El pacto de la corona (7 page)

Read El pacto de la corona Online

Authors: Howard Weinstein

BOOK: El pacto de la corona
12.13Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ella salió de su ensueño y volvió a McCoy, que la observaba con una mezcla de fascinación e inquietud.

—¿En qué está pensando, Kailyn?

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé. En muchas cosas. ¡Hay tanto ahí fuera! Cuando fuimos a Orand, yo era tan pequeña que apenas me di cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—¿Se refiere a estar en el espacio?

Ella asintió con la cabeza.

McCoy rió entre dientes.

—Todo el mundo se comporta así durante su primer viaje espacial. Uno piensa que sabe cómo será… hasta que se encuentra realmente a bordo de una nave y sale al medio de la nada. En mi oficina han entrado tambaleándose muchos novatos del espacio… Así, de golpe, la realidad los abofetea y ponen esta cara…

Presionó su nariz contra la de ella y sacó los ojos fuera, como un insecto sorprendido. Kailyn no pudo evitar echarse a reír, y él dio un paso atrás mientras descansaba ambas manos sobre los hombros de la muchacha.

—Bueno, eso está mucho mejor. Es usted demasiado joven para no reír más de lo que lo hace.

Pero la sonrisa de ella se desvaneció de pronto y ella bajó los ojos. McCoy le acarició una mejilla.

—¿Qué ocurre?

Ella no levantó la mirada.

—¿Soy demasiado joven?

—¿Para qué?

—Para todo. Para ser la reina de Shad… para ponerme mis propias inyecciones… —La joven hizo una larga pausa—. Para amar a alguien.

Ahora fue el turno de McCoy para caer en un largo silencio. Para amar a alguien… ¿se refería a él? «Tonterías. Ahora estoy pensando como Christine.» Antes de que pudiera formular una réplica, el intercomunicador profirió un silbido urgente.

—Doctor McCoy —dijo la voz de Uhura—. Preséntese inmediatamente en la enfermería. Doctor McCoy, a la enfermería, por favor.

El tono de la voz decía emergencia sin utilizar la palabra, y, por reflejo, McCoy aferró la mano de Kailyn y la arrastró hacia el turboascensor.

El capitán y Spock se encontraban en el exterior de la oficina del médico, preparados para interceptarlo. Cuando Kirk vio a Kailyn con McCoy, sus mandíbulas se tensaron sólo durante un segundo; no había forma alguna de protegerla.

—Bones, se trata del rey.

Dicho esto, se volvió y abrió la marcha por el corredor, hacia el camarote que ocupaba Stevvin.

Kailyn apretaba con fuerza la mano de McCoy, mientras su mente corría de un pensamiento a otro, vacilando entre el miedo, la resignación y la determinación de no perder la calma. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se quedaron allí.

La doctora Chapel y el equipo médico ya estaban junto al lecho del rey, y le administraban una inyección de oxígeno. Se apartaron suavemente cuando entró McCoy, y Chapel le dio un informe sucinto. Kailyn observó y oyó sin ver ni escuchar, absorbiendo solamente impresiones borrosas, percibiendo claramente sólo dos palabras: «fallo cardíaco».

Kirk condujo a Kailyn a un rincón del camarote, donde ambos permanecieron con Spock mientras el equipo médico trabajaba sin malgastar movimientos ni palabras. Los indicadores que había encima de la cama subían y bajaban de forma errática. Chapel colocó una bomba cardíaca portátil por encima del pecho del rey, mientras un técnico médico le ajustaba la alimentación de oxígeno. McCoy pulsó varios botones del control cuando Chapel le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, y el estimulador cardíaco comenzó a latir regularmente, mientras su luz verde parpadeaba a intervalos regulares.

—Pulso y presión estabilizadas, doctor —anunció finalmente Chapel.

—Respira por su cuenta —agregó el técnico médico. McCoy retrocedió y se enjugó la frente.

—Por el momento, deje el estimulador cardíaco donde está, doctora. Mantenga vigilados los indicadores.

Chapel asintió con la cabeza y ella y el joven enfermero se marcharon. Por primera vez desde que habían llegado,

McCoy miró a Kailyn. Ella se apartó de Kirk y enterró el rostro en un hombro del médico. Él les hizo un gesto de asentimiento a Kirk y Spock, y ambos dejaron a McCoy y Kailyn a solas. Durante un tiempo, él la mantuvo abrazada contra sí, y los únicos sonidos que se oían en el camarote eran los sollozos de la muchacha y el latir del estimulador cardíaco que le habían colocado a su padre.

Kailyn tenía los ojos enrojecidos en los bordes, pero su actitud era absolutamente atenta durante la reunión de estrategia que tuvo con McCoy, Spock y el capitán Kirk en la sala principal de oficiales. Los detalles de la misión fueron repasados una vez más. Kirk quería asegurarse no sólo de que la muchacha conocía el emplazamiento de la Corona en Sigma 1212, sino de que estaba psicológicamente preparada para aquella tarea. Después de una hora, la envió de vuelta a su camarote para que descansase.

—¿Opiniones, caballeros? —preguntó el capitán, cuando ella se hubo marchado.

—Yo creo que está preparada —dijo McCoy—. Parece haber adquirido mucha confianza durante los pasados tres días, Jim. Me sentí especialmente satisfecho por la forma en que reaccionó ante la crisis que sufrió su padre esta tarde, Jim.

—Tengo que disentir, capitán.

—Spock —le espetó McCoy—, no es este momento para buscarle las pulgas al asunto.

Spock hizo caso omiso de las palabras de McCoy, y se dirigió directamente a Kirk.

—La joven estaba trastornada en sumo grado durante la emergencia médica. No parece dispuesta a aceptar que su padre no va a vivir durante mucho tiempo más, y me veo obligado a indicar que eso no es una buena señal de su capacidad para funcionar sin la ayuda de su progenitor.

McCoy se puso en pie de un salto.

—Jim, estaba disgustada —le discutió—. Es algo normal… en un ser humano, señor Spock. Ambos acaban de verla aquí. Tenía la mente clara y despierta, y yo creo que eso es bastante admirable dadas las circunstancias. —Volvió a sentarse—. Pienso que esta tarde, al ver todos esos aparatos que empleamos para reanimar a su padre, Kailyn se enfrentó por primera vez con el hecho de que él se está muriendo. Oh, por supuesto que antes lo comprendía a nivel intelectual, pero emocionalmente se le evidenció de pronto. Ha llorado, pero se está recobrando.

McCoy paseó varias veces la mirada de Kirk a Spock, invitándolos a una frase de contradicción o acuerdo. Spock se limitó a alzar una ceja.

—Yo he expresado mi inquietud… y creo que el doctor McCoy ha explicado adecuadamente la situación.

—Estoy de acuerdo —concluyó Kirk—. Por otra parte, no disponemos de muchas elecciones ni tenemos tiempo que perder. La Flota Estelar estará esperando un informe, y me gustaría poder decirles «Misión cumplida».

Spock se puso de pie.

—Con su permiso, señor, debo regresar al puente.

Kirk asintió con la cabeza, y cuando Spock salió, se volvió hacia el inmóvil McCoy.

—Quiero creerle, Bones, que ella conseguirá superar esta situación. ¿Está usted seguro?

—Apostaría dinero por ello.

La horas siguientes fueron dedicadas a la preparación mental y física. Kirk repasó mentalmente el plan una y otra vez. Quería conocer cada punto débil del mismo, adelantarse a cada sorpresa, prever todas las posibles intervenciones de lo inesperado.

Spock inspeccionó la lanzadera
Galileo
, especialmente equipada para viajes de larga distancia con propulsores de velocidad lumínica, combustible extra, raciones de alimentos, suministros médicos y equipos de supervivencia. Un repaso de la computadora comprobó que el sistema estaba a punto, y la comprobación manual confirmó dicho diagnóstico.

McCoy reunió los equipos médicos que necesitaría para cuidar a Kailyn si la coriocitosis empeoraba gravemente; y pensó muchísimo: acerca de Kailyn, acerca de sí mismo, y sobre lo que estaba ocurriendo entre ambos. «Ella es una niña, más joven que mi hija… y está loca por ti, McCoy. ¿Y qué? Yo no podría sentir por ella ese tipo de interés. Yo soy un maestro, alguien a quien ella admira. De la misma forma podría haber sido Spock, si ella buscase al tipo lógico y carente de emociones. Su padre no estará con ella durante mucho tiempo más… ella sólo está transfiriendo sus sentimientos de él a mí. Ella llegará a comprenderlo… Sí, tiene que hacerlo.»

Sin embargo, Kailyn era inteligente, dulce, bonita. «¿Por qué no podría yo estar interesado en ella? ¿Sólo porque de verdad soy lo suficientemente viejo como para ser su padre? ¿Cómo te sientes tú, McCoy?» Se encogió mentalmente de hombros. «Esto es lo más jodido de todo ello, McCoy… que no lo sé.»

—No puedo quedarme aquí mucho rato, padre —dijo Kailyn—. No quiero cansarte.

Stevvin sonrió débilmente. Las máquinas habían sido retiradas, pero él tenía que permanecer tendido de espaldas. Le tendió una mano temblorosa, y ella la tomó y la descansó sobre el lecho.

—Pronto vas a partir. Recuerda… Shirn O’tay era el patriarca. Él te mostrará dónde está…

—Ya lo sé, padre, ya lo sé. No te preocupes.

—No lo haré. En realidad, lo haré… pero ése es el privilegio de un padre.

Stevvin se acercó a los labios la mano de su hija que tenía en la suya y la besó.

—Los dioses cuidarán de ti; y tienes hombres buenos que te ayudarán.

La respiración del rey era ronca y trabajosa y Kailyn tuvo que luchar para contener las lágrimas.

—Te quiero, padre.

Él sonrió y volvió a apretar la mano de la muchacha contra sus labios.

—Informe de los sensores —pidió Kirk.

Chekov levantó los ojos del visor de la terminal científica. —El crucero klingon está justo fuera del alcance, señor.

En este momento no podrían detectar la salida de la lanzadera.

—Ignición de los motores de la lanzadera, señor —dijo Sulu.

Kirk pulsó el botón de apertura del canal de la
Galileo
en su panel de comunicaciones.

—Kirk a
Galileo
.

—Aquí Spock, capitán. Todos los sistemas preparados para el lanzamiento.

—Spock… —Kirk vaciló—. Buena suerte, Kailyn. Cuide bien de mis oficiales. Especialmente de McCoy. La voz de la muchacha sonó firme. —Lo haré.

—Solicito apertura de las puertas del dique de la lanzadera —dijo Spock.

Sulu subió un interruptor de los mandos.

—Puertas de la lanzadera abiertas.

Kirk miró la cubierta del hangar que se veía en la pantalla emplazada sobre la terminal científica. —Lanzamiento.

Los dedos de Sulu recorrieron velozmente los mandos pulsando diestramente el último botón. —Lanzadera fuera, señor.

Aquella noche, el rey Stevvin, decimoséptimo monarca de la dinastía de Shad, murió mientras dormía, con el capitán Kirk y cuatro servidores reales a su lado.

A esa hora, la lanzadera
Galileo
llevaba ya diez horas de viaje. El plan del rey Stevvin para llevar de una vez y para siempre la paz a su mundo, estaba progresando, sin él, tal y como él había esperado que sucediese. Incluso el crucero klingon volvió a ocupar su lugar, en seguimiento de la
Enterprise
. Todo estaba como debía estar.

Excepto por un detalle. Sin que Kirk lo supiese ni lo sospechasen los tripulantes de la
Galileo
, cuando la lanzadera atravesó los límites exteriores del sistema no clasificado de la enana blanca, mucho más allá del alcance de los sensores de la
Enterprise
, una sombra se unió a la excursión.

La sombra era una exploradora espía klingon tripulada por cuatro agentes del departamento de inteligencia. Las órdenes que tenían eran sencillas: seguir a la lanzadera. Si la tripulación de ésta recobraba la Corona de Shad, debían matarlos y reclamar la Corona para el imperio klingon. Si fracasaban en la búsqueda de la Corona, debían matarlos de todas formas.

7

—Los klingon, Kirk —ladró Harrington con una furia muy poco propia de él—. Los malditos klingon lo sabían antes que yo. Si su red de comunicación secreta no tuviese tantas fugas, ellos lo sabrían y yo continuaría sin saberlo. ¿Le importaría darme una explicación de por qué ha desobedecido las órdenes?

Kirk estaba sentado ante el escritorio y encorvado sobre él, con Scotty de pie justo a sus espaldas. En la pantalla visora, el almirante aparecía aún en bata; obviamente lo habían arrancado de una noche de buen sueño con la noticia de que los klingon estaban enterados del plan señuelo de la
Enterprise
, un plan señuelo del que él no sabía absolutamente nada.

—Lo siento, almirante —comenzó Kirk. Y, puesto que no estaba muy seguro de qué más debía decir, continuó con cautela—. Cuando llegamos a Orand, la situación no era como se nos había inducido a esperar, señor. Usted no ignora que la Corona de Shad no estaba en manos del rey cuando nosotros…

—Sí, Kirk. El maldito informe klingon que conseguimos era claro a ese respecto.

—En cuanto averiguamos que no podíamos regresar a Shad sin ella, también nos dimos cuenta de que el rey no estaba lo suficientemente bien de salud como para realizar un viaje extra. Nada de todo esto estaba incluido en el informe resumido que se nos dio en la Base Estelar, señor.

Kirk le echó una rápida mirada a Scott, que comprendió la estrategia del capitán: trasferirle una parte de la culpa de los cambios de la misión a la Inteligencia de la Flota Estelar.

—De acuerdo, capitán, acepto que la misión requería modificaciones y nunca aceptaré que el tiempo necesario para consultar con el cuartel general podría haber estropeado todo el asunto. Es usted un hábil capitán de nave estelar, y está sentado en ese sillón de mando porque la Flota Estelar confía en su criterio… aunque, en este preciso momento, resultaría más fácil convencerme de lo cuestionable de esa supuesta cualidad suya.

Kirk tragó saliva, pero continuó mirando de frente la pantalla.

—Tengo dos grandes problemas con los que enfrentarme, Kirk. El primero y más importante es que parece que algunos de los shadianos que viajan a bordo de su nave son agentes de los klingon, y el segundo…

—Le pido disculpas, señor, pero la lanzadera que tenemos ahí fuera, camino de Sigma, va a hallarse en el lado malo del campo de tiro de los klingon en el segundo mismo en que encuentren esa Corona…

—Soy consciente de ello, capitán.

—Ésa debe ser nuestra principal preocupación, señor. Es de suprema importancia que lleguemos a Sigma lo antes posible por si el grupo de la lanzadera necesita nuestra ayuda.

—Negativo, capitán —respondió Harrington con tono cortante—. Si se hubiese hallado aquí cuando recibimos las órdenes de Inteligencia, sabría que nuestra máxima prioridad es la de desenmascarar al renegado del grupo del rey.

Other books

Golden Delicious by Christopher Boucher
Bill Rules by Elizabeth Fensham
Death at Tammany Hall by Charles O'Brien
Holly's Wishes by Karen Pokras
Juice: Part One (Juice #1) by Victoria Starke
May (Calendar Girl #5) by Audrey Carlan