El misterioso Sr Brown (21 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El misterioso Sr Brown
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Otra preocupación comenzaba a hacer mella en el ánimo de Tommy.

—¿Sabe cuánto tiempo llevamos aquí? —preguntó a su compañero una mañana cuando desayunaban—. ¡Una semana! No hemos adelantado nada para encontrar a Tuppence y el próximo domingo es veintinueve.

—¡Diablos! —replicó Julius pensativo—. Casi había olvidado esa fecha. No he pensado más que en Tuppence.

—Igual que yo. Yo no me había olvidado del día veintinueve, pero me parecía que no me importaba ni un comino comparado con el afán por buscar a Tuppence. Pero hoy estamos a veintitrés y el plazo se acorta. Si hemos de dar con ella, tiene que ser antes del veintinueve. Después su vida tal vez no dure ni una hora. Entonces habrá terminado el juego del secuestro. Empiezo a creer que hemos cometido una gran equivocación al llevar este asunto como lo hicimos. Hemos perdido inútilmente el tiempo sin adelantar nada.

—Estoy de acuerdo con usted en esto. Somos un par de tontos que nos hemos llevado a la boca un mordisco mayor del que podíamos mascar. ¡Voy a dejar de hacer tonterías en el acto!

—¿Qué quiere decir?

—Va a saberlo enseguida. Haré lo que debimos haber hecho una semana atrás. Volver a Londres y poner el caso en manos de la policía británica. Nos creímos unos sabuesos. ¡Sabuesos! ¡Ha sido una estupidez! ¡Estoy harto! Esto se acabó. ¡Voy en busca de Scotland Yard!

—Tiene razón. Ojalá lo hubiéramos hecho enseguida.

—Más vale tarde que nunca. Hemos estado jugando a «¿Dónde están las llaves?». Ahora me voy a Scotland Yard para pedirles que me den la mano y me enseñen el camino a seguir. Supongo que al final los profesionales siempre vencen a los aficionados. ¿Viene usted conmigo?

Tommy negó con la cabeza.

—¿Para qué? Con uno de nosotros basta. Puedo quedarme y husmear un poco más. Tal vez surja algo nuevo. Nunca se sabe.

—De acuerdo. Bien, hasta la vista. Volveré pronto con un par de inspectores y les diré que procuren portarse lo mejor que sepan.

Pero el curso de los acontecimientos no iba a permitir que Julius pusiera en práctica su plan. Poco después Tommy recibió un telegrama:

Reúnase conmigo en el hotel Manchester Midland. Noticias importantes.

JULIUS

A las siete y media de la tarde, Tommy se apeaba de un tren correo. Julius lo aguardaba en el andén.

—Pensé que llegaría en este tren si mi telegrama lo encontraba en casa.

—¿Qué ocurre? ¿Ha encontrado a Tuppence?

—No. Pero había esto esperándome en Londres. Acababa de llegar.

Le tendió un telegrama y Tommy abrió mucho los ojos al leer:

Jane Finn hallada. Venga inmediatamente al hotel Manchester Midland.

PEEL EDGERTON

Julius recuperó el telegrama y lo dobló. —Es curioso —dijo, pensativo—. ¡Creí que ese abogado había renunciado!

Capítulo XIX
-
Jane Finn

—El tren llegó hace cosa de media hora —explicó Julius, al acompañarlo fuera de la estación—. Calculé que usted llegaría en este tren antes de que yo dejara Londres y por ello telegrafié a sir James. Nos ha reservado habitaciones y llegará a las ocho.

—¿Qué le hace pensar que ha dejado de interesarse por este caso? —preguntó Beresford con visible extrañeza.

—Lo que dijo —replicó Julius tajante—. ¡Ese pajarraco es más cerrado que una ostra! Como todos ellos, no quiere comprometerse hasta estar seguro de poder entregar el género.

—Quisiera saber... —dijo Tommy, pensativo.

Julius se volvió a mirarle.

—¿Qué es lo que quisiera saber?

—Si ha sido ese el motivo verdadero.

—Seguro. Puede apostar hasta la vida.

Tommy meneó la cabeza sin dejarse convencer.

Sir James llegó puntualmente a las ocho y Julius le presentó a Tommy. Sir James le estrechó la mano con calor.

—Encantado de conocerlo, señor Beresford. He oído hablar mucho de usted a la señorita Tuppence —sonrió involuntariamente—. Y la verdad, es que casi me parece conocerlo muy bien.

—Gracias, señor —dijo Tommy con su alegre sonrisa observándolo de cerca y, al igual que Tuppence, sintió el magnetismo de su personalidad. Le recordó a Carter a pesar de que los dos eran totalmente distintos. Bajo el aire cansado del uno y la reserva profesional del otro se escondía la misma inteligencia afilada como un estoque.

Al mismo tiempo, se daba cuenta del escrutinio a que lo estaba sometiendo sir James. Cuando el abogado apartó la mirada tuvo la certeza de que había leído a través de él, como en un libro abierto. No alcanzó a adivinar cuál fue su juicio, ni esperaba conocerlo. Sir James se apoderaba de todo, pero solo daba lo que quería y pronto tuvo prueba de ello.

Una vez se hubieron saludado, Julius le hizo una avalancha de preguntas. ¿Cómo había conseguido localizar a la muchacha? ¿Por qué no les dijo que seguía trabajando en el caso? Y otras muchas. Sir James se acarició la barbilla y sonrió.

—Bueno, ya ha aparecido —dijo al fin—. En este momento creo que es lo más importante, ¿no les parece?

—Desde luego. Pero ¿cómo encontró su pista? La señorita Tuppence y yo pensamos que había abandonado el caso definitivamente.

—¡Ah! —El abogado le dirigió una mirada escrutadora mientras volvía a acariciarse la barbilla—. ¿Así es que eso es lo que ustedes pensaron? ¿De veras? ¡Hum! Pobre de mí.

—Pero me figuro que estábamos equivocados —continuó Julius.

—Bueno, yo ignoraba que hubiera llegado a decirlo. Pero ha sido una gran suerte para todos que hayamos conseguido encontrarla.

—¿Dónde está? —preguntó Julius y sus pensamientos siguieron otros derroteros—. Creí que la traería consigo.

—Eso hubiera sido imposible —dijo sir James en tono grave.

—¿Por qué?

—Porque ha sufrido un accidente y tiene heridas leves en la cabeza. La han llevado al hospital y, al recobrar el conocimiento, ha dicho llamarse Jane Finn. Cuando... ¡Ah! Al oír esto, la hice llevar a la clínica de un médico amigo mío y les telegrafié enseguida. Volvió a quedar inconsciente y, desde entonces, no ha vuelto a hablar.

—¿No está herida de gravedad?

—No, un cardenal y un par de cortes; la verdad, desde el punto de vista médico, es muy poco para haberle producido semejante estado y lo atribuyen más bien al trauma que le causó recobrar la memoria.

—¿La ha recobrado? —exclamó Julius, excitadísimo.

Sir James golpeó la mesa con impaciencia.

—Sin duda, señor Hersheimmer, puesto que ha sido capaz de dar su verdadero nombre. Creí que habría reparado en ello.

—¿Usted estaba en el lugar del suceso por casualidad? —dijo Tommy—. Parece un cuento de hadas.

Pero sir James estaba demasiado cansado para bromear.

—Las coincidencias son a veces muy curiosas —dijo en tono adusto.

Sin embargo, ahora Tommy supo con certeza lo que antes sospechara: que la presencia de sir James en Manchester no había sido accidental. Lejos de abandonar el caso, como Julius había supuesto, consiguió por sus propios medios dar con la muchacha desaparecida. Lo único que le intrigaba era la razón de todo aquel secreto. Y al fin decidió que debía ser producto de su mente legalista.

—Después de cenar —anunció Julius— iré a ver a Jane enseguida.

—Me temo que será imposible —dijo sir James—. No es probable que le dejen recibir visitas a estas horas de la noche. Yo le sugiero que vaya por la mañana a las diez.

Julius enrojeció; había algo en sir James que lo convertía siempre en su antagonista. Era un choque entre dos personalidades vigorosas.

—De todas formas, iré esta noche para ver si consigo romper sus absurdas reglas.

—Será inútil, señor Hersheimmer.

Las palabras fueron como un trallazo y Tommy alzó la vista sobresaltado. Julius estaba nervioso y excitado, y la mano con que cogió la copa temblaba ligeramente, aunque sus ojos siguieron desafiando la mirada de sir James. Por un momento, la hostilidad existente entre los dos hombres pareció a punto de inflamarse. Finalmente, Julius bajó los ojos derrotado.

—De momento, reconozco que es usted quien manda.

—Gracias —replicó el otro—. Entonces, ¿quedamos a las diez? —Se volvió hacia Tommy—. Debo confesar, señor Beresford, que me ha sorprendido verlo aquí esta noche. Lo último que supe de usted es que sus amigos estaban muy preocupados por su paradero. No sabían nada de usted desde hacía varios días, y la señorita Tuppence se sentía inclinada a creer que se encontraba en apuros.

—¡Así era, señor! —Tommy sonrió al recordarlo—. En mi vida me había visto en una situación más apurada.

Animado por las preguntas de sir James, le hizo un breve resumen de sus aventuras. Al terminar, el abogado lo miró con renovado interés.

—Supo usted salir airoso. Le felicito. Demostró una gran habilidad y supo representar perfectamente su papel.

Tommy enrojeció de placer ante sus alabanzas.

—No hubiera conseguido huir a no ser por esa muchacha, señor.

—No —sir James sonrió—. Tuvo suerte de caerle en gracia. —Tommy pareció dispuesto a protestar, pero sir James continuó—: Supongo que no existe la menor duda de que también pertenecía a la banda.

—Me temo que sí, señor. En un momento creí que la retenían a la fuerza, pero su modo de actuar no concordaba con esa suposición. Volvió junto a ellos cuando podía escapar.

Sir James asintió pensativo.

—¿Qué dijo ella? ¿Algo así como que quería regresar junto a Marguerite?

—Sí, señor. Supongo que se refería a la señora Vandemeyer.

—Siempre firmaba como Rita Vandemeyer y todos sus amigos la conocían por Rita. No obstante, imagino que esa joven habría tomado la costumbre de llamarla por su nombre completo. ¡Y en el momento en que la llamaba, la señora Vandemeyer estaba muriendo o había fallecido ya! ¡Es curioso! Hay una o dos cosas que no veo claras. Por ejemplo, su repentino cambio de actitud hacia usted. A propósito, supongo que registraría la casa.

—Sí, señor, pero todos habían alzado el vuelo.

—Es natural —dijo sir James secamente.

—Y no dejaron el menor rastro.

—Me pregunto... —El abogado tamborileó con sus dedos encima de la mesa, pensativo.

El tono de su voz hizo que Tommy alzara la mirada. ¿Es que acaso aquel hombre había visto algo que pasó inadvertido a los demás?

—¡Ojalá hubiera estado usted aquí cuando registramos la casa! —exclamó impulsivamente.

—A mí también me hubiera gustado —repuso sir James con calma—. ¿Qué ha estado usted haciendo desde entonces?

Tommy lo miró de hito en hito y luego comprendió que el abogado no estaba informado.

—Olvidaba que no sabía usted lo de Tuppence —dijo, volviendo a sentir aquella ansiedad enfermiza, que había olvidado con la excitación de saber que al fin habían encontrado a Jane Finn.

El abogado dejó caer sobre la mesa el cuchillo y el tenedor.

—¿Le ha ocurrido algo a la señorita Tuppence? —Su tono era cortante.

—Ha desaparecido —dijo Hersheimmer.

—¿Cuándo?

—Hace una semana.

—¿Cómo?

Sir James lanzaba sus preguntas como disparos. Entre Tommy y Julius le contaron la historia de aquella semana y su inútil búsqueda.

Sir James fue enseguida a la raíz del asunto.

—¿Un telegrama firmado con su nombre? Sabían lo bastante sobre los dos para hacer semejante cosa. No estaban muy seguros de lo que usted habría descubierto en esa casa. El secuestro de la señorita Tuppence es la represalia por su huida. De ser necesario sellarían sus labios con la amenaza de lo que pudiera sucederle a ella.

Tommy asintió.

—Eso es lo que yo he pensado, señor.

—¿Usted lo ha pensado? —dijo sir James, mirándolo fijamente—. No está mal, no está nada mal. Lo curioso es que no sabían nada de usted cuando le hicieron prisionero. ¿Está seguro de que no descubrió su identidad usted mismo?

Tommy meneó la cabeza.

—Así es —intervino Julius—. Por lo tanto reconozco que alguien les puso al corriente y que no lo hizo antes del domingo por la tarde.

—Sí, pero ¿quién?

—¡El poderoso e inmenso señor Brown, por supuesto!

Había cierto matiz irónico en la voz del norteamericano que hizo que sir James lo mirara en el acto.

—¿No cree usted en el señor Brown, señor Hersheimmer?

—No, señor —replicó este con énfasis—. Es decir, no creo en él como tal. Pienso que es un fantasma, un espectro. Solo un nombre con el que se asusta a los niños. El cabecilla verdadero de este tinglado es ese ruso: Kramenin. Lo creo capaz de organizar revoluciones en tres países a la vez si se lo propone. Whittington es probablemente el cabecilla de la rama inglesa.

—No estoy de acuerdo con usted —replicó sir James, tajante—. El señor Brown existe —Se volvió hacia Tommy—. ¿Se fijó desde dónde fue enviado el telegrama?

—No, señor, me temo que no.

—¡Hum! ¿Lo lleva encima?

—Está arriba, señor, en mi maletín.

—Me gustaría echarle un vistazo, pero no hay prisa. Ya han perdido una semana —Tommy agachó la cabeza—. Un día o dos más no tienen importancia. Primero nos ocuparemos de la señorita Jane Finn. Después nos pondremos a trabajar de firme para rescatar a la señorita Tuppence. No creo que corra peligro inminente. Es decir, en tanto ellos ignoren que tenemos a Jane Finn y que ha recobrado la memoria. Debemos mantenerlo en secreto a toda costa. ¿Comprendido?

Los dos jóvenes asintieron y, tras quedar de acuerdo para la mañana siguiente, el gran abogado se despidió.

A las diez en punto, Tommy y el norteamericano estaban en el lugar acordado. Sir James se había reunido con ellos en la puerta y era el único que no parecía excitado. Les presentó al médico.

—¿Nos permite subir a verla?

—Sigue bien y evidentemente no tiene idea del tiempo transcurrido. Esta mañana preguntó cuántos se habían salvado del Lusitania. Y si había aparecido ya la lista en los periódicos. Claro que esto era de esperar. Aunque creo que está preocupada por algo.

—Me parece que podremos aliviar su ansiedad. ¿Nos permite subir a verla?

—Desde luego.

A Tommy el corazón comenzó a latirle más deprisa mientras subía la escalera detrás del médico. ¡Al fin Jane Finn! ¡La anhelada, la misteriosa y escurridiza Jane Finn!

¡Qué difícil se le había hecho dar con ella! Y allí en aquella casa, con la memoria recobrada casi milagrosamente, yacía la muchacha que tenía en sus manos el futuro de Inglaterra. De sus labios casi se escapó un gemido. ¡Si Tuppence hubiera podido estar a su lado para compartir el final triunfante de su aventura! Luego apartó de su mente el recuerdo de Tuppence. Su confianza en sir James iba en aumento. Aquel hombre lograría descubrir el paradero de Tuppence. ¡Pero ahora, Jane Finn! De pronto, un repentino temor atenazó su corazón. Parecía demasiado fácil.

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