Grammel se encogió cuando la grotesca máscara respiratoria se acercó a su cara.
—Reconózcalo, capitán—supervisor —agregó Vader—. Sus tropas están incorrectamente preparadas y mal entrenadas. ¡La disciplina y la moral brillan por su ausencia y una pandilla de salvajes ignorantes lo derrotó!
—Nos cogieron totalmente por sorpresa, mi lord —se defendió apasionadamente Grammel—. Con anterioridad, ningún grupo de nativos había rechazado la presencia imperial en Mimban.
—Antes, ningún grupo de nativos contó con el beneficio de los consejos y la ayuda de los humanos —
replicó Vader—. No aplicaron tácticas puramente aborígenes. Debió reconocer inmediatamente las diferencias y adoptar contramedidas adecuadas —apartó la mirada de Grammel para mirar significativamente las ciénagas—
. Sé quiénes son los responsables. Cuando tenga en mi mano el resto del cristal, haré justicia de acuerdo con ello.
—Tenía la esperanza de que ese privilegio sería para mí —murmuró Grammel malhumorado.
Vader dirigió una fría y dura mirada hacia abajo y declaró de un modo que asustaba.
—Usted no tiene privilegios, capitán—supervisor Grammel. Ha cometido una grave patochada. Espero que no sea decisiva, pero es grave. Me maldigo por haber sido lo bastante tonto para suponer que usted sabía lo que hacía.
—Ya le dije, mi lord —objetó Grammel, furioso y asustado a la vez—, que el factor sorpresa fue total.
—No me interesan las disculpas por las derrotas sino los resultados victoriosos —declaró Vader—. Grammel, su presencia me ensucia.
—Mi lord —barbotó Grammel desesperado y se levantó del banco—, si yo…
Demasiado rápido para que un ojo humano lo pudiera seguir, Vader levantó el sable, lo activó y lo movió.
La forma fulminada de Grammel se agitó desenfrenadamente, tropezó y cayó por el costado del transporte. Se oyó un jadeo cuando el azorado conductor vio, aterrorizado, lo que ocurría.
Vader se volvió y le observó con furia.
—Soldado, viajaremos más rápido sin ese peso muerto. ¡Regrese a sus mandos… ahora!
—Sí, mi lord —respondió el hombre, que no podía dejar de tartamudear temeroso. Se las ingenió para regresar al tablero de mandos del vehículo.
Mientras avanzaban, Vader se volvió para mirar descuidadamente el cadáver cada vez más lejano del capitán—supervisor Grammel. Los carroñeros de la selva habían comenzado a abandonar sus escondites para olisquear esperanzados el cadáver.
—Quienquiera que ahora sea su señor —murmuró Vader—, no soy yo.
Extrajo el fragmento de cristal Kaibur de un bolsillo herméticamente cerrado, sostuvo la brillante astilla carmesí ante sus ojos y se balanceó ligeramente.
Estaba adelante, en algún punto más adelante. Podía percibirlo.
Lo encontraría…
—¿Todavía viajamos por la senda correcta? —preguntó fatigada Leia a la vieja Halla varios días después.
Todos los ocupantes del reptador iban sucios y estaban desalentados y agotados por el esfuerzo de avanzar sin tregua a través del brumoso paisaje.
—Estoy segura —replicó Halla con molesta alegría.
—Nos acercamos a algo —comentó Luke—. Es… extraño. Nunca había sentido algo así, ni remotamente.
— Yo no siento nada, salvo la suciedad —respondió la princesa.
—Leia —agregó Luke—, sólo puedo decirle…
—Lo sé. Lo sé —le interrumpió desganadamente—. «Si yo fuera un ser sensible a la fuerza…»
Artoo lanzó un bip desde la torreta abierta. Luke corrió hasta la portilla visora de proa y anunció con voz respetuosa:
—Allí está.
Delante de ellos, surgida de la vegetación de la selva, emergía una aparición negra. Un monstruoso zigurat piramidal, que parecía de hierro fundido. Pero no era de metal. El sólido edificio había sido construido con grandes bloques de alguna piedra volcánica.
A pesar de su anchura, no era muy alto. Las lianas y las enredaderas se agarraban celosamente a muchos puntos del edificio. A medida que se acercaban, Luke vio que gran parte de la piedra se convertía en polvo fino. Por fortuna, la entrada todavía era visible, pese a que la mitad de la arcada de diez metros de alto había caído y llenado la entrada con cascajos que alcanzaban una altura superior a la de dos hombres.
—Parece que aquí no se ha tocado nada desde hace un millón de años —murmuró la princesa con respetuoso temor.
Las preocupaciones y las incertidumbres de Leia habían desaparecido ante la visión real del legendario templo.
Luke iba rápidamente de portilla a portilla. Cuando se volvió para mirar a Leia, sus ojos brillaban.
—Leia, ¿se da cuenta de que Vader no está aquí? ¡No está aquí! ¡Le hemos vencido!
—Tómalo con calma, Luke, muchacho —le aconsejó Halla cautelosamente—. No podemos estar seguros.
—Yo puedo. Estoy seguro —apremió a Hin para que se quitara del medio, subió por la escala de la torreta y salió del reptador. Éste frenó hasta detenerse. Cuando Leia asomó por la torreta, Luke ya avanzaba confiado hasta la entrada del templo—. ¡Vader no está aquí! —exclamó a gritos—. No hay señales del reptador ni de ninguna otra cosa.
—Aún hemos de encontrar el cristal —gritó Halla mientras seguía a Leia hasta el suelo.
Pero el entusiasmo de Luke era contagioso. Halla descubrió que olvidaba al Oscuro Señor, sus perturbaciones y temores de último momento.
Ahí estaba el templo de Pomojema, el templo que durante años había buscado. Hin y Kee la flanqueaban mientras avanzaban hacia la entrada. Threepio y Artoo se quedaron atrás, vigilando el reptador.
A pesar de la afirmación de Luke de que estaban solos, todos miraban preocupados la niebla flotante. Todo lo imaginable y muchas cosas inimaginables podían surgir en cualquier momento de esa neblina encubridora.
Luke esperaba impaciente junto al bloque de cascajos más altos de la entrada.
—Hay luz dentro —les comunicó después de mirar hacia el interior. Elevó la mirada y bizqueó—. También se ha hundido una parte del techo, pero parece bastante sólido.
—Adelante, muchacho —le apremió Halla—, pero entra sereno y con calma.
—Está bien —accedió.
Ahora que habían alcanzado realmente el templo, Luke no estaba dispuesto a robar el sueño de la anciana.
Era tan de ella como de él. Por eso aguardó hasta que los demás se reunieron con él. Pocos segundos después todos permanecían en silencio en el interior de la antigua estructura.
En lo alto había dos lugares donde el techo encumbrado y abovedado había caído. La luz que se colaba por ellos bastaba para iluminar el interior del templo. Bajo cada agujero dentado aparecían montículos de piedra fragmentada.
La vegetación de la selva había penetrado en el interior. Por todas partes se veían lianas y otras plantas parásitas que extendían su abrazo tenaz a todos los rincones del edificio. Ascendían en espiral hacia el cielo, apoyadas en los cuerpos cilindricos de las elevadas columnas de obsidiana. Estos soportes inflexibles mostraban complejos dibujos y diseños tallados, cuyo significado ninguno de los vivos podía apreciar en toda su magnitud.
Ensimismados, los cinco atravesaron al espacioso suelo hasta el extremo del templo. Allí, contra una pared oscura, aparecía una colosal estatua sedente. Representaba a un ser vagamente humanoide sentado en un trono tallado. Las alas de cuero que quizá fueran rudimentarias se extendían en dos respetuosos arcos a ambos lados de la figura. Unas enormes garras sobresalían de pies y brazos y estos últimos colgaban de los extremos de los apoyabrazos del trono. Carecía de rostro debajo de unos ojos almendrados y acusadores… sólo una masa de tentáculos tallados semejantes a los de la Medusa.
—Pomojema, dios del Kaibur —murmuró Halla sin saber por qué hacía el esfuerzo de hablar en voz baja—.
Por algún motivo, me parece casi desconocido —rió nerviosamente—. Desde luego, es una locura —después señaló exaltada y su voz y su mano temblaron de asombro—. ¡Está allí…, lo sabía, lo sabía!
En el centro del pecho de piedra gris de la estatua se encontraba una luz ligeramente palpitante del color de la vanadinita.
—El cristal —suspiró la princesa con delicadeza.
Halla no la oyó. La mente y la mirada seguían concentrados en una obsesión ahora realizable.
Luke se detuvo, con los ojos fijos en un movimiento a la izquierda de la burlona figura de piedra. Allí estaba oscuro y era imposible calcular hasta dónde se extendía la oscuridad.
Después todos comenzaron a retroceder lentamente. Halla fue la primera en apuntar con la pistola.
El ser que surgía de detrás de la figura tenía una boca anchísima bordeada de dientes cortos y afilados, boca que se abrió en una mueca de batracio. Los ojitos amarillos parpadearon estúpidamente ante ellos. El ser se movía sobre unas patas pesadas y verrugosas parecidas a gruesos tocones de árbol.
Halla disparó. El rayo de energía pareció no afectar para nada al ser, que siguió avanzando pesadamente hacia ellos. Luke preparó la pistola, al igual que Leia. Los tres dispararon. Si la cortina conjunta de fuego ejerció algún efecto, éste consistió en irritar a la pesada bestia. Parpadeó sangre y continuó más velozmente su avance de patas arqueadas.
Ellos continuaron la retirada hacia la entrada.
—Hin, Kee —llamó Luke a los yuzzem—. ¡Regresad al reptador… y traed los rifles!
Hin parloteó una respuesta y luego ambos yuzzem corrieron hacia la salida. Luke pensó en el cristal que desaparecía tras la masa protectora del monstruo. Cogió el sable de luz del cinturón, activó el potente rayo azul y comenzó a avanzar cautelosamente.
—Luke, ¿te has vuelto loco? —gritó la princesa.
Por un fugaz instante, Luke pensó que eso no era imposible y después rechazó la idea. Si se detenía a pensar, el carnívoro que avanzaba a paso constante le devoraría como si él fuera un tentempié.
La bestia vaciló a distancia de mordisco, ligeramente hipnotizada por el haz zigzagueante del sable. Luke arremetió. El sable contactó el mentón del ser. La intensa energía abrió un agujero en la ancha mandíbula inferior.
El monstruo emitió un quejido ligeramente ultrajado. Las mandíbulas se abrieron y mostraron una garganta lo bastante alta y ancha para bailar en ella. Luke vio que algo se movía en el interior. Avisado por el instinto o por una buena suposición, Luke se arrojó bruscamente hacia la izquierda y rodó con rapidez.
La larga lengua rosada salió disparada y pulverizó una roca negra que había estado detrás de Luke. Mientras él se ponía de pie y seguía retrocediendo, la bestia escupió trozos de piedra.
Antes de que Luke pudiera situarse fuera de su alcance, la gruesa lengua volvió a asomar. Incapaz de esquivarla, sostuvo firmemente el sable delante de ella. El arma parecía lastimosamente inadecuada en comparación con ese seudópodo rosado. Pero el chisporroteo fue potente. Evidentemente, Luke había tocado tejido sensible, pues aquel ser emitió un ronco chillido. Volvió a acechar a Luke con firme decisión. La muerte centelleaba en los entrecerrados ojos amarillos.
Leia y Halla mantenían un fuego constante contra el sólido cuerpo, pero sin éxito.
—Es inútil —murmuró nerviosa la princesa. Miró hacia la entrada. Allí no había indicios de movimiento.
Gritó—: ¡Hin! ¡Kee! —no obtuvo respuesta.
—Vendrán —aseguró Halla—. Será mejor que lo hagan.
Inesperadamente, el monstruo se lanzó hacia delante. Las mandíbulas—puertas horizontales se cerraron con un sonido seco y resonante mientras Luke se agachaba para eludir el mordisco. Su sable trazó una línea negra a través de la parte inferior de la mandíbula mientras se apartaba y chocaba contra una de las gruesas columnas que sustentaban el tejado. Una de las grietas del elevado tejado brilló directamente encima de Luke.
El muchacho dirigió una mirada llena de angustia hacia la entrada. ¿Dónde estaban los yuzzem? Ahora sólo podía preocuparse de sí mismo. La bestia reptaba nuevamente hacia él. Miró rápidamente hacia el techo, tomó una decisión con más rapidez aún y luego balanceó el sable de luz en la base de la columna.
Como una nave en Y en la atmósfera, el increíble rayo de energía atravesó la piedra negra. Se oyó un rugido, punteado por diversos crujidos explosivos.
—¡Halla, Leia… corred! —gritó. Después se lanzó, corriendo, a reunirse con ellas.
El ser—lagarto que avanzaba pesadamente hacia ellos no llegó a reparar en las grietas del techo. Éstas se extendieron, se multiplicaron, se unieron, luego la columna se desintegró y un trozo de techo tan ancho como la brecha existente cayó encima del monstruo. Los bloques gigantescos de piedra curvada convirtieron en papilla su extremo delantero y anularon para siempre la mueca colmada de dientes.
Mientras se apagaban los ecos del derrumbamiento y el polvo negro comenzaba a posarse, Luke se detuvo jadeante para mirar a sus espaldas. No había señales del extremo delantero de la bestia. Estaba completamente enterrada bajo toneladas de roca volcánica. Durante unos momentos, las contorsionadas patas traseras batieron inútilmente el aire. La maciza cola de cimitarra cayó contra el suelo. Poco después cesó todo movimiento.
—¿Qué pasó con Hin y Kee? —preguntó Luke después—. La bestia me había acorralado. Pude convertirme en su comida.
—Probablemente están discutiendo —respondió enfadada la princesa. Miró hacia la entrada—. Muy pronto recordarán a dónde fueron enviados. Entonces regresarán a toda prisa y suplicarán tu perdón.
—Les daré un sermón —Luke suspiró—. Ahora mismo, yo… —miró a su alrededor en busca de Halla y vio que avanzaba al trote hacia el ídolo lejano—. ¡Halla!
—Déjala —aconsejó la princesa con un movimiento indiferente de la mano—. No escapará con el cristal —
comenzó a caminar hacia el otro lado del templo—. De todos modos, necesitará nuestra ayuda para bajarlo —
como Luke no la siguió, agregó—. ¿No vienes?
—Dentro de un minuto —le aseguró, concentrado en lo que había detrás de él en lugar de adelante—. Quiero asegurarme de que este bicho está muerto.
Mientras la princesa se dirigía sin prisa hacia la estatua, Luke se detuvo junto a la porción visible del cadáver—mole. La aguijoneó con el sable y hundió el haz de destrucción azul celeste en la carne oscura hasta la empuñadura. La bestia no se movió.
Satisfecho, Luke giró para reunirse con sus compañeros. Se oyó un débil rugido de advertencia y dirigió su mirada hacia el cielo.