El nazi perfecto (49 page)

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Authors: Martin Davidson

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BOOK: El nazi perfecto
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[157]
Todo esto consta en una larga declaración jurada, adjunta al expediente de Bruno, y lo confirman otros documentos del BDC que encontramos.
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[158]
KdF, Fuerza a través de la alegría; BDM, sindicato de mujeres alemanas; DAF, Frente Obrero Alemán: la lista es interminable.
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«Sentimos que surge a nuestro alrededor la época de una nueva “Alemania parda”: palabras como Einsatz (fuerza ofensiva), Garant (promesa), fanatisch (fanático), Volkgenosse (camarada de raza), Scholle (suelo), Artfremd (de raza extranjera), Untermensch (infrahumano), una jerga repugnante, cada vocablo de la cual entrañaba un universo de estupidez violenta», Haffner, Defying Hitler, p. 66.
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[160]
Las SA y las SS tenían una nomenclatura propia; la oficialidad se designaba mediante el título de Führer o jefe y no, como en el ejército, Offizier u oficial.
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[161]
Citado por Overy, The Dictators, p. 240.
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[162]
Michael Burleigh, The Third Reich: A New History, Londres, 2000, p. 285.
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[163]
Victor Klemperer, I Shall Bear Witness: The Diaries of Victor Klemperer 1933-1941, Londres, 1998, p. 304.
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[164]
Véase Campbell, «The SA after the Röhm Purge».
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[165]
«El centro sólo controlaba las directrices, no la administración […] La estructura administrativa y política alemanas, en vez de ser, como afirmaban los nazis, “piramidal” y “monolítica”, era de hecho un embrollo de imperios, ejércitos y servicios de inteligencia privados […] Todo el que ostenta una posición que le hace fuerte o vulnerable debe protegerse contra los imprevistos conservando del fondo común el poder que haya conseguido adquirir […] La política se convierte en una gestión de anarquía feudal, que el poder personal de un déspota indiscutible puede ocultar, pero no alterar», Trevor-Roper, The Last Days of Hitler, p. 2.
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[166]
Michael Geyer, «The Nazi State Reconsidered», en Richard Bessel (ed.), Life in the Third Reich, Oxford, 1987, p. 61.
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[167]
«Por repulsivo que fuera su fundamento irracional, cualquiera que fuese, constituía un argumento circular que se refuerza a sí mismo y es impermeable a la crítica, algo que podemos denominar legítimamente una
Weltanschauung
o ideología. Esta ideología se formó hasta 1925. En realidad sólo se componía de tres elementos básicos, y cada uno de los cuales era más bien un objetivo a largo plazo que una aspiración política pragmática de medio alcance, y se apoyaba en una premisa subyacente de la existencia humana vista como una lucha racial: 1) asegurar la hegemonía de Alemania en Europa; 2) la conquista de un “espacio vital” (Lebensraum) que garantizase la base material de un futuro alemán a largo plazo; y 3) la eliminación de los judíos. Equivalía a una visión de la salvación de Alemania […] el glorioso porvenir que le aguardaba […] Desde el principio de su “carrera”, en 1919, Hitler persiguió fanáticamente dos metas entrelazadas: restaurar la grandeza de Alemania, y vengar y rehabilitar de este modo la deshonra de la capitulación de 1918, castigando a los responsables de la revolución que siguió y de la humillación nacional plenamente evidenciada en el Tratado de Versalles de 1919», Ian Kershaw, Hitler: The Germans and the Final Solution, New Haven y Londres, 2008, p. 90.
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[168]
Klemperer, I Shall Bear Witness, p. 163.
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[169]
12 de julio de 1938: «El antisemitismo tuvo de nuevo un gran auge. Escribí a los Blumenfeld acerca de la declaración de los bienes judíos. Además de la prohibición de ejercer determinados oficios, tarjetas amarillas de visitante para los baños. La ideología también se inflama por medio de un sesgo más científico. La académica Sociedad de Investigación del Judaísmo se reúne en Múnich; un catedrático universitario alemán identifica los rasgos eternos de los judíos: crueldad, odio, emociones violentas, adaptabilidad […] La Asociación Psicológica se reúne en otro sitio y Jaensch condena la psicología materialista de los judíos, en especial la de Freud, y la contrasta con la espiritualidad de la nueva teoría. Y huelga decir que Hitler, en la inauguración de las exposiciones de arte alemán en Múnich, recita sus lemas conocidos», ibídem, p. 319.
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El más famoso es su homónimo, el crítico cultural finisecular Julius Langbehn, cuya influyente obra Rembrandt als Erzieher (Rembrandt como educador) fue un enorme éxito de ventas, una elegíaca descripción de la atrofia de la cultura alemana. De niña, mi madre estaba harta de que la acribillaran a preguntas formuladas con los ojos como platos: ¿estaba la familia emparentada con el gran hombre? De hecho no lo estaba, pero a Bruno siempre le encantó la coincidencia, realzada por la relativa rareza del apellido Langbehn. El libro contiene una mezcla cada vez más conocida de una parte de idealismo y dos partes de odio, y mezcla la desesperación cultural con la esperanza nacionalista en un potente cóctel popular. Estaban atacando al genio alemán, lo estaba vaciando de su Geist una cultura ajena, identificada como la judía, que Langbehn caracterizaba como todo lo que no pertenecía a la cultura alemana: era desarraigada, excesivamente intelectual, divisoria, pornográfica, internacionalista. Este modo de pensar fue pronto un tópico prestigioso. Véase Fritz Stern, The Politics of Cultural Despair: A Study in the Rise of the Germanic Ideology, Berkeley, 1974, capítulo 2.
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[171]
«Sin duda a los judíos, alemanes o no, les atraían sobremanera las ciudades más grandes, donde emprendían actividades tradicionalmente denigradas como el periodismo, las finanzas y el comercio, en las que destacaban. De ahí que se volviera habitual asociar a los judíos con todas las innovaciones odiosas de la nueva era. Paradójicamente, este elemento antimoderno del antisemitismo modernizó el antiguo prejuicio y le imprimió un renovado ímpetu en la Alemania industrial», ibídem, p. 63.
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Como observó Victor Klemperer ya en 1935: «El acoso a los judíos y la atmósfera de pogromo crecían día a día. Der Stürmer, los discursos de Goebbels (“¡Exterminadlos como a pulgas y chinches!”), actos de violencia en Berlín, en Breslau, ayer también aquí, en Dresde […] Letreros en la parada del tranvía […] “El que compra a los judíos es un traidor al país”, en los escaparates de pequeñas tiendas […] proverbios y versos […] llenos de insultos […] el Stürmer por todas partes, con las más viles y espantosas historias raciales, los discursos feroces de Goebbels […] actos violentos en muchos lugares distintos…», Victor Klemperer, I Shall Bear Witness, p. 340.
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[173]
Wibke Bruhns, My Father’s Country, Londres, 2008, p. 210.
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[174]
Haffner, Defying Hitler, p. 117.
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[175]
Friedrich Reck-Malleczewen, Diary of a Man in Despair (Diario de un desesperado), Londres, 2000, p. 42. Lo que más incitaba al nazismo a la unidad era su negativa categórica a que le afectase la amenaza judía. Dijo infaustamente a la revista Stürmer: «Los ingleses no tienen idea del peligro judío. A los judíos ingleses se les califica siempre de “decentes”. Tal vez los judíos de Inglaterra hacen una propaganda más inteligente que en otros países […] Nuestros peores judíos actúan siempre entre bastidores […] Nunca aparecen en el proscenio, y por eso no podemos mostrar su verdadera catadura al público británico. Confiamos, sin embargo, en vencer pronto al enemigo mundial, a pesar de su astucia […] ¡Inglaterra para los ingleses! ¡Fuera los judíos! Con el saludo alemán, ¡Heil, Hitler!»
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[176]
El 17 de junio de 1936, Hitler nombró a Himmler jefe de la policía alemana en el Ministerio del Interior; su dominio sobre todo el sistema penal era absoluto.
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Controlar los «sanos instintos de la gente» era un asunto brutal y directo, desdeñosamente hostil a la pedantería liberal de la «mera» ley. En el vértice de la nueva maquinaria judicial de las SS, con sus detectives de la Kripo, sus agentes de la Gestapo, sus jueces draconianos (o simplemente acobardados), sus abogados maleables, sus tribunales, cárceles y campos, estaba la más cínica invención jurídica de Himmler, la «custodia protectora». La sospecha era ahora lo único que hacía falta para ordenar una detención o decretar el internamiento, y miles de personas se vieron seleccionadas y encarceladas sin ni siquiera el menor atisbo de ser juzgadas debidamente. A los presos cuya sentencia las SS consideraban demasiado leve se les detenía de nuevo al ser liberados y se les enviaba a un campo. Las nuevas sentencias se dejaban intencional y desmoralizadoramente abiertas. Véase Burleigh, The Third Reich, capítulo 2.
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Lebensunwertes Leben
: una vida que no vale la pena vivir.
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Se llevó a cabo esto determinando que el grupo afectado sufría una enfermedad contra la cual se requería una legislación nueva y vigorosa, como la ley de Himmler para la «prevención de la plaga gitana».
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[180]
Mario Dederichs, Heydrich: The Face of Evil, Londres, 2006, p. 80.
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[181]
Aunque parece ser que Adolf Eichmann también ignoraba esto y creía que el SD era el guardaespaldas personal de Himmler. David Cesarani, Eichmann: His Life and Crimes, Londres, 2004, p. 39. Un pariente mío, mayor que yo, cometió el mismo error con respecto a Bruno y aseguró que éste había pasado parte de su tiempo en las SS como guardia de honor personal de Hitler.
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[182]
Yaacov Locowicz, Hitler’s Bureaucrats, Londres, 2002, p. 20.
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[183]
Burleigh, The Third Reich, p. 185.
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[184]
Heydrich definió así el cometido del SD: «La misión específica de la policía de seguridad es proteger al pueblo alemán en su conjunto, su vitalidad y sus instituciones, contra todo tipo de destrucción y deterioro. Es una tarea de naturaleza tanto defensiva como ofensiva. Defensiva porque repele todos los ataques de las demás potencias que, en la forma que sea, pudieran debilitar o subvertir la salud, el vigor y la capacidad de actuar del pueblo o del Estado. Ofensiva porque investiga y combate de antemano todo lo que se le opone antes de que tenga ocasión de socavar y subvertir. ¿Qué enemigos, entonces, son los que ponen en peligro la estirpe del Volksgemeinschaft o la vitalidad de los alemanes? […] En primer lugar, los individuos que por su degeneración física y espiritual han roto sus lazos naturales con lo völkisch y en su calidad de Untermensch hundidos sirven a sus impulsos desenfrenados y sus intereses personales. En segundo lugar, la visión del mundo internacional y sus poderes espirituales, cuyo camino y objetivos nuestro pueblo entorpece con su fundamento racial y su posición espiritual, sagrada y política, y por ello lo combaten», citado por Ulrich Herbert, en Hans Mommsen (ed.), The Third Reich: Between Vision and Reality, Oxford, 2001 p. 103.
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[185]
En 1937 le nombraron jefe de la sección interior del SD y desde este cargo propugnó la idea de la Weltanschauungskrieg o guerra ideológica total.
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[186]
Era la voz del SD en su argumentación más interesada: «Nos limitamos a reconocer que determinadas personas y características dañan a nuestro país y amenazan su existencia, a lo cual nos opondremos. De un modo parecido, el objetivo de la lucha contra los judíos es liberarnos de la dominación, una separación clara y derechos específicos para los extranjeros […] Para nosotros es irrelevante que un juez celestial considere a los judíos valiosos o sin valor; el antisemitismo no es una visión del mundo, sino una defensa política, económica y cultural. El principio völkisch de reconocimiento de cada pueblo y su derecho a la existencia se aplica asimismo a las relaciones con todos los demás países. En épocas de conflicto, por supuesto, defenderemos los intereses vitales de nuestro pueblo incluso hasta el extremo de aniquilar al adversario, pero sin el odio y el desprecio de un juicio de valor», citado por Ulrich Herbert, en ibídem, p. 105.
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[187]
Como dice un intelectual del SD en el roman à clef de Jonathan Littell Las benévolas: «La moralidad más elevada consiste en superar las inhibiciones tradicionales en la búsqueda del bien del pueblo. En esto, la Kriegsjugendgeneration, la “joven generación de la guerra”, a la que pertenecía junto con Ohlendorf, Six […] y también Heydrich, era claramente distinta de la anterior, la junge Frontgeneration, la “juventud del frente”, que había estado en la guerra», Jonathan Littell, The Kindly Ones, Londres, 2009, p. 471.
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[188]
«[El personal del SD] combinaba una diligencia mecánica de un tipo familiar con lo que cabe describir mejor como fertilidad en vez de creatividad. Por mucho amor que tuviesen al ajedrez o muchas pretensiones de objetividad científica, a aquellos hombres les impulsaban el nihilismo, la paranoia y el rencor […] Estaban marcados colectivamente por las experiencias de su generación, por una guerra perdida, una revolución, una ocupación extranjera y turbulencias económicas que les indujeron a adoptar formas elitistas de una política de extrema derecha», Burleigh, The Third Reich, p. 185.
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«Heydrich encendió una luz violeta y poco a poco apareció en las sombras todo género de objetos de culto masónico. Pálido como un espectro en la penumbra, deambuló por la habitación explicando con gran lujo de detalles la conspiración mundial, los grados de iniciación y, ocultos, naturalmente, en la cúspide de la jerarquía, los judíos, que conducían a toda la humanidad hacia la destrucción. Había más habitaciones de techo bajo y angostas, asimismo oscuras, en las que sólo se podía entrar agachado y en donde te agarraban por el hombro las manos huesudas de esqueletos accionados automáticamente», conde Bernadotte, citado por Dederichs, Heydrich: The Face of Evil, p. 76.
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