La pantalla quedó vacía.
Durante varios segundos, que parecían eternos y cargados de presagios, el capitán—supervisor permaneció inmóvil ante el oscuro rectángulo. Después guardó en su sitio la pantalla y el panel de mandos y giró hacia la figura encapuchada que reptaba de detrás de la masa protectora de una silla de forma libre situada al otro lado de la estancia.
—Bot, parece que hemos tropezado con algo mucho más importante que lo que cualquiera de los dos imaginó. «¡Coronel—supervisor!» —observó el cristal que sostenía en la mano y olvidó toda posible naturaleza letal ante la visión del futuro brillante que aparecía ante sus ojos—. Hemos de tener cuidado.
La figura encapotada movió vigorosamente la cabeza…
—Toma las cosas con calma —se quejó Luke y liberó su brazo de la sujeción del soldado que los escoltaba por el largo y estrecho pasillo de piedra. Mientras avanzaban, Luke se dedicó a observar las húmedas y chorreantes paredes. Algunas de ellas estaban cubiertas de musgo oscuro. La humedad omnipresente de Mimban se filtraba incluso por las viejas paredes—. Cabía pensar que el gobierno imperial pudo invertir algún dinero en alojamientos modernos —murmuró.
—¿Para qué si los primitivos de este mundo nos legaron estructuras tan útiles? —preguntó el suboficial que caminaba delante de ellos.
—Han convertido un templo, un lugar de culto, en oficinas y cárcel —declaró furibunda la princesa.
—El Imperio hace lo que cree necesario —observó el suboficial con un tono flemático que habría satisfecho a sus superiores—. Me han dicho que esta empresa minera es costosa. El Imperio es lo bastante inteligente para ahorrar en todo lo que puede —concluyó orgulloso.
—Sin duda eso incluye su paga y sus beneficios del retiro —agregó maliciosamente la princesa.
—Basta de charla con presos —ordenó el disgustado suboficial, molesto por el giro que había tomado la conversación.
Rodearon una cerrada curva. En el extremo del pasillo, una red de barrotes cruzados en diagonal formaba una malla irrompible.
—Aquí tenéis vuestro nuevo hogar —informó el suboficial—. En su interior podréis meditar sobre lo que el Imperio os depara para el futuro.
El suboficial pasó la palma de la mano sobre la pared, a su derecha, y en el centro de la parrilla metálica apareció un elipsoide sin barrotes.
—En marcha —ordenó el soldado situado junto a Luke y lo aguijoneó con el fusil.
—Me dijeron que tendríamos compañía —agregó Luke mientras avanzaba de muy mala gana hacia el espacio abierto.
Sus palabras provocaron risas considerables entre los soldados reunidos.
—La encontrarás muy pronto —el suboficial sonrió socarronamente—o ésta te encontrará a ti.
En cuanto ambos presos entraron en la celda, el suboficial volvió a pasar la mano por la fotoplaca y los barrotes desmaterializados reaparecieron con un poderoso sonido metálico.
—Ha dicho compañía —repitió uno de los soldados que se retiraban mientras ascendían por el pasillo. La tropa siguió riendo.
—Por algún motivo, no me causa gracia —murmuró Luke. Cada uno de los barrotes en ángulo era tan ancho como su antebrazo. Golpeó uno con la uña y resonó como una campana. Anunció—: No son huecos sino macizos. Esta celda fue diseñada para contener algo más que personas comunes. Me pregunto qué…
La princesa jadeó, señaló una de las esquinas y comenzó a retroceder hacia la pared más próxima. Dos montículos macizos y peludos estaban agazapados junto a la parte trasera de la celda, bajo la única ventana.
La piel subía y bajaba, lo que demostraba que rodeaba a algo vivo.
—Cálmese… cálmese —aconsejó Luke, se acercó a ella y apoyó ambas manos en sus hombros. Leia se recostó contra él—. Todavía no sabemos quiénes son.
—No sabemos qué son —susurró temerosamente la princesa—. Me parece que están despertando.
Una de las enormes formas se erguió, se desperezó y emitió un gruñido semejante al carraspeo de un volcán. Giró y los vio.
Luke abrió desmesuradamente los ojos. Empezó a dirigirse hacia la figura. La princesa estiró una mano para retenerlo pero él la apartó.
—¿Estás loco, Luke? Te despedazarán.
Siguió avanzando lentamente hacia la expectante figura. Era un poco más alta que él, pero mucho más corpulenta. Sus brazos, cubiertos de pelo, llegaban hasta el suelo de la celda y las manos se arrastraban por la piedra. Un largo hocico sobresalía del centro del rostro y ocultaba la boca, si es que ésta existía. Un par de inmensos ojos negros le miraban ansiosos.
—Luke, no hagas eso… vuelve aquí.
De la figura a la que Luke se aproximaba surgió un quejumbroso gruñido—retumbo parecido a un manantial subterráneo enfurecido. La princesa calló y preocupada se apretó contra la fría pared de piedra, y empezó a deslizarse hacia el rincón más lejano.
Luke observó con precaución a la sólida criatura. Tenían que entablar amistad rápidamente o Leia y él no necesitarían preocuparse por salir de Mimban, salvo en fragmentos. Se estiró y tocó un brazo de determinado modo. Su mirada no se apartó en ningún momento de los globos de color negro azabache que lo observaban.
Con sorprendente velocidad aquel ser retrocedió un paso y parloteó algo. Superaba varias veces el peso de Luke. La pálida luz de los iluminadores, cerrados herméticamente en el techo de la celda, brillaban en los músculos de los hombros, semejantes a cables, encima de los brazos doblemente largos.
Un par de manos del tamaño de placas se estiraron para coger a Luke, que respondió con un suave murmullo. El ser agitó la cabeza, balanceó el hocico y volvió a retumbar. Luke pronunció un galimatías en voz más alta.
La bestia se estiró, cogió a Luke con ambas manos y lo elevó por encima de su cabeza, como si se dispusiera a estrellarlo contra el suelo de piedra. La princesa gritó. El ser acercó a Luke a su cuerpo, lo acercó… y plantó un besó húmedo en cada una de sus mejillas antes de dejarlo delicadamente en el suelo.
La princesa miraba incrédula al afectuoso agresor de Luke.
—Pero si no te arrancó la cabeza. Tú… —miró a Luke con admiración—, tú le hablaste.
—Sí —reconoció Luke con modestia—. En Tatooine, en la granja de mi tío, estudié muchas cosas sobre algunos mundos. Era mi única evasión y un entretenimiento educativo —señaló al ser que posaba su macizo y largo brazo sobre su cabeza y lo sacudía amistosamente y dijo—: Éste es un yuzzem.
—He oido hablar de ellos, pero es la primera vez que veo a uno.
—Como son originales —le explicó Luke—, pensé que nosotros debíamos ser los primeros en saludar y aproveché las pocas palabras que aprendí de su idioma —chapurreó con aquel ser, que le devolvió el parloteo—. En otro sitio podría haberme matado, pero parece que todos los presos son aliados.
El yuzzem giró, tropezó y chocó contra la pared. Se agachó y comenzó a sacudir a su compañero soñoliento. El segundo yuzzem rodó hasta despertar y se lanzó furioso sobre el primero. La mano maciza no logró alcanzarlo, pero chocó con la pared con fuerza suficiente para dejar una marca en la roca. Rodó hasta sentarse, comenzó a parlotear con quien le había despertado y se sostuvo la cabeza con una mano.
—¡Claro! —exclamó Leia cuando lo comprendió—. ¡Están borrachos! —el segundo yuzzem logró ponerse de pie. La miró con cara de pocos amigos—. No fue una ofensa —agregó rápidamente.
—Por lo que logré entender, el yuzzem con el que hablé se llama Hin. El que está apoyado contra la pared es Kee y le gustaría estar en otra parte —chapurreó con Hin y escuchó la respuesta—. Creo que dijo que estaban trabajando para la operación del gobierno imperial, que hace alrededor de una semana se hartaron y comenzaron a romper cosas. Desde entonces permanecen encerrados aquí.
—Ignoraba que los imperiales contrataran no humanos.
—Aparentemente, estos dos no tuvieron otra posibilidad —explicó Luke al tiempo que escuchaba a Hin—.
Los imperiales les caen tan mal como a nosotros. He intentado convencerlo de que no todos los humanos somos como los imperiales. Creo que lo he logrado.
—Eso espero —afirmó Leia y miró a los seres de músculos macizos y largos brazos.
—Hin y Kee son jóvenes, aproximadamente de nuestra edad y no tienen mucha experiencia en asuntos imperiales. Al firmar se metieron en… bueno, supongo que no se la puede llamar esclavitud, aunque servidumbre con contrato de aprendizaje es una expresión demasiado suave. Al final, cuando protestaron, un funcionario de la mina esgrimió un montón de documentos y se burló de ellos. Por ello cogieron sus herramientas y trataron de llenar la mina en vez de vaciarla. Según Hin, el único motivo por el cual Grammel no los liquidó inmediatamente es que cada uno realiza el trabajo de tres hombres y a que estaban desenfrenadamente borrachos. Es evidente que los yuzzem sufren prolongadas resacas —agregó innecesariamente—. Hin cree que los imperiales les darán otra oportunidad. Pero no está seguro de desearla.
Están aquí porque no caben en las celdas normales. Acerqúese a saludarles —como la princesa titubeara, Luke se acercó a ella y murmuró—: No hay problema. Creo que podemos confiar en ellos. Pero será mejor que no les digamos quiénes somos.
La princesa asintió, se acercó y les ofreció la mano. Ésta desapareció dentro de una garra peluda. Hin le dedicó un parloteo.
—Lo mismo digo, estoy segura —afirmó y ganó confianza rápidamente.
Kee aulló y ambos humanos miraron al otro yuzzem que barbotó con Luke.
—Dice que durante la semana pasada alguien ha utilizado una perforadora minera sobre su cabeza.
Leia comenzó a alejarse y se aproximó a la única ventana. Desde allí se divisaba el panorama de las luces de la ciudad, oscurecidas por la bruma, y estaba cubierta por la misma configuración de barrotes gruesos situados en diagonal.
—Conozco a alguien a quien me gustaría darle una perforadora —murmuró desconsolada.
—Se refiere a Halla —declaró Luke—. No podía ni puede hacer nada por nosotros. Si yo estuviera en su situación, probablemente también huiría.
Leia sonrió encantadoramente y lo miró a los ojos.
—Luke, sabes que no es cierto. Eres demasiado leal y responsable para tu propio bien —volvió a contemplar los tejados de la ciudad lejana envueltos en la bruma—. Si no hubiésemos perdido el control de nosotros mismos delante de la taberna, no habríamos llamado la atención de los mineros. Y ahora no estaríamos aquí.
La culpa es mía.
Luke apoyó una mano solidaria en su hombro.
—Vamos, Leia… princesa. Nadie tiene la culpa de este embrollo. Además, es divertido perder de vez en cuando el control.
Ella volvió a sonreír agradecida.
—Luke, te aseguro que la rebelión es afortunada al contar contigo. Eres un buen muchacho.
—Sí —desvió la mirada—. Suerte para la rebelión.
Había chachara al otro lado de la celda. Leia miró inquisitivamente a Luke.
—Kee dice que alguien se acerca —tradujo.
Junto con los dos yuzzem dirigieron su atención al pasillo. Las pisadas se acercaron rápidamente.
Aparecieron varios soldados de las tropas de asalto, dirigidos por un Grammel angustiado, que pareció relajarse al ver a sus presos.
—¿Vosotros dos estáis desarmados? —Luke asintió—. Bien —declaró Grammel notoriamente aliviado. Su mirada se dirigió a los yuzzem y retornó a Luke—. Veo que comparten cordialmente la celda… por ahora.
Estoy satisfecho. Sospechaba que tendría que cambiarles, pero si los yuzzem soportan su presencia será mejor que se queden. Aquí estaréis más seguros. Sucede que alguien se ha interesado por vuestro caso.
Luke miró a la princesa sin comprender; ella le devolvió una mirada del mismo signo.
—Sí, apostaría a que uno de los intimidadores de Circarpo —afirmó Luke con absoluto descaro.
—No exactamente —otra de esas enigmáticas sonrisas a medias que congelaban el alma de Luke—. Un representante imperial vendrá a interrogarles personalmente. Para mí, eso es suficiente. Sé cuándo debo mantenerme al margen. Por ese motivo no estableceré contacto con nuestras fuentes en Circarpo hasta que él me diga que lo haga.
—Ah —fue todo lo que Luke pudo decir. Estaba satisfecho y preocupado a la vez; satisfecho porque, evidentemente, aún no comprobarían la historia de que eran delincuentes fugados de Circarpo y preocupado porque no lograba imaginar lo que Grammel pudiese haber comentado con otra persona para desconcertar a un representante imperial. ¿En qué punto cometieron un error y revelaron algo?— ¿Por qué un representante imperial se interesa tanto por nosotros? —preguntó en busca de información.
—Eso es lo que me gustaría saber —replicó Grammel—. Se acercó a los barrotes —. ¿Le molestaría decírmelo?
—No sé de qué me habla —respondió Luke y se alejó de los barrotes.
—Podría lograr que me lo dijera —Grammel se enfureció—, pero he recibido órdenes de… —tuvo que obligarse a abandonar los barrotes—, de dejarles tranquilos. No permitan que esto les dé confianza. Tengo la impresión de que ese representante, que es alguien muy importante, tiene planes personales respecto a ustedes, planes que serán más desagradables que cualquier cosa que yo, con mi sencillez, podría inventar.
—Usted o algún funcionario imperial —Luke se encogió de hombros y simuló la actitud indiferente del sabio de la calle—. A nosotros nos da lo mismo, siempre que no nos deporten a Circarpo. Me gustaría saber por qué han armado tanto alboroto por nosotros.
Grammel meneó lentamente la cabeza.
—No me impresionan. Desearía realmente que me dijeran quiénes son y a qué se debe todo esto —metió una mano en el bolsillo y sacó la cajita que contenía el fragmento del cristal Kaibur—. Pero supongo que no lo harán —concluyó con un suspiro y volvió a guardarse la caja en el bolsillo—. Puesto que ahora mis manos están atadas, no puedo obligarles como me gustaría. Debo reconocer que no llego a comprender lo que el gobernador Essada ve en ustedes.
—Un gobernador imperial… —Leia se agachó, retrocedió, respiró agitadamente y se llevó ambas manos al rostro. La transpiración brillaba en su frente.
Grammel la miraba con suma atención.
—Sí… ¿por qué le preocupa tanto? —bruscamente miró a Luke—. ¿Qué ocurre aquí?
Luke lo ignoró y se acercó a la princesa para consolarla.
—Tómelo con calma, Leía, quizá no signifique nada.
—Luke, los gobernadores imperiales no se interesan por los ladrones comunes —murmuró tensa. Algo le apretaba la garganta—. Volverán a interrogarme… como aquella vez… aquella vez.