominique—. Creía que eso ya estaba solucionado...

Pascal contestó al momento:

—Falta una última cosa, nada más. Y no exige ningún viaje al Más Allá ni nada por el estilo, así que tranquilos.

—De todos modos, alguien tendrá que acompañarte —advirtió Michelle—. A mí no me importa, si os parece bien...

La chica se había girado hacia Dominique, que ya se disponía a ofrecerse también. Este terminó aceptando a regañadientes, por el obstáculo que suponía su silla de ruedas, pero también porque entendió que ellos dos necesitaban intimidad.

Y porque se sentía incapaz de negarse a cualquier petición de ella, algo que jamás habría reconocido.

Dominique casi deseó que aclararan su situación de una vez, que comunicaran oficialmente que salían juntos para que él, a pesar del dolor que le produciría la noticia, al menos pudiera descartar de modo definitivo cualquier esperanza. Algo que no ocurriría del todo mientras Michelle estuviese libre.

—Bueno —concedió, sin exteriorizar sus elucubraciones—, así tendré tiempo de aplicar mi tabla de estrategias de ligoteo si quedo con alguien por la mañana.

Pascal sonrió, recordando aquel diagrama elaborado por su amigo que permitía, en función del perfil de la chica, saber cómo debía comportarse un chico para conquistarla, a través de diferentes categorías masculinas.

—¿Ya vuelves con eso? —le preguntó.

—¿Volver? ¡Nunca me fui! Lo que ocurre es que estos meses la he estado actualizando, eso es todo. Estoy descubriendo que hay muchos más tipos de tías de lo que pensaba.

—Es que tiendes a simplificarlo todo, Dominique —le atacó Michelle—. Y eso solo sirve con los tíos.

—Ja. A quien por lo visto no le hace falta mi tabla es a Mathieu, ¿eh? ¿Qué opináis?

Pascal se encogió de hombros.

—La verdad es que ese tal Edouard no parece gay —comentó—. Pero nunca se sabe...

—Mathieu tampoco —argumentó Jules—. Y sin embargo...

—A veces tiene algunos gestos... —valoró Dominique, disfrutando del marujeo— sospechosos. Bueno, el caso es que esta tarde se miraban mucho. Yo creo que ha habido
feeling
entre los dos.

—¿Tú crees? —preguntó Pascal, que bastante había tenido durante la reunión como para darse cuenta de otras cosas.

—Sí —Dominique mantenía su juicio, obstinado—. Es más; tengo la impresión de que se conocían ya de antes.

Ahora Michelle fue la sorprendida.

—Anda ya...

—El tiempo lo dirá. Pero nada más verse, se supone que, por primera vez, noté yo algo entre ellos.

Ahora intervino Pascal:

—Hombre, la verdad es que no es muy normal que Mathieu se haya ido con él después de la reunión, pero, claro, si viven cerca...

—¡Supercerca! —exclamó Dominique soltando una carcajada—. Seguro que ese médium no vive ni a este lado del Sena.

—No seas retorcido —le acusó Michelle—. ¿Por qué no?

—Si tú lo dices... Pero a mí me sigue sonando a coartada para quedarse solos. Que a los gays no les gusta perder el tiempo cuando se molan. En eso son más espabilados.

—Pues si es verdad lo que dices, mejor para ellos —terminó ella—. No hacen mala pareja; ese Edouard tiene cierto atractivo.

Dominique puso gesto de mártir.

—¿Ahora te pone el poder mental? Por favor...

Ella le dio una colleja cuando entraban en la calle donde vivía Pascal. Dominique gritó como si le hubieran dado un hachazo al sentir el golpe, dramatizando como siempre.

—¿Seguro que hacen buena pareja? —cuestionó Jules de nuevo—. Yo los veo demasiado distintos. Por ejemplo, dudo mucho que a un tío aficionado a lo esotérico le gusten los deportes...

—Hablas por ti, ¿no? —repuso Pascal—. A los góticos no os va mucho eso, ¡ni siquiera el fútbol!

—¿Te refieres a esa actividad estúpida que consiste en que unos cuantos millonarios den patadas a una pelota, y que tiene alienada a medio país? —se defendió Jules—. No, no nos va mucho. Somos un poco más profundos.

Por fin, entre bromas que les ayudaron a aligerar el peso que arrastraban en sus mentes, llegaron hasta el portal del domicilio del Viajero.

—Bueno, chicos —se despidió Pascal—, muchas gracias por la escolta. ¡Nos vemos mañana!

Michelle aproximó su rostro y le dio un beso.

—¡Complicidad siniestra! —exclamó ella después—. ¿A qué hora quieres que te recoja mañana para tu misteriosa misión?

Ella —ilusionada con la posibilidad de hacer algo a solas con él— fingía un apoyo entusiasta y se obligaba a respaldar a Pascal con el tono incondicional de una pareja.

—¿A las diez? —propuso el chico—. Ya os contaremos a los demás por la tarde cómo ha ido ese asunto.

Todos terminaron con las despedidas y se separaron de él. Joles pronto se ausentaría también para seguir la ruta hacia su casa, así que Dominique comenzó a disfrutar secretamente, como de un placer prohibido, de la inminencia de un paseo nocturno a solas con Michelle, un auténtico regalo —aunque fugaz y sin perspectivas— para su maltrecho corazón. Él aceptaba que modestas experiencias como aquella eran lo máximo a lo que podía aspirar. ¿Qué cabía hacer sino resignarse?

De alguna manera, él se estaba aprovechando de las circunstancias al arañar así minutos con Michelle, era muy consciente de ello, aunque consideró que tampoco se trataba de un abuso. Y es que desde el secuestro que sufriera meses atrás, su querida amiga evitaba caminar sola por la noche, lo que había justificado de una forma muy natural que Dominique se ofreciera a acompañarla hasta la residencia donde ella vivía.

El Viajero, ajeno a las tenues ilusiones de su amigo, ya había introducido la llave en el portal y entró mientras sus amigos se alejaban, todavía juntos, rumbo a sus domicilios. Sin detenerse, ascendió los pocos peldaños que conducían a la zona del ascensor y los buzones, pero no avanzó más.

Se acababa de dar cuenta de que en ese último tramo —algo que no podía apreciarse desde la calle— había muy poca iluminación y había frenado en seco, mostrando una suspicacia que hasta hacía poco le habría resultado excesiva. Pero en aquel momento, dadas las circunstancias, recelaba sin avergonzarse de todo lo que se apartara de la más estricta normalidad.

En realidad, con frecuencia se fundía la bombilla de aquel viejo vestíbulo, lo que provocaba esa vaga penumbra en el interior del portal. No obstante, la oportunidad de aquel fallo, justo después de haber agotado el plazo de Verger sin dar una respuesta, le pareció excesiva y desconfió.

¿Y si había alguien agazapado en las escaleras, aguardando a que se situara a su alcance?

Se quedó allí, quieto, meditando su próximo movimiento. Incluso se planteó salir a la calle de nuevo, aunque no tuvo claro qué ganaba con eso. Estudió sin emitir ningún ruido el panorama ante sus ojos. El comienzo de las escaleras se ofrecía expedito ante su vista, aunque un recodo muy próximo impedía distinguir si el tramo siguiente permanecía también libre de presencias. El hueco vacío rodeado por los escalones que ascendían a la primera planta informó a Pascal de que el ascensor se encontraba detenido en otro piso, así que, contrariado, llegó a la conclusión de que ni siquiera podía lanzarse a la carrera, entrar en él y presionar el botón correspondiente antes de que surgiera algún obstáculo. Si es que lo había, algo que todavía no había logrado confirmar.

¿Y si utilizaba el móvil para avisar en casa y que bajase su padre a buscarlo? A Pascal le tentó aquella alternativa, no tanto porque fuese una buena idea —de hecho no lo era—, sino porque en circunstancias como aquella siempre le invadía una imperiosa necesidad de compañía. Cuando uno está solo, las decisiones parecen mucho más arduas; los riesgos, mayores.

Sobre todo con la imaginación desbordante de la que él siempre había hecho gala.

Pero aquella idea, en realidad, no era factible. ¿Cómo justificaría ante sus padres esa llamada? Él jamás habría actuado así. ¿Cómo explicar su repentino temor? Por no hablar de que Pascal siempre había tenido muy claro que no quería poner en peligro la vida de su familia.

No, no podía recurrir a ellos. ¿Entonces?

Pascal dio un paso hacia el ascensor. Tal vez se estaba excediendo, era demasiado pronto para que hubiesen averiguado dónde vivía.

Pero ¿y si se equivocaba en su apreciación?

Ya se iba a alejar hacia el portón que conducía a la calle cuando vio, a través de su cristal, cómo un individuo se detenía en el exterior junto a la puerta mientras mantenía una conversación por el móvil. Gesticulaba de manera exagerada, mirando hacia la calzada, y daba pequeños pasos que no lo alejaban del acceso a la casa.

Vaya casualidad: un desconocido se interponía en la única salida que parecía no entrañar riesgos. ¿Y ahora?

A Pascal le habría encantado poder delimitar la frontera entre la prudencia y lo demencial, y aplicar aquel conocimiento en su comportamiento. ¿Y si, después de llevar un buen rato parado en el portal, a tan solo unos pasos de su casa, resultaba que no había ningún peligro?

De todos modos, no albergó dudas al respecto; puestos a excederse, prefería hacerlo como cauto y no como audaz.

Un sonido a su espalda, procedente de las escaleras, le hizo darse cuenta de que estaba demasiado pendiente del tipo que hablaba por el móvil en la calle. Lo que no pudo precisar, al tiempo que se volvía, fue si era demasiado tarde.

CAPITULO 28

El director del
lycée,
con el nudo de la corbata aflojado, el último botón de la camisa sin abrochar y la americana abierta, mostraba un rostro congestionado mientras los sanitarios recogían sus enseres, que habían resultado inútiles ante el estado que presentaba la empleada.

—¿Pero qué está ocurriendo este curso? —se quejaba entre aspavientos, dirigiéndose a un agente de policía que le tomaba declaración—. Primero el asesinato de Henri Delaveau, después la muerte violenta de dos alumnos, y ahora...

Marguerite Betancourt llegaba en aquel momento. Su poderosa aparición, con sus zancadas imperiosas y la mirada inquisitiva barriendo toda la escena, llamó la atención de los presentes, que la siguieron con la vista unos instantes para reanudar a continuación su trabajo.

Antes de hablar con la persona que había encontrado el cadáver, Marguerite prefirió conversar con un compañero y con la forense que se encontraba haciendo unas últimas comprobaciones sobre el cuerpo, mientras aguardaban a que se autorizase el levantamiento del cadáver.

—Un fallo cardíaco —afirmó la doctora, después de abandonar su cometido y encontrarse con la detective en el corredor—. Habrá que esperar a los resultados de la autopsia, pero en principio no hay lesiones externas visibles, ni la más leve equimosis.

—Tampoco señales de violencia —añadió el policía—. Por lo visto, la fallecida, Sophie Renard, estaba limpiando esa clase —la señaló alargando un brazo— cuando tuvo un desvanecimiento.

—Producido por una insuficiencia cardíaca —aclaró la forense—. La muerte es muy reciente, se debió de producir hace alrededor de una hora, como mucho. Tenía sesenta y dos años. Dada su constitución, no me extrañaría que tuviera problemas de colesterol e hipertensión, lo que habrá precipitado su muerte.

Marguerite obvió el comentario sobre la constitución física de la mujer, que claramente aludía a su sobrepeso.

—El director del centro vio luz en este pasillo cuando ya se marchaba a casa, por eso se acercó —explicó el agente, repasando sus notas—. La luz del aula estaba encendida también. Dentro encontró el cuerpo, ya sin vida, de la empleada.

—Quiero ver el cadáver —avisó la detective—. ¿Cuál es la clase donde murió la mujer?

La acompañaron hasta la cuarta aula de aquel pasillo, mientras el director, que seguía contestando a otro policía, los miraba de refilón.

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