El nazi perfecto (46 page)

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Authors: Martin Davidson

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BOOK: El nazi perfecto
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[26]
David Redles, Hitler’s Millenial Reich: Apocalyptic Belief and the Search for Salvation, Nueva York, 2005, p. 20.
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[27]
Véase Nigel Jones, The Birth of the Nazis: How the Freikorps Blazed a Trail for Hitler, Londres, 1987. Los Freikorps brindaron a la vanguardia del movimiento posterior nazi a hombres como Ernst Röhm, Ernst von Salomon, Hermann Göring y Reinhard Heydrich, la oportunidad perfecta de prolongar el servicio activo y desahogar sus rencores nacionalistas.
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En palabras de Von Salomon: «la guerra no les libraría de sus garras. La parte más activa del frente avanzaba simplemente porque le habían enseñado a avanzar. Atravesaba las ciudades envueltas en un manto de furia resentida —una nube de rabia inútil—, obcecados sólo por la idea de que tenían que luchar, luchar a toda costa». Citado en ibídem, p. 122.
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Muchos miembros del Freikorps no tenían empacho en reconocer que éste había sido el motivo de que se afiliaran. Ernst von Salomon lo expresa con un lírico abandono: «Estábamos separados del mundo de las normas burguesas. Los lazos estaban rotos y éramos libres. La sangre que circulaba por nuestras venas rebosaba de una feroz exigencia de venganza, acción y aventura […] éramos una banda de borrachos belicosos en la que ardían todas las pasiones del mundo; llenos de deseos, exultantes de ira. ¡No sabíamos lo que queríamos y no queríamos lo que sabíamos! Guerra y aventura, emociones y destrucción. Una indefinible oleada de fuerza brotaba en cada parte de nuestro ser y nos espoleaba hacia delante», ibídem, p. 126.
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«Nuestro patriotismo y voluntad de acción prevalecieron. Los separatistas fueron derrotados contundentemente y se dispersaron en todas direcciones. Los lazos de sangre y los vínculos con nuestro suelo natal eran más fuertes que las armas y las bayonetas extranjeras», se vanagloriaba un obrero ferroviario nacido en 1898. Merkl Political Violence, p. 195.
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[31]
Véase en particular, Paul Fussell, The Great War and Modern Memory, Oxford, 1975.
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El diario termina con el siguiente poema:

Los ángeles deploran

esta marcha que nadie

puede frenar o aplacar

por la ciudad y el campo,

por las calles y caminos

hasta que el último cráneo

repose en la tierra rojiza.

Y siguen caminando.
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Si para los británicos la imagen dominante de la Primera Guerra Mundial era la figura cabizbaja y melancólica, lastrada por el peso del uniforme y el equipo, pero sobre todo por el fardo de tantas pérdidas, para su homólogo alemán era totalmente distinta. Jünger creó el icono alemán que definía la guerra, el «hombre de acero»: «La cara impasible, la mitad de la cual circundada de acero, y la voz monótona acompañada del ruido del frente producían la impresión de una gravedad extraña. Se notaba que el hombre había sufrido todos los terrores hasta la desesperación y luego había aprendido a despreciar. Sólo subsistía una gran y viril indiferencia.» Sería esta imagen la que impregnaría la historia alemana durante los veinticinco años siguientes, personificando la fuerza de la voluntad que, en opinión de los fetichistas militares, sólo la guerra puede generar. Véase Thomas Nevin, Ernst Jünger and Germany: Into the Abyss 1914-1945, Londres, 1997, p. 51.
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A principios de los años veinte, el propio Jünger empezaba a asociar su visión de la guerra con el mundo más amplio de la política. El Fronterlebnis o experiencia de la trinchera era un elixir de germanidad: «[a pesar de pertenecer] a una generación predestinada a la muerte […] la idea de la patria ha sido destilada de todas estas aflicciones y ha producido una esencia más clara y brillante». Incluso llegó a revisar su novela Tempestades de acero y a reescribir las últimas líneas; ahora, en vez de concluir con un tono ambiguo o traumático, termina con una nota triunfalista: «Aunque la fuerza exterior y la barbarie interna se amalgamen en nubes sombrías, mientras el filo de una espada arranque chispas en la noche podrá decirse: ¡Alemania vive y nunca se someterá!» Véase Niklaus Wachsmann, «Marching Under the Swastika? Ernst Jünger and National Socialism, 1918-1933», Journal of Contemporary History, 33:4 (octubre de 1998), pp. 573-589.
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[35]
«El fascismo fue la principal innovación política del siglo XX, y la causa de muchos de sus sufrimientos. Las otras corrientes importantes de la moderna cultura política occidental —el conservadurismo, el liberalismo, el socialismo— llegaron a su madurez entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX. El fascismo, sin embargo, ni siquiera había sido concebido a fines del decenio de 1890», Robert Paxton, The Anatomy of Fascism, Londres, 2004, p. 3.
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[36]
Kessler, Diaries, p. 65.
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[37]
«La guerra de trincheras es la más sangrienta, salvaje y brutal de todas […] De todas las emociones bélicas no hay ninguna tan poderosa como el encuentro de dos dirigentes de tropas de asalto entre las estrechas paredes de una trinchera. Allí no hay clemencia ni retroceso, la sangre se expresa con un agudo grito de reconocimiento que se desgaja del pecho como una pesadilla», Tempestades de acero.
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[38]
Así lo expresaba Heinrich Class, presidente de la Liga Pangermánica: «Los jóvenes habíamos avanzado; éramos lisa y llanamente nacionalistas. Rechazábamos toda tolerancia que escudase a los enemigos del Volk y del Estado. Desdeñábamos la humanidad implícita en esa idea liberal», Jeremy Noakes y Geoffrey Pridham, Nazism: A Documentary Reader, vol. 1: The Rise to Power 1919-1945, Exeter, 1983, p. 4.
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[39]
Paradigma gráfico de este antisemitismo es otro de los articulistas de Abel, un oficial de infantería retirado, nacido en 1878: «Al volver a casa ya no encontramos un pueblo alemán honrado, sino una chusma alentada por los instintos más bajos. Las virtudes que en otro tiempo hallábamos en los alemanes parecían haberse hundido definitivamente en la avalancha de fango […] reinaban la promiscuidad, la desvergüenza y la corrupción. Las mujeres parecían haber olvidado su feminidad alemana. Los hombres parecían haber olvidado su sentido del honor y de la honradez. Los periódicos y los escritores judíos podían “ir a la ciudad” impunemente y arrastrarlo todo por el barro […] Mientras los criminales y los “operadores estrellas” se revolcaban en fiestas y los traidores flotaban en champán, los más pobres de los pobres pasaban hambre y sufrían las mayores penalidades», Merkl, Political Violence, p. 173.
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[40]
Citado en Saul Friedländer, The Years of Persecution: Nazi Germany and the Jews, 1933-1939, Londres, 1997, p. 74.
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[41]
No sólo los hombres, sino también las mujeres nazis se creían esto a pies juntillas. En palabras de una criada nacida en Silesia en 1897, le había costado mucho captar en la propaganda comunista al judío escondido dentro: «Si entrabas en aquel caos con los ojos bien abiertos, veías que había algo detrás que intentaba arrastrar a nuestra patria hacia el abismo […] Después fui a los mítines comunistas donde hablaban Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. De nuevo se rebeló mi fuero interno. Aquellos mítines sacaron la antisemita que llevo dentro», Merkl, Political Violence, p. 374.
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[42]
Abel, Why Hitler Came to Power, p. 163.
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[43]
Kessler, Diaries, p. 53.
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[44]
Merkl, Political Violence, p. 236.
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[45]
«Berlín era una ciudad de clase trabajadora. De su población total de unos cuatro millones de habitantes en 1922, unos 956.000 (el 24%) eran obreros. Había unas 25.000 empresas que empleaban a diez o más personas, y la capital alemana albergaba industrias metalúrgicas, químicas y textiles. Berlín era la cuarta ciudad industrializada del mundo (por detrás sólo de Londres, Nueva York y Chicago)», Russel Lemmons, Goebbels and Der Angriff, Lexington, Kentucky, 1994, p. 89.
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[46]
Peter Conrad, Modern Times, Modern Places: Life and Art in the Twentieth Century, Londres, 1998, p. 319.
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[47]
Como expresaba un empleado de banca especialmente desencantado: «Un gobierno sucedía a otro. ¡Reuniones marxistas multitudinarias! La ciudadanía estaba atomizada en partidos cada vez más pequeños. Programa tras programa volaban por los aires. Faltaba una dirección uniforme y clara. En aquel aquelarre parecía imposible distinguir un eslogan de otro. El Volk estaba dividido en intereses y opiniones, en clases y estamentos, a merced de las potencias y países enemigos», Redles, Hitler’s Millennial Reich, p. 20.
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[48]
Haffner, Defying Hitler, pp. 35-36.
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[49]
«En 1921 me afilié al […] movimiento juvenil […] dirigido por el poeta Wilhelm Kotzde. Sus preceptos básicos consistían en la defensa nacional, la raza y el nacionalismo, y rechazaban totalmente los venenos de la civilización y las características de una sociedad contaminada por el virus del pensamiento extranjero […] vagábamos por Alemania con el fervor de los jóvenes […] y conocimos a muchos hombres prominentes, así como a renombrados estudiosos del problema de la raza como Kreitschek y Günther, a historiadores como Hüsing, Schultz, Hahne, Halle y otros», Abel, Why Hitler Came to Power, p. 51.
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[50]
Escrito por el hijo del propietario de una fábrica de muebles nacido en 1905 y que se cita en ibídem, p. 133.
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[51]
Un empleado de suministros navales sentenció al típico estilo nazi: «Reinaban por doquier la corrupción y la especulación; los judíos y los especuladores se enriquecían y vivían en el confort y el lujo como si fuese la tierra prometida […] Alemania parecía condenada», ibídem, p. 123.
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[52]
En supuesta represalia por el lento pago de las indemnizaciones de Versalles, pero desencadenadas singularmente por el incumplimiento alemán de una promesa de devolver 140.000 postes telegráficos. Jones, The Birth of the Nazis, p. 246.
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[53]
«Poco después sobrevino una densa ocupación de la ciudad. Todas las viviendas privadas tenían que ofrecer alojamiento. Hospedaron a negros, marroquíes y árabes en escuelas y edificios públicos […] Nos divertíamos con los soldados de color. Eran tan estúpidos que les podías enseñar un periódico viejo en lugar de un pase válido en los puestos de control. Pero por la noche era peligroso para las mujeres y las chicas. La violación y el mestizaje eran por desgracia frecuentes», escribió un joven ingeniero de caminos nacido en 1906, citado en Merkl, The Making of a Stormtrooper, Princeton, 1980, p. 136. «Día tras día tenía que soportar la imagen de las tropas de negros franceses desfilando desde la antigua plaza fuerte de Diez hasta su campo de instrucción en Altendiez […] Agravaba nuestro sufrimiento el hecho de que en aquella hora aciaga había personas dispuestas a aprovecharse de su nacionalidad alemana para apuñalar a la patria por la espalda y potenciar el ansia de poder de los franceses», Abel, Why Hitler Came to Power, p. 48.
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[54]
Koppel Pinson, citado en Merkl, The Making of a Stormtrooper, p. 133.
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[55]
Haffner, Defying Hitler, p. 53.
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[56]
Redles, Hitler’s Millennial Reich, p. 24.
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[57]
Conrad, Modern Times, p. 321.
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[58]
Como describe uno de los encuestados por Abel: Abel, Why Hitler Came to Power, p. 69.
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[59]
El atentado culminó en una marcha por el centro de Múnich, encabezada por Hitler, Ludendorff y Göring, hasta que les cerró el paso un batallón de cien soldados. Hubo un enfrentamiento a tiros en el que murieron dieciséis nazis (Göring fue herido en el muslo) y detuvieron a los cabecillas. No fue el primer putsch de derechas, pero sí el más serio, aunque en apariencia terminase de forma caótica. Cobraría un significado casi sacramental en la ulterior mitología nazi.
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[60]
Abel, Why Hitler Came to Power, p. 69.
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[61]
Como escribió uno de los encuestados por Abel, en un lenguaje que ya para entonces se había vuelto demasiado familiar: «Luego una luz iluminó la oscuridad. En Múnich habían fundado un movimiento en defensa de la libertad. En 1923 oímos por primera vez el nombre de Adolf Hitler. ¿Quién era aquel hombre? Era un simple soldado, un austriaco que había combatido y había sido herido bajo la bandera alemana. ¿Qué quería? Las ideas pasaban velozmente por mi cabeza. ¡Verdad, honor, fe, disciplina! ¡Qué maravillosas palabras! ¡Unidad de todos los pueblos de sangre alemana! ¿Cómo iba a conseguirla? Después se produjo el golpe de 1923 [el putsch de la cervecería]. ¡Se anunció un nuevo gobierno! ¡Destituyeron a los jerarcas de Berlín! ¡Hitler era un hombre de acción! Después intervino la traición y la empresa se derrumbó. A continuación vinieron los juicios […] A partir de entonces yo sólo pensaba en Hitler», ibídem
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[62]
Hasta el fiscal se sintió fascinado y calificó de «noble» la motivación de Hitler en su recapitulación de los hechos, y más tarde añadió que los «honorables esfuerzos de Hitler por reanimar la fe en la causa alemana, en un pueblo desarmado y oprimido, siguen siendo meritorios…».
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[63]
Abreviatura del aterrador Partido Alemán Popular de la Libertad (Deutschvölkische Freiheitspartei o DVFP).
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[64]
A muchos les atrajo por esta misma razón: «En mi juventud no me interesaba mucho la política; mis padres nacionalistas me dieron una educación estrictamente patriótica y yo rechazaba tajantemente el marxismo […] Me interesaba muchísimo la cuestión judía, pero al principio desconfiaba del antisemitismo porque no era consciente del papel que desempeñaban los judíos en los ámbitos políticos y económicos. Sólo después de varias conferencias impartidas por el DVFP comprendí el efecto pernicioso que causaban en ambas esferas. Me afilié al DVFP en 1922 […] Se me había despertado la pasión política», Merkl, Political Violence, p. 353.
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