El pacto de la corona (4 page)

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Authors: Howard Weinstein

BOOK: El pacto de la corona
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—Probado por el doctor en persona.

Kirk siguió las instrucciones y se salpicó el rostro con unas gotas de aquella agua fría; McCoy estaba en lo cierto. Sacudió la cabeza para aclarársela y aceptó un vaso de ponche que le entregó el médico.

—¿Cómo está el rey, Bones?

—Es viejo, Jim. No es en modo alguno capaz de realizar un viaje espacial largo. No sé si morirá mañana, o la semana que viene. Si se quedase aquí y descansara, quizá podría vivir durante un mes más; pero no creo que consiga llegar a Shad; y si, por algún milagro, estuviese vivo al desembarcar, no se hallaría en condiciones de dar discursos conmovedores ni dirigir una gran batalla.

—¿No hay absolutamente nada que pueda usted hacer?

McCoy meneó la cabeza con expresión de impotencia.

—No puedo invertir el proceso del envejecimiento.

Kirk se inclinó hacia delante y descansó los codos sobre las rodillas y la cabeza sobre las manos.

—Éste es un lugar infernal para pasar en él dieciocho años.

—Podría haber sido peor —sugirió McCoy—. Esto fue mejor que haber muerto en Shad.

—¿Fue mejor?

Kirk ni siquiera se molestó en levantar los ojos.

—Por supuesto que lo fue, Jim. Mientras estuvieron aquí, conservaron alguna esperanza; y, mire, el rey ha vivido lo suficiente como para saber que las cosas están mejorando.

—Pero la idea, doctor —intervino Spock—, era que el rey regresase a su planeta, estabilizase la situación geopolítica y venciera a las fuerzas rebeldes. Su pronóstico médico, que estoy seguro de que es tan exacto como siempre, anula de forma terminante nuestra misión.

McCoy le lanzó una mirada feroz.

Tiene usted una sangre condenadamente fría. Es un hombre, del que estamos hablando, un gran hombre, y un amigo de Jim. En lugar de…

—Spock tiene razón —le dijo Kirk, levantando las manos para hacerlo callar, y respiró profundamente—; y yo no sé qué hacer el respecto.

—Vamos a salvar Shad; eso es lo que vamos a hacer al respecto, James.

La voz del rey era ronca y temblorosa, pero su determinación era firme. Estaba sentado en la cama, apoyado en varias almohadas raídas; bajo la colcha, su cuerpo, consumido por la edad, parecía el de un niño.

—Pero no puede usted regresar —dijo suavemente Kirk.

Stevvin sacudió una mano en el aire, débilmente pero con una evidente impaciencia.

—Ya sé todo eso. El doctor McCoy me lo ha explicado todo, a pesar de que yo ya lo sabía. Verá, hace dos meses que no veo el exterior de la casa. Los servidores se han ofrecido a sacarme en brazos, pero, si no puedo desplazarme por mis propios medios… —Su voz se apagó y sus ojos se cerraron.

Kirk le dirigió una mirada de preocupación a McCoy, y el rey abrió uno de sus arrugados párpados a tiempo de verlo.

—Sólo estoy descansando, James. Aún no me he ido.

—¿Por qué no le comunicó a la Flota Estelar cómo se sentía? ¿Por qué les dijo que estaba preparado para regresar?

—Porque estoy preparado. Usted llegará a viejo, algún día, y se dará cuenta de que por el solo hecho de que no puede hacer algo, no significa que no intentará hacerlo. —Volvió a descansar durante un momento—. ¿Qué hubieran hecho ellos si les hubiera dicho que había perdido mis capacidades físicas de agitador? ¿Cree usted que hubiesen enviado una nave estelar sólo para que le sirviese de coche fúnebre a un rey?

Stevvin hizo un débil movimiento y frunció el entrecejo mientras en su rostro se reflejaba una expresión de incomodidad.

—Los lechos son para dormir, no para vivir en ellos. La respuesta es que no hubiesen enviado una nave exploradora. Ni siquiera mis servidores saben cuán pronto podrían perder a su señor.

Una vez más, el rey hizo una pausa.

—Alteza, me alegro de que hayamos vuelto a vernos. Nunca pensé que lo haríamos… pero mi misión unificadora no es posible sin su regreso a Shad.

—No se trata de mi regreso, James… sino del regreso del monarca. El estado de mi salud, así como el plan del que estoy a punto de hablarle, debe ser mantenido en secreto, incluso para la Flota Estelar. Sólo nosotros cuatro y mi hija Kailyn lo sabremos… La enviaré a ella de vuelta a Shad… para que reine en mi lugar.

McCoy se paseaba cerca de la fuente de la biblioteca.

—Jim, ¿cómo puede cambiar completamente nuestra misión sin comunicárselo a la Flota Estelar? Lo someterán a usted tan rápidamente a un consejo de guerra, que no tendrá tiempo ni para cambiarse de ropa para el juicio. Sencillamente no es…

—De acuerdo, Bones, de acuerdo. Ya ha dejado clara su opinión. ¿Qué dice usted, Spock? ¿Quiere usted agregar algo a la lista de obstáculos?

El primer oficial arqueó una ceja y permaneció de pie durante un momento con las manos entrelazadas a la espalda.

—Yo disiento de la opinión que ha expresado el doctor McCoy…

—¿Qué más hay de nuevo? —interrumpió McCoy, con sarcasmo.

—…aunque no del todo. Estoy de acuerdo en que teóricamente se arriesga usted a que le apliquen serias medidas disciplinarias, al desviarse de las órdenes específicas de la Flota Estelar en una misión tan importante como ésta. Sin embargo, en la práctica, no sueles levantar cargos contra uno cuando la misión tiene éxito.

McCoy le clavó una mirada de sorpresa.

—¿Un vulcaniano aconsejando la desobediencia de las órdenes?

—El capitán no estaría desobedeciendo. Las circunstancias han cambiado de forma sustancial desde que esas órdenes le fueron dadas. El capitán tiene que tomar una decisión de mando: si sigue el curso de acción que se le acaba de proponer, ¿cuáles son las probabilidades de éxito?

—De acuerdo —dijo McCoy—. ¿Qué probabilidades de éxito existen en realidad?

—No se me ha pedido que las calculase, doctor; pero creo que las probabilidades a nuestro favor se verían considerablemente reducidas si nos tomásemos el tiempo necesario para conferenciar con la Flota Estelar y esperar a que la burocracia nos diese una respuesta. Debemos actuar con celeridad.

Kirk lo escuchaba atentamente.

—¿Es ése su consejo, Spock?

—Provisionalmente; pero, antes de que podamos tomar una decisión definitiva, debemos escuchar los planes del rey con todo detalle, y valorar la preparación que tiene su hija para ocupar el lugar del padre.

La princesa real de Shad estaba cuidando su jardín cuando Kirk la encontró.

—Es muy impresionante —le dijo, rodeando una flor nueva con ambas manos al arrodillarse en el sendero que corría entre hileras de arbustos, viñas y verduras—. Creía que en este planeta no podría crecer ni un cacto.

—No es tan difícil —respondió ella, apartando los ojos mientras hablaba.

Kirk advirtió que le resultaba más cómodo mirar una planta o un trozo de tierra mientras conversaban. Cuando conseguía mirarla a los ojos, ella tartamudeaba muy ligeramente.

—¿Construyó usted misma todo este sistema de irrigación?

—No. Sólo lo diseñé. Los servidores me ayudaron a instalar las tuberías desde la casa y de hecho lo hicieron ellos.

—¿Qué edad tenía usted entonces?

—Doce años, capitán.

La última palabra, «capitán», le pinchó el oído como si fuera una zarza.

—¿Capitán? ¿Por qué tanta formalidad? ¿Qué ha pasado con el «tío Jim»?

Ella inclinó la cabeza.

—Ha pasado mucho tiempo. Yo… yo nunca pensé que volveríamos a verlo.

Él le tocó el mentón y le levantó suavemente el rostro. La joven tenía los mismos ojos oscuros y profundos de su padre.

—Pensaba mucho en usted —le dijo ella—. Cuando mi padre y yo recibíamos un duro golpe, nos parábamos a preguntarnos dónde estaba. Sabíamos que se había convertido en el capitán de la
Enterprise
. —La joven volvió a desviar los ojos—. Yo soñaba con que usted regresaba para llevarnos de vuelta a casa.

—¿Te importaba estar aquí, Kailyn?

Ambos comenzaron a caminar por el jardín.

—Es lo único que conozco realmente. Sólo tenía cinco años cuando nos marchamos de Shad.

Los ojos de la muchacha vagaban por el verdor y el arco iris de pétalos, en busca de plantas que pudieran necesitar una atención especial. Para Kirk, era todo una masa de hojas; para Kailyn, ningún detalle, ninguna rama caída ni mala hierba invasora era demasiado pequeña como para detectarla y encargarse de su atención.

Kailyn tenía entonces veintitrés años, pero era menuda y delicada, de modales discretos y cautelosos, como los de un ciervo perdido. Tenía unos ojos enormes y de color marrón oscuro, casi negros, que se movían constantemente; no se trataba de un movimiento nervioso, sino que daba la impresión de que poseyeran una abrumadora curiosidad propia. Kailyn misma parecía tímida, pero sus ojos observaban penetrantemente todo aquello que podían captar, investigando, aprendiendo todo lo que podían. Y, por encima de todo, eran tristes, incluso cuando ella no lo estaba.

—¿Qué le enseñó su padre?

—Todo lo referente a Shad; nuestra historia, cómo nuestra familia había reinado a través del tiempo durante la abundancia y la escasez, el pacto que existía con nuestro pueblo y nuestros dioses. Cómo… y por qué la dinastía tiene que continuar…

—A través de usted.

—Ya lo sé.

—Entonces, ¿sabe qué es lo que ha planeado su padre?

—Sí. —Ella bajó una mano y la deslizó en la de Kirk, al sentarse ambos en un rústico banco de madera. Él percibió las primeras estrellas que comenzaban a parpadear en el cielo oscuro del crepúsculo—. Oh, tío Jim, quiero muchísimo a mi padre. Creo… creo que lo adoro y reverencio. Me ha protegido durante todos estos años, ha sido tanto mi madre como mi padre y me ha entregado sus sueños. —Respiró profundamente y, cuando volvió a hablar, lo hizo con una voz débil y vacilante—. Pero no creo que yo sea capaz de hacer lo que él desea. No poseo su fuerza.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo siento en él cuando me habla, incluso estando tan débil como lo está ahora. Yo sé que se está muriendo, pero cuando me llama a su presencia y conversamos sobre cómo será volver a estar en casa, consigue que crea. Su fuerza hace que yo vea lo que él ve; pero… pero cuando me marcho de su lado y salgo aquí a mirar las estrellas, ya no puedo sentir lo mismo. ¿Cómo serán las cosas cuando él se haya marchado, cuando ya no tenga la posibilidad de entrar a verlo y hacer que me levante el ánimo?

—No lo sé, Kailyn.

Esta vez, ella miró a Kirk a los ojos; en la mirada de la joven había una resolución que hizo que él desease decirle: «Sí que tiene esa fuerza… Si fuera capaz de ver dentro de usted misma… se daría cuenta de que esa fuerza está ahí». Sin embargo, la joven tendría que intentar descubrirlo por sí misma.

—Mi padre me enseñó historia, el lugar que ocupo en nuestra religión, me dijo cuáles eran los sentimientos que debía tener. Yo no sé por qué, pero eso no ha bastado.

—¿Tiene… miedo de ser reina?

—Sí. —Fue una respuesta rápida, casi de alivio. Luego la voz de la muchacha se convirtió casi en un susurro—. Más que eso… ¿puede decirme alguien cómo aprende alguien a ser un salvador?

—Esas dudas no son el único problema —señaló McCoy, cuando se hallaba sentado en la biblioteca con el capitán Kirk y Spock—. El problema tiene otra ramificación, Jim. Kailyn padece una enfermedad incurable.

—¿Qué? ¿De qué se trata?

—Coriocitosis.

—Pero si eso casi mató a Spock en cuestión de días. Si no hubiéramos conseguido encontrar a los piratas de Orión y traer la droga que lo cura…

—Mi caso fue agudo —explicó Spock—. Creo que el de Kailyn es crónico.

—Exacto. El caso de él fue provocado por un virus, Jim. El de Kailyn es causa de una deficiencia hormonal congénita. Es algo bastante raro, pero puede tratarse con inyecciones diarias. Por otra parte, la enfermedad afecta de forma diferente a las distintas razas.

Kirk repasó lo que había aprendido sobre la coriocitosis, a causa del ataque casi fatal que Spock había sufrido varios años antes, cómo aquel virus había envuelto sus células sanguíneas con base de cobre, impidiéndoles así que transportasen el oxígeno necesario para las funciones vitales. McCoy explicó las variantes que existían entre las formas aguda y crónica. Kailyn había heredado una condición genética recesiva que inhibía la producción de la hormona holulina, una substancia que estaba presente en alrededor de una docena de especies humanoides, aunque no en los humanos terrícolas. Una inyección hecha especialmente para la carencia de holulina, mantenía a las células sanguíneas libres de la sofocante membrana de tipo capsular que formaba la coriocitosis.

—Siempre y cuando ella reciba las inyecciones diariamente —explicó McCoy—, podrá llevar una vida bastante normal aunque podrían surgir algunas complicaciones en la vejez. Es vagamente parecido a lo que la diabetes fue para los seres humanos antes de que se consiguiera curarla definitivamente.

—Si continuase sin recibir tratamiento, ¿podría afectarla de la misma forma en que lo hizo con Spock?

—Sí. Primero sobrevendría la inconsciencia, luego el coma y finalmente la muerte.

—Detecto un «pero» en el tono de su voz, Bones.

—La enfermedad empeora con la tensión nerviosa, y ella va a enfrentarse a una buena cantidad de eso, Jim. La producción de holulina podría detenerse completamente, y es absolutamente necesario que reciba un tratamiento cuidadoso.

—¿Es Kailyn plenamente consciente de su estado y de todo lo que éste significa, Doctor? —preguntó Spock.

—Oh, sí que es consciente… pero piensa en sí misma como en una tullida a causa de ello. Me ha dicho que tiene miedo de ponerse ella misma las inyecciones. Uno de los sirvientes lo hace. La coriocitosis crónica puede constituir una barrera psicológica muy grande, y en eso se ha transformado para ella. Si esa muchacha no es capaz de manejar su propia enfermedad, Jim, ¿cómo va a guiar el destino de todo un planeta?

Kirk no tenía respuesta para eso, pero estaba seguro que Kailyn tenía una en las profundidades de sí misma, pero… ¿la hallaría alguna vez?

4

…Y aconteció que el segundo dios Dal vio la larga mesa que había hecho Keulane; y Dal dijo: «¿Fue esto hecho de una pieza, entera, tallada de un solo golpe del corazón del árbol más grande de la tierra?».

Sin inclinarse (porque no temía al dios Dal), Keulane habló: «Sí, y fue hecho por mis propias manos. Dejad que esta mesa reemplace al campo de batalla. Dejad que el pueblo revele lo que alberga su corazón con palabras verdaderas y no con mandobles de espada. Que esta mesa, hecha con el corazón del árbol, sea el corazón de Shad, un solo mundo unido para siempre».

Y Dal respondió: «Así sea, Keulane. Te otorgaré el dominio sobre las Cosas y las Criaturas No Hombres».

Y el dios Dal dio su bendición y honró la espada de Keulane, que había cortado el árbol de un solo golpe, y le otorgó la Fuerza con dominio sobre las Cosas y las Criaturas No Hombres. Keulane agregó esto a sus dominios sobre el Cielo, otorgados por el cuarto dios Koh; y sobre la Tierra y el Mar, conferidos por el tercer dios Adar. Aún le restaba conseguir la bendición del primer dios Iyan, Dios entre los Dioses, y el dominio sobre el Hombre.

Así que Keulane esperó porque pensaba que era su recompensa merecida, pero Iyan no vino a él. Pasado el tiempo, Keulane exclamó: «¿Es que no me he ganado eso?».

Un relámpago de cegadora luz y rugiente trueno arrebató la espada de las manos de Keulane, y él tembló al oír la voz de Iyan, Dios de Dioses: «Eres un estúpido, Keulane. Ningún hombre puede tener dominio sobre los hombres. Tú sólo puedes guiarlos. No volveremos a hablarte durante esta vida. No volveremos a hablar directamente contigo, pero te daremos esto».

Y la mano de lyan depositó la Corona de Shad sobre la testa de Keulane. Era de plata y cristal, un par cuyas profundidades internas eran tenebrosas y opacas para el ojo y la mente del hombre. «¿Oyes y ves mi voz?»

Keulane respondió que la oía y veía, pero no era así, porque los oídos y ojos de su corazón estaban cerrados por el miedo. Iyan lo sabía, y sacudió a Keulane hasta la misma alma. «¡Óyeme!»

Y he aquí que los cristales de la Corona se hicieron transparentes, con el azul de los Cielos en su matiz. Y Keulane sintió que se le abría el corazón, y vio con claridad y oyó. Conoció los ecos del pasado y sintió las mareas del Tiempo. Y supo qué caminos seguiría el Pueblo de Shad, si él conseguía guiarlos hasta ellos.

«Tú tienes el Poder de los Tiempos», le dijo Iyan. «Así gobernarás tú, y así gobernarán tus hijos e hijas. De todos los frutos que engendres, sólo los especiales tendrán en su momento el Poder. Ellos llevarán la Corona, los cristales les darán visión, y el Pueblo los aclamará como Reyes y Reinas del Pacto…»

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