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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (18 page)

BOOK: El ojo de la mente
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—Si es así, lo encontraremos —aseguró Luke.

—Los coway no intentan ocultar sus salidas a la superficie —agregó Halla—. Si logras hallar el camino, nos encontraremos al final. Estoy segura de que encontraré la salida coway más cercana.

—De acuerdo —aceptó esperanzado Luke—, salvo en un punto. ¿Cómo nos arreglamos con la luz? Tengo una luma de emergencia en el cinturón y podría utilizar el sable, pero no quiero agotar las cargas.

—Encontrad el pasadizo —respondió Halla confiada—. Si es un pasaje coway, tendréis luz de sobra. Hazme caso, muchacho.

—Lo intentaremos —aceptó Luke—. Pasaremos y nos reuniremos con vosotros —giró, vaciló, volvió a asomarse y preguntó—: ¿Halla?

Un rostro pequeño volvió a aparecer en el borde del abismo.

—¿Qué hacemos si nos topamos con un coway?

—No son muy numerosos y están siempre en movimiento —le explicó Halla—. No creo que os topéis con ninguno. Si tropezáis con un par de ellos, probablemente se sorprenderán tanto que huirán. Recuerda que no están domesticados como los verdegayes. Saben tan poco de nosotros como nosotros de ellos… creo. Se sabe que permanecen alrededor de las ciudades, pero desaparecen si alguien los busca. Probablemente eso significa que son tímidos y pacíficos.

—Son dos probablementes muy importantes —gritó inseguro.

—Tienes el sable.

Luke apoyó la mano en el mango reconfortante del arma.

—Está bien. Espere un segundo —giró hacia Leia. No estaba allí—. ¡Leia! —llamó en voz alta.

Los temores crecientes desaparecieron segundos después de su llamada.

—Ahí detrás se abre un túnel, como suponía la anciana —explicó Leia alegremente—. Usé mi luma —señaló con la minúscula luz autoacumulada—. Se ensancha en seguida.

—¿En qué dirección?

—Hacia el este, aproximadamente con un rumbo de treinta y un grados —tocó la brújula de rastreo de su traje.

—¡Halla, treinta y un grados hacia el este! —gritó Luke hacia arriba, trasmitiendo la información que Leia le había dado.

—De acuerdo, muchacho. Avanzaremos en esa dirección. ¿Cómo estáis de raciones?

Ambos se apresuraron a revisar los cinturones. El rápido análisis fue más alentador de lo que Luke esperaba.

—Entre los dos tenemos concentrados suficientes para resistir alrededor de una semana. Supongo que encontraremos agua de sobra.

El parloteo de Halla reverberó en las paredes del pozo.

—Luke, muchacho, supongo que tendréis dificultades para evitarla. Si lo que sé sobre los túneles coway es cierto, nos encontraremos dentro de dos días, tres como máximo. Luz, alimentos, agua… vosotros dos resistid, ¿comprendido? Os encontraremos.

Una serie de chillidos solidarios de Hin y Kee y los tres rostros desaparecieron.

—Por favor, señor, tenga cuidado —agregó Threepio. Luego también él desapareció.

Luke miró hacia lo alto un instante más. A pesar de la aparente cercanía, no se sorprendió al descubrir que no podía tocar el cielo con las puntas de los dedos.

—Ya están en camino —dijo Luke a Leia, se volvió hacia ella y encendió su luma—. Será mejor que nosotros también emprendamos la marcha…

Capítulo IX

Habían caminado durante unos diez minutos cuando Luke comentó pensativamente:

—Me pregunto si no habríamos hecho mejor las cosas esperando en el hueco hasta que Halla y los yuzzem encontraran una ciudad y volvieran con unos metros de cable robado. Con los brazos que tiene, Hin podría habernos sacado de allí.

Leia atravesó un pequeño montículo de áspera grava.

—¿Crees que pensaría en volver a la ciudad y enfrentarse a Grammel sin el cristal?

—¿Qué diferencia representa aquí el cristal?

Leia lo miró cariñosamente.

—No la comprendes, ¿verdad, Luke? Evidentemente, está convencida de que con el cristal en sus manos puede convertir a Grammel en una rana.

Luke lanzó un gemido despectivo.

—Leia, no creo que Halla sea tan insensata en lo que se refiere al cristal.

—¿Crees que no lo es? —la princesa se expresó entonces cuidadosa y suavemente así—: Piensa un poco, Luke.

Halla es una anciana muy persuasiva y entendida, pero ha pasado mucho tiempo en este mundo. Ha dedicado años a perseguir un mito. Para mí es evidente que está convencida de que el Kaibur tiene poderes supranormales. A pesar de que tú consideres que no posee semejante cualidad.

—Lo sé. Quizá sea un poco fanática en lo que se refiere a este asunto, pero…

—¿Fanática? —la princesa suspiró—. Luke, la pobre mujer está enferma de ilusión, ¿no te das cuenta? Sus sueños han dominado su sentido de la realidad. Pero la necesitamos, a pesar de que está enferma, para salir de este planeta.

—El cristal no es una ilusión —objetó Luke con serenidad—. Es auténtico. Si el gobernador Essada y sus hombres lo cogen antes que nosotros…

La princesa se estremeció visiblemente.

—Essada. Casi lo había olvidado.

—Leia, ¿por qué tiene tanto miedo de un gobernador imperial? —preguntó Luke con delicadeza mientras seguían avanzando—. ¿Qué pudo hacerle Moff Tarkin en la Estrella de la Muerte antes de que Han Solo y yo la rescatáramos?

Ella le dirigió una mirada acosada por los recuerdos.

—Quizá algún día te lo cuente, Luke. Ahora no. No estoy… no he olvidado lo suficiente. Si te lo contara, podría recordar demasiado.

—No crea que soy incapaz de comprenderlo —exclamó Luke tenso.

La princesa se apresuró a consolarlo:

—Oh, Luke, no se trata de ti, no se trata de ti. Soy yo misma, son mis reacciones las que me preocupan. Cada vez que trato de recordar exactamente lo que me hicieron, me desmorono.

Continuaron en silencio la caminata.

—Dime, ¿no te parece que aquí está más brillante? —preguntó por último la princesa con exagerada alegría.

Luke parpadeó y los sentimientos que le habían embargado de manera intensa durante los últimos minutos comenzaron a desaparecer mientras evaluaba el significado de su comentario.

Sí, parecía más brillante. A decir verdad, estaba casi claro.

—Apague su luma —le aconsejó Luke mientras accionaba el interruptor de la propia.

Durante un instante, todo se tornó más oscuro. Después sus ojos se adaptaron y volvieron a ver claro. La luz era de un débil matiz amarillo azulado, un poco más claro que el color de su sable.

Cuando volvió a mirar a la princesa, vio que se había detenido junto a la pared del túnel.

—Por aquí —Leia le orientó hacia un trozo de piedra especialmente luminoso. Luke se acercó. Parecía que la roca misma vertía la luz—. No —le corrigió cuando expresó esa idea—, mira más cerca. Aquí —hundió las uñas en la piedra y la luz apareció en sus manos, encendió su palma. Brillaba fríamente. Poco después comenzó a apagarse—. Es un tipo de vegetación —agregó—. Liqúenes, un hongo… no estoy segura. No soy botánica.

Halla nos dijo que encontraríamos algo semejante si seguíamos avanzando —se restregó la luz viviente de su mano y miró la caverna que descendía gradualmente—. Allí abajo hay otro mundo, pero ahora no me parece aterrador.

A medida que descendían, el sendero que recorría se nivelaba. El túnel se ensanchó hasta convertirse en una auténtica caverna. Comenzaron a aparecer multicolores estalactitas que las impurezas minerales convertían en pendientes pintadas y cubiertas por la vegetación fosforescente. Unas estalagmitas de punta roma se elevaban hacia el techo. Los acompañaba la música omnipresente del agua que goteaba.

Más adelante se oyó un débil retumbar y redujeron cautelosamente la marcha. El sonido resultó ser la canción de un torrente subterráneo. Corría paralelo a la senda y era una guía y compañero burbujeante y siempre alegre.

Cruzaron un agujero del techo de la caverna. El agua lo atravesaba y desaparecía en una charca sin fondo que parecía un trozo de tubería normal a la que falta el fragmento del centro.

Más adelante se toparon con un diminuto bosque de helicitas. Esos retorcidos cristales de yeso, grotescamente contorsionados, desafiaban la gravedad en sus arremolinadas proyecciones desde el suelo, las paredes y el techo. Luke experimentó la sensación de que avanzaban a través de una gigantesca mata de lana de vidrio. Ahí los reflejos de la brillante vida vegetal alcanzaban proporciones cegadoras.

Además de los líquenes y hongos, comenzaron a ver variedades de mayor tamaño y más desarrolladas de vegetación generadora de luz que crecía sobre el terreno y las paredes. Algunas parecían setas que sobresalían. Pasaron junto a algo enhiesto que parecía un bambú quieto y revestido de cuarzo. Cuando la princesa chocó por accidente con uno de ellos, descubrieron otra de sus propiedades.

Se oyó un ruido sordo. Sorprendida, Leia se apartó y luego, a modo de prueba, dio un golpe seco al tallo con los nudillos. Se repitió el repique.

—Quizás son huecos —sugirió Luke encantado.

—¿Son vegetales o minerales?

—No lo sé —respondió.

El muchacho golpeó otra de las plantas y se vio recompensado por un retintín totalmente distinto.

Intercambiaron una sonrisa y la caverna se llenó de tonadas toscas pero animadas a medida que los repiques naturales tintineaban al contacto de las manos. Sonreían como un par de niños traviesos.

Finalmente se cansaron de la diversión y reanudaron la marcha mientras Luke abría dos tubos de concentrados y ofrecía uno a la princesa. Habló mientras observaba el sendero que recorrían.

Indudablemente, era eso: un sendero.

—Fíjese en la ausencia de grandes rocas por aquí —decía—. Evidentemente, lo han abierto para usarlo. Pero no veo huellas de pisadas.

—El terreno es demasiado sólido —coincidió la princesa—. Pero es un sitio exquisito, una tierra encantada.

Mucho más atractiva que la superficie. Creo que si alguna vez se coloniza como es debido Mimban, todos deberían vivir bajo la tierra —trazó una bonita cabriola, evidentemente por puro placer—. Aquí abajo hay tanta paz y limpidez que casi… —la frase terminó en un grito de sorpresa y Leia comenzó a desaparecer como si la tragara la tierra.

Luke se arrojó al suelo y extendió un brazo desesperado. Ella lo cogió por encima de la muñeca. Deslizó la mano por su antebrazo hasta que atrapó la de Luke. Quedó sujeta, con su mano en la de él, mientras pendía en el vacío. Luke sintió que sus pies resbalaban cuando intentó hundirlos en el terreno firme.

—No puedo sostenerme… Luke —murmuró apremiante.

—Use la otra mano —dijo con los dientes apretados.

La princesa se elevó y rodeó con la mano izquierda el antebrazo de Luke. El movimiento hizo que él se arrastrara hacia adelante unos pocos y preciosos centímetros.

Muy cerca se elevaba una gran estalagmita. Si se equivocaba y ésta se había formado sobre la misma corteza en donde se había hundido la princesa, ambos caerían como un gusano. Con todos los músculos y los tendones tensos, avanzó apenas hacia ella. Su mano izquierda soltó el precario asimiento que tenía en el terreno y rodeó la columna de piedra. Eso impidió su deslizamiento hacia adelante, pero ahora corría el peligro de no poder agarrar a la princesa.

Logró retroceder, centímetro a centímetro, por el terreno mientras los guijarros se hundían en su pecho y su estómago al tiempo que utilizaba la estalagmita como abrazadera. Siguió retrocediendo, logró sentarse y apoyó la pierna izquierda contra el afloramiento. Ahora podía asir la muñeca de la princesa con la otra mano.

Dio una patada con la pierna izquierda y los músculos del muslo temblaron a causa del esfuerzo. La princesa salió del agujero y avanzó hacia él. Se oyó un ligero crujido y la base de la estalagmita comenzó a resquebrajarse. Luke pasó la pierna derecha tras la columna, junto a la izquierda, y empujó frenéticamente con ambos pies.

La princesa salió disparada hacia él. Un segundo después la piedra caliza tensada cedió y la fuerza del empujón hizo que Luke se deslizara hacia la negrura abierta. La princesa, que se alejaba rodando, lo cogió con una mano y su peso detuvo el deslizamiento. Luke rodó lejos y se detuvo jadeante sobre el pecho de Leia.

Durante un prolongado instante permanecieron así, suspendidos en el tiempo. Después sus ojos se encontraron en una mirada capaz de penetrar años estelares.

La princesa se irguió rápidamente y comenzó a limpiarse el traje. Tenía el mono roto pues se había arrastrado por el borde escarpado de la brecha y por los guijarros que cubrían el suelo de la caverna. Luke se sentó y se frotó el brazo derecho para tratar de recuperar las sensaciones.

—Al fin y al cabo, tal vez lo mejor, en este mundo, no sea establecerse bajo tierra —comentó finalmente Leia.

Se pusieron de pie sin pronunciar palabra. Luke tanteaba el terreno que iban a pisar y así rodearon el agujero que se había abierto en el suelo aparentemente sólido. Una mirada hacia el fondo reveló que se trataba de un hoyo tan insondable como el pozo trella.

Luke vaciló cuando un trozo de tierra pareció hundirse bajo su pie. Miró a su alrededor y señaló el torrente que fluía arremolinadamente.

—Allí el terreno parece más firme.

—También parecía firme donde yo pisé —le recordó la princesa.

Luke dirigió la vista al techo. Encima del agujero y del fragmento de suelo situado inmediatamente delante, aparecía una cuenca convexa. Arriba del torrente y a la izquierda el techo estaba cubierto de estalactitas.

—Creo que estaremos mejor al otro lado del torrente —concluyó.

Pero después de cruzar avanzaron lentamente, ya que Luke siguió probando el terreno, tanteando con su bota. La princesa lo seguía con la mano izquierda aferrada a su derecha. Atravesaron en poco tiempo la cuenca del techo y el foso. Las estalactitas cubrieron una vez más el techo, de pared a pared.

Con el exclusivo fin de cerciorarse, Luke desenvainó el sable. Lo activó y hundió la hoja de luz en el terreno de delante. Se oyó un siseo y un barboteo cuando la piedra se derritió alrededor del haz de luz azul.

Luke apartó el sable y lo apagó. Se agachó y arrojó un pequeño guijarro en el agujero humeante, que tocó fondo con loable prontitud.

Avanzaron con más confianza, pero su deleite por las bellezas del subterráneo mundo de hadas había disminuido notoriamente.

—Ojalá encontremos pronto la salida —comentó Luke.

En lugar de girar bruscamente hacia arriba como esperaban, la senda seguía en el mismo nivel. En todo caso, parecían descender ligeramente. El túnel se ensanchó delante de ellos. Trazaron una curva cerrada y se encontraron frente a una escena sorprendente.

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