El método (The game) (10 page)

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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

BOOK: El método (The game)
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Mi primer éxito legítimo tuvo lugar una semana después.

Un lunes por la tarde, Extramask apareció sin avisar en mi apartamento de Santa Mónica. Estaba muy emocionado y decía haber descubierto algo asombroso.

—Siempre había pensado que la masturbación provocaba dolor —dijo en cuanto le abrí la puerta.

Extramask estaba cambiado. Se había teñido el pelo y se lo había peinado en forma de cresta, se había hecho agujeros en las orejas, se había comprado varios anillos y una cadena y se había vestido como si fuera un punk. De hecho, tenía una pinta muy chula. En una mano, sujetaba un libro de Anthony Robbins:
Poder sin límites
. No había duda de que estábamos en la misma senda.

—¿De qué hablas? —le pregunté.

—Pues eso, que, después de hacerme una paja, me limpio y me subo los calzoncillos, ¿vale? —dijo mientras se dejaba caer sobre el sofá.

—Sí, supongo que sí.

—Pero hasta ayer no había caído en que, después de limpiarme, todavía me quedaba una gota de semen en el agujero de la polla. Así que me quedo dormido y el semen se me endurece en el agujero. Entonces, al levantarme a la mañana siguiente, no consigo mear. —Extramask se llevó la mano a la entrepierna y la movió para ilustrar sus palabras—. Así que hago más y más fuerza, hasta que un trozo de semen sale disparado de mi polla y choca contra la pared.

—Estás completamente loco —le dije yo. Nunca había oído algo así.

Extramask era el resultado de una extraña combinación entre una educación represiva católica y la ambición de convertirse en un actor cómico. Nunca sabía si estaba angustiado o si me estaba tomando el pelo.

—No veas cómo dolía —continuó diciendo—. Me dolió tanto que no me masturbé en una semana. Hasta anoche. Pero, al acabar, me aseguré de limpiarme hasta la última gota.

—¿Y ahora ya puedes masturbarte con tranquilidad?

—Sí, así es. Pero todavía no has oído lo mejor.

—¿Lo mejor?

Extramask alzó la voz, emocionado.

—¡Lo mejor es que ahora puedo mear delante de otra persona! Es todo cuestión de confianza. Lo que nos enseñó Mystery en el taller no sólo sirve para las chicas.

—Claro.

—También sirve para mear en público.

Fuimos al restaurante La Salsa a tomar unos burritos. En una mesa cercana a la nuestra había una mujer mirando una carpeta llena de recibos; aunque su aspecto era algo descuidado, resultaba atractiva. Tenía el pelo largo, castaño y ondulado, rasgos diminutos, como los de un hurón, y unas tetas inmensas que se negaban a permanecer ocultas bajo su sudadera. Aunque rompí la
regla de los tres segundos
por unos doscientos cincuenta, finalmente conseguí reunir el valor suficiente como para acercarme a ella; no quería comportarme como un
TTF
delante de Extramask.

—Estoy estudiando análisis caligráfico —le dije—. ¿Te importaría si practico con tu letra mientras llega la comida?

Aunque me miró con escepticismo, finalmente decidió que yo debía de ser inofensivo y accedió. Le di mi cuaderno y le pedí que escribiera una frase.

—Interesante —dije—. Tu caligrafía no tiene ninguna inclinación. Eso quiere decir que eres una persona autosuficiente que no necesita estar siempre acompañada para sentirse bien.

Me aseguré de que ella asentía antes de continuar. Era una
técnica
que había aprendido en un libro que revelaba todo tipo de trucos y
técnicas
de lectura del lenguaje corporal.

—Pero tu caligrafía no goza de un buen sistema organizativo. Eso quiere decir que, por lo general, no se te da demasiado bien el orden y tienes dificultades a la hora de ajustarte a un horario determinado.

Con cada nueva frase, ella se inclinaba más hacia mí, asintiendo con entusiasmo. Tenía una sonrisa maravillosa y resultaba fácil hablar con ella. Me dijo que venía de unas clases de interpretación cómica que daba cerca de allí, y se ofreció a leerme unos chistes que tenía anotados.

—Me gusta empezar mis interpretaciones con éste —dijo una vez acabado mi análisis—: «Vengo del gimnasio y, de verdad, tengo los brazos agotados». Ésa era su
frase de entrada
. La llevaba escrita en la chuleta que guardaba en el bolsillo. Yo pensé que ligar se parecía mucho al trabajo de un actor. Ambas actividades exigían frases de entrada,
técnica
y un cierre memorable, además de la habilidad necesaria para conseguir que la suma de todo ello resultara natural.

Me dijo que se alojaba en un hotel que había cerca y yo me ofrecí a llevarla. Al llegar, cuando ella me dio su número de teléfono, me señalé la mejilla y le dije:

—¿Un beso de despedida?

Ella me dio un beso en la mejilla. Incapaz de controlar la emoción, Extramask, sentado en el asiento de atrás, le dio una patada al suelo. Yo le dije a la chica que la llamaría más tarde para tomar una copa.

—¿Quieres venir luego a
sargear
con Vision y conmigo? —me preguntó Extramask cuando la chica salió del coche.

—No, voy a quedar con ella.

—Bueno —dijo él—. Pero puedes estar seguro de que, en cuanto llegue a casa, me la voy a cascar a conciencia pensando en ella.

Por la noche, antes de ir a recogerla, imprimí uno de los patrones de
PNL
de Ross Jerfries que Grimble me había mandado por correo electrónico. Estaba decidido a no repetir mis últimos errores.

Fuimos a tomar una copa a un bar. Ella se había puesto una sudadera azul y unos vaqueros sueltos que la hacían parecer un poco rellenita. Sea como fuere, yo me sentía feliz de tener la oportunidad de salir con una chica a la que yo mismo me había ligado.

—Existen métodos para definir mejor nuestros
objetivos
en la vida —le dije.

Me sentía como Grimble en TGI Friday’s.

—¿Qué métodos? —me preguntó ella.

—Por ejemplo, puedes hacer un ejercicio de visualización. Me lo enseñó un amigo. No me lo sé de memoria, pero puedo leértelo.

Ella me pidió que lo hiciera.

Yo me saqué del bolsillo la hoja con el
patrón
.

—Intenta recordar la última vez que sentiste verdadera felicidad o placer —empecé a leer—. Y, ahora, dime, ¿en qué parte del cuerpo lo sientes? Ella se señaló el pecho.

—Y, en una escala del uno al diez, ¿cómo de bien te sientes?

—Siete.

—Vale. Ahora concéntrate en ese sentimiento y pronto verás un color que emana de él. Dime qué color es.

—Es morado —dijo ella cerrando los ojos.

—Muy bien. Ahora, dime, ¿cómo te sentirías si dejaras que ese color morado que surge de tu pecho se hiciera cada vez más y más intenso? Cada vez que tomes aire, siente cómo el color se hace más intenso.

Ella respiró hondo; sus senos subían y bajaban con la sudadera azul.

Todo marchaba a las mil maravillas; estaba provocando una respuesta como la que había logrado Ross Jeffries en el California Pizza Kitchen. Continué leyendo el
patrón
, cada vez más seguro de mí mismo, haciendo que el color creciera tanto en tamaño como en intensidad dentro de su pecho a medida que ella se sumía en un trance cada vez más profundo.

Me imaginé a Twotimer susurrándome al oído la palabra «malvado».

—Y, ahora, dime, ¿cómo te sientes, en una escala del uno al diez? —le pregunté.

—Diez —respondió ella.

Funcionaba.

Después le dije que redujera todo el color a un círculo del tamaño de un guisante que contuviera toda la fuerza y toda la intensidad del placer que sentía en ese momento. Le dije que colocara el guisante en mi mano y recorrí el contorno de su cuerpo, cada vez más cerca, hasta llegar a rozarlo.

—Siente cómo el color fluye desde mi mano, siente cómo esa sensación te sube por la muñeca, por el brazo, hasta llenarte el rostro.

Para ser sincero, no tenía ni idea de si estaba consiguiendo excitarla con aquel
patrón
. Ella me escuchaba y parecía disfrutar, pero, desde luego, no se puso a chuparme los dedos, como la chica de la historia de Grimble. De hecho, a mí, aprovechar la hipnosis como pretexto para tocarla me hacía sentir un poco sucio. Esos patrones de
PNL
no acababan de gustarme. Había entrado en la Comunidad para tener más confianza en mí mismo, no para aprender
técnicas
de control mental.

Paré y le pregunté qué le había parecido.

—Me ha gustado —dijo ella con su pequeña sonrisa de hurón—. Me siento bien.

Yo no sabía si se estaba burlando de mí, aunque supongo que la mayoría de la gente está dispuesta a probar sensaciones nuevas siempre que parezcan seguras.

Doblé la hoja de papel, me la guardé en el bolsillo y llevé a la chica de vuelta a su hotel. Pero esta vez, en lugar de despedirme de ella en la puerta, la acompañé hasta su habitación. Estaba demasiado asustado como para decir nada; temía que, en cualquier momento, ella se diera la vuelta y me preguntara por qué la estaba siguiendo. Pero no lo hizo. Al contrario, parecía querer que la acompañase; todo parecía indicar que iba a acostarme con ella. No podía creerlo. Por fin iba a ver recompensados todos mis esfuerzos.

Según Mystery, una mujer necesita siete horas para realizar cómodamente la transición desde el encuentro inicial hasta el encuentro sexual. Esas siete horas pueden sucederse seguidas, en una misma noche, o a lo largo de varios días: una hora hablando al conocerla; una cita posterior de dos horas en un bar; media hora hablando por teléfono, y, entonces, en el siguiente encuentro, tan sólo harían falta otro par de horas de conversación, antes de poder acostarte con ella.

Esperar al menos esas siete horas es lo que Mystery llama un juego seguro. Pero hay ocasiones en las que una mujer sale de casa con la intención de acostarse con un hombre; ése es uno de los siete supuestos en el que se pueden tener relaciones sexuales en un período de tiempo inferior a las siete horas. Mystery llama a esa situación el jaque del bobo. Y yo estaba a punto de lograr mi primer jaque.

La chica introdujo la tarjeta en el cerrojo de la puerta de su habitación y la luz verde se encendió inmediatamente, augurando una noche de placer. Entramos en la habitación. Ella se sentó a los pies de la cama —como ocurre en las películas— y se quitó los zapatos. Primero el izquierdo, después el derecho. Llevaba calcetines blancos; un detalle que me pareció enternecedor. Estiró los dedos de los pies y después los encogió, al tiempo que se dejaba caer de espaldas sobre la cama. Yo caminé hacia ella, dispuesto a entregarme a su abrazo. Pero, de repente, el olor más fétido con el que me había topado en toda mi vida atacó mis sentidos, y me empujó, literalmente, hacia atrás. Era exactamente el mismo olor a queso rancio que despiden los mendigos borrachos en el metro de Nueva York; ese olor que hace que todo el mundo huya a otro vagón. Y, por muchos pasos que retrocediera, la intensidad del olor no disminuía, pues cargaba sin piedad cada rincón de la habitación. La observé, tumbada boca arriba en la cama, ajena a aquel olor. Eran sus pies. Aquella pestilencia venía de sus pies. Tenía que salir de allí.

CAPÍTULO 4

Todas las noches, al volver a casa, estudiantes y maestros del arte de la seducción cuelgan sus experiencias en Internet; es lo que se conoce como un parte de batalla. Los miembros de la Comunidad comparten sus aventuras con distintos
objetivos
: algunos quieren ayudar a otros para que no cometan sus mismos errores, otros quieren compartir nuevas
técnicas
y estrategias, y otros tan sólo quieren alardear.

El día después de mi aventura fallida con la chica de los pies apestosos, Extramask colgó un parte en Internet. Al parecer, él también había vivido una extraña aventura aquella noche. Desde luego, la Comunidad le había sido de gran ayuda a Extramask, que ahora podía orinar en público y masturbarse sin dolor. Y, ahora, a los veinticinco años, Extramask por fin había perdido la virginidad; aunque la experiencia no había sido precisamente como él la había imaginado.

Grupo MSN:
Salón de Mystery

Asunto: ¡Mi primer
completo
!

Autor: Extramask

Yo, Extramask, he conseguido mi primer
completo
, acabando de una vez por todas con mi condición de virgen; aunque nunca llegara a correrme. Empezaré por el principio.

El lunes salí a
sargear
con Vision. Fuimos a una discoteca de tres pisos que debía de tener unas quince salas distintas, cada una de ellas con su propia barra.

Yo estaba algo bajo de moral, y eso se reflejaba en mis aproximaciones. Las cosas no me iban tan bien como de costumbre. Ya avanzada la noche, me crucé con Vision en el segundo piso. Me dijo que una chica se había puesto su pañuelo y que ahora no conseguía encontrarla. Mientras hablábamos sobre eso, una chica con cara de pan que pasaba a mi lado se quedó mirándome fijamente. «Hola», me dijo.

Por lo general, las chicas no suelen entrarme, así que yo le dije: «Oye, ¿has visto el pañuelo de mi amigo?». Era una tontería, pero, por su mirada, sabía que daba igual lo que le dijera.

La conversación siguió de esta manera:

Cara de Pan: Eres muy guapo (dicho con un acento veinticinco por ciento inglés, cincuenta por ciento chino y veinticinco por ciento Zsa Zsa Gabor).

Extramask: Gracias.

Cara de Pan: ¿Hace mucho que has llegado?

Como podéis ver, la conversación fue patética, pero yo sabía que las cosas marchaban. Hablamos de las típicas chorradas: el trabajo, lo que habíamos hecho esa noche, una breve biografía de cada uno… Al cabo de un rato fuimos a un rincón más tranquilo; fue ella quien sugirió que lo hiciéramos. Y seguimos hablando. De vez en cuando, Vision aparecía por allí y me daba una palmada en la espalda, levantaba el pulgar o algo así. Eso siempre ayuda.

Cara de Pan: ¿Qué buscas en esta discoteca?

Extramask (mientras pienso: «Joder, esta tía quiere acostarse conmigo»): No lo sé. ¿Y tú?

Cara de Pan: Yo busco emociones fuertes.

Extramask: Sí, yo también busco eso (dicho sin darle demasiaba importancia).

Cara de Pan: ¿Te gustaría venirte con mi amiga y conmigo?

Extramask: Vale. Ahora mismo vuelvo. Voy a decirle a mi amigo que me marcho.

Cara de Pan: Vale, te espero aquí.

Fui a buscar a Vision.

Extramask: Tío, esto funciona. Esta noche follo.

Vision: Venga, tío. ¿A qué esperas? Vete ya.

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