Authors: Jesús Sánchez Adalid
Arreó a la mula y comenzó a descender por el camino. Juan le siguió a distancia.
Asbag llegó a la ciudad en ruinas, convertida en un gran brasero que se extinguía bajo la lluvia, entre humos de maderas nobles quemadas que ascendían como incienso perfumado hacia la bóveda de nubes grises. Los guerreros estaban a cubierto en los prados, bajo los improvisados toldos, dormitando, como el mozárabe había supuesto; de manera que nadie le molestó.
Cuando llegó frente a la ruinas de la basílica, el sol apareció un momento, tímidamente, haciendo brillar los escombros mojados. Un rumor de aleteos de palomas llegó entonces con una bandada que venía desde la espesura a buscar los tejados desaparecidos. Las aves efectuaron un vuelo en círculo y, decepcionadas, regresaron al abrigo de los hayedos.
Apoyándose en su bastón, el mozárabe anduvo con pasos renqueantes, sorteando las piedras, las vigas calcinadas y los montones de carbón y cenizas. Finalmente, llegó ante la cripta. Sólo quedaba en pie un semicírculo de piedras ennegrecidas de lo que fue el ábside del templo. Sacó fuerza de donde pudo y apartó varios maderos humeantes de delante de la entrada. El sepulcro estaba intacto. Se arrodilló junto a él.
En torno al mediodía, oyó un rumor de voces y pasos que hacían crujir los escombros. Se volvió hacia la puerta. Apareció una silueta a contraluz. No sintió temor alguno al ver a un gran guerrero revestido de armadura y con la espada en la mano. Era Abuámir.
Asbag alzó la cabeza hacia él y se echó hacia atrás la capucha que le cubría.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó Abuámir.
—Estoy orando a Shant Yaqub —respondió el mozárabe.
—¿Qué le pides?
—Que ablande tu espíritu y respetes esta tumba santa.
Abuámir sonrió, de buen grado, como sorprendido por aquella respuesta ingenua. Dijo:
—Reza todo lo que quieras.
Dicho esto, salió de la cripta y dio órdenes a sus generales de que se respetara el sepulcro y se montara guardia ante él, sin que nadie molestara al anciano orante.
Asbag alzó los ojos al cielo y comenzó a musitar el himno del Apocalipsis:
Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.
Las naciones montaron en cólera,
mas llegó tu ira,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos,
los que hablaron de ti,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
pequeños, grandes, insignificantes o poderosos,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra…
Santiago de Compostela, año 997
Asbag permaneció junto al sepulcro de Santiago durante todo el día, bajo la lluvia persistente, envuelto en su capa y acurrucado entre las frías piedras del altar arruinado. Nadie le molestó, porque Almansur dio órdenes precisas de que se impidiese el paso a las proximidades de la tumba del santo, y apostó vigilantes en torno.
Juan vio desde lejos cómo las hordas guerreras arrasaban cuanto quedaba de la ciudad, murallas y edificios, y emprendían su marcha en dirección a Lamego. La gran columna se perdió entre los montes boscosos, llevándose consigo la fila de mujeres y niños llorosos, así como a los hombres cautivos que portaban las puertas de la ciudad y las campanas de la basílica como botín de excepción para ser exhibidas en Córdoba. A la caída de la tarde, cuando los últimos rezagados desaparecían en pos de la estela de barro dejada por tal cantidad de pisadas, una total desolación y un silencio de muerte cayeron sobre Compostela.
Juan descendió entonces del monte y recorrió las ruinas de la desdichada ciudad en dirección al lugar que ocupaba la basílica antes de ser destruida. Asbag seguía allí, junto al sepulcro. Juan reconoció enseguida la capa que cubría un inmóvil bulto. Se temió lo peor.
—¡Asbag! —gritó—. ¡Asbag! ¡Oh, Dios mío!
Pero las ropas rebulleron y salió una voz de entre ellas.
—Calla, no alborotes —dijo Asbag en tono sereno—. Recemos aquí un rato junto a los huesos del apóstol.
Juan vio cómo Asbag se enderezaba y se ponía de rodillas. El también se arrodilló y ambos estuvieron rezando hasta que las sombras lo envolvieron todo.
Más tarde buscaron refugio bajo un tejadillo que había quedado en pie en una de las casas. Empapados, tiritando y en medio de una obscuridad y un silencio tenebroso, intentaron conciliar el sueño. Al cabo de un rato, un ave nocturna empezó a lanzar una especie de quejido lastimero desde los bosques.
—Asbag, ¿duermes? —preguntó Juan con débil voz.
—No, no puedo —respondió Asbag—. Las imágenes del horror acuden a mi mente.
—Me preguntaba por qué habrá respetado Almansur el sepulcro —dijo Juan.
—Justamente, ahora meditaba yo sobre eso. No puedo dejar de pensar en ello.
—Y… ¿qué opinas? ¿Crees que ha sido la mano de Dios la que lo ha detenido?
—Hummm… —respondió Asbag removiéndose—. Siempre he creído que Dios respeta la libertad de los hombres. Incluso… incluso cuando éstos se obstinan en hacer el mal. Sinceramente, supuse que Almansur destruiría el sepulcro. Pero, ya ves, me equivoqué… Ahora no puedo dejar de pensar que Dios quiso que Almansur se detuviera en el último momento…
—¿Quieres decir que crees que Dios protegió el sepulcro?
—Eso mismo. Creo que la Divina Providencia obró para que sólo esos restos permanecieran frente a la destrucción.
—Pero… ¡eso no tiene sentido! —replicó Juan—. ¿Por qué iba Dios a encargarse de proteger unos simples huesos, aunque fueran los del apóstol, y un sepulcro de mármol, consintiendo a la vez tanto dolor en la gente? Tú has visto a esos miles de hombres muertos y a esos centenares de cautivos… ¿No podía haber velado por ellos? ¿No podía haber detenido a Almansur como dices que hizo con el sepulcro?
La voz de Juan había sonado con energía; cuando dejó de hablar el silencio pareció aún mayor que antes.
—Lo siento —prosiguió Juan—. No quiero rebelarme contra Él, pero esta obscuridad y este silencio… Siento un vacío infinito; no puedo remediarlo… Es como si… como si todo fuera a terminar.
—No, nada va a terminar —repuso Asbag con una voz serena—. Dios permite el mal y de él obtendrá admirablemente el bien en esta y en la otra vida. Los hombres se agitan, se rebelan, sienten a veces la loca ilusión de que son los árbitros del universo, pero en realidad cualquier pensamiento, cualquier acto de voluntad obedece misteriosamente a los planes divinos. Incluso el mal y el dolor, permitidos, aunque no queridos, por Dios, están subordinados a la Divina Providencia. Las fuentes del llanto y del dolor, los infortunios y las tragedias de la existencia humana aparecen como inexplicables enigmas y motivos de impío escepticismo; pero hasta eso tiene un sentido…
Juan empezó a sollozar. Lleno de rabia dijo:
—¡Odio a ese Abuámir! ¡Odio a esos malditos musulmanes del demonio!
—¡Oh, no! —replicó Asbag—. No debes odiarlos. Odia el mal, pero compadece a quien lo hace. El odio es el primer paso para que no acaben los problemas del hombre.
—Pero ¿por qué se han vuelto así? Antes eran tolerantes. Vivíamos en paz. ¡Por Dios! ¿Qué ha sucedido?
—Los hombres somos así —dijo Asbag, paternalmente, poniéndole una mano en el hombro—. Nuestra finitud e imperfección nos hacen caer en esos errores. Ellos creen que así cumplen la voluntad de Dios. También los cristianos hacen guerras y causan dolor a otros hombres creyendo que lo hacen en nombre de la fe.
—¡Quién podrá solucionar tanto error! —suspiró Juan—. ¡Cómo podrá ponerse en orden tanta calamidad!
—¡Bah! Todo retornará a su lugar. No te angusties. Te comprendo, porque yo he vivido otras veces esta obscuridad. Hay crisis en la vida en que bajan las tinieblas, el horizonte se obscurece, se angustia el alma, no se entiende el dolor. Es como si todo se cerrara en un nudo apretado, sellado. Pero basta saber, en fe y esperanza, que el sello se abrirá un día y el nudo se soltará y dejará de ser el enigma que es. Entonces vendrá la luz y veremos con claridad, y comprenderemos lo que ahora nos resulta confuso.
—¿Y mientras, qué hacer?
—Encontrar fuerzas para seguir y para hacer frente al dolor. El secreto es saber que ese sufrimiento que ahora nos aqueja, por duro e irracional que parezca, es en último término fuego que viene de arriba y que acrisola la vida. Ya sabes que en numerosas ocasiones me vi en circunstancias desgraciadas. Puedo asegurarte que todas cobraron finalmente sentido en el orden más amplio de lo que después ha sido mi vida. Un día emprendimos la peregrinación a este lugar; ahora sé que esa peregrinación ha concluido. Pero no por el hecho de haber llegado hasta aquí, eso es lo de menos, sino porque puedo ver mi vida terminada y mi testimonio completado dentro del plan que Dios tenía para mí.
—¿Aun en medio de toda esta desolación?
—Sí, sin duda. Cuanto nos rodea es pasajero, esta vida es sólo un camino por el que pasamos y que se va quedando atrás. Así es la vida del hombre, pero así es también la vida de toda la humanidad. No debe perderse de vista el orden universal, en el que el hombre está inscrito, y debe mirarse a otro lugar, delante, en la vida eterna, donde la presente tiene su llegada. La vida fácil no revela lo que hay en el hombre, y mediocridades sin cuento andan por los caminos del mundo. Hoy me alegro en el alma de haber tenido un camino difícil… Y, ahora, descansemos. ¿Piensas acaso que dentro de unas horas no aparecerá un sol radiante para disipar toda esta obscuridad?
Las nubes que habían cubierto el cielo durante el día se habían desvanecido, y en la negra bóveda celeste lucía la Vía Láctea, como un brillante camino salpicado de estrellas que recorría el firmamento de parte a parte.
—Entonces… —dijo Juan—. ¿Tú no crees que el mundo terminará en el año 1000? ¿No crees que la Bestia anda ya suelta causando males sin cuento? ¿No te parece que ese Almansur es la Bestia?
—No, Juan, no lo creo. Un mundo termina, eso sí, porque vienen los tiempos nuevos; pero no es el final.
—Mil años son muchos años —repuso Juan—. Todo se hace con un fin. A todo le llega su fin. Es lógico pensar que el tiempo también tiene su final e imaginar el cumplimiento y fin de este mundo.
—Sí. Pero ¿por qué ahora? Los calendarios son sistemas arbitrarios, convenciones humanas que nos permiten determinar en qué fecha nos encontramos. Pero el tiempo, considerado en sí mismo, ¿qué es? Mil años es sólo un tiempo que se halla entre el tiempo de los hombres y la eternidad.
El ave nocturna volvió a emitir su llamada, como un pausado quejido, y un rumor lejano de agua llegaba desde los montes.
En un pueblo del Algarve portugués, llamado Tavira, se conserva un epitafio fechado en el año 999 que hace referencia a la sepultura de un obispo mozárabe que posiblemente iba navegando, de regreso a Alándalus, en un barco procedente de la costa gallega, cuando le sobrevino la muerte. La estela dice que el tal obispo se llamaba Juliano.
A finales del 1002 se recibió en Roma una crónica de un clérigo hispano, a la que se ha llamado
Burguense,
que fue entregada al papa Silvestre II (Gerberto de Aurillac). En ella decía que «cerca de Medinaceli murió por fin Almansur, el azote de la cristiandad, y fue enterrado en el infierno…». Pero el cronista árabe al-Marrakusi destaca que se conservó una pequeña arca con el polvo que Almansur se sacudía de cada batalla, como ofrenda a la Dchihad de al-Mansur Billa (el victorioso por la gloria de Alá).
(1)
La gran señora del palacio. Esposa principal del califa.
Aid al-Saguir
. La fiesta del final del ayuno, se celebra el último día del mes de ramadán.
Al-Dohr
. El paso del mediodía, cuando el sol comienza su declive.
almud
. Medida antigua de áridos correspondiente a media fanega.
almuédano
. El que hace la llamada a la oración desde el alminar.
alquibla
. La orientación de la oración hacia La Meca.
cadí
. Noble árabe. Especie de juez o gobernador.
Da'wa.
Proclamación, llamada (del Islam), la llamada a la oración.
Dchamí
. Mezquita principal.
dimmi
. Mozárabe. Arabizado. Individuo perteneciente a una comunidad formada por las minorías hispánicas que, consentidas por el derecho islámico como tributarias, vivían en la España musulmana.
emir
. Caudillo de una tribu, vasallo prominente de un príncipe, equivalente a los conceptos europeos de conde o duque.
Exordio
. El comienzo de la recitación del Corán.
fondac (funduc)
. Fonda, casa de huéspedes.
futa
. Especie de bata o prenda cómoda para estar en casa, trabajar en el campo o caminar.
hamman
. Casa de baños.
Haqq
. Verdad, lo real, también significa «derecho».
hégira
. Vuelta del profeta Mahoma a La Meca. Marca el comienzo de la era musulmana, por ella se rigen los años en el mundo islámico.
iblis
. Demonios.
jaray
. Impuesto que los señores musulmanes imponían a los habitantes de sus dominios.
jarope
. Del árabe «sarap». Bebida a base de agua en la que se cuecen frutas con azúcar.
madjlis
. Salón representativo de la casa, en el que el dueño recibía a sus invitados. Ronda de conversaciones, tertulia que solía tener lugar en la casa de un hombre prominente. Reunión familiar y de amigos delante de la tienda.
madraza
. Escuela superior. Universidad.
Manxa
. La Mancha.
mawala
. Señor. Tratamiento árabe dado a una personalidad prominente. El esclavo también se dirigía así a su señor.
mimbar
. Pulpito.
muharram
. El primer mes del año. Fiesta conmemorativa.
mumpti
. Pontífice. Papa de Roma. Dignatario religioso.
munya
. Residencia campestre. Casa en las afueras con huertos y jardines.
oscuf
. Obispo.
qasr
. Fortaleza, castillo, alcázar.
quibla
. Orientación hacia La Meca.
rabal
. Barrio de las afueras.