El monstruo subatómico (22 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El monstruo subatómico
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Resulta obvio que groquear, sea lo que fuere, está mejor adaptado a la manipulación increíblemente rápida e infalible de cantidades aritméticas. Incluso el ordenador más simple puede groquear la multiplicación y división de cifras enormes mucho más deprisa de lo que los seres humanos pueden pensar la solución

Esto no significa que groquear sea superior a pensar. Simplemente, significa que groquear está mejor adaptado a ese proceso particular. En cuanto a pensar, está bien adaptado al proceso que implica intuición, previsión y la combinación creativa de datos para la producción de resultados inesperados.

Los ordenadores pueden tal vez estar diseñados para hacer cosas así hasta cierto punto, al igual que los prodigios matemáticos pueden groquear en cierto modo, pero tanto una cosa como la otra constituye una pérdida de tiempo.

Dejemos que los pensadores y los groqueadores desarrollen sus especialidades y guarden sus resultados. Me imagino que los seres humanos y los ordenadores, trabajando juntos, pueden hacer mucho más que cualquiera de ellos por separado. Es la simbiosis de ambos lo que representa los perfiles del futuro.

Una cosa más. Si el groquear y el pensar son cosas muy diferentes, ¿se puede esperar que el estudio de los ordenadores llegue a esclarecer el problema del pensamiento humano?

Volvamos al problema de la locomoción.

Una máquina de vapor puede propulsar las máquinas para que realicen el trabajo que ordinariamente llevan a cabo los músculos, y lo hacen con mayor intensidad y sin esfuerzo, pero esa máquina de vapor tiene una estructura que no se parece en nada al músculo. En la máquina de vapor, el agua se calienta hasta el punto de ebullición y la fuerza del vapor mueve los pistones. En el músculo, una delicada proteína llamada actomiosina experimenta cambios moleculares que hacen que el músculo se contraiga.

Parece pues que uno puede estudiar agua hirviendo y el vapor que sale durante un millón de años y, sin embargo, no ser capaz de deducir de ello la menor cosa acerca de la actomiosina. O, a la inversa, uno podría estudiar todos los cambios moleculares que sufre la actomiosina y, sin embargo, no aprender lo más mínimo acerca de qué es lo que hace hervir el agua.

No obstante, en 1824, un joven físico francés, Nicolás L. S. Carnot (1796-1832), estudió la máquina de vapor a fin de determinar qué factores regulaban la eficacia con que funciona. Al hacerlo, fue el primero en iniciar una serie de pruebas que, a fines de siglo, le habían hecho desarrollar por completo las leyes de la termodinámica.

Esas leyes se encuentran entre las más importantes generalizaciones en física. y se descubrió que eran aplicables con pleno rigor tanto a los sistemas vivos como a cosas más simples como las máquinas de vapor.

La acción muscular, pese a lo complicado de sus más íntimas funciones, debe actuar impulsada por las leyes de la termodinámica, igual que deben hacerlo las máquinas de vapor, y esto nos dice algo acerca de los músculos que resulta de la mayor importancia. Y lo que es más, lo hemos aprendido a partir de las máquinas de vapor y nunca lo hubiéramos sabido a través, únicamente, del estudio de los músculos.

De manera similar, el estudio de los ordenadores tal vez nunca llegue a decirnos, directamente, nada acerca de la estructura íntima del cerebro humano, o de las células del cerebro humano. Sin embargo, el estudio del groqueo nos puede llevar a la determinación de las leyes básicas del zorqueo, y puede que averigüemos que esas leyes del zorqueo son aplicables tanto al pensar como al groquear.

Así pues, es posible que, aunque los ordenadores no se parezcan en nada al cerebro, nos enseñen cosas acerca de los cerebros que nunca descubriríamos estudiando sólo éstos. Por ello, en último análisis, estoy del lado de Minsky.

XII. VOLVIENDO AL PUNTO DE PARTIDA

Durante el otoño de 1983, me fascinaron las cada vez más populares operaciones de
bypass,
y por una buena razón. Mi angina de pecho, que había sido de poca importancia y estable durante seis años, de repente se había desencadenado. Me hicieron unas pruebas y, cuando me expusieron cuidadosamente los resultados de dichas pruebas, me percaté de que tenía la más interesante de las alternativas: ninguna.

Iba a necesitar un triple
bypass.

Por lo tanto, hablé con mis diversos médicos y parecía haber una pregunta que no me oían plantear. Por lo menos, siempre se lanzaban a darme otras respuestas.

Finalmente, acorralé a mi anestesista.

Le dije:

—Hay una cosa que no comprendo. Si van a insertar una arteria o vena en mi aorta y en mis arterias coronarias, para que la sangre circule alrededor del punto de estrangulamiento, ¿cómo lo harán? A menos que recurran a la cuarta dimensión, deberán cortar en la aorta, por ejemplo, y hacer un agujero redondo en el que puedan acoplar el nuevo vaso.

—Pues sí.

—Y al primer corte —proseguí —la sangre brotará con una fuerza enorme, y me moriré.

—Oh, no —replicó. —¿No se lo ha explicado nadie? Una vez tengamos su corazón al descubierto, lo
pararemos.

Sentí que me ponía ligeramente verde.

—¿Que lo pararán?

—Sí, le daremos una fuerte dosis de ion potasio y lo enfriaremos, y dejará de latir.

—Pero eso me dejará a cinco minutos de la muerte cerebral.

—No, no es así. Será usted conectado a una máquina corazón-pulmón que le mantendrá vivo durante horas, si es necesario.

—Pero ¿ y si se avería?

—No puede averiarse. Y aunque se produzca un corte de corriente en todo el Nordeste, nosotros continuaremos con nuestros generadores de emergencia.

Me sentí un poco mejor, y pregunté:

—¿Y cuándo pondrán de nuevo en marcha mi corazón? ¿Y si no funciona?

—Eso no puede suceder —respondió con seguridad. —El corazón no desea otra cosa que funcionar. Tenemos que trabajar mucho para mantenerlo inmóvil. En cuanto dejamos que salga el potasio, comienza a funcionar de nuevo, especialmente si está en tan buena forma como el suyo.

Tenía razón, la operación de triple
bypass
se realizó el 14 de diciembre de 1983, y el 2 de enero de 1984 celebraré mi 1.000.000º cumpleaños (en la escala binaria), y el 8 de enero de 1984 empiezo otro ensayo. ¿Y de qué iba a hablar sino del corazón y de los vasos sanguíneos?

Aristóteles (384-322 a. de C.) creía que el corazón era la sede de la inteligencia. Esto no resultaba tan irrazonable como hoy parece. A fin de cuentas, es un órgano que constantemente se halla en movimiento y que se acelera cuando se está excitado, se hace más lento en los períodos de calma, es tumultuoso cuando se trata de afectos, etcétera. Cualquiera que observe esto, y luego se percate de que el cerebro, simplemente, se limita a estar allí, sin hacer nada, es probable que deje de lado el cerebro y lo considere, todo lo más, un órgano auxiliar.

Aristóteles creía que era simplemente un agente enfriante para el corazón, el cual, de otro modo, se sobrecalentaría. El enfriamiento se llevaba a cabo mediante un fluido parecido a la saliva, al que los griegos llamaban pituita (que ha dado origen también a la palabra
esputar).
Existe un pequeño órgano en la base del cerebro al que denominamos glándula pituitaria, que es en extremo importante (tal vez esto dé origen, en su día, a otro ensayo), pero no tiene nada que ver con esputar.

Aristóteles no distinguía entre venas, arterias, nervios y tendones.

No obstante, poco después de la muerte de Aristóteles se produjo un breve período de inteligentes disecciones en Alejandría, Egipto, y las cosas comenzaron a ponerse un poco en orden.

Por ejemplo, las arterias estaban claramente conectadas al corazón. Pero, en los cadáveres las arterias grandes parecían vacías. (Las últimas pulsaciones las habían vaciado de sangre.) Praxágoras (340—? a. de C.) hizo la lógica sugerencia, por lo tanto, de que transportaban aire. En realidad, la palabra «arteria» procede de una voz griega que significa conducto de aire.

Herófilo (320—? a. de C.), un estudiante de Praxágoras, observó que las arterias latían y que las venas no lo hacían. Al parecer, creyó que las arterias llevaban sangre, pero conservó el nombre que les había dado su maestro.

El discípulo de Herófilo, Erasistrato (304-250 a. de C.), creyó que venas, arterias y nervios eran tubos huecos que transportaban algún fluido u otro a las diversas partes del cuerpo; que se dividían y subdividían hasta hacerse demasiado pequeños para poder verse. En todo esto se hallaba notablemente cerca, puesto que incluso los nervios transportan un impulso eléctrico, que puede considerarse como una sutil clase de fluido.

Todos estaban de acuerdo en que las venas transportaban sangre. («Vena» procede de la idéntica palabra latina. La voz griega es
phleb,
y por ello a la inflamación de las venas se le denomina flebitis.)

Algunos creían que las arterias contenían una mezcla de sangre y aire, o de sangre y algún «espíritu vital», y si pensamos que las arterias transportaban sangre oxigenada, como así es en efecto, descubrimos que los antiguos griegos no hacían conjeturas descabelladas.

Sin embargo, seguían existiendo cosas confusas, y pasaron siglos antes de que los médicos comprendieran con claridad que los nervios y tendones no tenían nada que ver con el corazón y no eran vasos sanguíneos de ningún tipo. Tampoco veían con claridad la diferencia entre venas y arterias.

Galeno, el más famoso de los médicos antiguos, un griego de la época romana (130-200), creía que las arterias tenían su origen en el corazón y llegaban hasta los diversos tejidos. Pensaba que las venas se originaban en el hígado, iban de allí al corazón desde donde, de nuevo, se dirigían a los diferentes tejidos. (En realidad, una suposición razonable. El hígado es un órgano grande que está lleno de vasos sanguíneos y mientras las arteria laten cuando el corazón lo hace, las venas siguen inmóviles al igual que el hígado.)

Galeno creía que la sangre fluía desde el corazón a través de las arterias y venas por igual, y que era consumida por los tejidos. Continuamente se fabricaba sangre nueva, pensaba él, en el hígado (suponía que a partir de los alimentos), tan deprisa como era consumida por los tejidos. La sangre se consumía en los tejidos igual que lo haría la madera en una chimenea. El aire que respiramos alimentaba el proceso, y el aire que exhalamos era análogo al humo de una hoguera.

Sin embargo, aquí había una trampa. El corazón no es simplemente una bomba. En realidad son dos bombas, dado que está dividido en dos cámaras principales: el ventrículo izquierdo y el ventrículo derecho. («Ventrículo» procede de la voz latina para designar «pequeña bolsa».)

Cada ventrículo de paredes gruesas tiene una antecámara de paredes más delgadas, llamada «aurícula izquierda» y «aurícula derecha», respectivamente, por lo que, en conjunto, el corazón posee cuatro cámaras.

Existe un paso claro entre cada aurícula y cada ventrículo, pero no hay ninguno entre las dos series de aurículas-ventrículos. El ventrículo izquierdo (muy musculoso) conduce a la mayor arteria del cuerpo, la aorta (nombre de origen incierto), mientras que el ventrículo derecho (menos musculoso) conduce a la arteria pulmonar. Cada ventrículo posee asimismo sus propias venas.

Podría parecer que cada ventrículo envía sangre y que no existe una conexión obvia entre las dos corrientes sanguíneas. Sin embargo, Galeno no pudo ver por qué debería haber dos corrientes sanguíneas, y decidió que aquello carecía de sentido. Debía haber una conexión, y si no era obvia, tendría que estar oculta.

La pared entre ambos ventrículos es gruesa y musculosa y, según todas las apariencias, está por completo intacta. Sin embargo, razonó Galeno, debían existir pequeños agujeros, agujeros demasiado diminutos para verlos, a través de los cuales la sangre era enviada y recibida de uno a otro ventrículo, permitiendo así que existiera una sola corriente sanguínea.

Durante unos catorce siglos, los médicos creyeron fielmente en los poros interventriculares, aunque nadie los había visto, y aunque, en realidad, no existen. Pero no se rían demasiado. Aquello tenía sentido en el sistema de Galeno, y aunque se demostró que era erróneo, el sistema correcto, cuando se descubrió, también dependía de unos pasos invisibles.

Sin embargo, no hubo la menor posibilidad de efectuar progresos, en el asunto del corazón y los vasos sanguíneos, hasta que la anatomía humana se estableció como una firme disciplina médica. Esto resultó difícil puesto que muchas personas consideraban la disección de los cadáveres (no estoy hablando de la vivisección de cuerpos vivos) algo blasfemo. Los egipcios, judíos y, finalmente, los cristianos, se horrorizaban ante tal práctica, y la anatomía desapareció a partir del año 200 a. de C. y quedó restringida a los animales durante un millar de años.

Las primeras grandes escuelas modernas de medicina en Europa se fundaron en la Italia renacentista, y fueron las que dirigieron el mundo occidental durante tres siglos. En la Universidad de Bolonia, Mondino de Luzzi (1275-1326) fue el primero en llevar a cabo disecciones sistemáticas. En 1316 publicó el primer libro de la historia dedicado enteramente a la anatomía. Por desgracia, tenía ayudantes para realizar las disecciones, mientras él daba las conferencias (sin mirar) siguiendo los principios galénicos. Por lo tanto, cometió egregios errores, pero durante dos siglos y medio su libro fue el mejor de que se disponía.

(Diré de paso, que el aumento del interés por el arte naturalista en la Italia del Renacimiento convirtió la anatomía en una necesidad artística, lo mismo que le ocurriera a la geometría proyectiva. De este modo, el arte contribuyó a la medicina y a las matemáticas, mientras cada una de éstas, a su vez, también contribuyó al arte. En la historia existen en todas partes conexiones entre lo intelectual y la tecnología. Leonardo da Vinci (1452-1519) diseccionó treinta cadáveres en el transcurso de su vida.)

Finalmente, apareció d primer gran anatomista moderno, un flamenco llamado Andreas Vesalio (1514-1564). Estudió en las facultades médicas italianas y quedó fascinado por la anatomía. Consiguió causar sensación, por ejemplo, al mostrar que el hombre y las mujeres poseen igual número de costillas, veinticuatro cada uno, distribuidas en doce pares.

A fin de cuentas, la Biblia explicaba que Eva fue creada de una costilla sacada de Adán, de lo que se dedujo que tenía que faltar una, no sólo a Adán, sino a todos los hombres. Todo el mundo «sabía» eso sin tener que mirarlo, hasta que Vesalio lo miró, y lo que fue peor, las contó.

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