El monstruo subatómico (24 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El monstruo subatómico
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La obstrucción, por lo general tiene lugar donde las arterias se separan de la aorta, y las pruebas mostraron que mis coronarias (en orden de tamaño decreciente) se hallaban obstruidas en un 85%, un 70% y un 100%.

Me hicieron un
bypass
en la coronaria más grande con una arteria cercana (afortunadamente en perfecto estado). En las dos más pequeñas me lo hicieron con una vena sacada de mi pierna izquierda.

Estoy asustado y no completamente curado, pero mi corazón está consiguiendo toda la sangre que necesita; me estoy reponiendo con rapidez y, con mucho lo más importante, aún puedo escribir estos capítulos.

Quinta parte

TECNOLOGÍA

XIII. ¿QUÉ CAMIÓN?

No soy una persona visual. Y lo que es más, poseo una vida interior muy intensa, por lo que siempre hay cosas dando saltos en el interior de mi cráneo, y eso me distrae. Las demás personas se quedan atónitas ante las cosas que no veo. La gente cambia de peinado y no me doy cuenta de ello. Entran muebles nuevos en casa, y los utilizo sin hacer el menor comentario.

Sin embargo, en una ocasión, parece que batí el récord al respecto. Iba caminando por Lexington Avenue, hablando animadamente (como suelo hacer) con alguien que paseaba conmigo. Crucé la calzada, sin dejar de hablar, mientras mi acompañante cruzaba también pero con lo que parecía cierta reluctancia.

Al llegar al otro lado, mi compañero confesó:

—Ese camión no nos ha arrollado por milímetros. —Y yo respondí, con la mayor inocencia:

—¿Qué camión?

Así que recibí una regañina más bien floja, que no me reformó, pero que me hizo pensar acerca de la facilidad con que uno puede dejar de ver los camiones.

Por ejemplo…

Hace algún tiempo, un lector me envió un ejemplar del número de octubre de 1903 del
Munsey´s Magazine,
y lo miré con considerable interés. La enorme sección de anuncios parecía una ventana a otro mundo. Sin embargo, lo que había causado una particular fascinación al lector, y sobre lo que quería llamar mi atención, era un articulo titulado «¿Pueden los hombres visitar la Luna?», de Ernest Creen Dodge, licenciado en Letras.

Era la clase de articulo que yo mismo podía haber escrito ochenta años atrás.

En realidad, he tenido a menudo la ocasión de preguntarme si mis propios intentos por escribir acerca de la tecnología del futuro podrían parecer menos que inspirados a la luz brillante de la visión retrospectiva. Con frecuencia, he sentido, con bastante tristeza, que sería así, que resultaría que habría camiones que no había visto, o camiones que había visto y que realmente no estaban allí.

No puedo esperar vivir ochenta años más y comprobarlo yo mismo, pero ¿qué pasaría si mirase las observaciones que pudiera haber hecho ochenta años atrás, y comprobar qué tal sonarían a la luz de lo que ahora sabemos?

El artículo de Mr. Dodge es la forma perfecta de hacer esto, puesto que era un hombre claramente racional, con un buen conocimiento de la ciencia y con una fuerte pero disciplinada imaginación. En resumen, era como me gusta imaginar que soy yo.

En ciertos aspectos da exactamente en el blanco.

Referente a un viaje a la Luna, dice «… no es, como el movimiento perpetuo o la cuadratura del círculo, una imposibilidad lógica. Lo peor que puede decirse es que ahora nos parece tan difícil como debió de parecerle en otro tiempo el cruzar el gran Atlántico al desnudo salvaje de sus riberas, sin más navío que un tronco derribado, y sin más remos que sus simples manos. La imposibilidad del salvaje se convirtió en el triunfo de Colón, y el sueño imposible del siglo XIX puede convertirse en el logro incluso del siglo XX».

¡Exactamente! Los seres humanos pisaron la Luna sólo sesenta y seis años después de que apareciese el artículo de Dodge.

Dodge prosigue con la lista de dificultades del viaje espacial que, según señala, surgen de forma primaria del hecho de que «el espacio está en realidad vacío, en un sentido al que ningún vacío artificial se puede aproximar… una porción del espacio exterior del tamaño de la tierra no contiene absolutamente nada, por lo que sabemos, excepto unos cuantos granos flotantes de piedras meteóricas, con un peso tal vez de diez o quince libras en total».

Dodge es un hombre cuidadoso. Aunque la afirmación parecía irrefutable en 1903, inserta la cautelosa frase «por lo que sabemos» y estuvo muy acertado al hacerlo.

En 1903, las partículas subatómicas comenzaban sólo a conocerse. Los electrones y las radiaciones radiactivas se habían descubierto menos de una década antes. Sin embargo, se trataba sólo de fenómenos terrestres, y los rayos cósmicos no se descubrieron hasta 1911. Dodge por lo tanto, no podía saber que el espacio estaba lleno de partículas energéticas cargadas eléctricamente de una masa insignificante, pero de una importancia considerable.

Sobre la base de lo que conocía en 1903, Dodge da la lista de cuatro dificultades que podrían surgir al viajar desde la Tierra a la Luna a través del vacío del espacio exterior.

Naturalmente, la primera es que no existe nada para respirar. De una forma casi correcta, dejó esto de lado señalando que la nave espacial sería hermética y que transportaría su propia atmósfera interna, igual que llevaría provisiones de alimentos y bebidas. Por lo tanto, respirar no es un problema.

La segunda dificultad es la del «terrible frío» del espacio exterior. Esto Dodge se lo tomo mas en serio.

Sin embargo, es un problema que tiende a ser sobreestimado. Con seguridad, cualquier trozo de materia que se encuentre en el espacio profundo y lejos de cualquier fuente de radiación, alcanzaría una temperatura equilibrada de unos tres grados absolutos, de modo que ésta puede considerarse «la temperatura del espacio». Cualquier cosa que viaje desde la Tierra a la Luna, sin embargo, no se encuentra alejada de una fuente de radiación. Se halla cerca del Sol, como lo están la Tierra y la Luna, y bañada durante todo el trayecto por la radiación solar.

Y lo que es más, el vacío del espacio es un excelente aislante del calor. Esto era bien conocido en 1903, puesto que James Dewar había inventado el equivalente del termo once años antes de que se escribiese el artículo. Es seguro que existirá calor interior en la nave, aunque sólo sea por el calor corporal de los mismos astronautas, y se perdería con mucha lentitud por la radiación a través del vacío. (Es la única forma de perder calor en el espacio.)

Dodge cree que las naves tendrían que estar protegidas contra la pérdida de calor con «unas paredes… muy bien acolchadas». También sugiere el suministro de calor en forma de «grandes espejos parabólicos en el exterior [que] arrojarían rayos de la luz solar concentrados a través de la ventana».

Esto es una estimación excesiva, puesto que nada parecido es necesario. El aislamiento debe colocarse en el exterior de las naves, pero esto se hace con el propósito de evitar la
ganancia
de demasiado calor durante el paso por la atmósfera. La
pérdida
de calor no preocupa a nadie.

La tercera dificultad deriva del hecho de que la nave se hallaría en caída libre durante la mayor parte, o la totalidad del viaje de la Tierra a la Luna, por lo que los astronautas no experimentarán atracción gravitatoria. A esto Dodge le quita importancia. señalando que «los platos podrían sujetarse a la mesa. y las personas podrían saltar y flotar, aunque no pudieran andar».

No especula acerca de posibles cambios fisiológicos deletéreos, surgidos de la exposición a una gravedad cero, y esto podría considerarse falta de visión. Una vez más, este punto ha demostrado no ser un problema. En años recientes, ha habido personas que han permanecido en condiciones de gravedad cero sin cesar durante más de medio año y. aparentemente, no han mostrado efectos nocivos permanentes.

El cuarto y último peligro que Dodge considera es la posibilidad de colisiones meteóricas, pero (a pesar del hecho de que los escritores de ciencia-ficción siguieron viéndolo como el mayor peligro durante otro medio siglo) Dodge también rechazó esto, como estadísticamente insignificante. Y estuvo en lo correcto al hacerlo.

No menciona el quinto peligro, el de los rayos cósmicos y otras partículas cargadas eléctricamente, algo que, simplemente, no podía saber en 1903. Hubo algunos recelos en este aspecto después del descubrimiento de los cinturones de radiación en 1958, pero, como se demostró, no impidieron que la Humanidad llegase a la Luna.

Así pues, Dodge decidió que no existían peligros en el espacio que impidiesen a los seres humanos alcanzar la Luna, y estaba en lo cierto. En todo caso, sobreestimó el peligro del supuesto frío espacial.

La siguiente cuestión era cómo recorrer realmente la distancia entre la Tierra y la Luna. En este sentido, menciona cinco posibles «planes». (A uno le da la impresión, aunque en realidad Dodge no lo diga, que esos cinco planes son los únicos concebibles.)

El más simple es el «Plan de la Torre». Esto implicaría la construcción de un objeto lo suficientemente alto para alcanzar la Luna, algo parecido al plan de los constructores de la bíblica torre de Babel. Dodge menciona la torre Eiffel, que se había construido catorce años antes, y que con una altura de 300 metros era la estructura más elevada del mundo en la época en que se escribió el artículo (y siguió siéndolo durante veintisiete años más).

Dice: «juntando la riqueza de todas las naciones se podría construir un edificio de sólido acero de ocho o diez millas de altura, pero no mucho más, por la simple razón de que las partes inferiores no podrían ser lo suficientemente fuertes para soportar el peso que descansaría sobre ellas». Para llegar a la Luna, se necesitaría «un material de construcción unas quinientas veces más fuerte que el cemento armado, y eso tal vez no se descubrirá nunca». (Nótese por ese «tal vez» que Dodge es un hombre cauteloso.)

Existen en el plan otras muchas deficiencias que Dodge no menciona. La Luna, al tener una órbita elíptica en un ángulo respecto del plano ecuatorial de la Tierra se aproximaría a la cumbre de la torre sólo en una ocasión de vez en cuando, y cuando lo hiciera, la gravedad lunar produciría una gran tensión sobre ella. El aire permanecería sólo en la parte baja de la torre, gracias a la atracción de la gravedad terrestre, y existiría aún el problema de atravesar los más o menos 300.000 kilómetros de distancia del perigeo de la Luna, después de que se construyese la torre (dejando aparte el atravesarlo al construir la misma). Hay que tachar el «Plan de la Torre».

Dodge no menciona la posibilidad de un «rascacielos de gancho», una larga estructura vertical en una posición tal entre la Tierra y la Luna, que la atracción gravitatoria de ambas la mantuviese en su sitio, y que se podría utilizar para facilitar la travesía de la Tierra a la Luna. Personalmente, no creo que esto fuese tampoco en absoluto práctico.

El segundo plan de Dodge es el «Plan del Proyectil». Esto implica el disparar una nave con un cañón gigantesco y hacerlo salir con la velocidad suficiente para alcanzar la Luna (una vez correctamente apuntado). Es el método empleado por Julio Verne en su obra
De la Tierra a la Luna,
que se publicó treinta y ocho años antes, 1865
.

Dodge señala que, para llegar a la Luna, el proyectil debe salir por la boca del Cañón a la velocidad de 11,2 kilómetros por segundo (la velocidad de escape de la Tierra), más un poco más para compensar las pérdidas producidas por la resistencia del aire al pasar a través de la atmósfera. La nave espacial tendría que acelerar, pasando del estado de reposo a 11,2 kilómetros por segundo, en la longitud del ánima del cañón, y esto aplastaría por completo a los pasajeros que estuviesen a bordo, sin dejarles ni un solo hueso entero.

Cuanto más largo fuese el cañón, más baja sería la aceleración, pero, dice Dodge, «aunque el anima del cañón tuviese la imposible longitud de 60 kilómetros, los pobres pasajeros se verían sujetos durante once segundos a un presión equivalente a cien hombres tumbados encima».

Pero supongamos que pudiéramos superar esta dificultad, e imaginemos que la nave espacial sale por la boca del cañón con los pasajeros aún vivos. La nave sería un proyectil, moviéndose en respuesta a la fuerza de la gravedad y nada más. Sería incapaz de alterar su recorrido, como no puede hacerlo ninguna bala de cañón.

Si la nave estuviese apuntada a la Luna, y finalmente, aterrizase en ella, chocaría contra la misma a una velocidad de no menos de 2,37 kilómetros por segundo (la velocidad de escape de la Luna). Y esto, como es natural, significaría la muerte instantánea. O, como dice Dodge, «… a menos que nuestra nave-obús pudiese llevar en su morro una pila de cojines de 3 kilómetros de altura con los que protegerse, el aterrizaje aún sería peor que el despegue…».

Naturalmente, la nave no precisaría aterrizar en la Luna. Dodge no prosigue con este plan, pero el cañón podría apuntarse con sobrehumana precisión para esquivar la Luna, lo necesario y a la velocidad exacta para hacer que girase en torno de ella obedeciendo a la gravedad lunar, y volviese de nuevo a la Tierra.

Si entonces la nave chocase de frente con la Tierra, lo haría a una velocidad de no menos de 11,2 kilómetros por segundo, con lo que los pasajeros quedarían abrasados por completo al pasar a través de la atmósfera de la Tierra, antes de morir destrozados en la colisión con el sólido suelo o (muy poco mejor a semejante velocidad), el océano. Y si la nave espacial alcanzase una ciudad, mataría a muchos millares de inocentes también.

La puntería sobrehumana del principio podría traer la nave de regreso a la Tierra justo lo suficientemente descentrada para atraparla en la gravedad de la Tierra y ponerla en una trayectoria orbital dentro de las capas superiores de la atmósfera terrestre. La órbita decaería gradualmente. Además, podría disponerse algún paracaídas que se abriese y acelerase ese decaimiento e hiciese descender sana y salva la nave.

Pero esperar todo eso de la puntería es esperar demasiado, aunque la aceleración inicial no resultase mortífera. Hay que tachar el Plan del Proyectil.

El tercer plan es el «Plan del Retroceso».

Dodge señala que un cañón puede disparar en un vacío y, al hacerlo, experimentar un retroceso. Podemos imaginarnos una nave espacial que fuese una especie de poderoso cañón que lanzase un proyectil hacia abajo, de modo que el retroceso se produjese hacia arriba. Al retroceder, podría lanzar a otro proyectil hacia abajo y se daría así un nuevo impulso hacia arriba.

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