El mercenario (16 page)

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Authors: Jerry Pournelle

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El mercenario
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Por toda la ciudad hombres de uniforme saludaron a esas banderas, una alzándose, la otra poniéndose. Los uniformados de azul de Hadley saludaban sonrientes, los Infantes de rojo y oro indiferentes. La bandera del CoDominio subía y bajaba, a lo largo de doscientos años luz, en sesenta mundos en este año del Señor; ¿qué importancia tenía que ya no lo hiciese en un planeta menor?

Hamner miró a John Falkenberg. El coronel no tenía ojos para las alzantes banderas de Hadley. Su rígido saludo era para la bandera del CoDominio y, mientras la última nota del saludo final de la trompeta moría en la distancia, Hamner creyó ver como Falkenberg se secaba los ojos.

El gesto le resultaba tan asombroso, que George miró de nuevo, pero no había nada que ver, y decidió que se había equivocado.

—Ya está, se acabó —espetó Falkenberg. Su voz era tensa—. Supongo que tendríamos que unirnos a la fiesta. No podemos tener esperando al Gran Jefe…

Hamner asintió. El palco presidencial estaba conectado directamente al Palacio, y los invitados al mismo llegarían enseguida a la recepción, mientras que Falkenberg y Hamner tenían que cruzar la totalidad del abarrotado estadio. La gente ya se estaba moviendo para unirse a las alegres multitudes en el césped del estadio.

—Vayamos por otro camino —dijo George. Llevó a Falkenberg hasta la parte superior del estadio, a una pequeña habitación en la que usó una llave para abrir una puerta no demasiado aparente—. Un sistema de túneles nos lleva directamente al Palacio, atravesando el estadio por debajo —le explicó a Falkenberg—. No es exactamente secreto, pero no queremos que se sepa, porque nos pedirían que lo abriésemos al público. Fue construido para su uso por los equipos de mantenimiento.

Cerró la puerta tras de ellos, e hizo un gesto abarcando el amplio pasillo:

—La verdad es que el lugar fue bastante bien diseñado.

El insatisfecho tono de admiración no era natural en él. Si una cosa estaba bien hecha, estaba bien hecha… pero, últimamente, se había encontrado a sí mismo hablando de esta manera de proyectos del CoDominio. Y estaba resentido con la administración del CD y los hombres que habían abandonado la tarea de gobernar, tras crear problemas que nadie podía resolver.

Bajaron por escaleras, cruzaron corredores, luego subieron hasta otra puerta cerrada. Detrás de ésta se hallaba el patio de Palacio. Los festejos ya habían empezado, y aquélla sería una larga noche.

George se preguntó qué pasaría ahora. Por la mañana despegaría la última nave del CD, y el CoDominio se habría marchado. Mañana, Hadley estaría solo con sus problemas.

—¡Tencioooón! —la seca orden del sargento mayor Calvin se impuso a las charlas.

—Por favor, siéntense, caballeros.— Falkenberg tomó su lugar a la cabecera de la larga mesa, en la sala de mando de lo que había sido el cuartel general de los Infantes de Marina del CoDominio.

Exceptuando los uniformes y las banderas, no había muchos cambios respecto a lo que la gente ya llamaba «los viejos tiempos». Los oficiales estaban sentados en los lugares habituales para una reunión del estado mayor regimental. En una pared colgaban los mapas y otra estaba dominada por la pantalla de datos de un ordenador. Camareros de chaquetillas blancas trajeron café y discretamente se retiraron tras los centinelas armados, apostados fuera.

Falkenberg contempló la familiar escena y pensó en que la Guardia Nacional había ocupado el cuartel sólo dos días, mientras que los Infantes de Marina habían estado allí veinte años.

Un civil estaba aposentado en el lugar reservado para el oficial de información del Regimiento. Su túnica era una algarabía de colores: iba vestido a la moda actual de la Tierra, con un brillante pañuelo de cuello y mangas acampanadas. Una larga faja tomaba el lugar del cinturón y ocultaba su ordenador portátil. Las clases altas de Hadley estaban, justamente, empezando a vestirse de esa manera.

—Todos ustedes saben porqué estamos aquí —dijo Falkenberg a los oficiales reunidos—. Los que han servido antes conmigo saben que yo no acostumbro a convocar muchas de estas reuniones de la oficialidad. No obstante, son habituales en las unidades mercenarias. El sargento mayor Calvin representará a los hombres de tropa del Regimiento.

Se oyeron algunas risitas. Calvin llevaba asociado a John Falkenberg desde hacía dieciocho años estándar. Probablemente tenían diferencias de opinión, pero nunca las había podido descubrir nadie. La idea de que el SM pudiera oponerse a su coronel, en nombre de la tropa, resultaba divertida. Por otra parte, ningún coronel podía arriesgarse a ignorar el punto de vista de sus suboficiales.

Las congeladas facciones de Falkenberg se relajaron un poco, como si se hubiera dado cuenta de su propio chiste. Sus ojos fueron de cara en cara. Todo el mundo en la sala había sido Infante de Marina, y algunos habían servido con él antes. Los oficiales del Partido Progresista estaban de servicio en otra parte… y se había necesitado un cuidadoso plan por parte del ayudante, para lograr esto sin levantar sospechas.

Falkenberg se volvió hacia el civil:

—Doctor Whitlock, ha estado en Hadley durante sesenta y siete días. No es demasiado tiempo para realizar un estudio planetario, pero es todo el tiempo que tenemos. ¿Ha llegado usted a alguna conclusión?

—Aja.— Whitlock hablaba con un exagerado acento que, todos estaban de acuerdo, era pura afectación—. No son muy diferentes a la valoración hecha por la Flota, coronel. No comprendo por qué corrió usted con el gasto de traerme aquí. Su gente de información sabe hacer su trabajo casi tan bien como yo sé hacer el mío.

Whitlock se dejó caer hacia atrás en su silla y pareció muy relajado e informal, en medio del formalismo militar de los otros. Pero no había desprecio en su forma de comportarse: los militares tenían unas normas y él tenía otras; y trabajaba bien con los soldados.

—Entonces, sus conclusiones son similares a las de la Flota —comentó Falkenberg.

—Sí, dentro de los límites del análisis. Dudo que cualquier hombre competente pudiera llegar a una conclusión diferente: este planeta está destinado a caer en la barbarie en una generación.

No hubo sonido de los oficiales, pero algunos parecieron sobresaltarse. El buen entrenamiento hizo que no lo demostraran.

Whitlock sacó un cigarro de un bolsillo de la manga y lo estudió.

—¿Quiere usted el análisis? —preguntó.

—Un resumen, por favor.—Falkenberg volvió a mirar de nuevo a cada cara. El mayor Savage y el capitán Fast no estaban sorprendidos, lo habían sabido, ya antes de venir a Hadley. Y era evidente que algunos de los oficiales inferiores y jefes de compañía habían llegado por ellos mismos a tal conclusión.

—Es bastante simple —dijo Whitlock—. No tiene una tecnología autosuficiente ni para la mitad de la población existente. Sin importaciones, el estándar de vida caerá irremisiblemente. En algunos lugares se podría soportar esto, pero no aquí.

»Aquí, cuando no puedan tener ya sus bonitos juguetitos, la gente de Refugio, en lugar de trabajar para conseguirlos, le va a pedir al Gobierno que haga algo al respecto. Y el Gobierno tampoco se halla en posición para negarse. No es lo bastante fuerte.

»Así que tendrán que destinar capital de inversión a la compra de artículos de consumo. Habrá una reducción en la eficiencia tecnológica, y luego menos bienes, llevando a más peticiones y a otro ciclo igual al anterior. Resulta difícil predecir lo que vendrá después de esto, pero no puede ser nada bueno.

»Así, no mucho después, no tendrán los recursos tecnológicos con los que enfrentarse a la situación, ni aunque pudieran organizarse mejor. No es una situación nueva, coronel. La flota ya la vio llegar hace tiempo. Me sorprende que usted no les creyese.

Falkenberg asintió con la cabeza.

—Sí les creí, pero tratándose de algo tan importante, pensé que valía la pena tener una segunda opinión. Se ha entrevistado usted con los dirigentes del Partido de la Libertad, doctor Whitlock. ¿Cree que hay alguna posibilidad de que ellos mantuviesen la civilización, si gobernasen?

Whitlock se echó a reír. Era una risa larga y relajada, totalmente fuera de lugar en una reunión militar.

—Más o menos las mismas posibilidades de que un caimán suelte a un cerdo una vez lo ha atrapado con los dientes, coronel. Incluso suponiendo que supiesen lo que tenían que hacer, ¿cómo iban a poder hacerlo? Supongamos que les llegase una visión de lo alto y se decidiesen a cambiar su política; entonces otros empezarían un nuevo partido, siguiendo la actual línea de pensamiento del Partido de la Libertad.

»Coronel,
nunca
convencerá usted a la gente de que hay cosas que un Gobierno
no puede
hacer. No quieren creerlo, y siempre va a haber charlatanes dispuestos a decirles que todo es un complot. Ahora bien, si el Partido Progresista, que ya tiene las ideas correctas acerca de lo que hay que hacer, pudiera montárselo para tener un Gobierno fuerte, entonces ellos podrían ser capaces de mantener las cosas en marcha durante más tiempo.

—¿Y cree usted que podrán lograr eso? —preguntó el mayor Savage.

—No. Aunque quizá se lo pasen bien intentándolo —le contestó Whitlock—. El problema es ese campo tan independiente. No tienen suficiente apoyo para lo que han de hacer ni en la ciudad ni en el campo. Eventualmente todo está preparado para un cambio, pero la revolución que le dé a este planeta un Gobierno realmente poderoso va a ser muy sangrienta, eso puedo asegurárselo. La situación es un empate, que sólo se puede resolver con mucha sangre.

—¿Así que no tienen la mínima esperanza? —La pregunta la hizo un joven oficial, recién ascendido a comandante de una compañía.

Whitlock suspiró.

—Mires a donde mires, ves problemas. Por ejemplo, la ciudad es vulnerable a cualquier sabotaje que pare las fábricas de alimentos. Y tampoco se puede decir que esos generadores de fusión sean lo que se dice eternos. Los están haciendo trabajar duro, sin que tengan bastante tiempo como para darles un mantenimiento adecuado. Hadley está viviendo de su capital, no de sus ingresos, y muy pronto no le va a quedar capital para seguir funcionando.

—Así que ésa es su conclusión —dijo Falkenberg—. Pues no suena precisamente como el lugar perfecto en el que jubilarnos.

—Seguro que no —aceptó Whitlock. Se desperezó aparatosamente—. Lo piensen como lo piensen, este lugar no va a convertirse en autosuficiente sin antes haber derramado mucha sangre.

—Podrían pedirle ayuda a la American Express —inquirió el oficial joven.

Podrían, pero no la van a conseguir —le contestó Whitlock—. Hijo, este planeta fue neutralizado por acuerdo, ya hace mucho, cuando llegó aquí el gobernador del CD, Ahora, los rusos no van a dejar que una empresa estadounidense como es la American Express lo lleve de vuelta a la esfera de influencia de los EE.UU., igual que los americanos no van a dejar que los rusos se instalen aquí. El Gran Senado ordenaría la cuarentena de este Sistema en un abrir y cerrar de ojos —el historiador chasqueó los dedos—. Ése es precisamente el propósito del CoDominio.

—Una cosa me preocupa —dijo el capitán Fast—. Está asumiendo usted que el CD va a dejar, simplemente, que Hadley caiga de nuevo en la barbarie. ¿No volverían aquí la Oficina de Colonias y la OfRed si las cosas llegasen a ponerse tan desesperadas?

—No, Savage.

—Sí. —El rostro de Falkenberg estaba hosco; quizá estuviera recordando sus propias experiencias con los métodos de control de la población—. Pero tendrán que emplear mundos más cercanos a la Tierra, sin preocuparse de los problemas que eso les pueda ocasionar a los colonos. Y las aventuras marginales de explotación, tales como las minas de Hadley, están siendo abandonadas. Éste no es el único planeta que el CD va a dejar este año.

Su voz se cargó de ironía:

—Excúsenme, al que le va a conceder la independencia…

—Así que no pueden confiar en tener ayuda del CoDominio —dijo el capitán Fast.

—No. Si Hadley consigue despegar, será por sus propios esfuerzos.

—Lo cual, según el doctor Whitlock, es imposible —observó el mayor Savage—. John, nos hemos puesto entre la espada y la pared, ¿no es así?

—Yo he dicho que no era probable, no que era imposible —le recordó Whitlock—. Sin embargo, se necesitaría un Gobierno mucho más duro de lo que es creíble que logre Hadley. Y alguna gente lista, para hacer las jugadas adecuadas. Aunque quizá tengan algo de suerte, como sería una buena plaga selectiva. Ven, ésa sería una solución: una plaga que matase a la gente justa… Pero, si matase a demasiada gente, tampoco quedarían los suficientes como para aprovecharse de la tecnología; así que supongo que ésa tampoco es la respuesta.

Falkenberg asintió con rostro grave.

—Gracias, doctor Whitlock. Ahora, caballeros, quiero que los comandantes de batallón y los oficiales del Estado Mayor lean el informe del doctor. Mientras, tenemos otro tema en la agenda: dentro de poco, el mayor Savage va a informar de esto al Consejo de Ministros, y quiero que estén muy atentos. Después de su presentación, tendremos un turno de crítica. ¿Mayor?

Savage se puso en pie y fue a la pantalla de datos.

—Caballeros. —Usó el tablero de mandos para hacer aparecer en la pantalla el organigrama del Regimiento—. Nuestro Regimiento consiste aproximadamente en dos mil soldados y oficiales. De éstos, quinientos son ex Infantes de Marina y otros quinientos son miembros del Partido Progresista, encuadrados bajo oficiales nombrados por el vicepresidente Bradford.

»Los otros mil son reclutas normales. Algunos de ellos son mercenarios aceptables, otros son chicos locales que quieren jugar a ser soldados y que estarían mejor en unidades de la reserva. Todos los reclutas han recibido instrucción básica, comparable a la básica de tierra de la Infantería de Marina del CD, pero sin las prácticas de asalto, Flota o salto. Los resultados obtenidos han sido algo mejores de los que se podrían esperar en un número similar de reclutas de la Infantería de Marina, en el servicio del CD.

»Esta mañana, el señor Bradford le ha ordenado al coronel retirar a nuestros últimos oficiales y suboficiales del Cuarto Batallón, y a partir de esta tarde, el Cuarto estará totalmente bajo el control de los oficiales nombrados por el vicepresidente primero Bradford. No nos ha informado de los motivos que le han movido a dar esta orden.

Falkenberg asintió.

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