El pozo de la muerte (15 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Ciencia ficción, Tecno-trhiller, Intriga

BOOK: El pozo de la muerte
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50. Ockham conquistó sus victorias, durante su reino como capitán pirata, mediante una rara mezcla de penetración psicológica, habilidad táctica y crueldad. Cuando atacó la ciudad española de Portobello, muy bien defendida y fortificada, obligó a las monjas de un convento cercano a colocar las escaleras y demás artes de guerra con las que puso sitio a la plaza, siendo su razonamiento que el acendrado catolicismo de los españoles les impediría disparar sobre las monjas. Su arma favorita era el mosquetón, una carabina corta que disparaba una letal lluvia de perdigones. A menudo, y simulando que quería parlamentar, se reunía con las autoridades de una ciudad sitiada o con los oficiales de un barco enemigo. Cuando los tenía ante él, les apuntaba con un arma en cada mano y destruía al grupo con el doble disparo.

70. A medida que aumentaba su codicia, también lo hacía su audacia. En 1691 intentó sitiar por tierra la ciudad de Panamá y fracasó. Cuando se retiraba navegando por el río Chagres, vio en una bahía cercana un galeón que salía a mar abierto, rumbo a España. Se cuenta que cuando el pirata se enteró de que la nave llevaba tres millones en monedas de oro, juró que nunca más dejaría que un galeón se le escapara.

80. En los años que siguieron concentró toda su atención en el oro español, las ciudades que lo atesoraban y los barcos que lo transportaban. Mostraba tal habilidad para anticipar los envíos de oro que algunos historiadores piensan que había logrado descifrar los mensajes en clave de los capitanes españoles (véase documento confidencial de Thalassa Z-A4-050997). En el otoño de 1693, y después de un mes de ataques a las posesiones españolas, cada uno de los ochocientos hombres de Ockham recibió una participación en el botín de seiscientos ochavos.

90. A medida que Ockham se hacía más poderoso y temido, crecían también sus tendencias sádicas. Se multiplicaron los relatos sobre su bárbara crueldad. A menudo, después de apoderarse de un barco, le cortaba las orejas a los oficiales, las aderezaba con sal y vinagre y obligaba a sus víctimas a comérselas. Cuando saqueaban una ciudad, no sólo no intentaba contener a sus hombres, sino que los azuzaba para que descargaran toda su furia y su lujuria sobre la población indefensa, deleitándose con los ultrajes que resultaban de esta orgía de violencia. Cuando las víctimas no podían pagar el rescate que solicitaba, hacía que las asaran lentamente ensartadas en asadores de madera, o bien que las destriparan con garfios calentados al rojo.

100. La operación más importante de Ockham tuvo lugar en 1695, cuando su pequeña armada capturó, saqueó y luego hundió los barcos de la «flota de plata» española, que se dirigían a Cádiz. En esta ocasión hizo suyo un inmenso tesoro en lingotes y barras de oro, plata, perlas y piedras preciosas, cuyo valor ha sido estimado en mil millones de dólares.

110. El destino final de Ockham continúa siendo un misterio. En 1697 su nave capitana fue hallada a la deriva cerca de las Azores, con toda su tripulación muerta a causa de un mal desconocido. No había ningún tesoro a bordo, y los historiadores coinciden en que poco antes de su muerte, el pirata había escondido sus riquezas en algún lugar de la costa Este del Nuevo Mundo. Esto ha dado lugar a numerosas leyendas más o menos verosímiles, pero hay indicios que permiten pensar que los lugares más probables son: íle á Vache, cerca de Santo Domingo; la isla de Las Palmas, en Carolina del Sur, o la isla Ragged, junto a la costa de Maine, a ciento cuarenta kilómetros de Monhegan.

FIN DE IMPRESIÓN

TIEMPO CARRETE: OOI:02

TOTAL BYTES: I 5425

14

Hatch cerró los motores diesel del
Plain jane
y luego arrojó el ancla a unos veinte metros de la costa de barlovento de la isla Ragged. Eran las seis y media y el sol acababa de asomar por el horizonte, iluminando la isla con una luz dorada. Por primera vez desde su regreso a Stormhaven, las brumas protectoras de la isla se habían disipado totalmente. Hatch subió a la lancha y se dirigió hacia el atracadero prefabricado junto al campamento base. El día ya era cálido y húmedo, y la atmósfera pesada anunciaba mal tiempo.

Cuando Hatch vio el nuevo paisaje de la isla, sus viejos temores comenzaron a disiparse. En las últimas cuarenta y ocho horas la isla Ragged se había vuelto irreconocible. Habían trabajado muchísimo, más de lo que él había creído posible. Cintas amarillas, como las que usa la policía en la «escena del crimen» rodeaban las zonas poco firmes, señalando los lugares por los que se podía caminar. En los prados situados sobre la estrecha playa de guijarros habían construido una ciudad en miniatura. Las caravanas y las casetas prefabricadas estaban dispuestas en un apretado círculo. Más allá zumbaban los poderosos generadores, arrojando vapores al aire. Junto a ellos había dos enormes depósitos de combustible. El suelo estaba surcado por múltiples tuberías de PVC que protegían los cables de los elementos y de los pies de los incautos. En medio del caos se hallaba Isla Uno, el centro de mando, una caravana doble adornada por las antenas de los equipos de comunicaciones.

Hatch amarró la lancha y se fue trotando por el muelle y el rústico sendero que venía a continuación. Cuando llegó al campamento base, siguió de largo junto a los almacenes y entró en la caseta prefabricada con el cartel de DISPENSARIO. Sentía curiosidad por ver cómo había quedado su nuevo despacho. Era espartano pero agradable; olía a madera, alcohol y hojalata galvanizada. Admiró su nuevo instrumental, sorprendido y encantado de que Neidelman hubiera comprado lo mejor de todo. La consulta tenía todo lo necesario, desde una despensa cerrada con llave, donde había toda clase de equipamientos, hasta armarios de medicinas y un aparato de rayos X. El equipo era excesivo, en verdad. Entre las cosas que había en los armarios, Hatch encontró un colonoscopio, un desfibrilador, un moderno contador Geiger electrónico y una cantidad de carísimos artefactos de alta tecnología que no pudo identificar. La casa prefabricada Quonset era más amplia de lo que parecía. Tenía una sala de espera, la consulta y hasta una enfermería con dos camas. En la parte trasera había un pequeño apartamento donde Hatch podía pasar la noche si el tiempo era demasiado malo para volver al barco.

Hatch salió al exterior y se dirigió a Isla Uno, caminando con cuidado para no tropezar en los desniveles del terreno producidos por las pesadas máquinas. Dentro del centro de mando encontró a Neidelman, a Streeter y a la ingeniera Sandra Magnusen inclinados sobre una pantalla. Magnusen parecía un insecto, con la cara azul por la luz de la pantalla, y las columnas de datos que se reflejaban en los gruesos cristales de sus gafas. La mujer parecía siempre absorta en su trabajo, y Hatch tenía la sensación de que nadie le gustaba, médicos incluidos.

Neidelman levantó la cabeza e hizo un gesto de asentimiento.

—La transferencia de datos de Escila terminó hace varias horas —dijo—. Ahora estamos verificando el programa que controla el funcionamiento de la bomba.

SIMULACIÓN CONCLUIDA A LAS 6:39:45:21
RESULTADOS A CONTINUACIÓN
=========
DIAGNÓSTICOS
=========
ESTADO DE LAS CONEXIONES CON EL SERVIDOR…
BIEN
INTERRUPTORES DE CUBO
BIEN
INTERRUPTORES CIRCUITOS LOCALES
BIEN
ANALIZADOR DE DATOS
BIEN
REGULADOR DE NÚCLEO
BIEN
REGULADOR CONTROL REMOTO
BIEN
SENSOR NIVEL DE AGUA
BIEN
INTERRUPTOR DE EMERGENCIA
BIEN
MEMORIA DE REGISTRO
305385295
TIEMPO PROCESO DE DATOS
,000045
=========
INTEGRIDAD VERIFICACIÓN
=========
INTEGRIDAD SERVIDORES
BIEN
DESVIACIÓN INTEGRIDAD
0.0%
DESVIACIÓN ESCILA
00.15000%
DESVIACIÓN ANTERIOR
00.37500%
RESULTADO FINAL
SIMULACIÓN EXITOSA

Magnusen frunció el entrecejo.

—¿Todo bien? —preguntó Neidelman.

—Sí —suspiró la ingeniera—. Bueno, no. No lo sé. El ordenador parece haber enloquecido.

—Dígame qué sucede —dijo Neidelman con voz tranquila.

—Realiza todas las operaciones lentamente, en especial cuando hemos probado el funcionamiento en situaciones de emergencia. Y mire las cifras de desviación. La red de la isla muestra que todo es normal, pero hay una desviación con respecto a la simulación que hicimos en el sistema del
Cerberus
. Y la desviación es aún mayor con respecto a la prueba que hicimos anoche.

—¿Pero está dentro de los márgenes de tolerancia?

Magnusen asintió.

—Puede que se trate de una anomalía en los algoritmos de integridad.

—Que es una manera cortés de decir que hay un virus.

Neidelman miró a Streeter.

—¿Dónde está Wopner? —preguntó.

—Está durmiendo en el
Cerberus
.

—Despiértelo.

Neidelman miró a Hatch y le hizo una señal para que lo acompañara. Salieron juntos a la luz del día.

15

—Quisiera mostrarle algo —dijo el capitán.

Sin esperar respuesta, empezó a caminar con sus largos y veloces pasos de siempre, e iba dejando tras de sí volutas del humo de su pipa. En dos ocasiones le detuvieron empleados de Thalassa, y dio la impresión de estar dirigiendo varias operaciones a la vez con la misma fría eficacia de siempre. Hatch tenía que darse prisa para poder seguirlo, y apenas podía mirar todos los cambios que había en el entorno. Iban por un sendero acordonado, que los topógrafos de la compañía habían declarado seguro.

Aquí y allá había puentes de aluminio que permitían cruzar sobre antiguos pozos y zonas poco firmes.

—Bonita mañana para dar un paseo —dijo Hatch con la respiración entrecortada.

Neidelman sonrió.

—¿Le gusta su despacho?

—Todo está muy bien, gracias. Podría atender allí a toda una ciudad.

—En cierto sentido, tendrá que hacerlo —fue la respuesta.

El sendero subía la pendiente de la isla hasta la elevación central, donde se hallaban la mayoría de los antiguos pozos. Sobre las bocas de los pozos habían colocado andamios de aluminio y pequeñas torres de perforación. Aquí el camino principal se dividía en varios senderos acordonados que rodeaban las antiguas obras. Neidelman saludó con una inclinación de cabeza a un solitario topógrafo y tomó uno de los caminos centrales. Un minuto más tarde, Hatch se encontró al borde de un profundo pozo. Lo único que le distinguía de los otros túneles de la vecindad era la presencia de dos técnicos que estaban tomando medidas con un instrumento que el médico no logró identificar. Las hierbas y los matorrales crecían junto a la abertura, introduciéndose en la oscuridad del túnel, tapando casi por completo el extremo de una viga podrida. Hatch miró dentro. Abajo no había más que oscuridad. Una manguera metálica articulada y flexible de gran circunferencia salía de las insondables profundidades y se arrastraba por el suelo enfangado en dirección a la distante playa del oeste.

—Muy bien, es un pozo —dijo Hatch—. Es una pena que no he traído una canasta con la merienda y un libro de poemas.

Neidelman sonrió, sacó del bolsillo un papel y se lo dio a Hatch. Procedía de la impresora de uno de los ordenadores, y había una larga columna de datos, con números al lado. Uno de los pares estaba subrayado en amarillo: 1690 ++ 40.

—Esta mañana hemos completado en el laboratorio del
Cerberus
las pruebas del carbono 14 —dijo Neidelman—. Éstos son los resultados. —Y señaló con el dedo las cifras subrayadas en amarillo.

Hatch le echó otra ojeada al papel y se lo devolvió.

—¿Y qué significa?

—Este es el pozo que buscábamos —respondió Neidelman en voz baja.

Hubo un instante de silencio.

—¿El Pozo de Agua? —preguntó Hatch, incrédulo.

Neidelman asintió con la cabeza.

—Éste es el pozo original. La madera utilizada para el encofrado fue cortada alrededor de 1690. Todos los otros pozos fueron construidos entre 1800 y 1930. No tenemos ninguna duda, éste es el Pozo de Agua que proyectó Macallan y construyeron los hombres de Ockham. —El capitán señaló otro pozo más pequeño, situado a unos treinta metros—. Y a menos que me equivoque, aquél es el Pozo Boston, excavado ciento cincuenta años después. Podemos saberlo porque después de la caída vertical inicial, desciende en pendiente.

—¡Pero usted ha encontrado el Pozo de Agua muy pronto! —se asombró Hatch—. ¿Por qué a nadie se le ocurrió utilizar la prueba del carbono para establecer la fecha de la construcción?

—La última persona que realizó excavaciones en la isla fue su abuelo, a finales de la década de 1940, y el método del carbono no fue inventado hasta diez años más tarde. Y éste no es más que uno de los muchos adelantos tecnológicos que utilizaremos en los próximos días. —Neidelman movió la mano sobre el pozo—. Esta tarde comenzaremos la construcción de Orthanc. Ya tenemos las piezas en el muelle de descarga; sólo nos falta montarlo.

—¿Y qué es Orthanc? —preguntó Hatch, sorprendido.

—Es un artefacto que hemos creado especialmente para una operación de rescate que realizamos el año pasado en Corfú. Consiste en un puesto de observación con un suelo de cristal montado sobre una gran torre de perforación. En el equipo del año pasado había un fanático de Tolkien que bautizó así a nuestra creación, y le ha quedado el nombre. Está provisto de cabrestantes y todo tipo de sensores accionados por control remoto. Con él podremos mirar en las entrañas de la bestia, literal y electrónicamente.

—¿Y para qué sirve esta manguera? —preguntó Hatch señalando el pozo.

—Para realizar la prueba del colorante. Esta manguera está conectada con una cadena de bombas en la playa oeste. —Neidelman consultó la hora—. Dentro de una hora, aproximadamente, cuando suba la marea, bombearemos cincuenta mil litros de agua de mar por minuto al Pozo de Agua por medio de esta manguera. Después echaremos un tinte especial, de una gran intensidad. Y cuando la marea baje, las bombas expulsarán el agua coloreada a través del túnel secreto de Macallan, ese túnel por donde penetra el agua del mar y anega los pozos, hasta el mar. No sabemos dónde aflorará el tinte, de modo que apostaremos las motoras
Naiad
y
Grampus
a ambos lados de la isla. Lo único que tenemos que hacer es estar atentos y ver dónde aparece. Después nuestros submarinistas cerrarán herméticamente el túnel con explosivos. Y cuando el agua del mar no pueda penetrar, desagotaremos mediante bombas la que haya quedado en el interior. Vaciaremos y limpiaremos el pozo de Macallan. Y el viernes usted y yo podremos bajar sin más equipo que un impermeable y unas botas de goma. Y luego podremos excavar tranquilamente hasta encontrar el tesoro.

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