El poder del perro (53 page)

Read El poder del perro Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ni lo hará.

No abandonará la ventana de Adán. La cocinera le lleva platos con
tortillas
de harina calientes, acompañadas de
refritas
y pimientos, y cuencos de
albóndigas
, y se sienta al lado de la ventana mientras come. Pero no se irá: don Adán le salvó la vida y la pierna, y don Adán, su mujer y su hija están en la casa, y si los
sicarios
de Güero logran infiltrarse en el recinto, tendrán que pasar por encima del cadáver de Manuel Sánchez para llegar hasta ellos.

Y nadie va a pasar por encima del cadáver de Manuel.

Adán se alegra de tenerle a su lado, aunque solo sea para que Lucía y Gloria se sientan seguras. Ya han sufrido lo suyo, cuando los
sicarios
del
pasador
las despertaron en plena noche y se las llevaron al campo sin ni siquiera hacer el equipaje. El episodio provocó a su hija una crisis respiratoria grave, y un médico tuvo que volar con los ojos vendados, para después ser conducido al rancho y asistir a la niña enferma. El costoso y delicado equipo médico (respiradores, tiendas de oxígeno, humidificadores) tuvo que ser trasladado en plena noche, e incluso ahora, semanas después, Gloria aún muestra síntomas.

Y después, cuando le vio cojear, presa del dolor, sufrió otra conmoción, y él se había sentido mal al mentirle, al decirle que había sido un accidente de moto, y seguir mintiéndole, diciéndole que se iban a quedar en el campo una temporada porque el aire era mejor para ella.

Pero no es estúpida, y Adán lo sabe. Ve las torres, los fusiles, los guardias, y pronto comprenderá, gracias a sus explicaciones, que la familia es muy rica y necesita protección.

Y entonces hará preguntas más difíciles de contestar.

Y recibirá respuestas más duras. Sobre cómo se gana la vida papá.

¿Lo comprenderá?, se pregunta Adán. Está nervioso, inquieto, cansado de la convalecencia. Y para ser sincero, se dice, echas de menos a Nora. La echas de menos en tu cama y a tu mesa. Sería estupendo comentar con ella la situación.

Había conseguido telefonearla un día después del ataque a La Sirena. Sabía que habría visto la tele o leído los periódicos, y quería decirle que estaba bien. Que pasarían algunas semanas antes de que pudieran verse de nuevo, pero lo más importante, que debía mantenerse alejada de México hasta que él le dijera lo contrario.

Ella había reaccionado tal como él había imaginado, tal como había esperado. Contestó al teléfono después del primer timbrazo, y notó el alivio en su voz. Después empezó a bromear con él, le dijo que, si se había dejado tentar por otra sirena, había recibido su merecido.

—Llámame —dijo—. Iré corriendo.

Ojalá pudiera, piensa él mientras estira penosamente la pierna. No sabes cuánto lo deseo.

Está harto de estar en la cama y se incorpora, baja poco a poco la pierna herida y se pone en pie. Coge el bastón y se acerca cojeando a la ventana. Hace un día precioso. Brilla un sol resplandeciente y cálido, los pájaros cantan y estar vivo es estupendo. Su pierna está curando deprisa y bien (no ha habido infección), y pronto estará como antes. Lo cual es estupendo, porque hay mucho que hacer y el tiempo apremia.

La verdad es que se siente preocupado. El ataque a La Sirena, el hecho de que utilizaran uniformes e identificaciones de
federales
, debió de costar cientos de miles en
mordidas
. Y el hecho de que Güero se sintiera lo bastante fuerte para violar la prohibición de utilizar la violencia en una ciudad turística tiene que significar que el negocio de Güero es más sólido de lo que habían supuesto.

Pero ¿cómo?, se pregunta Adán. ¿Cómo consigue que su producto atraviese la Plaza, que el
pasador
de los Barrera le ha cerrado? ¿Cómo ha conseguido Güero el apoyo de Ciudad de México y de sus
federales
?

¿Se habrá aliado Abrego con Güero? ¿Habría lanzado Güero el ataque contra La Sirena con la aprobación del viejo? Y si tal es el caso, el apoyo de Abrego significaría el del hermano del presidente, el Recaudador de Impuestos, con todo el peso del gobierno federal.

Incluso en Baja se ha desencadenado una guerra civil entre la pasma local: los Barrera son propietarios de la policía del estado de Baja, y Güero de los
federales
. Los polis de la ciudad de Tijuana son más o menos neutrales, pero hay un nuevo jugador en la ciudad, el Grupo Táctico Especial, un grupo de élite como los Intocables, al frente de los cuales se halla el insobornable Antonio Ramos. Si alguna vez se alía con los
federales
...

Gracias a Dios que se avecinan las elecciones, piensa Adán. Su gente ha abordado con discreción al candidato del PRI, Colosio, intentos que han sido rechazados de plano. Pero Colosio, al menos, ha asegurado que es antinarco en general. Si lo eligen, irá a por los Barrera y a por Méndez con igual vigor.

Pero, entretanto, somos nosotros contra el mundo, piensa Adán.

Y esta vez, el mundo gana.

A Callan no le hace un pelo de gracia.

Está en el asiento trasero de un Suburban rojo robado (el vehículo favorito de los vaqueros
narcotraficantes
), sentado al lado de Raúl Barrera, que está atravesando Tijuana como si fuera el puto alcalde. Recorren el bulevar Díaz Ordaz, una de las calles más concurridas de la ciudad. Conduce un agente de la policía estatal de Baja y otro va en el asiento delantero. Y él exhibe el atuendo completo de los vaqueros de Sinaloa, desde las botas hasta el sombrero blanco, pasando por la camisa negra con botones de perlas.

Así no se libra una guerra, piensa Callan. Lo que estos tipos deberían hacer es imitar a los sicilianos, ser discretos, no hacer ruido. Pero, por lo visto, ese no es el estilo mexicano, tal como ha aprendido Callan. No, los mexicanos son muy
machos
, van por ahí haciendo acto de presencia.

A Raúl le gusta que le vean.

Por lo tanto, Callan no se sorprende cuando dos Suburbans negros llenos
de federales
uniformados de negro empiezan a seguirles por el bulevar. Lo cual no es una buena noticia, piensa Callan.

—Mmm... Raúl...

—Ya les he visto.

Ordena al conductor que se desvíe a la derecha, corriendo en paralelo a un gigantesco mercadillo.

Güero va en el segundo Suburban. Ve que aquel coche de bomberos yuppy gira a la derecha, y cree ver a Raúl Barrera en el asiento trasero.

De hecho, lo primero que ve es un payaso.

Una estúpida y risueña cara de payaso está pintada en la pared del enorme mercadillo, que abarca dos manzanas de la ciudad. El payaso tiene una de esas grandes narices rojas, la cara blanca, la peluca y nueve metros de longitud, y Güero parpadea y después se concentra en el tipo del asiento trasero del Suburban rojo, con matrícula de California, y no le cabe la menor duda de que es Raúl.

—Adelántale —dice a su chófer.

El Suburban negro adelanta y obliga al Suburban rojo a acercarse al bordillo. El vehículo de Güero frena detrás del todoterreno rojo.

Mierda, piensa Callan, cuando un
comandante federal
baja del coche y se acerca hacia ellos, apuntando su M-16, seguido de dos de sus muchachos. No es una multa de tráfico. Se baja un poco en el asiento, saca la 22 de la cadera y la deja debajo de su antebrazo izquierdo.

—Estamos cubiertos —dice Raúl.

Callan no está tan seguro, porque cañones de rifles asoman de las ventanillas de dos Suburbans negros, como mosquetes de los carromatos de una película del Oeste antigua, y Callan piensa que si la caballería no llega pronto, no quedará gran cosa que enterrar en la gran pradera.

Puto México.

Güero baja la ventanilla trasera derecha, apoya su AK sobre el antepecho y apunta a Raúl.

El conductor de la poli estatal de Baja abre la ventanilla.

—¿Algún problema? —pregunta.

Sí, debe de haber algún problema, porque el
comandante federal
ve a Raúl por el rabillo del ojo y se dispone a apretar el gatillo de su M-16.

Callan le dispara desde el regazo.

Las dos balas alcanzan al
comandante
en la frente.

El M-16 cae al suelo un segundo antes que él.

Los dos polis estatales de Baja del asiento delantero disparan a través de su parabrisas. Raúl dispara desde atrás, y las balas pasan rozando las orejas de sus dos chicos de delante, y no para de gritar porque si este es el último
Arriba
, quiere marcharse con estilo. Se irá de una forma que los
narcocorridos
cantarán durante años.

Pero no se va a marchar.

Güero ha visto el Suburban rojo, pero no llegó a ver el Ford Aerostar ni el Volkswagen Jetta que lo seguían a una manzana de distancia, y ahora esos dos vehículos robados llegan a toda velocidad y atrapan a los
federales
.

Fabián salta del Aerostar y cose a balazos a un
federal
con su AK. El
federal
herido intenta ponerse a cubierto bajo el Suburban negro, pero uno de los suyos ve que están en desventaja y, en su afán de sobrevivir, cambia de bando en un abrir y cerrar de ojos. Levanta su M-16 y, mientras el hombre suplica por su vida, le da el golpe de gracia en la cara, y después mira a Fabián a la espera de su aprobación.

Fabián le mete dos tiros en la cabeza.

¿Quién necesita a un cobarde así?

Callan obliga a Raúl a sentarse.

—¡Tenemos que sacarte de aquí cagando leches!

Callan abre la puerta y rueda sobre la acera. Dispara desde debajo del coche contra cualquier cosa que lleve pantalones negros, mientras Raúl baja, y se ponen a disparar mientras corren por la calle hacia el bulevar.

Menuda putada, piensa Callan.

Están llegando polis de todos los puntos cardinales, en coches, en motos y a pie. Policías federales, policías estatales, policías de la ciudad de Tijuana, y nadie está seguro de quién es quién. La bronca es generalizada.

Todo el mundo intenta saber a" quién tiene que disparar, y al mismo tiempo intenta saber a quién no. Al menos, los pistoleros de Fabián saben contra quién están disparando, pues van abatiendo metódicamente a todos los
federales
que pueden, pero esos tipos son duros, repelen la agresión, vuelan balas desde todos los ángulos, y hay un imbécil al otro lado de la calle con una Sony de 8 milímetros, que intenta grabar en vídeo toda la puta movida, y gracias a la misericordia concedida a los idiotas y a los borrachos sobrevive al tiroteo de diez minutos, aunque mucha gente no.

Tres
federales
han muerto y tres están heridos. Dos
sicarios
de los Barrera, incluido un policía del estado de Baja, la han palmado y hay dos muy malheridos, al igual que siete transeúntes que han sido alcanzados por las balas. Y en uno de esos momentos surrealistas que solo parecen ocurrir en México, aparece el obispo de Tijuana, que pasaba por allí, y va de cadáver en cadáver dando la extremaunción a los muertos y consuelo espiritual a los supervivientes. Llegan ambulancias, coches de la televisión y camionetas de la televisión. Hay de todo, salvo veinte enanos bajando de un cochecito.

El payaso ya no ríe.

Le han borrado literalmente la sonrisa de la cara, su nariz roja está acribillada a balazos, y hay agujeros recientes en la comisura de cada pupila, de modo que está contemplando la escena con los ojos bizcos.

Güero se ha escurrido por un pasaje entre dos edificios. Pasó casi todo el tiroteo tirado en el suelo de su Suburban, después se bajó por la puerta contraria y se alejó sin que nadie le viera.

No obstante, mucha gente ve a Raúl. Callan y él van retrocediendo por la calle, codo con codo, Raúl disparando con su AK, Callan lanzando ráfagas de dos disparos con su 22.

Callan ve que Fabián salta al interior del Aerostar y da marcha atrás, aunque tiene los neumáticos reventados. Rueda sobre las llantas, saltan chispas a ambos lados, hasta que frena junto a Callan y Raúl.

—¡Subid! —grita.

Por mí, cojonudo, piensa Callan. Apenas ha llegado a la puerta cuando Fabián acelera de nuevo y vuelan calle abajo, y entonces se estrellan contra otro puto Suburban que ha bloqueado el cruce. El coche está lleno de detectives de paisano, con los M-16 apuntados y dispuestos.

Callan se siente aliviado cuando Raúl deja caer su AK, levanta las manos y sonríe.

Entretanto, Ramos y sus muchachos llegan preparados para zurrar la badana, pero todas las badanas que quedan están sangrando o se han marchado ya. La calle entera zumba como una nube de insectos en los oídos de Ramos, mientras le llega el rumor de que la policía ha detenido a uno de los Barrera.

Era Adán.

No, era Raúl.

Sea quien sea el que ha detenido la poli, piensa Ramos, ¿adónde le habrán llevado? Es importante, porque si han sido los
federales
le habrán llevado a un vertedero y disparado cuatro tiros, y si ha sido la policía de Baja le habrán llevado a un piso franco, y si ha sido la policía de la ciudad, Ramos aún podría meter en el saco a un Barrera.

Sería estupendo que fuera Adán.

Y no tanto si fuera Raúl, pero aun así...

Ramos está reuniendo testigos oculares, hasta que un agente uniformado de la ciudad se acerca y le dice que los detectives de la brigada de homicidios de la ciudad han detenido a uno de los Barrera y a dos tipos que iban en el coche con ellos.

Ramos corre hacia la comisaría.

Con el puro en la boca, Esposa en la cadera, entra como una tromba en la sala de la brigada de homicidios, justo a tiempo de ver desaparecer la nuca de Raúl por la puerta de atrás. Ramos levanta la pistola para meter una bala en aquella nuca, pero un tío de homicidios agarra el cañón.

—Tómatelo con calma —dice.

—¿Quién coño era ese? —pregunta Ramos.

—¿Quién coño era quién?

—El tipo que acaba de matar a balazos a un montón de polis —replica Ramos—. ¿O es que te da igual?

Por lo visto, sí, porque los tíos de homicidios se apelotonan ante la puerta para dejar que Raúl, Fabián y Callan se vayan de rositas, y si están avergonzados de sí mismos, Ramos no lo detecta en sus caras.

Adán lo ve en la televisión.

El Mercadillo de Sinaloa ha salido en todos los telediarios.

Oye a reporteros sin aliento anunciar que ha sido detenido. O bien su hermano, según el canal. Pero todos están comentando que, por segunda vez en cuestión de semanas, ciudadanos inocentes han quedado atrapados en el fuego cruzado entre bandas de drogas rivales, en pleno centro de una ciudad importante. Y que hay que hacer algo para detener la violencia entre los cárteles rivales de Baja.

Other books

Suspicion by Lauren Barnholdt, Aaron Gorvine
Redeeming Rhys by Mary E. Palmerin
Hide Her Name by Nadine Dorries
Now You See Me by Haughton, Emma
The Last Crusade by Ira Tabankin
Breaking the Circle by S. M. Hall
The Photograph by Beverly Lewis
My Sergei by Ekaterina Gordeeva, E. M. Swift