Vader esquivo, bloqueó, volvió a esquivar y descubrió que la habilidad y la agresividad del ataque demoníaco de Luke le obligaban a retroceder. Durante un segundo la máscara respiratoria se echó hacia atrás. Un fragmento del grueso bajorrelieve de una de las columnas se soltó y cayó.
Luke lo percibió a último momento y dio un salto hacia atrás. El enorme panel tallado cayó entre ambos contrincantes. Los dos hombres descansaron inquietos mientras el polvo se posaba. Luke aspiró ansiosamente el aire mientras Vader mostraba menos aplomo y una tensión creciente.
—Skywalker, muy bien —declaró—. Resulta usted muy bueno para ser un niño. Pero el final será el mismo
—levantó el sable y atacó por encima del panel destrozado.
Ahora fue el Oscuro Señor quien inició el ataque. Luke descubrió que se veía obligado a retroceder constantemente mientras Vader le lanzaba una ventisca ininterrumpida de fragmentos de piedra y sablazos.
Era imposible responder a todos los golpes.
De algún modo, Luke lo logró.
Ahora trazaban círculos en el centro del suelo del templo. La princesa yacía de costado, pero trató de volverse y mirar. El dolor de las heridas se alzó a su alrededor como una muralla de acero. La muralla se cerró en torno a sus pensamientos y, a modo de respuesta, entornó los ojos y cayó contra la fría piedra.
Los dos enemigos se detuvieron una vez más, pero ahora era Vader el que jadeaba afanosamente.
—Kenobi… lo entrenó… bien —reconoció admirado el Oscuro Señor. El combate constante le había hecho perder parte de su acostumbrada indolencia—. Y posee… una habilidad natural propia. Ha demostrado ser un desafío. Me gustan… los desafíos.
Todavía entero, Luke susurró retador:
—¡Demasiado… desafío… para usted!
—No —le aseguró Vader—, jovencito, se sobreestima —el Oscuro Señor se irguió hasta su máxima y respetable altura—. He terminado de jugar con usted.
Balanceó el sable hasta que se convirtió en un manchón oscuro en la atmósfera húmeda del templo y saltó por el aire. Fue algo más que un salto pero menos que levitación. Arrojó el sable desde el círculo azul de energía.
Instintivamente —no tenía tiempo para pensar—, Luke lo esquivó. La fuerza contenida en el sable arrojado hizo que el arma se le cayera de la mano a Luke. Ambas manos salieron despedidas hacia la derecha e interrumpieron su trayectoria, aún brillantes y activadas, cerca de una oscura abertura circular que se abría en el suelo.
Mientras Vader caía lentamente hacia el suelo, se sujetó la muñeca derecha con la mano izquierda, cerró el puño y pareció agitarse como alguien que vomita. Una bola de pura energía blanca, del tamaño de un puño, se materializó delante de las manos de Vader y bajó hacia un Luke que miraba con los ojos muy abiertos.
Algo llevó a Luke a comprender que no lograría alcanzar el sable antes de que el globo blanco le tocara.
Levantó ambas manos y apartó la mirada. Por ese motivo no vio lo que pasaba.
Sus manos parecieron desdibujarse. El guante blanco lo golpeó, rebotó y contactó suavemente a Vader mientras llegaba al suelo. Se oyó un tenue crujido como el de una explosión lejana. Vader cayó cabeza abajo y el guante desapareció.
Pero cuando la bola de energía blanca tocó las manos de Luke, el poder inherente al cinetitán o globo energético contenido, lo lanzó al suelo. Si la hubiese rechazado infructuosamente, la bola habría lanzado a Luke por los aires y lo habría hecho traspasar la pared del templo.
Ahora estaba boca abajo mientras Vader rodaba lentamente de costado y meneaba incrédulo la cabeza.
Volvió a enfocar su mirada y vio a un Luke estremecido pero intacto que gateaba lentamente hacia su sable de luz.
—¡No es… posible! —murmuró Vader y comenzó a reptar hacia su arma. El cinetitán había golpeado el lado izquierdo de su armadura corporal, que se había mellado hacia dentro como por efecto de un puñetazo gigantesco—. Tanto poder… en un mocoso. ¡ No es posible!
Luke no tenía fuerzas ni deseos de discutir. Sólo vio el sable y sintió que su suave empuñadura encajaba, compacta, en la palma de su mano.
Vader ya había recuperado su arma. Con un esfuerzo supremo se tambaleó hasta ponerse de pie y giró para enfrentarse a Luke. Éste sostuvo el sable de su padre por encima de la cabeza, se levantó, corrió hacia el Oscuro Señor y se arrojó contra la elevada figura negra.
Se produjo un enceguecedor relámpago de luz cuando contactó el rayo del sable de Vader y resbaló a causa del golpe. Su sable siguió cayendo y atravesó el suelo de piedra. La mano de Luke chocó contra una piedra y se vio obligado a soltar el sable.
Chocó violentamente contra el suelo y rodó de espaldas para ver qué había ocurrido. Luke reparó en que Vader observaba fijamente el suelo. Su brazo derecho estaba allí y todavía sujetaba el sable resplandeciente.
Había menos sangre de la que Luke esperaba. Intentó ponerse de pie y no lo logró. Ya no tenía fuerzas para arrodillarse, menos aún para erguirse.
Por eso permaneció tendido, totalmente exhausto. Con pasos desiguales e inseguros, el Oscuro Señor se tambaleó lentamente hasta su brazo amputado. Azorado, se agachó, levantó el brazo cortado y lo separó del sable. Lo sostuve en la mano izquierda y se volvió para mirar a Luke. Todo estaba perdido, pensó el muchacho mientras Vader colocaba el sable encima de su cabeza con la mano que le quedaba. El Oscuro Señor, Lord de Sith, maestro del Lado Oscuro de la Fuerza, era invencible.
Todo había terminado.
—Lo siento —murmuró y dirigió la cabeza hacia donde estaba la princesa, acurrucada en el suelo del templo—.
Lo siento, Leia. La amé —volvió a elevar la mirada y descubrió que no le quedaba fuerzas para una postrera maldición.
El sable danzó por encima y por detrás de la cabeza de Vader. El Oscuro Señor avanzó como ebrio. Tropezó un par de pasos a la izquierda.
Y desapareció.
Un aullido inarmónico e inhumano acompañó el descenso del Oscuro Señor por el círculo negro situado a la derecha de Luke. Con el ceño dolorosamente fruncido y apenas capaz de creerlo, Luke se acercó a duras penas hasta el borde del círculo negro y espió hacia dentro y hacia abajo.
No logró divisar el fondo del foso ni la menor señal de Darth Vader.
—Se ha ido —murmuró embotado, casi incapaz de creerlo—. Espero que haya ido a donde se merece —
recorrió el suelo con la mirada mientras se esforzaba por sentarse. Se apoyó en un brazo—. ¡Leia, lo logré!
¡Vader se ha ido, Leia!
Pero… persistía una agitación, un débil tremolar de la fuerza, tan débil que apenas lo percibía, como un mal sabor de boca. Pero estaba ahí… ¡Vader seguía vivo!
Pero Vader no era una amenaza para ellos. Por el momento, eso bastaba para Luke. Sollozaba mientras arrastraba su cuerpo extenuado por el suelo de la cámara.
—¡Leia, Leia!
Al llegar a su lado, Luke exploró con la mano y le tocó la frente. La princesa abrió los ojos y le miró.
Luke lloraba sin consuelo mientras tocaba cuidadosamente las terribles cicatrices que el sable de Vader había dejado en el cuerpo y el rostro de la princesa.
—¿Luke? —suspiró con voz apenas audible. Le sonrió dolorosamente. Luke cogió su mano y cayó junto a ella.
Halla se detuvo en lo alto de las piedras que bloqueaban la entrada al templo para mirar a sus espaldas.
Vio dos seres que yacían cogidos de la mano en el suelo del templo. Del Oscuro Señor de Sith no había huellas. Lo había visto caer por el pozo de los sacrificios de los adoradores de Pomojema. Halla era libre de partir.
Bajó su mirada para fijarla en el brillante carmesí abismal del cristal Kaibur y luego giró para penetrar la bruma y la niebla de Mimban.
El transporte de personal en que habían llegado esperaba fuera. En su interior yacía Kee, abatido definitivamente por un golpe de Darth Vader. Cerca estaban los dos androides de Luke, inmóviles y desactivados.
—¡Maldición! —murmuró Halla casi para sus adentros—. ¡ Ay, maldición! —Después cruzó a toda prisa la pila de piedras quebradas… de regreso al templo—. ¡Luke! —Levantó el cuerpo desmayado y miró el rostro soñoliento—.
¡Luke, muchacho! ¡Vamos, deja de asustar a la vieja Halla!
Luke abrió los ojos y bizqueó al tratar de mirarla.
—¿Halla?
La anciana se humedeció los labios, miró hacia el cielo, colocó el cristal en el regazo de Luke y lo empujó hacia él como si quemara.
—Toma, no es mucho lo que puedo hacer con él. No soy una maestra de la fuerza sino una impostora, una charlatana. Podría dedicarme a realizar trucos de salón más impresionantes y mejores… pero desperdiciaría el cristal y, de todos modos, el Imperio no tardaría mucho en encontrarme.
Luke desvió la mirada de ella hacia el silicato palpitante que tenía en el regazo.
—El cristal amplía la fuerza —sonrió y tosió—. ¿De qué sirve ahora?
—¡No lo sé! —gritó Halla furiosa—. Maldición, lo querías y ahí lo tienes. ¿Qué más quieres de mí? ¿Qué más puedo hacer? —sacudió las dos manos ante él, desesperada ante su propia impotencia.
—Nada, Halla —Luke le sonrió cariñosamente—.
Supongo que no se puede hacer nada más —movió las manos y acarició el cristal—. Está tibio… es agradable.
—Estás loco —bufó Halla—. Sólo se trata de un frío trozo de piedra.
—No… está tibio —insistió—. Posee una tibieza extraña.
Cayó inconsciente al suelo mientras ambas manos todavía sujetaban con firmeza el cristal.
Halla se puso de pie y se apartó.
—Vieja estúpida —se maldijo—. Vieja estúpida y egoísta. Debí ayudarlos cuando todavía podía hacerlo. Debí… — vaciló y frunció inquieta el ceño. ¿Comenzaba a haber más claridad en el templo en sombras? Giró y abrió desmesuradamente los ojos.
El cuerpo inmóvil de Luke estaba envuelto en un denso baño de luz roja. El cristal resplandecía en sus manos con un brillo anormal. La luz no permanecía inmóvil. Se movía, revoloteaba, corría sobre él como algo vivo. Recorrió todas las extremidades, los dedos y los folículos, como el antiguo fuego de San Elmo en los aparejos de un velero.
Después de varios momentos estáticos, el manto radiante se encogió, absorbido por el cristal que recuperó su color normal.
Luke se sentó tan bruscamente que Halla no pudo reprimir un grito. Luke parpadeó y la miró. Vacilante, como si estuviera a punto de saludar a un fantasma, Halla avanzó pasito a pasito hacia él.
—¿Luke, muchacho? —murmuró roncamente.
—Halla. ¿Qué pasó? Yo… —giró la cabeza y sus ojos se posaron en el foso silencioso que había tragado a Darth Vader—. Recuerdo eso. Halla, también recuerdo… que morí.
—Debió de resultarte aburrido —respondió sin sonreír—. Fue el cristal… algo del cristal. La fuerza…
—No recuerdo —insistió Luke y movió embotado la cabeza. Después se agachó y tocó el hombro de la princesa—. ¿Leia?
—Sostenías el cristal con ambas manos —explicó Halla serenamente—. ¿Recuerdas las viejas leyendas… según las cuales los sacerdotes del templo podían curar?
—No comprendo nada —murmuró Luke.
Volvió a levantar el cristal con ambas manos, cerró los ojos e intentó concentrarse y relajarse al mismo tiempo. El resplandor del cristal aumentó.
—Comprendo —dijo una voz surgida del cuerpo de Luke, que podía o no ser la suya.
El brillo carmesí volvió a surgir del cristal. Subió por los brazos de Luke y se detuvo a la altura de los codos. Luke sostuvo el cristal con una mano y abrió los ojos. Se agachó como un sonámbulo. Con la punta de un dedo tocó el rostro de la princesa y siguió la cicatriz marcada por el sable de Vader. Ésta desapareció mientras él la recorría con el resplandor rojo. Halla logró ver que la piel se movía, se plegaba y curaba a su paso.
Lenta y mudamente, mientras Halla observaba absorta, Luke se dedicó a rastrear cada una de las heridas que Vader había infligido a la princesa. Cuando terminó con la última, apoyó durante un prolongado instante la palma abierta en el corazón y luego en la frente de Leia. Después Luke se sentó. El resplandor del cristal retornó a su estado normal.
Transcurrieron varios minutos más. Indemne, recuperada su belleza, Leia Organa se sentó lentamente. Se llevó ambas manos a la cabeza.
—¿Leia? ¿Se siente bien? —preguntó amorosamente Luke.
La princesa se estremeció y lo miró con atención.
—Luke, tengo un espantoso dolor de cabeza.
—Dolor de cabeza —repitió el muchacho. Giró y sonrió a Halla—. Le duele la cabeza.
Halla le devolvió la sonrisa, rió y después lanzó carcajadas de alegría. Luke se unió a su risa y sus carcajadas desconcertadas y felices se entremezclaban de vez en cuanto con una tos. El cristal había curado su interior herido, pero todavía estaba falto de oxígeno.
Súbitamente la princesa pareció insegura. Se miró a sí misma. Recordó impetuosamente los acontecimientos mientras se tocaba la pierna y la cara.
—Han desaparecido —murmuró incrédula—. Se han curado. ¿Cómo?
Luke se puso serio.
—Fue el cristal, Leia. Me curó a mí, la curó a usted y ni siquiera me di cuenta de que lo hacía. Todas las supersticiones de Halla son realidad. Emplea la fuerza. Leia, la curó el cristal… no yo.
—Vamos, Luke, muchacho —le reprendió Halla—, fuiste el agente a través del cual actuó el cristal. Sin ti, sólo sería piedra.
—Luke, nosotros —Leia se interrumpió y miró nerviosamente a su alrededor—. ¿Qué pasó con…?
Luke la tranquilizó.
—Está allá abajo —señaló el foso—. No le oí tocar fondo. Leia, Vader está liquidado —pero… mientras lo decía, volvió a producirse un extraño tintineo de la fuerza, algo semejante al olor a sulfuro.
Leia interrumpió esa indeseable cadena de pensamientos.
—¿Y Threepio y Artoo?
—Están bien —respondió Halla—. Al menos, me pareció que estaban bien hace un segundo… bueno, cuando regresé al reptador para cerciorarme de que tu Oscuro Señor no había colocado una trampa explosiva.
Están desconectados pero, por lo que he visto, no han sufrido daño alguno.
Luke suspiró aliviado y pasó un brazo por los hombros de Leia. Ella no le rechazó.
—Tenga —dijo Luke y entregó el cristal a Halla. Ella le miró desconcertada, pero luego lo cogió y lo sostuvo con reverencia—. Puesto que vendrá con nosotros, puede tenerlo un rato.
—¿Con vosotros? —Halla se mostró cautelosa—. ¿Para qué queréis a una vieja cansada? ¿Para qué puedo serviros?