El ojo de la mente (24 page)

Read El ojo de la mente Online

Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El ojo de la mente
9.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

Aunque su identificación de la fuente del estampido fue menos exacta que la de la princesa, los coway reconocieron el peligro. Se entregaron con frenesí a una última tanda de preparativos.

Se oyó la llamada de una serie de exploradores adelantados y desplegados. Los coway comenzaron a desaparecer ante la mirada de Luke: se movían, saltaban, se ocultaban donde no parecía posible la existencia de un escondite. Se internaron en grietas y hendeduras, en el suelo, se deslizaron por los agujeros del techo de la caverna y permanecieron inmóviles tras la cortina de falsa piedra que pendía.

Luke y la princesa se reunieron a toda prisa con Halla. Ambos yuzzem avanzaban hacia los puestos que les habían asignado con anterioridad y se mezclaban con los coway menos ocultos. Los dos androides se situaron fuera del alcance de los disparos.

Halla concluyó la conversación con uno de los jefes y giró hacia ellos,

—¿Cuántos? —fue la primera pregunta de Luke.

—Los exploradores no están seguros —respondió Halla—. En primer lugar, los imperiales también cuentan con cazadores adelantados. Ése fue el origen del disparo que oímos. Además, están desplegados por toda la cueva. Pero si he comprendido bien la numeración coway, creen que un mínimo de setenta.

—¿Todos a pie? —preguntó la princesa.

—Sí. No tienen otra posibilidad y esto nos favorece. El túnel está demasiado lleno de cascajos y en algunos puntos es demasiado estrecho incluso para que pase un pequeño transporte personal.

—Me alegro —afirmó Luke e intentó animar su espíritu y el de los demás—. No tendremos que hacer frente a armaduras móviles ni a armas pesadas.

Halla rió entre dientes.

—¿Por qué motivo Grammel las consideraría necesarias? Ciertamente, no contra nuestros pobres y primitivos coway. Basta con sesenta o setenta soldados imperiales provistos de armas energéticas y armadura personal para capturar a unos pocos fugitivos mal armados.

—Bromas aparte —agregó convencido Luke—, será menester algo más que valor y coraje para evitar que esto se convierta en la matanza de nuestros amigos.

—No estoy de acuerdo contigo, Luke, muchacho —murmuró satisfecha la anciana—. Dame siempre valor y coraje.

—Yo sólo quiero un disparo certero contra Vader —gruñó la princesa y apretó las manos en la culata del fusil. El odio que ardió en esos ojos pertenecía a un rostro mucho menos frágil—. Excepto esa posibilidad, no pido nada a la vida.

Luke la miró y murmuró con sentimiento:

—Espero que la consiga, Leia.

—Esto me recuerda una posibilidad preocupante —agregó ella después mientras subían para ocupar sus sitios tras un baluarte de travertino rayado—. ¿Y si Vader no viene con la fuerza de ataque?

—Viene —aseguró Luke.

—¿La fuerza?

Luke asintió lentamente con la cabeza.

—Además, como ha afirmado, él sabe que usted y yo estamos aquí. Vendrá para supervisar la captura —

afirmó y agregó después de tragar saliva con dificultad—: Para cerciorarse de que nos cogen con vida.

Leia pasó el pesado fusil por encima del borde de la pared y murmuró enérgicamente:

—Eso es algo que jamás hará —luego se distendió y centró su mirada sincera e impertérrita en su compañero—.

Luke, si se tratara de eso…

—¿De qué?

—De que nos cojan vivos —él demostró que comprendía y Leia continuó—: Prométeme que al margen de lo que sientas por la rebelión, al margen de lo que puedas sentir por mí, me atravesarás la garganta con el sable que llevas en el cinturón,

Luke la miró incómodo.

—Leia, yo…

—¡Júralo! —exigió con la voz de una gatita de acero.

Luke murmuró algo que la satisfizo. Repararon en que un coway lo llamaba en voz muy baja desde arriba.

Halla lo miró desde su puesto en lo alto de la pared de la caverna, a la izquierda.

—¿Cuándo cerraréis el pico? Callaos ahora, niños… tenemos compañía.

El silencio reinó en el túnel. Luke se esforzó por ver hasta que le dolieron los músculos de detrás de los ojos, pero el escondite de los coway era perfecto. Docenas de éstos estaban ocultos a pocos metros de él, pero sólo logró divisar a unos pocos. Cercanos y notorios sólo estaban Leia, Halla y Kee, la boca de cuyo fusil sobresalía como una piedra rota entre un par de inmensas estalagmitas. De Hin no había rastro.

El aire del túnel estaba tan transparente e inmóvil que Luke oyó el paf—paf metálico de los primeros soldados imperiales antes de verlos. Poco después aparecieron ante sus ojos las conocidas formas parecidas a robots. Aunque de carne y sangre bajo la armadura, las figuras lejanas llevaban con indiferencia los rifles, a la altura de la cintura. Evidentemente, esperaban poca o ninguna resistencia.

Mientras los estudiaba, Luke comprendió que los coway tenían razón: en un lugar tan cerrado la armadura de energía se volvería contra quien la llevara. Dicha coraza volvía invulnerable a su usuario a la mayoría de las armas energéticas, salvo en puntos vitales como las coyunturas y los ojos, donde la protección era necesariamente menor. Además, la armadura reducía la visión del soldado. Esto no era tan importante en una batalla librada en una nave, por ejemplo, con sus pasillos anchos y sin obstrucciones. Pero en un túnel enmarañado, la visión era más importante que un disparo extra.

Como en respuesta a una señal, cuatro coway —dos a cada lado del estrecho sendero—se materializaron silenciosamente desde sus escondites invisibles. Los dos exploradores adelantados desaparecieron de la vista con sorprendente velocidad. Pero para Luke no era tan sorprendente. Conocía el poder de los músculos de los coway. En el silencio que siguió a ello, pudo oír el crujido producido por los miembros y los huesos a través de la embarazosa armadura.

Esperó nerviosamente que ocurriera algo. Todos sabían que si los cuatro coway elegidos para la tarea de eliminar a los exploradores cumplían mal su misión, si perdían unos pocos segundos, uno de los exploradores tendría tiempo de alertar a los soldados que venían detrás a través del comunicador de su casco. Los defensores perderían su arma más potente: el factor sorpresa.

Todavía esperaba cuando un coway se deslizó tras él, tan calladamente que Luke estuvo a punto de lanzar una exclamación. El nativo emitió un sonido tranquilizador, realizó un movimiento con los músculos faciales que podía haber sido una sonrisa y desapareció tan silenciosamente como había llegado. Dejó dos fusiles y dos pistolas: las armas que llevaban los exploradores imperiales que habían sucumbido en la emboscada.

Luke estudió entusiasmado el pequeño arsenal. Se ocultó totalmente tras la pared de travertino, quitó la carga energética de uno de los fusiles y la utilizó para cargar al máximo su sable de luz. Luego cambió su pistola por una nueva y volvió a ocupar su sitio junto a la vigilante princesa.

—Deberíamos llevarle el otro fusil a Hin —dijo en un susurro mientras vigilaba el túnel.

—No hay tiempo —opinó Leia con sensatez—. No sabemos dónde está ahora. No podemos arriesgarnos.

—Supongo que tiene razón —examinó el rifle cargado a medias y el otro totalmente cargado, además del par de pistolas—. Al menos estaremos bien armados durante más tiempo del que pensé.

El paso rítmico de los pies cubiertos de metal que golpeaban la piedra finalmente llegó hasta ellos. Toda palabra se congeló en sus labios en cuanto la sección principal de soldados apareció ante sus ojos. Marchaban cautelosamente, de a tres y cuatro por fila, mientras rodeaban el estrecho sitio que los dos desdichados exploradores habían atravesado segundos antes. La luz fosforescente amarillo—azulada de las plantas del túnel hacía brillar las lisas armaduras y las armas inmaculadas.

Se acercaron cada vez más, hasta que Luke temió que llegaran a su pared antes de que Halla y los jefes acordaran el inicio de las hostilidades. Resonó una voz estridente y potente en lengua coway. La caverna se convirtió en un caos. Una catarata de sonidos llenó el espacio donde segundos antes sólo había dominado el silencio. Luke pensó que el ruido, concentrado y ampliado por los muros de la caverna, bastaría para paralizar a la mayoría de los hombres.

Los soldados atrapados en el remolino eran tropas imperiales. Pero no constituían la guardia de palacio del emperador. Eran hombres a los que habían confinado desde hacía demasiado tiempo en un mundo atrasado y desolado, mundo en que la disciplina y el entrenamiento se relajaban al mismo tiempo que la moral. Los gritos de los humanos y de los coway resonaron a través de la caverna.

Los estallidos de luz intensa de las armas energéticas crearon una delirante destrucción en el túnel embotellado. Luke descubrió que disparaba la pistola sin cesar. Junto a él oía tableteos constantes y confiados mientras la princesa accionaba el fusil pesado.

Más arriba, Halla y Kee comenzaron a arrojar un fuego sanguinario sobre la masa de soldados confundidos y densamente apiñados. Poco después tuvieron que reducir el fuego y elegir los blancos con más cuidado, pues los coway comenzaron a salir de debajo de telas camufladas con arena para arrojar a los sorprendidos soldados en fosos ocultos, a surgir de detrás de estalagmitas partidas por la mitad o a dejarse caer de las grietas del techo.

Al ver que amigos y enemigos estaban mezclados de modo inseparable, Luke arremetió por la ligera pendiente con el sable en una mano y la pistola en la otra. A pesar de sus consejos, Leia había descartado el fusil. Con la pistola en la mano, corrió tras él para participar en el combate cuerpo a cuerpo.

Junto a Luke adelantó sus pies la princesa, y con su patada decapitó a un soldado azorado que no giró con bastante rapidez.

Dado que los rayos energéticos estallaban salvajemente en todas direcciones, en el túnel el peligro era infernal. Luke cortó las piernas blindadas de un soldado antes de que éste pudiera levantar la pistola y apuntar. Sin comprenderlo, luego giró ciegamente hacia atrás. El haz azul del sable de Luke interceptó el rayo directo de un rifle imperial.

Giró y apenas tuvo tiempo de agradecer mudamente a Ben Kenobi. El soldado estaba tan desconcertado por la coincidencia aparente de que su disparo hubiese sido bloqueado que no reaccionó a tiempo. Pensó que algo funcionaba mal en su arma y la acomodó para compensar la supuesta falla. Mientras volvía a levantarla, Luke le atravesó el esternón.

Se volvió y se zambulló en lo más denso del combate. Buscaba una figura. Finalmente apareció, erguida en lo alto, cerca de la retaguardia de la multitud combatiente.

—¡Vader! ¡Darth Vader!

Un soldado herido arremetió contra él y Luke tuvo que detenerse para hacer frente a la amenaza más urgente.

Pero el Oscuro Señor lo había oído. Sorprendida, la gigantesca forma negra activó su sable, se mezcló entre la multitud y trató de abrirse paso hasta Luke.

La princesa también intentaba abrirse paso en medio de la refriega. Pero no se dirigía hacia Vader.

Avanzaba hacia una estalagmita cuya parte superior destrozada formaba una plataforma; una halcona que volaba hacia su presa.

Bajo la dirección del capitán—supervisor Grammel, cerca de diez soldados treparon hacia el terreno alto e intentaron organizar un fuego que cubriera toda la longitud del túnel. Alcanzaron la cima del pequeño lomo y apuntaron sus armas hacia los que luchaban debajo. Como proyectiles peludos, Hin y varios coway se dejaron caer desde los escondites más elevados.

Rugiendo de deleite, los enormes yuzzem agarraron a la vez a soldados armados y los entrechocaron hasta que la armadura comenzó a resquebrajarse por las junturas. Mientras tanto, los musculosos coway causaron estragos entre los demás soldados.

Vader hizo un alto en medio de la refriega y evaluó furioso el cariz que tomaba la batalla. Esgrimió un puño amenazante en dirección a Luke y se dirigió al tembloroso oficial que estaba a su lado.

—¡Grammel! Forme a todos los supervivientes en la superficie.

—Sí, mi lord —respondió al acongojado capitán—supervisor.

Activó la unidad de canales múltiples de su casco y ordenó la retirada de las tropas que quedaban.

Pequeños grupos de soldados comenzaron a separarse de los coway y a correr hacia la superficie. Luke se sorprendió al ver cuan pocos quedaban.

Los soldados se retiraban ordenadamente. En ese momento, uno de los jefes coway que permanecía oculto en el punto más alto se irguió e hizo una señal. Su orden se transmitió por el túnel de nativo en nativo escondido. Varios coway tiraron de un cable de enredaderas. Este movimiento hizo que una estalactita de varias toneladas de peso que estaba apenas sujeta cayera de su emplazamiento de varios eones de antigüedad.

Cayó con un estrépito titánico. Media docena de soldados quedaron aplastados debajo.

Aún más reducidos numéricamente, los soldados se dejaron dominar por el pánico, arrojaron las armas y corrieron por el pasadizo tan rápido como la armadura les permitía. La mayoría de ellos quedaron apresados por las redes que los pacientes coway les lanzaron desde arriba. Esas mismas redes habían sujetado a los yuzzem. Los soldados que se agitaban entre los hilos paralizadores no tenían la más mínima posibilidad.

Leia Organa llegó a la cumbre del pináculo, se tumbó en el suelo y acomodó el fusil pesado que había cogido de nuevo. Intentó concentrarse en una sola figura vestida de negro que avanzaba inexorablemente y sin temor por el túnel. Vader estaba rodeado por Grammel y unos pocos soldados. Leia no podía esperar. Poco después el Oscuro Señor desaparecería de su vista.

Mientras ella activaba el gatillo, Vader se volvió e hizo señas a varios soldados rezagados. Un potente rayo de energía le alcanzó en el costado y lo hizo rodar por el suelo. Leia sonrió. Su alegría se tornó en decepción cuando volvió a mirar por la precisa mira telescópica.

Vader había rodado y retenía el humo que salía de su costado izquierdo. En su manto protector se veía un agujero y la armadura negra que llevaba debajo se había derretido parcialmente. Pero la fuerza total del rayo energético no le había abatido.

El Oscuro Señor se puso de pie y, durante un instante, pareció mirarla directamente. Después volvió a avanzar, todavía tranquilo aunque con mucha más energía, hacia la salida.

La princesa volvió a apuntar frenéticamente y disparó… al tiempo que Vader desaparecía de su vista. El rayo estalló contra la parte inferior del techo y aniquiló piedra y mineral, pero no infligió daño alguno a la perversa figura que se encontraba más lejos.

Other books

Natural Born Trouble by Sherryl Woods
The Great Wide Sea by M.H. Herlong
Facing Justice by Nick Oldham
The Proposal by Zante, Lily
Parris Afton Bonds by The Captive
The Best of Men by Claire Letemendia
Handbook on Sexual Violence by Walklate, Sandra.,Brown, Jennifer
The Woman in Black by Martyn Waites
One of Ours by Willa Cather