—Espera, voy a buscarlo —dijo el pequeño vampiro, y salió corriendo afuera, al balcón. Inmediatamente después regresó con una antiquísima y destrozada bolsa de cuero, que colocó delante de Anton.
—¿Es para mí?
Anton examinó la polvorienta cosa.
—Mis padres seguro que no me dejan salir a la calle con eso.
—¡Tampoco tienes que hacerlo! —contestó el vampiro—. Y además la bolsa tampoco es para ti.
—¿No?
Anton suspiró aliviado.
—No. Y el contenido tampoco —dijo el vampiro riéndose burlonamente—. Tú sólo tienes que guardarlo... ¡como obra de caridad!
—¿Como obra de caridad? —repitió Anton..., que empezó a tener una sospecha.
«Obra de caridad»... ¡Aquello, con toda seguridad, no formaba parte del vocabulario de Rüdiger!
—¿No quieres mirar dentro? —preguntó el vampiro con una risita burlona.
—Sí —dijo Anton tirando de la oxidada cremallera.
Al hacerlo percibió un perfume que le era familiar y que hizo que su corazón palpitara excitado, pues aquel perfume confirmaba sus sospechas: ¡Era «Muftí Amor Eterno!»..., ¡el perfume de Anna!
—Tú no tienes ninguna fuerza en los dedos —dijo el vampiro, que observaba los vanos esfuerzos de Anton—. ¡Anda, déjame hacerlo a mí!
Le quitó la bolsa a Anton y pegó tirones a la cremallera hasta que se abrió lentamente haciendo un ruido chirriante.
—¡Ahí tienes! —dijo muy satisfecho consigo mismo—. Sólo hay que tirar con la suficiente fuerza... Las cremalleras son así.
Con una risita irónica le tendió a Anton la bolsa abierta.
Anton examinó angustiado el contenido: como ya se suponía, la bolsa contenía el vestido de encaje de Anna y el velo.
—¿Y yo tengo que guardar esto ahora? —preguntó con voz ronca.
—¿Cómo que
tienes
? —Rüdiger se rio burlonamente—. ¡Tienes permiso para hacerlo!
—Pero es que ya tengo tantas cosas que guardar... —se defendió Anton—. El viejo traje y el sombrero de copa y la capa...
—¡Tantas cosas tampoco son! —repujo divertido el pequeño vampiro—. Y además la capa de vampiro me la tengo que volver a llevar hoy; si no, tendremos problemas con el inventario.
—¿Ya vais a hacer otra vez inventario? —preguntó sorprendido Anton.
El pequeño vampiro asintió sombríamente con la cabeza.
—¡Después de cada traslado! ¡Si no fuera por ese maldito inventario, me alegraría mucho más todavía volver a nuestra vieja Cripta Schlotterstein! Ahora hay que contar cerillas, velas, mantas guateadas, impermeables...
—Pues entonces no
me
puedes dejar a
mí
, de ninguna manera, el vestido de encaje y el velo —dijo Anton..., muy aliviado por tener ahora un motivo para devolverle a Rüdiger el vestido y el velo—. ¡Seguro que Tía Dorothee es lo primero que echa de menos cuando hagáis el inventario!
—¿Echarlo de menos? ¿Tía Dorothee? —el pequeño vampiro se rio graznando—. ¡Precisamente Tía Dorothee! —dijo jadeando—. ¡Si ha estado a punto de quemar la ropa!...
—¿De quemarla? —exclamó asombrado Anton.
—¡Sí! Ha habido una bronca enorme porque Anna no quería devolver la ropa. Pero Tía Dorothee dijo que con el vestido puesto, Anna era una vergüenza para toda la familia. ¡Y entonces Anna se puso bastante furiosa! Como el hablar y hablar no servía de nada. Tía Dorothee cogió de la pared una vela encendida y pegó la llama al velo... ¡Así fue!
—¿La pegó al velo? —dijo Anton echando un vistazo al velo—. Pero si no se ve absolutamente ninguna quemadura...
—Sí... ¡Mérito mío! —contestó arrogante el pequeño vampiro. Carraspeó y puso cara de importancia—. ¡Ahora vas a oír de qué forma tan desinteresada ayudé a mi hermana pequeña! —continuó con un tono lleno de unción..., con un tono que a Anton le resultaba muy conocido—: En aquel trágico momento en que Tía Dorothee se aproximaba con la vela al velo...
—¿Se aproximaba? —repitió Anton—. ¡Pero si acabas de decir que ella había
pegado
la vela al velo!...
—¡Eh, no me interrumpas constantemente! —siseó el vampiro—. ¡Y además me estás poniendo nervioso con tus sutilezas! ¿Quieres saber cómo ayudé a Anna o no?
—¡Sí! —se apresuró a decir Anton.
—Bueno, pues entonces ahora haz el favor de escuchar: en aquel trágico momento en que Tía Dorothee se aproximaba con la vela al velo, yo me aproximé para volver a depositar, como era debido, la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
en el ataúd de mi querida abuela. Me fue posible zanjar la disputa tomando el vestido y el velo y dando a Tía Dorothee mi..., eh..., palabra de honor de que llevaría la ropa a un lugar en donde Anna no podría encontrarla. Una vez que me hube marchado, Anna vino corriendo hasta mí y me susurró que te la trajera y que tú la guardaras en tu casa. Sí; así que aquí estoy yo con la ropa...
Miró a Anton y sonrió burlonamente a sus anchas.
Anton tragó saliva.
Al parecer no le quedaba otro remedio que esconder en su casa el vestido de Anna y el velo...
—¿Y la bolsa vieja? —preguntó Anton—. ¿Acaso se la tengo que guardar también a Anna?
—¿La bolsa? ¡No, qué te has creído! —exclamó irritado Rüdiger.
Con un violento movimiento agarró la bolsa, vació su contenido —el vestido y el velo— sobre la alfombra y la apretó contra sí.
—¡
Mi
cartera para libros! —dijo con cariño—. ¡Esta yo no la suelto!
—¿Cartera para libros? —preguntó suspicaz, Anton.
—Sí, la necesito para mi colección de libros —contestó el pequeño vampiro—. Aquí dentro irán todos mis libros cuando hagamos nuestro Tour del Ataúd. —Y con los ojos brillantes empezó a citar los títulos de los libros—:
Drácula
,
La venganza de Drácula
,
Carcajadas desde la cripta
,
El vampiro de Ámsterdam
...
—¿Qué? —gritó Anton, y alarmado miró hacia la pequeña alfombra que había ante su cama... Él había dejado allí el libro.
¡Había desaparecido!
—Tú te has llevado el libro —exclamó—. ¡Devuélvemelo inmediatamente!
—¿Así le hablas a tu mejor amigo? —repuso el vampiro... con una suavidad antinatural—. No es necesario que me grites; yo tengo muy buen oído. ¡Basta con que me pidas el libro con amabilidad y entonces te lo daré en seguida!
Anton se mordió rabioso los labios.
Pero él sabía que era inútil discutir con Rüdiger y, por eso, dijo rechinando los dientes:
—¿Harías el
favor
de devolverme el libro
El vampiro de Ámsterdam
?
—¡Con mucho gusto! —contestó el pequeño vampiro, y con una sonrisa irónica se sacó de debajo de la capa el libro negro de la Biblioteca Comarcal del Valle de la Alegría.
—¿Lo ves? —dijo—. Con amabilidad tú puedes conseguir conmigo todo.
—¿Todo? —Ahora le tocó el turno a Anton de sonreír burlonamente—. Entonces, ¿también recuperaré los otros libros míos:
Drácula
,
La venganza de Drácula
y
Carcajadas desde la cripta
... si te lo pido amablemente?
—¿Los otros libros? —repitió Rüdiger con voz de cólera amortiguada—. ¿Y qué va a ser entonces de mi colección de libros?
Sin embargo, después de una breve reflexión pareció habérsele ocurrido algo:
—¡Está bien! —dijo—. Te los devolveré..., pero sólo cuando los haya leído del todo. ¡Y yo leo muy, muy despacio! —añadió sonriendo irónicamente a sus anchas—. ¡A veces tardo veinte años en leer un libro!
—¿Hay que creérselo?... —dijo Anton.
Realmente, no tenía muchas esperanzas de recuperar los libros.
—Además... —dijo el vampiro, observando con ávidas miradas
El vampiro de Ámsterdam
, que estaba ahora en la mesilla de noche de Anton—. ¡Si me preguntas, te diré que yo me merezco una recompensa! Al fin y al cabo he tenido que volar hasta muy lejos... y encima con el estómago vacío...
—¡Pero yo no te pregunto! —repuso Anton—. ¡Y además, el libro ni siquiera es mío!
—¿No es tuyo? —repitió desconcertado el vampiro. Luego en su rostro apareció una irónica sonrisa de complicidad—. Vaya, vaya —dijo—. Tú también estás haciendo una colección de libros, ¿eh?
Soltó una risotada.
—¡Exactamente! Y si no tuviera unos amigos tan..., tan egoístas, mi colección sería ya mucho mayor —contestó Anton con gesto furioso.
—¿Amigos egoístas? —dijo sonriendo burlón el pequeño vampiro—. Hay que ver qué gente conoces tú...
—¡Efectivamente! —afirmó Anton.
—Bueno, ahora me tengo que ir —dijo el pequeño vampiro.
Con la velocidad del rayo agarró
El vampiro de Ámsterdam
y lo hizo desaparecer debajo de su capa.
—¡Eh, el libro! ¡Devuélvemelo inmediatamente! —exclamó Anton.
—¿Por qué? —se hizo el sorprendido el vampiro—. Si habíamos acordado que me lo llevaría como recompensa... a mi obra de caridad.
—¿Que lo habíamos acordado?...
Durante un momento, Anton se quedó sin habla, pero luego dijo:
—Bueno, por mí...; si me puedo quedar la capa de vampiro...
—¡Qué! ¿La capa? ¿Es que estás dejado de la mano de todos los buenos vampiros? —exclamó el pequeño vampiro—. ¿Quieres que a Anna y a mí nos impongan una prohibición de cripta porque falta la capa.
—¡No! —Anton se rio irónicamente—. ¡Lo único que quiero es recuperar el libro!
—¡Anda, que no me dejas siquiera que disfrute un poco! —bufó el vampiro colocando el libro sobre la mesilla de noche—.
Y ahora dame la capa de una vez —le ordenó a Anton.
Anton fue al armario y sacó la capa de vampiro. Sin una sola palabra de agradecimiento, el pequeño vampiro metió la capa en la vieja bolsa de cuero. Luego, cerró la cremallera de un fuerte tirón.
—¿De verdad que tienes que marcharte ya? —preguntó Anton.
—¡Sí! —gruñó el vampiro.
—Yo pensaba que a lo mejor todavía podíamos hacer algo juntos...
—¿El qué?
—Yo tampoco lo sé exactamente... ¡Pero, si no, no será una despedida del Valle de la Amargura como es debido!
—¿Querías ir al Valle de la Amargura? —preguntó el vampiro con una risa ronca—. ¿Echas de menos a Anna?
—No. —Anton carraspeó apocado—. Sólo quería volver a echar una mirada a las ruinas del castillo. ¡Quién sabe si volveremos allí alguna vez!...
—¡Ninguna despedida es para siempre! —repuso el pequeño vampiro con voz de ultratumba—. ¡Es un viejo refrán del pequeño vampiro!... Pero ahora tengo que hacer algo urgentemente contra las protestas de mi estómago —añadió contrayendo la comisura de los labios.
—¿Las protestas de tu estómago? —preguntó Anton con mucho interés.
—¡Sí! Mi estómago ya no gruñe, ¡ruge! —dijo el vampiro con una risa como un graznido—. En estas condiciones no puedo participar, ni mucho menos, en el concurso de uñas.
—¿Es esta noche?
—Sí, a medianoche —contestó el pequeño vampiro, y con visible orgullo observó las uñas de sus dedos, que, de todas formas, sólo eran la mitad de largas y afiladas que las de Lumpi—. Ahora tengo que salir volando —dijo—. Pero nos volveremos a ver pronto... ¡En tu casa o en nuestra buena y vieja Cripta Schlotterstein!
Se colgó del brazo la bolsa de cuero y se dirigió hacia la puerta del balcón.
Se detuvo en la puerta y dijo:
—Hasta pronto, Anton. Y recuérdalo: ¡Volverse a ver hace amigos! ¡Un antiquísimo refrán del pequeño vampiro!
Con aquellas palabras extendió los brazos y se elevó en el aire.
—¡Mucha suerte en el Tour del Ataúd! —le gritó Anton mientras se iba.
—¡Igualmente! —le deseó el vampiro con voz ronca.
Luego se le tragó la oscuridad.
—¡Espero que guarden un buen recuerdo del Valle de la Alegría! —dijo la señora Virtuosa a la mañana siguiente.
—Salvo los problemas con la mano herida..., guardaremos incluso un recuerdo muy bueno —contestó la madre de Anton.
Y bajando la mirada hacia sí misma dijo—: ¡La comida en su casa es quizá lo único que ha sido
demasiado
bueno!
—¡Sí! Y si los dolores no me hubieran aumentado, nos hubiera gustado quedarnos —aseguró el padre de Anton.
—¿Y tú, Anton? —preguntó la señora Virtuosa—. ¿Tú también estás contento..., aunque sólo sea un poquito?
—¿Yo?... —dijo Anton arrastrando la palabra, a pesar de que ya se esperaba la pregunta—. Hum, sí... La comida estaba bien, el balcón estaba bien, el libro estaba bien...