El monstruo subatómico

Read El monstruo subatómico Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El monstruo subatómico
7.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

Isaac Asimov ha sido el escritor de temas de divulgación científica más conocido de todos los tiempos. Su fama se debe a su capacidad para simplificar los conceptos científicos más complejos sin banalizarlos, y a la gran cantidad de libros que ha escrito. Buena prueba de todo ello es esta obra, una colección de ensayos sobre diversos temas científicos que despertarán la curiosidad del lector y aclararán muchas de sus dudas sobre ámbitos científicos que en la actualidad experimentan grandes avances. En
El monstruo subatómico
se tratan temas de física, astronomía, química, biología y tecnología. Asimov nos sorprende de nuevo terminando el libro con una original cronología de diversos acontecimientos en la historia del mundo y el Universo.

Isaac Asimov

El monstruo subatómico

ePUB v1.0

Akakiy Akakiyevich
21.07.12

Título original:
The subatomic monster

Isaac Asimov, 1986.

Traducción: Lorenzo Cortina

Editor original: Akakiy Akakiyevich (v1.0)

ePub base v2.0

Aliquam adipiscing libero vitae leo

Mauris aliquet mattis metus

INTRODUCCIÓN

Con más de 300 libros publicados en mi haber, he tenido que aceptar el hecho de que soy «un autor prolífico». Así es como, invariablemente, me llaman.

No estoy seguro de que, si me diesen a elegir, quisiese verme bendecido por esa casi inevitable combinación de dos palabras. Supongo que resultaría más agradable si, de una forma rutinaria, me llamasen, por ejemplo, «autor dotado» o «estupendo escritor», o incluso «genio de la pluma». Desgraciadamente, todo tiene el aspecto de que habrá una larga y fría espera antes de que se produzca esa relación, por lo que aceptaré lo de «escritor prolífico».

Pero si pienso en ello, compruebo que existen ventajas en eso de ser un «escritor prolífico». Para empezar, si eres un escritor prolífico, es inevitable que te resulte fácil escribir. No se puede sufrir una agonía al ir eligiendo cada palabra a cuentagotas y ser prolífico. Al mismo tiempo no existen suficientes minutos en una hora para esto, ni tampoco el alma humana puede aguantar tanto.

En realidad, escribir me es fácil, y disfruto también con ello. Disfruto increíblemente, por lo que soy un hombre afortunado.

Y lo que es más, si eres un escritor prolífico, eres capaz de escribir con rapidez. No tienes elección. Si lo deseas puedes escribir despacio. O puedes dejar listos veintiún libros en un año (incluyendo, como es natural, algunos relativamente pequeños), como hice en 1983. Lo que no se puede hacer es escribir
despacio
veintiún libros en un año.

Pues si, puedo escribir con rapidez, con mucha rapidez. Escribo tan rápidamente como tecleo y, con el procesador de texto, hago un centenar de palabras por minuto (si no contamos el tiempo perdido en hacer correcciones). Escribir deprisa es la mayor de mis ventajas.

Esto me lleva al aspecto sórdido de ser prolífico puesto que también tiene sus desventajas, y su inconveniente mayor es que escribo muy deprisa. Sí, también constituye una desventaja.

Como podrán ver por este libro que tienen en las manos (o por lo menos, después de que hayan terminado de leerlo), escribo con aparente autoridad sobre una amplia variedad de temas. Y si ha leído las más de dos docenas de otros libros de ensayos científicos (por no mencionar los libros que he escrito acerca de otros temas, desde comentarios a la Biblia a libros de humor), el ámbito aún parecerá más asombroso.

Pues bien, si quiero librarme de esa aura de que lo sé todo, que cierto modo he formado a mi alrededor, resulta absolutamente necesario que evite cometer errores tontos. Y lo haría también, si fuera por el inconveniente de mi gran velocidad al escribir. Accidentalmente, puedo decir algo ridículo y luego, antes de que tenga oportunidad de verlo y decir: «¡Eh, esto está equivocado!», me encuentro en el párrafo siguiente con mi mente ocupada por completo en otra cosa.

En el capitulo «Brazo del gigante» de este libro, calculé cuidadosamente el tamaño de la estrella Betelgeuse por trigonometría, y debí de confundir el radio con el diámetro, y acabé por hacer la estrella exactamente con un diámetro el doble del que debería ser.

Envié «Brazo del gigante» a
The Magazine of Fantasy and Science Fiction,
que imprimió estos artículos por primera vez, y luego, un mes más tarde, escribí una continuación del tema, el capítulo titulado «El mundo del Sol Rojo».

Necesité de nuevo el tamaño de Betelgeuse, y me dio demasiada pereza mirar el ensayo anterior. Simplemente, volví a calcularlo, y a vez no cometí el error y obtuve la cifra exacta. Advertí que las dos cifras en los dos artículos no coincidían. Naturalmente que no.

¿Cómo lo averigüé (dado que obviamente ahora lo sé)? ¡Muy fácil! En cuanto apareció el primer ensayo en la revista, Mr. Jogn (
sic
) Fortier, descrito por sí mismo como «un devoto y adicto lector», cogió la máquina de escribir para señalar el error. Ni siquiera usó la trigonometría para este fin, sino unos ordinarios cálculos aritméticos. (Yo hubiera podido hacer lo mismo, de haber sido lo suficientemente listo.)

Y lo que es más, señaló algo todavía más ridículo que aparecía el mismo artículo. Las cosas fueron así…

Yo deseaba mencionar el tamaño aparente de Júpiter, su «diámetro angular», tal y como se ve desde la Tierra. Realmente no tenía la menor importancia para el artículo, era sólo algo accesorio, cogido por los pelos. Comprobé el diámetro angular de Júpiter, y el valor máximo, cuando se encuentra más cerca de la Tierra, es de 50 segundos de arco.

¡Correcto! ¡ Muy bien! Excepto que de alguna manera, durante el tiempo transcurrido entre que mis ojos abandonaron el libro de referencia y el momento en que enfocaron la máquina de escribir, una extraña mutación cambió la frase en mi cabeza por «50 minutos de arco»… Pero yo deseaba segundos de arco, y sabía muy bien que cada minuto de arco equivale a 60 segundos de arco, por lo que multipliqué 50 por 60 y, concienzudamente, mecanografié la afirmación que el diámetro angular de Júpiter era de 3.000 segundos de arco.

Y así fue también como apareció en la revista. De haber dejado de escribir a toda velocidad el tiempo suficiente para pensar durante un quinto de segundo, hubiera recordado que la Luna tenía un diámetro angular de 30 minutos de arco, o 1.800 segundos de arco, y que, por lo tanto, estaba proporcionando al firmamento de la Tierra un Júpiter mucho más grande en apariencia que la Luna.

Mi rostro se tiñó del más bonito rojo cereza cuando Mr. Fortier lo indicó. Naturalmente, eliminé al instante esta afirmación errónea, y en este libro aparecen las cifras correctas.

O, también, en el capítulo titulado «Donde todo el firmamento es sol», al principio hice la afirmación gratuita de que el oro, salvo por el valor artificial que le concede la gente a causa de su belleza y rareza, era inútil, que no tenía ningún uso que valiera la pena mencionar.

Al instante, dos queridos amigos míos, Lester del Rey (que se menciona en la introducción del último capitulo) y Jay Kay Klein, me escribieron unas largas cartas, haciendo una lista de toda clase de usos que tendría el oro en el caso de que fuese más abundante y barato. Para este libro, eliminé esa ofensiva frase como si se hubiera convertido en hierro candente en mis manos. Que en cierto modo, era lo que había ocurrido.

Y así son las cosas. Puedo escribir con la rapidez con que lo hago porque tengo unos lectores con vista de lince que comprueban cada una de las observaciones que realizo y me informan de cada error y desliz al instante, para que pueda corregirlo y aprender de mis errores.

¿Qué haría sin ellos? ¿Puedo aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a todos —a todos— quienes me han enviado una carta para corregirme y me han ayudado a aprender? Déjenme también decir que todas las cartas de esta clase que he recibido han sido, sin excepciones, redactadas en un tono de lo más agradable y educado. Y también les doy a ustedes humildemente las gracias por ello.

Primera parte

FÍSICA

I. EL MONSTRUO SUBATÓMICO

De vez en cuando me dicen que me he «equivocado de vocación». Naturalmente, esto me lo dicen, como broma sin mala intención, y por lo general cuando he dado una charla divertida o he cantado alguna canción cómica. Así pues, la idea es que debería haber sido comediante o cantante, quizás.

Sin embargo, no puedo dejar pasar por alto esta observación, y, con la experiencia, he descubierto que la respuesta más efectiva a ese «Has equivocado tu vocación, Isaac», es:

—Lo sé, amigo mío, ¿pero quién quiere un viejo semental de cabello gris?

Pero nadie está a prueba de tonterías. He empleado esta réplica por lo menos cincuenta veces con el mayor de los éxitos, pero hace unos cuantos días, al intentarlo de nuevo, me llegó esta instantánea respuesta:

—¡Una vieja ninfomaníaca de cabello gris!

Y con esto me devolvieron la pelota elegantemente, y tuve que aguardar un buen rato hasta que cesaron las risas. (Incluidas las mías).

Pero, en realidad, no he errado mi vocación, y todo el mundo lo sabe. Mi vocación es ser escritor, y eso es lo que soy. En particular, mi vocación es explicar, y eso es lo que hago también. Por lo tanto, si no les importa, proseguiré con mi vocación.

Por ejemplo: ¿cómo se mide la energía?

Verán, el trabajo significa un gasto de energía, y, por así decirlo, no es otra cosa que energía en acción. Una forma de definir el trabajo es decir que implica el vencimiento de una resistencia a cierta distancia en particular. Se vence la resistencia ejerciendo fuerza.

Por ejemplo, la atracción gravitatoria de la Tierra tiende a tener un objeto sobre el suelo. Para levantarlo, hay que ejercer una fuerza que venza la resistencia gravitatoria.

Cuanto mayor sea el peso del objeto a levantar, mayor será la fuerza que se habrá de hacer y mayor el trabajo que se realiza. Cuanto más larga sea la distancia en la que se alce el peso, más trabajo se efectuará. Así pues, el trabajo (y la energía consumida), es igual a la fuerza por la distancia.

Si usted levanta un peso de 1 libra en una distancia de un pie (453,6 g x 30,48 cm), ha hecho 1 «pie-libra» de trabajo. (Observe se pone primero la distancia en esta unidad de trabajo. No existe razón para no colocar primero el peso y llamarlo 1 «libra-pie» pero nadie lo hace y en todos los idiomas y culturas la explicación de «nadie lo hace» es la frase más sin respuesta que hay.)

Entonces, si usted pesa 150 libras y sube un tramo de escaleras que le hace ascender 8 pies, habrá realizado 150 x 8, o 1.200 pies de trabajo. Dado que he observado que, con frecuencia, un tramo de escaleras tiene 13 escalones, el trabajo efectuado por alguien que pese 150 libras al subir un escalón es de 1.200/13, o sea 92,3 pies-libras.

Pero «pies» y «libras» son unidades del sistema común que los físicos miran con desprecio. El sistema métrico decimal es utilizado universalmente fuera de Estados Unidos, y los científicos lo emplean incluso en los Estados Unidos. La unidad de distancia del sistema métrico es el metro, que equivale a 3,281 pies; el kilogramo, que equivale a 2,2046 libras, se usa para el peso.

Una unidad de energía en el sistema métrico sería, pues, 1 «kilográmetro» (aquí el peso está primero, y usted no dirá «metro-kilogramo» porque —todos a la vez— «nadie lo hace»). Un kilográmetro es igual a 2,2046 libras por 3,281 pies, o 7,233 pies-libras. Por lo tanto, para una persona de 150 libras de peso, subir un escalón de un tramo de escaleras significa efectuar 12,76 kilográmetros de trabajo.

Other books

The Drifter's Bride by Tatiana March
The Land's Whisper by Monica Lee Kennedy