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Authors: Desmond Morris

El Mono Desnudo (17 page)

BOOK: El Mono Desnudo
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Mucho de lo que hacemos en nuestra edad adulta se funda en esta absorción imitativa durante los años de nuestra infancia. Con frecuencia nos imaginamos que actuamos de cierta manera porque este comportamiento está de acuerdo con algún código abstracto y severo de principios morales, cuando, en realidad, lo único que hacemos es someternos a una serie de impresiones puramente imitativas, profundamente arraigadas en nosotros y «olvidadas» desde hace largo tiempo. Es la inmutable obediencia a estas impresiones (junto con nuestros impulsos instintivos, cuidadosamente disimulados) lo que hace tan difícil en las sociedades el cambio de costumbres y de «creencias». Incluso cuando se enfrenta con ideas nuevas, estimulantes e ingeniosamente raciales, la comunidad sigue aferrada a sus antiguas costumbres y prejuicios. Esta es la cruz que tenemos que llevar si hemos de pasar con éxito nuestra importante fase juvenil de «papel secante», consistente en enjugar las experiencias acumuladas de las previas generaciones. Estamos obligados a llevar la carga de torcidas opiniones, junto con los valiosos hechos.

Afortunadamente, poseemos un poderoso antídoto contra esta debilidad inherente al proceso de aprendizaje imitativo. Tenemos una agudizada curiosidad, una necesidad intensa de explorar, que actúa contra la otra tendencia y produce un equilibrio susceptible de éxitos fantásticos. Sólo si una civilización llega a adquirir una excesiva rigidez, como resultado de su sujeción a la repetición imitativa, o demasiado audaz en su exploración desenfrenada, acabará por hundirse. En cambio, florecerán aquellas que consigan un buen equilibrio entre dos impulsos. El mundo actual nos ofrece muchos ejemplos de civilizaciones demasiado rígidas o excesivamente atolondradas. Las pequeñas sociedades atrasadas, completamente dominadas por su carga de tabúes y de costumbres anticuadas, figuran entre las primeras. Las propias sociedades, cuando son convertidas y «ayudadas» por las civilizaciones avanzadas, se convierten rápidamente en ejemplo de las segundas. La repentina y sobrecargada dosis de novedad social y de afán investigador destruye las fuerzas estabilizadoras de la imitación ancestral, lo que origina que el fiel se incline excesivamente en sentido contrario. Esto conduce al desbarajuste cultural y a la desintegración. Afortunadamente, existe la sociedad que tiende al logro gradual de un perfecto equilibrio entre la imitación y la curiosidad, entre la copia sumisa e irreflexiva y la experimentación progresiva y racional.

CAPÍTULO 4 - EXPLORACIÓN

Todos los mamíferos poseen un fuerte impulso exploratorio, pero en algunos de ellos es más decisivo que en otros. Esto depende en gran manera del grado de especialización que hayan alcanzado en el curso de su evolución. Si han puesto todo su esfuerzo evolucionista en el perfeccionamiento de un particular ardid de supervivencia, no necesitan preocuparse demasiado de las complicaciones generales del mundo que les rodea. Mientras al oso hormiguero no le falten sus hormigas, ni al oso koala sus hojas de goma, se dan por satisfechos y su vida es fácil. Por el contrario, los no especialistas —los oportunistas del mundo animal— no pueden permitirse el menor descanso. Nunca pueden saber de dónde les vendrá la próxima comida, y tienen que conocer los rincones, aprovechar todas las posibilidades y vigilar atentamente el paso de la suerte. Tienen que explorar y seguir explorando. Tienen que investigar y seguir comprobando. Tienen que poseer un alto grado de curiosidad.

Pero no se trata solamente de la cuestión de la comida: la propia defensa puede exigir lo mismo: los puercoespines, erizos y mofetas pueden andar de un lado a otro haciendo todo el ruido que quieran, sin temor a los enemigos; en cambio, el mamífero desarmado tiene que estar constantemente alerta. Debe conocer las señales de peligro y las rutas para escapar. Para sobrevivir, tiene que saber con todo detalle el camino de su casa.

Mirando de este modo, puede parecer bastante absurdo no especializarse. ¿Por qué tienen que existir los mamíferos oportunistas? La respuesta es que existe un grave obstáculo en la vida del especialista. Todo va bien mientras funciona el aparato especial de supervivencia, pero si el medio experimenta un cambio importante el especialista se encuentra en un atasco. Si se ha adelantado considerablemente a sus competidores, el animal se habrá visto obligado a realizar cambios esenciales en su estructura genética, y no podrá volver atrás con la necesaria rapidez cuando se produzca la catástrofe. Si desapareciesen los bosques de árboles de la goma, el koala perecería. Si un animal carnicero de fuertes dientes lograse masticas las púas del puercoespín, éste se convertiría en presa fácil. El oportunista tendrá siempre una vida dura, pero podrá adaptarse rápidamente a cualquier cambio súbito del medio. Quitad sus ratas y ratones a la mangosta, y pronto empezará a comer huevos y caracoles. Quitadle a un mono sus frutas y sus nueces, y comerá raíces y pimpollos.

Entre todos los animales no especializados, los monos son quizá los más oportunistas. Como grupo, se han especializado en la no especialización. Y, entre los cuadrumanos, el mono desnudo es el más oportunista de todos. Esta es, precisamente, otra faceta de su evolución neoténica. Todos los jóvenes monos son curiosos, pero el impulso de su curiosidad tiende a menguar al convertirse en adultos. En nosotros, la curiosidad infantil se fortalece y se extiende a nuestros años maduros. Nunca dejamos de investigar. Nunca pensamos que sabemos lo bastante para ir tirando. Cada respuesta nos lleva a otra pregunta. Este ha sido el más grande ardid de supervivencia de nuestra especie.

La tendencia a sentirse atraído por la novedad ha sido llamada
neofilia
(amor a lo nuevo), en contraste con la
neofobia
(miedo a lo nuevo). Todo lo desconocido es, en potencia, peligroso. Tiene que ser abordado con precaución. ¿O deberíamos evitarlo? Pero si lo evitáramos, ¿cómo llegaríamos a saber algo de ello? El impulso neofílico nos obliga a seguir adelante y mantiene nuestro interés hasta que el conocimiento da origen al desdén; entretanto, ganamos una experiencia valiosa, que podemos guardar para utilizarla posteriormente, cuando nos haga falta. El niño lo hace continuamente. Su impulso es tan poderoso que exige restricciones por parte de los padres. Pero aunque los padres logren encauzar la curiosidad, jamás podrán eliminarla. Cuando los niños crecen, sus tendencias exploradoras alcanzan a veces proporciones alarmantes, y entonces podemos oír hablar a los adultos de «un grupo de chicos que se comportan como animales salvajes». Pero lo que ahora nos interesa es el reverso de la medalla. Si los adultos se tomaran el trabajo de estudiar la manera en que realmente se comportan los animales salvajes adultos, descubrirían que los animales son
ellos
. Ellos son los que tratan de limitar la exploración y los que están derrochando la comodidad del conservadurismo subhumano. Afortunadamente para la especie, hay siempre bastantes adultos que conservan su inventiva y su curiosidad juveniles y que hacen que las poblaciones puedan crecer y progresar.

Si observamos los juegos de los pequeños chimpancés, nos choca inmediatamente el parecido entre su comportamiento y el de nuestros propios chiquillos. A ambos les entusiasman los «juguetes» nuevos. Se lanzan ansiosamente sobre ellos, los levantan, los dejan caer, los retuercen, los golpean y los hacen añicos. Ambos inventan juegos sencillos. La intensidad de su interés es tan fuerte como la nuestra, y durante los primeros años de vida se portan igualmente bien; mejor aún, en realidad, porque su sistema muscular se desarrolla más de prisa. Pero al cabo de un tiempo empiezan a perder terreno. Sus cerebros no están lo bastante desarrollados para construir algo sobre tan buenos cimientos. Su facultad de concentración es débil y no se desarrolla al mismo ritmo que su cuerpo. Sobre todo, carecen de la facultad de comunicar con detalle a sus padres las técnicas de inventiva que están descubriendo. La mejor manera de poner en claro esta diferencia es servirnos de un ejemplo específico. Nada mejor que el dibujo o exploración gráfica. Como pauta de comportamiento, ha tenido vital importancia para nuestra especie desde hace miles de años; la prueba está en los restos de Altamira y de Lascaux.

Si les damos ocasión y materiales adecuados, los jóvenes chimpancés exploran con igual entusiasmo que nosotros las posibilidades visuales de hacer señales en un hoja de papel en blanco. El origen de este interés tiene algo que ver con el principio de premio a la investigación, ya que se obtienen resultados desmesuradamente grandes en relación con el pequeño consumo de energía. Esto puede comprobarse en toda clase de situaciones de juego. Quizá se ponga un esfuerzo exagerado en estas actividades, pero son las acciones que producen un fruto exageradamente grande las que resultan más satisfactorias. Podemos llamar a esto el principio de juego del «premio aumentado». Tanto a los chimpancés como a los niños les gusta golpear las cosas, y sus objetos preferidos son los que producen mayor ruido con menos esfuerzo. Pelotas que saltan muy alto al ser lanzadas con poco impulso, globos que cruzan una habitación con sólo tocarlos ligeramente, arena que puede moldearse con una mínima presión, juguetes sobre ruedas que corren fácilmente al más ligero empujón: éstos son los juguetes que tienen más atractivo.

Cuando se encuentra por primera vez con un lápiz y un papel, el niño se halla en una situación poco prometedora. Lo único que puede hacer es golpear la hoja con el lápiz. Pero esto es motivo de agradable sorpresa. El lápiz produce algo más que un simple ruido: produce también un impacto visual. Algo sale de la punta del lápiz y deja una señal en el papel. Ha sido trazada una línea.

Es delicioso observar el momento del descubrimiento gráfico por un chimpancé o por un niño. Ambos se quedan mirando fijamente la raya, intrigados por la inesperada recompensa visual que les ha proporcionado su acción. Después de contemplar un momento el resultado, repiten el experimento. Y, naturalmente, este da resultado por segunda vez, y la otra, y la otra. Pronto aparece la hoja cubierta de rayas mal pergeñadas. Con el paso del tiempo, las sesiones de dibujo se hacen más interesantes. Las líneas únicas, de ensayo, colocadas una detrás de otra en el papel, son remplazadas por múltiples rayas en zigzag. Si hay donde elegir, se prefieren los lápices de colores, la tiza y los pinceles a los simples lápices, porque, al deslizarse sobre el papel, producen un impacto más audaz, un efecto visual mayor.

La primera afición a esta actividad se manifiesta, tanto en los chimpancés como en los niños, al año y medio de edad. Pero sólo después del segundo cumpleaños adquieren importancia los atrevidos, confiados y variados garabatos. A los tres años, el niño corriente entra en una fase gráfica: empieza a simplificar sus confusos garabatos. Formas elementales empiezan a surgir del asombroso caos. Primero, son cruces; después, círculos, cuadrados y triángulos. Líneas onduladas recorren la página hasta juntarse consigo mismos, encerrando un espacio. La línea se convierte en perfil.

Durante los meses que siguen, estas formas simples se combinan entre sí para producir sencillos dibujos abstractos. Un círculo es cortado con una cruz; los ángulos de un cuadrado se unen con rayas diagonales. Esta es la fase vital que precede a las primeras representaciones pictóricas de verdad. En el niño, este salto se da en la segunda mitad del tercer año o a principios del cuarto. En el chimpancé, no se da nunca. El joven chimpancé logra trazar ángulos, cruces y círculos, e incluso «círculos marcados», pero no puede ir más lejos. Es particularmente curioso que el tema del círculo marcado es el inmediato precursor de la primera representación producida por el niño típico. Lo que ocurre es que pone unas cuantas líneas o manchas en el interior del círculo, y entonces, como por arte de magia, una cara devuelve su mirada al niño pintor. Hay un súbito chispazo de reconocimiento. La fase de experimentación abstracta, de dibujo inventativo, ha terminado. Ahora hay que alcanzar un nuevo objetivo: el objeto de la representación perfeccionada. Surgen nuevas caras, caras mejores, con los ojos y la boca en su debido sitio. Se añaden detalles: cabellos, orejas, nariz, brazos y piernas. Y nacen otras imágenes: flores, casas, animales, barcos, coches. Son, éstas, alturas que, al parecer, jamás alcanzará el joven chimpancé. Después de alcanzar el punto culminante —trazado del círculo y marcado de su área—, el animal sigue creciendo, pero sus pinturas quedan estancadas. Tal vez aparezca un día un chimpancé genial, pero no parece muy probable.

Para el niño, la fase representativa de la exploración gráfica se extiende ahora ante él, pero, aunque es éste el campo más importante de descubrimiento, las antiguas influencias del dibujo abstracto siguen haciéndose sentir, especialmente entre los cinco y los ocho años. Durante este período, se producen pinturas particularmente atractivas, porque se fundan en los sólidos cimientos de la fase de la forma abstracta. Las imágenes representativas se hallan todavía en una fase de simple diferenciación, y se combina de manera impresionante con los trazos confiados y firmes del dibujo lineal.

El proceso mediante el cual se transforma el círculo manchado en un minucioso retrato de cuerpo entero es sumamente intrigante. El descubrimiento de que aquél representa una cara conduce de la noche a la mañana a la culminación del proceso. Esta es la finalidad principal, pero requiere tiempo (en realidad, más de una década). En primer lugar, hay que perfeccionar un poco las facciones básicas: dos círculos para los ojos; una firme raya horizontal para la boca, y dos puntos o un círculo central para la nariz. Los cabellos tienen que flanquear el círculo exterior. Y, al llegar aquí, tiene que hacerse una pauta. Al fin y al cabo, la cara es la parte más vital y vigorosa de la madre, al menos en términos visuales. Sin embargo, al cabo de un tiempo se hacen más progresos. Por el sencillo procedimiento de alargar algunos de los cabellos, puede conseguirse que broten brazos y piernas de esta cara-figura. Y de la misma manera pueden salirles dedos a los brazos y a las piernas. En este momento, la forma básica de figura sigue fundándose en el círculo prerrepresentativo. Este es un viejo amigo y se queda hasta muy tarde. Después de convertirse en cara, se ha transformado en cara y cuerpo combinados. El niño no parece preocupado en absoluto por el hecho de que los brazos de su dibujo salgan de los lados de lo que parece ser la cabeza. Pero el círculo puede subsistir eternamente. Como una célula, tiene que escindirse y dar origen a una segunda célula inferior. Otro sistema consiste en que las dos piernas permanezcan unidas en parte por su longitud, pero siempre por encima de los pies. El cuerpo puede nacer de una de estas dos maneras. Pase lo que pase, los brazos se quedan arriba, sobresaliendo de los lados de la cabeza. Y así permanecen durante algún tiempo, hasta que son bajados a una posición más correcta y sobresalen de la parte alta del cuerpo.

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