—Darwin habló de la supervivencia del más fuerte —me explicó Twotimer mientras recorríamos la colección de arte del siglo XX del museo—. Al principio, eso significaba que sólo sobrevivían los más fuertes. Pero la fuerza bruta ya no sirve en la sociedad actual. Las mujeres viven rodeadas de seductores que saben usar el tacto y las palabras para enardecer las zonas del cerebro femenino en las que residen sus fantasías. —Había algo mecánico y ensayado en su manera de hablar, en su manera de gesticular, en su manera de mirarme. Me sentía como si intentase chuparme el alma con la mirada—. Así que el concepto de la supervivencia del más fuerte es un anacronismo. Como jugadores que somos, estamos a las puertas de una nueva era: la era de la supervivencia del más sutil.
La idea me gustaba, aunque, desgraciadamente, yo era tan poco sutil como fuerte. Tenía por costumbre hablar demasiado rápido y con un tono de voz alto y entrecortado y mi lenguaje corporal era, cuando menos, poco fluido. En mi caso, iba a tener que trabajar mucho para lograr sobrevivir.
—Casanova era uno de los nuestros —continuó diciendo Twotimer—, pero nuestro estilo de vida es mejor.
—Supongo que, dada la moral de la época, sería más difícil seducir a una mujer en tiempos de Casanova —dije yo, intentando aportar algo a la conversación.
—Y, además, nosotros tenemos la
técnica
.
—¿Te refieres a la
PNL
?
—Si, pero no sólo a eso. Casanova estaba solo. —Twotimer sonrió mientras clavaba la mirada en mis ojos—. Nosotros nos tenemos los unos a los otros.
Caminamos por distintas salas del museo, observando a la gente que, a su vez, observaba los cuadros. Grimble y Twotimer abordaron a varias mujeres, pero yo estaba demasiado asustado como para intentar una aproximación delante de Ross; hubiera sido algo parecido a intentar tocar el violoncelo delante de Yo-Yo Ma. Me asustaba la posibilidad de que criticara todo lo que hacía o que le molestase que no me apoyara lo suficiente en su
técnica
. Aunque, pensándolo bien, estaba delante de un hombre que, para que sus alumnos vencieran el miedo a aproximarse a una mujer, les aconsejaba que se acercasen a cualquiera al azar y le dijeran: «Hola, soy Manny el Marciano. ¿Cuál es tu sabor favorito de bola de bolos?». Así que tampoco parecía lógico preocuparse demasiado por la posibilidad de quedar como un imbécil delante de él. De hecho, Ross se especializaba en crear imbéciles.
Ross salió del museo con tres números de teléfono, Twotimer y Grimble con dos cada uno, y yo con las manos vacías.
En el tren que bajaba al aparcamiento del museo, Ross se sentó a mi lado.
—Escucha —me dijo—. Voy a dar un seminario dentro de un par de meses.
Quiero que vengas. Puedes hacerlo sin pagar.
—Gracias —le dije yo.
—Quiero que sepas que voy a ser tu gurú. Yo, no Mystery. Ya verás cómo mis enseñanzas son cien veces más eficaces que las de Mystery.
Yo no sabía qué decir. ¿Mystery y Ross peleándose por un
TTF
como yo?
—Una cosa más —añadió Ross—. A cambio, quiero que me lleves a cinco… No, a seis fiestas de Hollywood con tías supermacizas. Necesito ampliar mis horizontes —s onrió durante unos instantes en silencio—. Entonces, ¿Trato hecho? —me preguntó mientras se acariciaba la barbilla con el dedo pulgar. No me cabía ninguna duda: Ross me estaba realizando un
anclaje
.
Mi nombre es sutil como Barry y su
voz está llena de graves.
Tiene el cuerpo de Arnold y la cara de
Denzel…
Viste como un dandi, incluso cuando
lleva vaqueros.
Es un regalo del cielo, irrepetible, es el
hombre de mis sueños…
Siempre tiene algo profundo sobre lo
que conversar,
y eso significa mucho para mí, porque
no es fácil encontrar hombres así.
SALT-N-PEPPA,
Whatta man
Los mejores depredadores no acechan tumbados en la jungla, con las garras y los colmillos listos, pues, de hacerlo, sus presas los eludirían. Los mejores depredadores se acercan lentamente a su presa, sin amenazarla y, cuando se ganan su confianza, atacan.
O al menos eso era lo que decía Sin, refiriéndose a ello burlonamente como el método Sin.
Aunque, tras el taller, Mystery había vuelto a Toronto, Sin y yo seguimos saliendo juntos a
sargear
. A veces, yo lo acompañaba a casa con alguna chica que se había ligado. Al llegar, Sin la cogía del cuello y la empujaba contra la pared. En el útlimo momento, justo antes de besarla, la soltaba, disparando el nivel de adrenalina de la chica en una mezcla a partes iguales de temor y de excitación. Después le preparaba la cena y no volvía a mencionar lo ocurrido hasta los postres. Entonces, la miraba fijamente, como un tigre mira a su presa, y, con un tono de voz que reflejaba deseo contenido, le decía: «No puedes ni imaginarte las cosas que estoy pensando en hacerte». Por lo general, yo aprovechaba ese momento para disculparme y me marchaba a casa.
Al igual que el taimado Grimble, Sin, el depredador, se convirtió en mi fiel compañero de sargeo. Pero nuestra amistad no duró mucho tiempo. Una tarde, en el centro comercial de Beverly Center, Sin me dijo que se había alistado como oficial en el ejército del aire.
—Por primera vez en mi vida cobraré una nómina todos los meses —me explicó mientras tomábamos un café—. Además, podré elegir dónde quiero vivir.
Llevo demasiado tiempo siendo un programador de ordenadores en paro.
Intenté convencerlo de que no lo hiciera. A Sin le interesaban las proyecciones astrales, el rock gótico, el sadomasoquismo y el sexo sin límites.
En el ejército tendría que ocultar todo eso. Pero Sin estaba decidido.
—He estado hablando de ti con Mystery —me dijo, inclinándose sobre la celosía metálica de la mesa—. Quiere hacer otro taller en Diciembre y, como yo no voy apoder ayudarlo, quiere que tú seas su ala. —Como siempre, Sin hablaba en serio.
—Creo que estoy libre por esas fechas —dije, intentando dominar mi emoción ante la perspectiva de pasar un nuevo fin de semana con Mystery, ante la posibilidad de compartir sus secretos, como los patrones de tres capas que empleaba para conmover a las chicas hasta el punto de hacerlas llorar.
No podía creer que Mystery me hubiera elegido a mí; supuse que no conocería a mucha gente.
Tan sólo había un pequeño problema: yo no iba a estar en Los Ángeles en diciembre. Había comprado un billete de avión a Belgrado, para visitar a Marko, el compañero de clase que me había presentado a Dustin. Y, aún así, aunque ya era demasiado tarde para cancelar el viaje, por nada del mundo iba a renunciar a la posibilidad de ser el
ala
de Mystery. Tenía que encontrar una solución.
Llamé a Mysterya Toronto, donde vivía con sus padres, dos sobrinas, su hermana y su cuñado.
—¿Qué te cuentas, colega? Yo estoy muerto de aburrimiento —me dijo.
—Me cuesta creer que te aburras —le contesté.
—Me gustaría salir a dar una vuelta, pero no para de llover. Además, no tengo con quién salir. Y no tengo ni idea de adónde ir. —Mystery dejó de hablar conmigo y les pidió a sus sobrinas que se callaran—. Supongo que podría ir a comer un poco de sushi.
Yo siempre había dado por supuesto que el gran Mystery tendría cientos de mujeres a su disposición y una lista interminable de tíos deseosos de salir a
sargear
con él. Pero ahí estaba, pudriéndose en casa de sus padres. Su padre estaba enfermo, su madre tenía demasiado que hacer y su hermana se estaba separando de su marido.
—Podrías salir con Patricia —le sugerí. Patricia era la novia de Mystery, la que salía con negligé en una de las fotos de Mystery usaba a modo de currículum.
—Está enfadada conmigo —me dijo.
Mystery había conocido a Patricia cuatro años antes, cuando ella acababa de llegar de Rumania. Intentando moldearla a su gusto, convertirla en su mujer perfecta, la había convencido de que se operase el pecho, de que le hiciese mamadas (algo que ella nunca había hecho) y de que trabajase como stripper. Ella había accedido a todo hasta el día en que Mystery le pidió que se hiciese bisexual; a ojos de Mystery, la negativa de Patricia había roto el pacto que los unía.
Cada persona tiene sus propias razones para entrar en la Comunidad. Algunos, como Extramask, quieren perder la virginidad. Otros, como Grimble y Twotimer, quieren acostare con una chica distinta todas las noches. Y unos pocos, como Sweater, buscan a la esposa perfecta. Pero Mystery tenía sus propias ambiciones.
—Quiero ser amado por dos mujeres distintas al mismo tiempo —me dijo—. Una rubia 10 y una asiática 10. Y quiero que se quieran entre sí tanto como me quieren a mí. Y la heterosexualidad de Patricia está afectando a mi vida sexual, pues si no puedo imaginarme que hay otra chica con nosotros no consigo mantener la erección. —Mystery guardó silencio unos segundos, mientras cambiaba de habitación para que no le molestaran su hermana y su cuñado, que no dejaban de discutir—. Podría cortar con Patricia, pero lo cierto es que no hay tantas mujeres 10 en Toronto. No, en Toronto no hay mujeres que te cieguen con su belleza; como mucho hay mujeres 7.
—Múdate a Los Ángeles —le sugerí—. Esto está lleno de chicas despampanantes.
—Sí, tendría que salir de aquí más a menudo —suspiró Mystery—. Por eso he pensado en hacer más talleres. Tengo gente interesada en Miami, en Chicago y en Nueva York.
—¿Y qué me dices de Belgrado?
—¿Belgrado? ¿No están en guerra en Belgrado?
—No, ya no. La guerra se ha acabado. Yo voy a ir a visitar a un viejo amigo. Me ha dicho que ya no hay problema, que es seguro. Podemos quedarnos en su casa gratis y, además, ¿no dicen que las eslavas son las mujeres más guapas del mundo? Mystery dudó.
—Y tengo un billete gratis para un acompañante. Silencio.
Yo insistí.
—Y qué demonios. Viviremos una aventura. En el peor de los casos, volverás a casa con una foto más que enseñar.
Cuando decidía algo, Mystery siempre expresaba su decisión con la misma palabra:
—Hecho.
—Fantástico —dije yo—. Ahora mismo te mando los horarios de los vuelos por e-mail.
No podía esperar. Durante las seis horas que duraría el vuelo a Belgrado haría que Mystery compartiese conmigo toda su sabiduría: cada truco de magia, cada
frase de entrada
, cada estrategia… Quería aprender cada una de sus palabras, cada uno de sus trucos; quería hacerlo porque funcionaban.
—Pero antes hay algo que tenemos que hacer —me dijo él.
—¿El qué?
—Si vas a ser mi ala, no puedes llamarte Neil Strauss —me explicó con el mismo tono tajante con el que había dicho «hecho»—. Ha llegado el momento de que des el paso y te conviertas en alguien nuevo. Piénsalo: Neil Strauss, escritor. Nadie quiere acostarse con un escritor. Los escritores están en el escalafón más bajo de la escala social. Quieres ser una superestrella. Y no sólo con las mujeres. Eres un artista y creo que las habilidades sociales que estás adquiriendo pueden convertirse en tu nuevo arte. Te observé atentamente durante el taller; te adaptaste muy de prisa. Por eso te he elegido.
De repente guardó silencio y oí el sonido de unos papeles.
—Escucha —dijo por fin—. Quiero que sepas cuáles son mis
objetivos
de desarrollo personal. Los tengo escritos. Quiero conseguir dinero suficiente como para financiar un espectáculo ilusionista que haga una gira por todo el mundo. Quiero vivir en hoteles de lujo. Quiero viajar en limusina de una gala a otra. Quiero protagonizar grandes espectáculos ilusionistas en televisión. Quiero levitar sobre las cataratas del Niágara. Quiero viajar a Inglaterra y a Australia. Quiero joyas, juegos de ordenador, un avión teledirigido en miniatura, un secretario personal y un estilista. Y quiero actuar en
Jesucristo Superstar
, en el papel de Jesucristo, por supuesto.
Desde luego, Mystery sabía lo que quería.
—Lo que de verdad quiero es que la gente me envidie —concluyó—, que las mujeres me deseen y que los hombres quieran ser como yo.
—Supongo que no recibirías suficiente amor de niño, ¿no?
—Así es —contestó Mystery en tono avergonzado.
Antes de colgar me dijo que iba a mandarme por e-mail la contraseña para entrar en un foro privado de Internet que se llamaba el
Salón de Mystery
. Lo había creado hacía dos años, cuando una camarera emprendedora con la que se había acostado en Los Ángeles leyó por casualidad lo que había escrito sobre ella en un foro abierto dedicado a la seducción. Tras pasar el fin de semana buscando todo lo que Mystery había escrito en Internet, la camarera le escribió un e-mail a Patricia contándole las actividades secretas de su novio. La pelea que provocó aquella camarera con su e-mail estuvo a punto de destrozar aquella relación y, además, le enseñó a Mystery que ser un maestro de la seducción tenía su lado peligroso: tu novia podía enterarse.
Al contrario de lo que ocurría en los foros de seducción en los que había estado participando yo, donde cientos de recién llegados luchaban por los consejos de un puñado de expertos, Mystery había elegido a los mejores de la Comunidad para su foro privado. Pero en el
Salón de Mystery
no sólo compartían secretos, anécdotas y
técnicas
, sino que, además, colgaban fotos de maestros de la seducción con sus conquistas; en ocasiones, incluso grabaciones de vídeo en las que podían verse sus hazañas en vivo.
—Pero no lo olvides —me dijo Mystery con un tono de voz repentinamente serio—. Ya no eres Neil Strauss. Cuando nos encontremos en mi foro quiero que seas otra persona. Necesitas un nombre de seducción. —Reflexionó en silencio durante unos instantes—. ¿Style
[1]
? ¿Qué te parece Style?
Ésa era una de las facetas de mi personalidad de la que siempre me había sentido orgulloso; puede que no poseyera el don de lo social, pero, desde luego, vestía mejor que la mayoría.
—Sí, Style —reflexioné en voz alta—. Mystery y Style.
Mystery y Style impartiendo un taller. Sonaba bien. Style, el maestro de la seducción, enseñándoles a un grupo de entrañables perdedores lo que tenían que hacer para conocer a las mujeres de sus sueños.
Pero, en cuanto colgué, caí en algo importante: todavía me quedaba mucho que aprender. Después de todo, tan sólo hacía un mes que había participado en el taller de Mystery. Sí, todavía me quedaba mucho que aprender.