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Authors: Diane Wei Liang

Tags: #Policíaco, #Intriga

El ojo de jade (4 page)

BOOK: El ojo de jade
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Así que fue un alivio para todos que Mei se fuera al internado, aunque incluso allí destacó como inadaptada. Eso le quedó claro a Mei cuando llamaron a Ling Bai para hablar con su tutora. Mei se sentó fuera del despacho de la señora Tang, aburrida porque Mamá llevaba mucho tiempo dentro. ¿De qué podrían estar hablando?

Se acercó de puntillas a la puerta y puso la oreja en el ojo de la cerradura. Oyó la voz de la señora Tang:

—Mei es buena estudiante. Pero no es sano para una niña de su edad estar todo el tiempo sola.

—Me temo que tiene el carácter de su padre —dijo Mamá—. Él era una persona solitaria, de las que viven la vida a través de la literatura, los ideales y los principios morales. Era un magnífico escritor, pero no entendía cómo funcionaba el mundo. Al final, su personalidad acabó con él. Cada vez que veo a Mei, estoy viendo a su padre. Tienen los mismos ojos. Incluso hace sus mismos gestos. Me asusta. Intento ayudarla, pero ella no quiere cambiar. Mi otra hija, Lu, no es así. Se lleva bien con la gente y lo entiende todo a la primera. No sé por qué Mei es tan diferente. No será por nada que yo haya hecho, espero. Yo las quiero a las dos y las trato igual. Aun así, Mei ha salido a su padre: siempre menospreciando a los demás, siempre juzgando. Es como si nadie fuera lo bastante bueno. Nadie está a su altura.

—Quizá podría llevarla a un experto en hierbas —sugirió la señora Tang—. Ellos saben cómo suavizar el carácter.

—Ojalá sea así —dijo Mamá.

Cuando Mei oyó que su madre se acercaba a la puerta, corrió otra vez a su asiento.

Las hierbas y la lectura de
qi
no la hicieron mejorar. Mei seguía viviendo en un mundo propio, rodeada de sus libros y sus pensamientos. Leía todo lo que caía en sus manos. Quería dedicarse a escribir como su padre.

—De ninguna manera —su madre fue tajante—. ¿Cómo puedes pensar siquiera en ser escritora? Escribir es la profesión más peligrosa en China. Cada vez que hay un movimiento político, los escritores son los primeros que van a la cárcel.

Pero Mamá no podía detener a Mei; tampoco podía convencerla de que el pragmatismo era mejor que los principios morales.

Estaban en el salón de su madre cuando Mei le dijo a Ling Bai que había pedido la baja en el Ministerio de Seguridad Pública.

Mei se encogió de hombros, tratando de aparentar despreocupación.

—Me irá bien. Hay un montón de empresas privadas por ahí. No será difícil encontrar trabajo. Puedo ganar más dinero.

—Pero no tendrás el mismo futuro. ¿No sabes que el poder es lo único que importa? Cuando te dieron ese trabajo en el ministerio, yo estaba muy contenta y, a decir verdad, muy aliviada. Tú sabes lo que me parecía tu determinación de ser escritora o periodista; me alegré de que no tuvieras que ser ninguna de las dos cosas. Creí que por fin estabas a salvo y que podía dejar de preocuparme por ti. Pero una vez más me has demostrado que me equivocaba.

Mamá paseaba de un lado a otro delante de Mei.

—Debe de haber en ti algo autodestructivo. Todos aquellos jóvenes perfectamente agradables que te presentaron, y no hubo uno solo que resultara. ¿Por qué? —dejó de moverse y miró a su hija—. ¿Qué pasó con todas las cosas que te dije? Los entramados de
guanxi
, el compromiso... ¿Es que te entró todo por un oído y te salió por el otro?

Mei se mordió los labios hasta que le dolieron.

—Realmente podrías aprender de Lu —dijo Mamá.

Mei no pudo seguir callada.

—Yo no soy como Lu. Ya deberías saberlo a estas alturas. Francamente, no quiero ser como ella. No quiero ser la bonita almohada de nadie.

—Eso es algo horrible para decirlo de una hermana.

—¿Cuánto crees que quería a esos novios suyos? ¿Cuánto crees que quiere a Lining? Ella quiere a su dinero.

—Estás celosa porque ella es feliz.

—Es feliz porque vive en el momento y se ama sólo a sí misma.

—Eso no es justo. Nadie te ha pedido que lleves ninguna carga. Yo he sacrificado mi vida para que lo pudierais tener fácil: un buen colegio, nada de que preocuparse... Pero tú eliges ponerte la vida difícil. Todos tus principios y tu moral ¿para qué te sirven si no te pueden hacer feliz?

Mei trató de hallar una réplica, pero las palabras se le pegaron en la garganta como espinas de pescado. Se levantó del sofá y se acercó a la ventana. Abajo, alguien salía del cobertizo donde se guardaban las bicicletas. Mei contempló cómo montaba en su bici y se alejaba. Contempló la tarde vacía. Vio la misma historia repitiéndose a sí misma: la niña rara, la hija desobediente, el fracaso.

—Eres igual que tu padre: tú tienes que hacerte la importante. Te pones a ti misma en un pedestal. No te preocupa a quién estás hiriendo.

—Como mucho, me estaré hiriendo a mí misma.

—Me hieres a mí, que soy tu madre. Estoy preocupada por ti.

Un violento impulso se encendió dentro de Mei como nunca antes. Se dio la vuelta. Toda la ira y la traición que había sentido explotaron:

—Entonces te pido que dejes de preocuparte por mí. Puedo cuidar de mí misma. Aprendí a hacerlo a los cinco años, gracias a ti. ¿Tienes idea de lo que fue para mí ver cómo pegaban y humillaban a mi padre todos los días? Si de verdad te preocuparas por mí no me habrías dejado en el campo de trabajo. No habrías dejado a Papá morirse allí.

—¿Cómo te atreves? ¡Eres... eres un bicho ingrato! No tienes derecho a juzgarme —Mamá empezó a temblar, la voz se le quebraba de contener las lágrimas—. ¿Qué sabes tú del amor? Lo único que haces es leer libros. Te crees que la vida es como una novela. Pues no, la realidad es mucho más oscura que eso. Yo no os abandoné ni a Papá ni a ti. Si hubiera podido sacarte, lo habría hecho. Pero sólo podía llevarme conmigo a una niña, y tu hermana no tenía más que dos años y estaba muy enferma...

Las lágrimas le rodaron por las mejillas.

—Al final te saqué de allí, ¿no? No sabes lo difícil que fue. Pero nunca lo has valorado. Renuncié a mucho por ti y por Lu. Lo único que quiero para ti es que seas feliz. Pero mira lo que has hecho.

¿Qué, por cierto?, se preguntaba a sí misma Mei, dejando atrás la calle de los Centros Universitarios. ¿Tenía razón su madre? ¿Era ella realmente la asesina de su propia felicidad? Pero no; con todo lo difícil que había sido dejar el ministerio, no habría podido continuar allí. No puede haber lugar para mentiras en la felicidad verdadera, se reafirmó. Mientras giraba hacia la carretera de circunvalación y veía, a lo lejos, la Puerta de la Victoria Moral, decidió que ella no había hecho nada malo y que no iba a perder más tiempo del fin de semana en rumiar el pasado.

Capítulo 5

Al cabo de dos semanas, la ola de calor se había disipado. El viento frío volvió a soplar desde el norte. Los ciudadanos recibieron aviso de otra tormenta de arena amarilla.

Mei estaba en su despacho terminando de escribir las notas del caso del señor Shao. Estaba contenta. Mientras escribía la última palabra, reflexionó cálidamente sobre el interés y la variedad que le aportaba su trabajo.

Sonó el teléfono en el vestíbulo. Pocos minutos después, Gupin asomó la cabeza por un resquicio de la puerta.

—Ha llamado un tal señor Chen Jitian. Le gustaría venir a verte mañana. Dice que es amigo de tu familia.

—Sí, lo es —los ojos de Mei se animaron.

—Le he dado cita. Vendrá por la mañana.

—Muy bien.

Se recostó en su silla y meditó un momento. Sonrió. Estaba encantada de saber del tío Chen, aunque al mismo tiempo se preguntaba por qué querría verla. Miró por la ventana. El cielo estaba oscuro. El viento azotaba las ramas desnudas de los árboles. Pensó en la última vez que había visto al tío Chen, hacía un año y medio, en un bonito día de otoño.

Se dice que las hijas al crecer cambian dieciocho veces, y cuanto más cambian más guapas se ponen. Eso era sin duda cierto en el caso de Lu. Por la época en que conoció a Lining, cuando tenía veinticinco años, se había convertido, según palabras de su futuro marido, posiblemente en la mujer más bella de Pekín. Y su belleza era sólo la mitad del cuento: además, era inteligente. Había estudiado psicología en la universidad y se la consideraba una de las mejores alumnas de su clase.

Tras licenciarse, le asignaron un empleo en el Hospital Psiquiátrico de Pekín. Ella odiaba ese trabajo. Después de un año dejó el hospital, primero para dar clases en la facultad donde acababa de licenciarse y luego para entrar en el Ministerio de Propaganda.

Sus rápidos saltos de un trabajo a otro eran poco menos que un milagro, dado que ese tipo de cambios tenían que ser aprobados por el gobierno central como casos especiales. Pero Lu era la clase de persona especial a quien parecía que la buena suerte siempre tenía que serle otorgada.

Su trabajo en el Ministerio de Propaganda la hizo aterrizar en los medios de comunicación. Pronto se convirtió en psicóloga invitada de Telepekín. Fue en uno de los estudios de Telepekín donde Lu conoció a Lining, un industrial que salía en el mismo programa que ella.

Tres semanas antes de su boda, Lu llevó a Mei y a su madre a comer tapas cantonesas al famoso Gran Restaurante de los Tres Principios.

Era un martes por la mañana. El restaurante estaba casi vacío. Aparte de la familia Wang, sólo había otros dos clientes: una pareja que hablaba en cantones y probablemente se alojaba en el cercano Hotel Shangri——La. Riadas de camareras (vestidas con los tradicionales y ceñidos vestidos bordados
qipao
, de altos cuellos mandarines y aberturas laterales en la falda) hacían la ronda con carritos de comida.

Ante unos cestillos en los que se habían cocido al vapor caracoles al curri, callos en salsa picante y empanadillas de gambas, las mujeres Wang discutieron cómo debían disponer los asientos de los invitados de honor de la boda de Lu.

—Quiero que la gente recuerde mi boda por muchos años—manifestó Lu—. Quiero que se hable de ella como de uno de los acontecimientos más distinguidos. No voy a copiar a la hija del teniente de alcalde. ¿Sabéis que su padre cortó el tráfico en todo el recorrido hasta su boda para que ella pudiera tener un cortejo de cien coches? Y además invitó a cinco mil personas al banquete.

»Mi boda será diferente. He restringido la lista a cuatrocientos invitados, así que va a ser la boda más exclusiva del año. Sólo los poderosos, los famosos y los ricos están invitados.

—Como debe ser —asintió Mamá.

Llegó otro carrito. Mamá cogió su pescado en salmuera preferido y sopa de arroz con cacahuetes. Mei eligió un cestillo de «bollitos Dragón».

—¿Cómo va tu nuevo apartamento? —preguntó a su hermana.

Lining había comprado un ático cerca del barrio de las embajadas. Lo estaba reformando la mejor empresa de construcción de Pekín, según Lu.

—Estará listo para cuando volvamos de nuestro viaje de novios. ¿Te he dicho que nos lo están haciendo gratis?

«Me lo has dicho», pensó Mei.

—El presidente dijo que va a ser nuestro regalo de boda; qué encanto, ¿verdad? —Lu sonrió—. Lining tiene muchísimos amigos, y todos le adoran y quieren serle útiles.

»Cuando vayamos a Europa, me ha dicho Lining que tengo que ir a todas las tiendas. Sabe que me encantan las cosas bonitas. Pero pasarse la luna de miel de compras, qué horror. «No», le dije, «yo quiero hacer turismo e ir a los museos». Estoy impaciente por ver la torre Eiffel, el Big Ben y el Coliseo.

»Además, le he dicho a Lining que no puedo comprar nada ni aunque quisiera. Ya nos estamos quedando sin sitio al paso que vamos; tantos regalos de boda: antigüedades chinas, muebles modernos italianos, aparatos alemanes... ¿Dónde voy a poner las cosas nuevas? La triste realidad es que algunas de las cosas que nos han regalado no son de mi gusto. No me entendáis mal, son todas perfectamente divinas, absolutamente de primera. Pero en muchos casos yo habría preferido otro color u otro estilo.

Lu habló de su nueva vida, moviendo las manos con delicada agitación. Sus dedos (delgados, de perfecta manicura) parecían expresar su sensualidad y también algún recuerdo, como la sensación de un primer beso, o el aura de una niña al hacerse mujer.

Llevaba un largo vestido blanco. Justo debajo de la línea del pecho se juntaban tiras de gasa atadas con lazos de terciopelo. Cuando se movía, alguno de esos pliegues secretos se abría para revelar vagos contornos, una velada levedad que antes había estado escondida.

Una vez más, un carrito de comida se enfiló con su mesa. Lu, blancos los dientes y la complexión radiante, se inclinó sobre él para revisar el surtido.

—Patas de pollo —pidió.

La camarera quitó la tapa y colocó el cestillo en su mesa. Pintó un guión en la hoja de pedidos y se fue.

—Ay, Mamá, casi me olvido. Ayer, Lining me hizo otro regalo.

—¿Qué era? —Mei vio cómo la cara de Mamá se encendía.

Lu inclinó la cabeza hacia un lado, mordiéndose los labios. Luego volvió a levantarla, los ojos brillándole como estrellas, y dijo:

—Un Mercedes Benz de importación.

—¡Bravo! —Ling Bai palmeó al juntar las manos en gesto de oración. Su sonrisa era tan amplia como la de su hija preferida.

—¿No es un hombre maravilloso, Mamá?

—Es evidente que está muy enamorado de ti —dijo Ling Bai, acariciándole la mano.

—Pero ¿qué pasa con tu Mitsubishi? —preguntó Mei, al tiempo que escupía un huesecillo de los dedos de pollo.

Lu tenía un cochecito rojo de dos puertas que le había regalado un novio anterior.

—No lo sé. No he pensado en eso —Lu paró de mover los palillos.

Ling Bai miró ceñudamente a su hija mayor, que estaba, como de costumbre, aguándoles la fiesta.

—¿Tú lo quieres? Te lo regalo —dijo de pronto Lu alegremente.

Al oír sus propias palabras se sintió complacida, y rápidamente prosiguió con la idea:

—Sí, cógelo y haz algo con tu vida. Quizá podrías... —levantó la vista al techo para pensar—. Quizá podrías conducir por todo Pekín resolviendo crímenes.

Se rió.

Lu sólo estaba bromeando, pero sus palabras fueron más certeras de lo que ella imaginaba. En aquel momento, Mei llevaba ya algún tiempo considerando si montar su propia empresa: una agencia de detectives. La idea se le ocurrió cuando buscaba trabajo en la industria privada. Había visto la libertad y la prosperidad que puede traer el ser emprendedor.

El oficio de detective era una elección lógica para ella. Durante años había trabajado en el Ministerio de Seguridad Pública (el cuartel general de la policía), en el meollo de la investigación criminal. Y siempre le habían encantado los libros de Sherlock Holmes. De niña, incluso había fantaseado con ser detective igual que Holmes.

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